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Febrero, mes de San Martín, el libertador de Indoamerica


Por Juan Carlos Raffo
Febrero es el es el mes de nuestro General San Martín. Su Nacimiento el 25 de febrero de 1778 en Yapeyú, Gobierno de las Misiones Guaraníes en el Virreinato del Río de la Plata, lo que nos compromete reflexionar doblemente y trabajar inspirados en sus designios, para lograr una Corrientes mejor. 
José Francisco de San Martín (1778-1850) fue un militar cuyas campañas fueron decisivas para las independencias de Argentina, Chile y el Perú. 

Junto con Simón Bolívar es considerado el libertador más importante de Sudamérica de la colonización española. En la Argentina se lo reconoce como el Padre de la Patria y se lo considera un héroe y prócer nacional. En el Perú, se lo reconoce como libertador de aquel país, con los títulos de «Fundador de la Libertad del Perú», «Fundador de la República» y «Generalísimo de las Armas». En Chile su ejército le reconoce el grado de Capitán General. 

Su padre, Juan de San Martín y Gómez, había nacido en la villa de Cervatos de la Cueza, en la provincia de Valencia (España), y era teniente gobernador del departamento. Sirvió como militar a la Corona española y fue el primer teniente gobernador de la Gobernación de las Misiones Guaraníes con sede en Yapeyú, creada para administrar las treinta misiones jesuíticas guaraníes, luego de que la orden fuera expulsada de América por el rey Carlos III en 1767. 

Su madre, Gregoria Matorras del Ser, también había nacido en la provincia de Valencia, España, concretamente en Paredes de Nava. Era sobrina de un gobernador de la provincia colonial del Tucumán y conquistador del Chaco. Fue la menor de cinco hermanos: María Elena, Manuel Tadeo, Juan Fermín Rafael y Justo Rufino. 

En 1781, cuando San Martín tenía tres años, la familia se trasladó de Yapeyú a Buenos Aires. Luego se mudaron a España, embarcando rumbo a Cádiz el 6 de diciembre de 1783. San Martín comenzó sus estudios en el Real Seminario de Nobles de Madrid y en la Escuela de Temporalidades de Málaga en 1786. Allí aprendió castellano, latín, francés, alemán, baile, dibujo, poética, esgrima, retórica, matemática, historia y geografía. 

En 1789, a los once años de edad, comenzó su carrera militar en el regimiento de Murcia, mientras estallaba la Revolución Francesa. Luchó en la campaña del norte de África combatiendo a los moros en Melilla y Orán. En 1797 fue ascendido a subteniente, por sus acciones en los Pirineos frente a los franceses, en 1793. En agosto de ese año su regimiento, que había participado en las batallas navales contra la flota inglesa en el Mediterráneo, se rindió. 

Durante el período que sigue luchó con el grado de capitán 2.º de infantería ligera en diferentes acciones, en la guerra de las Naranjas contra Portugal (1802) y en Gibraltar y Cádiz contra los ingleses (1804). 

En 1808 las tropas de Napoleón invadieron la Península y el rey Fernando VII fue hecho prisionero. Poco después estalló la rebelión contra el emperador y contra su hermano José Bonaparte, que había sido proclamado rey de España. Se estableció una Junta Central de Gobierno, que actuó primero en Sevilla y luego en Cádiz. San Martín fue ascendido por la Junta al cargo de ayudante 1.º del regimiento de Voluntarios de Campo Mayor. 

Distinguido por sus acciones contra los franceses, fue ascendido a capitán del regimiento de Borbón. Su principal actuación fue en la gran victoria de la batalla de Bailén, del 19 de julio de 1808, en que tuvo una actuación destacada como ayudante del general Coupigny. 

Esta victoria fue la primera derrota importante de las tropas de Napoleón, y permitió al ejército de Andalucía recuperar Madrid. En premio por su actuación, San Martín recibió el grado de teniente coronel y una condecoración con una medalla de oro. 

Continuó luchando contra los franceses en el ejército de los aliados: España, Portugal e Inglaterra. En la batalla de Albuera combatió a las órdenes del general William Carr Beresford (el mismo que dos años antes había invadido Buenos Aires ). 

En esas campañas conoció a Lord Macduff, un noble escocés que lo introdujo a las logias secretas que conspiraban para conseguir la independencia de América del Sur. Fue allí que hizo contacto por primera vez con círculos de liberales y revolucionarios, que simpatizaban con la lucha por la independencia americana. 

La primera acción militar de San Martín y su recién creado regimiento de granaderos a caballo estuvo dirigida a frenar las incursiones de los realistas en las costas del río Paraná, principal afluente del Río de la Plata y vía de comunicación estratégica para la región. 

San Martín se instaló con sus tropas en el convento de San Carlos, posta de San Lorenzo, en el sur de la provincia de Santa Fe. El 3 de febrero de 1813 y ante el desembarco de 300 españoles, se libró el Combate de San Lorenzo, casi frente al Convento, a orillas del río. 

Dado que existían aún sospechas acerca de la fidelidad a la causa independentista por parte del recién llegado San Martín, él decidió avanzar al frente de la reducida tropa de granaderos a caballo. Al estar así expuesto, su caballo fue mortalmente herido y San Martín, aprisionado bajo su cabalgadura, casi fue ultimado por un realista. Le salvó la vida un soldado raso Juan Bautista Cabral —correntino como San Martín— que antepuso su cuerpo a dos bayonetazos. San Martín le ascendió post mórtem, por lo que actualmente es conocido como el Sargento Cabral. 

Esta batalla, que por la cantidad de combatientes de ambos bandos podría parecer secundaria, permitió alejar para siempre a la flotas realistas que merodeaban por el río Paraná, saqueando las poblaciones. 

Luego de esta victoria, San Martín fue designado para hacerse cargo del Ejército del Norte, donde debió reemplazar al general Manuel Belgrano. Según la tradición, el encuentro entre los dos próceres se efectuó en la posta de Yatasto, en la provincia de Salta. Este hecho es conocido como «el abrazo de Yatasto». Desde su reciente cargo de mayor general del Ejército Auxiliar del Perú debía reorganizar un ejército deshecho por las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma. 

Al poco tiempo de encontrarse San Martín en Tucumán, llegó a la conclusión de que era imposible llegar por el camino del Alto Perú hasta Lima, que en ese momento era el centro del poder realista. Cada vez que un ejército realista descendía del altiplano hacia los valles de la provincia de Salta era derrotado, y cada vez que un ejercito patriota ingresaba en el Alto Perú, era también aniquilado. 

Fue entonces que el general concibió la idea, que luego realizaría con éxito, de cruzar la Cordillera de los Andes y atacar la ciudad de Lima desde el mar. Para mantener segura la frontera del norte, pensaba San Martín, bastaban las tropas irregulares salteñas al mando del general Martín Miguel de Güemes, a quien encargó la defensa de la frontera norte y comenzó a preparar una futura estrategia militar. 

Dejó brevemente el mando del ejército al general Francisco Fernández de la Cruz, retirándose a Saldán (provincia de Córdoba), para reponerse de una úlcera estomacal. Allí mantendría conversaciones con su amigo Tomás Guido, en las que lo convencería de la necesidad de independizar la región desde Chile. 

En 1814 el Director Supremo Gervasio Antonio de Posadas lo nombró gobernador de Cuyo, con sede en Mendoza. Para entonces, su plan ya estaba terminado y aprobado, y a partir de ese momento San Martín comenzó los preparativos para la campaña al Perú. 

Al poco tiempo de asumir, llegó allí el coronel Juan Gregorio de Las Heras, que había comandado fuerzas argentinas en Chile, y que se había retirado por las desinteligencias de los patriotas. Lo envió de regreso, para intentar ayudar a los patriotas chilenos contra la ofensiva realista, pero éste llegó poco después del desastre de Rancagua, en el que se perdió la independencia chilena. Sólo alcanzó a proteger el cruce hacia Mendoza de miles de refugiados chilenos. 

Los chilenos venían divididos en dos bandos irreconciliables, los conservadores bajo el mando de Bernardo O’Higgins (pronunciado ojíguins), y los liberales bajo el de José Miguel Carrera.[5] San Martín decidió que debía tomar partido rápidamente, y se decidió por O’Higgins. Carrera fue arrestado y luego expulsado de Mendoza. 

El plan de San Martín había sido pensado para ser llevado a cabo desde un Chile patriota; con la caída de este país en manos enemigas, el plan parecía destinado a ser desechado. Pero San Martín tomó la decisión de seguir adelante; sólo que primero tendría que liberar Chile. 

El 23 de agosto de 1816 nació en Mendoza su única hija, Mercedes Tomasa, quien lo acompañaría en el exilio. 

A pesar de la oposición del nuevo director supremo, Carlos María de Alvear, a quien había conocido en Cádiz y que lo había acompañado hasta entonces, se dedicó a organizar el Ejército de los Andes. Reunió en un solo ejército a los refugiados chilenos, a las milicias locales de Cuyo, gran cantidad de voluntarios de su provincia, y varios oficiales del Ejército del Norte. También pidió y obtuvo que los batallones del Regimiento de Granaderos a Caballo, desperdigados en varios destinos, le fueran enviados a Cuyo. 

Como el director Alvear intentara someterlo a su autoridad, le envió su renuncia. Alvear envió a reemplazarlo al coronel Gregorio Perdriel, pero los mendocinos lo rechazaron airadamente. De modo que San Martín fue confirmado como gobernador por elección popular. 

El 20 de mayo de 1816, Tomás Guido presentaría un documento, su célebre Memoria, a Juan Martín de Pueyrredón (director supremo de aquel entonces), en el que exponía con detalles el plan. Pueyrredón aprobaría y mandaría a ejecutar dicho plan. Cuando se formó el Congreso de Tucumán, presionó a los diputados cuyanos para declarar la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, objetivo conseguido el 9 de julio de 1816. 

Para financiar su campaña, además de los cuantiosos aportes de Pueyrredón, obligó a pagar «contribuciones obligatorias» a todos los comerciantes y hacendados. A cambio se les extendía un vale, para cobrarlo «cuando las circunstancias lo permitan». En cambio, tuvo muy pocos miramientos para confiscar los bienes de todos los españoles que no se destacaran en la ayuda a la causa de la Independencia. 

Formó un gran campamento militar en El Plumerillo, en el noroeste de Mendoza, donde actualmente se encuentra el aeropuerto de la ciudad. Allí formó a sus soldados y oficiales, fabricó armas (sables, fusiles, cañones, municiones y pólvora) y uniformes. Tuvo que ocuparse de engordar mulas y caballos, y fabricar y colocarles herraduras. El jefe de sus talleres, fray Luis Beltrán, inventó un sistema de poleas para pasar los precipicios con los cañones y otro de puentes colgantes, ambos transportables. La sanidad del ejército estaba en manos del cirujano inglés James Paroissien. El coronel Álvarez Condarco se encargó de realizar los planos de los distintos cruces de la Cordillera de los Andes. 

Antes de iniciar la marcha, reunió a los caciques mapuches y les pidió permiso para invadir Chile a través de sus tierras. Alguno de estos caciques le hizo confidencias de esto al gobernador realista en Chile, Casimiro Marcó del Pont, por lo que éste creyó que el grueso del ataque sería por el sur, lo que le llevó a dividir sus fuerzas. 

Contrariamente a lo pretendido por Pueyrredón y sus partidarios, entró en correspondencia con José Gervasio Artigas y dedicó el esfuerzo bélico a las campañas emancipadoras en Chile y en Perú. Por este motivo los unitarios, en particular Bernardino Rivadavia, llegaron a acusarle de «traidor». 

El 12 de enero de 1817 se inició el Cruce de los Andes en dirección a Chile. El Ejército de los Andes fue uno de los dos grandes cuerpos militares que la provincia de Cuyo desplegó en la Guerra de Independencia Hispanoamericana; contó inicialmente con 4.000 hombres y 1.200 milicianos de tropa de auxilio para conducción de víveres y municiones. 

El Ejército se dividió en seis columnas: cuatro secundarias, cuyo objetivo era distraer a las fuerzas enemigas y provocar movimientos favorables a la Revolución en zonas alejadas de la capital, Santiago de Chile, entre ellas la dirigida por Ramón Freire hacia Chillán, que llegó unos días antes que las demás y convenció al gobernador realista que el ataque principal sería por el sur. 

Las dos columnas principales, que concentraban el grueso del Ejército, eran comandadas por el capitán general San Martín. Para acometer contra las tropas realistas asentadas en el actual territorio chileno, la primera debía atravesar la Cordillera por el paso de Los Patos, al mando del general O’Higgins. La segunda columna estaba bajo el mando del general Las Heras, y debía marchar por el paso de Uspallata (actual Paso de la Cumbre), conduciendo todo el parque y la artillería, cuyo transporte era considerado imposible por el camino más escabroso de Los Patos. 

Las dos debían reunirse en el valle del Aconcagua, mientras que efectivos menores dispersaban las fuerzas enemigas, induciéndolas a engaño respecto del avance de la agrupación principal. 

Las dos columnas principales estaban formadas por 3.500 soldados, cien baqueanos, mil caballos, diez mil mulas (de las que llegaron cuatro mil), treinta cañones, casi un millón de cartuchos de fusil, varias toneladas de pólvora, y alimento para todos los hombres y animales para un mes de marcha. 

El cruce fue verdaderamente épico: no sólo cruzaron una de las cadenas montañosas más altas del mundo (Las Heras registró que cruzó el paso de la Cumbre, de 3.500 metros, ¡a las tres de la mañana!), sino que lo hicieron por un desierto que en parte no tenía siquiera agua. El único medio día de descanso que tuvieron fue durante una tormenta de granizo que los obligó a detenerse. 

Varias pequeñas batallas jalonaron el avance: Potrerillos, Achupallas y Las Coimas. 

Vuelto a Mendoza en enero de 1823, pidió autorización para regresar a Buenos Aires y reencontrarse con su esposa que estaba gravemente enferma. Bernardino Rivadavia, ministro de gobierno del gobernador Martín Rodríguez, se lo negó argumentando que no sería seguro para San Martín volver a la ciudad. Su apoyo a los caudillos del Interior y la desobediencia a una orden que había recibido del gobierno de reprimir a los federales, le valió que los unitarios quisieran someterlo a juicio.[11] 

No obstante, como la salud de su esposa empeoraba, decidió viajar a Buenos Aires, donde a su llegada ya ella había fallecido, el 3 de agosto de 1823. La lápida de su sepultura, que aún puede leerse en el Cementerio de la Recoleta, reza: «Aquí yace Remedios de Escalada, esposa y amiga del general San Martín». 

Al llegar a Buenos Aires se le acusó de haberse convertido en un conspirador. Desalentado por las luchas internas entre unitarios y federales decidió marcharse del país con su hija, quien había estado al cuidado de su abuela. El 10 de febrero de 1824 partió hacia el puerto de El Havre (Francia). Tenía 45 años y era generalísimo del Perú, capitán general de la República de Chile y general de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Luego de un breve período en Escocia, se instalaron en Bruselas y poco después en París. Su única obsesión era la educación de su hija Mercedes. En 1825 redactó las Máximas para Merceditas, donde sintetizaba sus ideales educativos. 

Ofreció sus servicios a las autoridades argentinas con motivo de la guerra con Brasil, sólo después de la renuncia de su despreciado enemigo Rivadavia a la presidencia; pero la guerra ya había prácticamente terminado. 

En marzo de 1829 intentó regresar a Buenos Aires, aunque no llegó a desembarcar: al saber que había vuelto a estallar la guerra civil, permaneció a bordo de incógnito, aunque fue descubierto. El general Juan Lavalle, antiguo subordinado suyo, había derrocado y fusilado al gobernador Manuel Dorrego, pero ante la imposibilidad de vencer en la contienda, le ofreció la gobernación de la provincia de Buenos Aires. San Martín juzgó que la situación a que había llevado el enfrentamiento sólo se resolvería por la destrucción de uno de los dos partidos.[12] Entonces respondió a Lavalle que «el general San Martín jamás desenvainará su espada para combatir a sus paisanos». Luego se trasladó a Montevideo, donde permaneció tres meses, para finalmente volver a Europa. 

Durante los años en que duró su exilio, San Martín mantuvo contacto con sus amigos en Buenos Aires, tratando de interiorizarse de lo que sucedía en su país. En 1831 se radicó en Francia, en una finca de campo cercana a París. Por esos años tiene lugar su afortunado encuentro con su ex compañero de armas, Alejandro Aguado, marqués de las Marismas, quien, convertido en un exitoso banquero, designó a San Martín tutor de sus menores hijos, con una generosa paga. Tres años más tarde y gracias al dinero ahorrado trabajando con su amigo y a la venta de las fincas con que lo habían premiado el gobierno de Mendoza y el de Perú, San Martín se mudó a una casa que compró en Grand Bourg. 

Recibió la visita de varios personajes argentinos, en general jóvenes románticos y liberales, exiliados de su país, como Juan Bautista Alberdi (en 1843) y Domingo Faustino Sarmiento (entre 1845 y 1848), que viajó a Europa por encargo del gobierno de Chile y se encontró con San Martín en Grand Bourg en varias oportunidades. Hasta sus últimos años mantuvo correspondencia con su gran amigo Tomás Guido, quien le mantenía informado sobre la situación política en Argentina y América. 

Fechó su testamento ológrafo en París el 23 de enero de 1844, dejando como única heredera a su hija Mercedes de San Martín, casada con Mariano Balcarce (quien se desempeñaba como embajador argentino en París). Entre sus claúsulas establecía: 

En 1861 sus restos fueron trasladados a la bóveda de la familia González Balcarce, ubicada en el cementerio de Brunoy (Francia). 

Posteriormente hubo varios intentos de repatriarlos. Durante la presidencia de Nicolás Avellaneda se creó la «Comisión encargada de la repatriación de los restos del Libertador», hecho que finalmente se produjo el 28 de mayo de 1880. 

Una teoría sostiene que la Iglesia Católica se habría opuesto a que se depositaran sus restos en la Catedral de la ciudad de Buenos Aires, frente a la Plaza de Mayo, que es donde descansan actualmente. Según la versión, la Iglesia Católica, apoyándose en los cánones apostólicos romanos y en virtud de la supuesta filiación masónica del general San Martín no podría consentir la petición, pues la Iglesia sancionaba la pertenencia a la masonería con la excomunión. Por este motivo no podría ser alojado en un templo consagrado.[15] Tras largas negociaciones se habría alcanzado un acuerdo, en virtud del cual el féretro descansa actualmente en un mausoleo fuera de la planta principal de la catedral, e inclinado con su cabeza hacia abajo. Se cree que esta posición es un símbolo de la supuesta condena infernal a la que —según la iglesia— estarían expuestos los masones. Esta teoría ha sido negada por importantes autoridades sobre el tema, tal es el caso de Jorge Estol, presidente del Instituto Sanmartiniano, que al respecto de la inclinación que presenta el cajón ha dicho que: «El espacio fue construido con menor espacio al que correspondía y cuando llegó el ataúd desde Francia, que tenía doble cobertura, no pudo ser acostado totalmente por un simple error de cálculo». Esto explica la posición inclinada, pero no explica por qué se colocaron los pies de San Martín hacia arriba, y la cabeza hacia abajo. 

Reconocido como libertador de tres naciones, los americanos recuerdan de él, lo que está escrito en su tumba: «Triunfó en San Lorenzo, afirmó la Independencia Argentina, pasó los Andes, llevó su bandera emancipadora a Chile, al Perú y al Ecuador». 

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