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HUÁSCAR Y ATAHUALPA: SIMBOLOS DE LA GUERRA RITUAL INCA

Por María Teresa Fuster(*)


El Inca Atahualpa junto a Pizarro

No fue movido por un espíritu de conocimiento, ni siquiera de curiosidad hacia ese reino remoto del cual había recibido noticias estando en Panamá. La motivación tampoco fue religiosa, no estaba en él ese espíritu de cruzada que sí había animado al almirante genovés Colón. Su afán único era una sed insaciable y desmedida de riquezas.

Las primeras noticias serias que recibe Francisco Pizarro de un estado rico y poderoso en el sur, le llegan en l523. Esto le anima a organizar expediciones de prueba junto con Diego de Almagro hacia la parte sur de la costa del Pacífico que le confirman la existencia de ese nuevo reino que podía ser conquistado. En enero de l531 deja las costas de Panamá con 180 hombres y 30 caballos con el propósito de conquistar ese fabuloso imperio. Al fin, su ambición se vería satisfecha.

Tal como Julio Cesar ante el senado, Pizarro pudo utilizar la expresión Veni, vidi, vici (Vine, vi y vencí) para explicar su rápida victoria. Con tanta celeridad, los españoles derrotan y capturan al emperador Atahualpa, - señor de unos l5 millones de súbditos, que dominaba un imperio de unos 4.300 km.-, que impresionan a los pueblos andinos con su poder y buena suerte. Tras distribuirse el rescate en oro del emperador, se lanzan al sur a someter, saquear y destruir a todo el imperio. Un halo de invencibilidad los rodea. Tan desmedida era esa sed de oro que entre los andinos se crea la leyenda popular que los españoles se alimentaban de oro y plata en lugar de comida (1)

A éstos "conquistadores" no les interesaba comprender a los conquistados. Conocer su cultura, costumbres, historia y mucho menos entender su concepción de la vida, del tiempo y del espacio, que diferían sustancialmente de las europeas. Solo buscaban metales preciosos y explotar la fuerza de trabajo indígena. Los habitantes del imperio Inca serán para ellos solo "indios", seres tan inferiores, según su criterio, que ni siquiera contaban con un sistema de escritura tal como ellos lo tenían. Ignoraban y querían ignorar la riqueza cultural de semejante imperio. Y paradójicamente es en sus manos que queda la tarea de relatar la historia de éstos pueblos.

EL PROBLEMA DE LAS CRÓNICAS

Lo que ha llegado hasta nosotros como fuente de la historia de los Andes está recogida en las crónicas de los españoles. Teniendo en cuenta el etnocentrismo de los escritores, la insuficiencia idiomática, las diferencias culturales - que hacían difícil y a veces hasta imposible traducir categorías - los estereotipos concretos producto de esa misma incomunicación, el desconocimiento de toponimia, nombres, límites espaciales y hasta de personajes cuya historia relataban, nos muestran a las claras lo poco fiables que son estas primeras crónicas. Si bien, se podría argumentar que los posteriores cronistas, aquellos de la década de l550, disponían de un mayor conocimiento, tanto del territorio como del idioma o podían emplear mejores intérpretes y acceder a versiones que los primeros cronistas no pudieron conocer, aún así deberíamos tener reservas en cuanto a la información que contienen. No hay que olvidarse que ellos organizaron su versión de los hechos moldeándola, cambiándola, y diseñándola para responder a sus fines. Además, lo que los cronistas vieron o escucharon es susceptible de serios errores interpretativos, pues como es sabido, el testigo de un hecho elabora su testimonio sobre la base de las categorías conceptuales de su propio mundo, que en el caso particular de los españoles era totalmente distinta de las andinas.

Otro punto importante a tener en cuenta a la hora de analizar las crónicas, es que éstas se basaron en tradiciones orales y en la reelaboración realizada por los escritores. Hasta los llamados "cronistas indios o mestizos" como Pachacuti Yamqui y Guamán Poma, están influenciados por la cultura hispana y la ortodoxia cristiana. El pensamiento tradicional andino se desvanece en sus escritos, quizás por el temor, muy real en su tiempo, de ser acusados de herejía.

Los cronistas escucharon mitos de sus informantes y escribieron una historia, ordenaron los datos de acuerdo a sus propios criterios europeos, inexistentes, por otra parte en los Andes. De tal manera que elaboraron una historia "a la europea" con informaciones proporcionadas por los mitos y relatos rituales; nada más alejado de la realidad andina.

De todo lo antes dicho, se desprende el cuidado que hay que tener a la hora de abordar el estudio de los pueblos andinos. Por eso en un intento de acercarnos a su mundo, vamos a adentrarnos en su universo mítico, tratando de extraer entre tantas capas de interpretaciones extrañas, la realidad que subyace.

De una manera muy escueta podríamos resumir la historia de los Incas, según la van detallando las crónicas, como la ascensión de un grupo étnico, entre tantos que habitaban la zona centro-sur de los Andes, que tras la caída de Tiawanacu, comienzan lentamente a adquirir poderío. Entre estos pueblos se destacaban los Aymaras de la vecindad del lago Titicaca, los Chancas de Ayacucho y los Incas del Cuzco. Los Incas, en el mito, a partir de su octavo rey Pachacuti, quien vence a los chancas en una batalla donde es auxiliado por el dios sol, comienzan un ciclo ininterrumpido de expansión, que los convierten en el poder hegemónico en los Andes. Los registros comienzan a abundar en detalles acerca de una sucesión de gobernantes. Se cuentan trece reyes, desde Manco Cápac a Atahualpa, quien cuando llega Pizarro, terminaba de concluir una larga guerra civil contra su hermano Huascar, ambos pretendientes al trono de su padre Huayna Cápac. Las crónicas llegan a clasificar a los incas en dos dinastías Urin y Hanan, transformando un sistema de organización dual, en dos dinastías, tal el modelo europeo, sin considerar el valor simbólico que grupos y personajes tenían.

Recordemos que los cronistas recogieron su información de fuentes orales, y que si bien la historia del Imperio Incaico no se prolonga más allá de un siglo, y que ese lapso todavía permite el funcionamiento de la memoria oral, aún cuando se acepte este hecho, tal memoria oral no es específicamente histórica. La tradición oral no tiene el sentido de la estricta sucesión de hechos, ni siquiera el "hecho" mismo. Nuestra concepción lineal del tiempo no es aplicable en la mentalidad andina, ellos conciben la sucesión del tiempo como ciclos. Así los españoles recogieron al menos tres ciclos míticos en el siglo XVI que utilizaron para componer una historia incaica, siguiendo sus criterios occidentales. A saber: El mito de los orígenes, que incluye el mito de los hermanos Ayar, el ciclo mítico de guerra contra los chancas, donde sobresale la figura de Pachacuti y se produce la expansión del Tawantinsuyu (2) y el ciclo de la guerra entre hermanos, así entendido por los españoles el enfrentamiento fraticida entre Huascar y Atahualpa.

SU UNIVERSO MITICO

Es preciso considerar que "el tiempo de Manco Cápac" o "el tiempo de Pachacuti" configuran categorías temporales asimilables a un tiempo primordial, sagrado e inmutable, repetible y no medible, a un tiempo indefinido y al que siempre es posible regresar mediante ritos realizados en momentos determinados. El rito permite hacer volver el tiempo o trasladarse al tiempo anterior, haciéndolo presente, porque es una imitación del acto pasado.

Tanto Manco Cápac como Pachacuti son dos arquetipos cuzqueños identificados con el cosmos o mundo ordenado por los dioses. Con Pachacuti es clara la identificación con la divinidad, el dios sol lo auxilia en su enfrentamiento con el pueblo de los chancas, transformando a las piedras en soldados y con tal auxilio vence a sus enemigos, convirtiéndose en Inca. Lo que permite explicar su papel como hijo del Sol. Así misma es notable la identificación de Pachacuti como Manco Cápac el arquetipo primordial. Es interesante notar que Pachacuti no sólo es presentado en las crónicas como un conquistador, sino también como un renovador tanto en el aspecto territorial como religioso, adquiriendo de esta manera una calidad arquetípica y un carácter sagrado.

Se atribuye a Pachacuti la reorganización del Imperio y el establecimiento de la Ciudad de Cuzco como su capital. La adoración del dios solar era predominante en la ciudad, tal es así que se erige allí el máximo santuario oficial de los incas dedicado al culto solar: el templo de Coricancha.

Cuzco era un espacio sagrado, según los mitos allí la pareja primordial y fundadora realiza por primera vez los ritos de ordenación del cosmos. El mundo sagrado incaico estaba dividido en tres zonas fundamentales:

Hanan Pachá o mundo de arriba, donde moraban los dioses celestes.

Cay Pachá o mundo de la superficie, donde moraban los hombres.

Urín Pachá o mundo del subsuelo, en que vivían los dioses relacionados con la fertilidad y los muertos.

Estos diversos mundos conformaban un todo sagrado, y entre ellos se encontraban diversos puntos de contacto. El más directo, era la propia ciudad del Cuzco. Era el centro, "el ombligo del mundo", como lo llamaban los andinos, el punto básico de comunicación entre los planos del cosmos. Según Mircea Elíade "el centro es la zona de lo sagrado por excelencia, la realidad absoluta"(Elíade, 2000, pág 26).

Si el Cuzco era el centro del mundo también lo era el Inca, el hijo del Sol, que representaba su culto. El Inca era un ser divino, un centro viviente cuya presencia en un lugar sacralizaba el mismo. Cuzco también era la residencia oficial del Inca, desde donde se administraba el poderoso imperio y el principal centro religioso, según las crónicas había sido fundado siguiendo las pautas dadas por la divinidad solar a Pachacuti.

El Imperio estaba divido en cuatro partes, cuatro suyus: Antisuyu, Collasuyu, Cuntisuyu, y Chinchaysuyu, que convergían en el centro Cuzco. Juntas formaban el Tawantinsuyu "las cuatro partes juntas", el Imperio Incaico. Al parecer esta división del Imperio en cuatro respondía al significado de este número de totalidad, plenitud, perfección.

¿EL RELATO DE UNA GUERRA RITUAL?

A la muerte del Inca Hayna Cápac, surge el problema de sucesión, que según la investigadora María Rostowroski (3), siempre era conflictivo y la mayoría de las veces sangriento. Es en este asunto cuando con mayor claridad se percibe la incomprensión de los cronistas hispanos ante los hechos que se desenvolvían ante sus ojos: la sucesión al poder y el enfrentamiento entre los dos hijos del Inca por el trono.

Si se parte del supuesto que la organización del Tawantinsuyu compusiera un dualismo en el poder – dualismo que es claramente apreciable en el ámbito de parcialidad y ayllú (4)- y que cada pueblo o cabecera tiene un curaca (jefe étnico) Hanán y otro Urín, puede pensarse en un dualismo similar para las dos mitades del propio Cuzco. Siendo la parte Hanán preeminente sobre la Urín.

Según el cronista Sarmiento de Gamboa (5), cada Inca ha nombrado un sucesor que no llega a tomar el poder. Este aspirante al trono siempre se enfrenta a un rival de su mismo nivel a quien vence. Uno de ellos es de la parcialidad Hanán y el otro Urín. Siempre vence Hanán. Podría pensarse entonces en una guerra ritual para acceder a la supremacía. La existencia de batallas rituales en los Andes está ampliamente documentada, como lo ha demostrado la etnografía. Por ejemplo el cronista Betanzos (6) informa acerca de un combate ritual entre integrantes de Hanán Cuzco y Urín Cuzco, donde debían declararse vencidos los Urín y vencedores los Hanán.

Siempre la historia ha presentado a los últimos Incas como dos hermanos enemigos, Huáscar el heredero legítimo y Atahualpa el usurpador. Cuando arriban los españoles se encuentran con el final de esta guerra civil, donde Atahualpa había salido vencedor. Cabría preguntarse si la "mala prensa" dada por los cronistas españoles sobre la persona de Atahualpa no fue otra cosa que un deliberado intento de justificar el accionar de Pizarro, quien así asumía el papel de "restaurador de la vieja monarquía cuzqueña".

Huáscar y Atahualpa evidentemente representan facciones opuestas, diferentes puestos rituales. Uno de ellos es Hanán y el otro Urín. Recordemos que Cuzco es el centro del universo, un lugar bien defendido, el camino hacia él es sumamente difícil plagado de peligros pero el hecho de alcanzarlo equivale a una iniciación, a una conquista de la inmortalidad, tanto afán vale la pena. Es un rito de paso de lo profano a lo sagrado.

Huáscar, según las crónicas, vive en el Cuzco, Atahualpa siempre es ubicado lejos de él. Sus movimientos de avance hacia ese centro, según se van detallando, no parecen lógicos sino se consideran éstos como parte de un ritual. Atahualpa representa a un héroe solar que conquista simbólicamente el mundo, es decir Cuzco. Según se percibe en el relato de los cronistas, Atahualpa adquiere una singular prestancia religiosa desde el momento en que es nombrado Inca, no vuelve a perder ninguna batalla, porque el Inca es invencible. Los dos hermanos simbolizaban la oposición de contrarios, cuya reunión estabilizaría el mundo en un tinku (7) la unión o encuentro de opuestos. Un combate ritual fertiliza la tierra y cumple situaciones que originalmente se relatan en los mitos de origen y fundación. Este ritual proyecta a esa época mítica.

Atahualpa y Huáscar simbolizarían así el combate ritual de Hanán contra Urín, en el cual el primero siempre debía ser el vencedor. En el momento de llegar los españoles, los cronistas dicen que Atahualpa se dirigía al Cuzco, el centro del mundo. Su entrada en la ciudad sagrada significaba la restauración del orden cósmico, el fin de la guerra ritual, dado que el hijo del Sol había logrado al fin la consagración. (*)

(*) Fuente: María Teresa Fuster,"Huáscar y Atahualpa: símbolos de la guerra ritual inca", editado aquí de manera original.

BIBLIOGRAFÍA Y NOTAS:
(l) Poma de Ayala , Nueva Crónica, 1615, pág. 369, 370
Eliade, Mircea, "El mito del eterno retorno", Ed Alianza, 2000
Pease, Franklin, "Los últimos Incas del Cuzco", Alianza, 1991
(2) Tawantinsuyu, nombre por el cual los incas designaban a su Imperio. "Suyus" significa partes o mitades, en este caso la reunión de cuatro partes.
(3) Rostworowski, "Etnia y sociedad..."IEP Lima.
(4) Ayllú era la unidad básica de organización andina, sus miembros estaban unidos por vínculos consanguíneos, participaban en actividades económicas, sociales y religiosas. Era el más fuerte elemento cohesión social
(5) Sarmiento de Gamboa (1572) 1947: 241, 246
(6) Betanzos (1551) 1987: 191, 192
(7) Tinku: Pelea ritual en la que combaten dos bandos opuestos. Se trata de un rito orientado a reunir las dos mitades bajo las características de una batalla. Puede definirse como el lugar de encuentro en que se unen dos elementos provenientes de dos direcciones diferentes.
(8) Elíade, Mircea, "Mito y realidad", Labor, 1992

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