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LAS VIRTUDES DEL MASÓN


«Al que es amigo, jamás/ lo dejen en la estacada,
pero no le pidan nada/ ni lo aguarden todo de él
Siempre el amigo más fiel/ es una conducta honrada».
«Martín Fierro» de José Hernández, masón argentino.

Q.·.H.·. José Luis Carrasco Barolo.
M.·.M.·.
F.·.C.·.R.·.L.·.S.·. Luis Heysen Incháustegui N° 3.

Escribir sobre el carácter moral de la conducta del masón puede resultar una verdad de Perogrullo, en atención a que desde que nos iniciamos se nos ha dicho que el masón es la expresión máxima del virtuosismo, más aún si nos presentamos ante el mundo como «hombres y mujeres libres y de buenas costumbres». La libertad de la que hablamos es tal, en cuanto ella misma es libre para controlarse. Tanto en la falta de oxígeno como en la situación que éste excede los límites adecuados, la consecuencia es la misma: la muerte, ya sea por asfixia o por sofocación, por falta de aire o por demasía de él. Por eso a la virtud la podemos comprender como la armoniosa relación entre el sujeto y su realidad, según los parámetros voluntariamente reconocidos por éste, los que le provocan una paz interior conocida como sentimiento de libertad. Este es el producto de la virtud: el masón debe sentirse un hombre y mujer libre porque vive en armonía con su entorno, fruto de su paz interior.

En el presente trazado me he de referir a las primeras 4 virtudes mencionadas en el ritual del grado de aprendiz, dentro del rito de York y que es el seguido por la Gran Logia Constitucional de los Antiguos, Libres y Aceptados Masones de la República del Perú. Me refiero, a las llamadas virtudes cardinales o humanas[1]: la prudencia, la templanza, la fortaleza y la justicia.

Recordemos lo que el ritual nos enseña en el «cargo»: «Como individuo, os recomiendo la práctica de todas las virtudes domésticas y públicas. Quiera la prudencia aconsejaros, la templanza haceros casto, la fortaleza ayudaros y la justicia ser guía de vuestras acciones».

La Prudencia como consejera. Si el hombre es libre, lo es también para saber reconocer los momentos en que dicha libertad puede dejar de serlo: ora cuando fuerzas extrañas a sí mismo lo tratan de sojuzgar; ora cuando las fuerzas son internas a sí mismo y lo tratan de dominar. Esa línea tan delgada que existe entre la lucha concreta por la libertad y la seguridad personal, puede ser eliminada o traspasada fácilmente, si el hombre libre y de buenas costumbres, tal como se reconoce un masón, no actúa midiendo sus potencias, sus limitaciones y las consecuencias de su conducta. No somos islas alejadas del continente o boyas que se mueven de un lado a otro en la mar, al parecer, sin ningún objetivo o sentido.

El hombre es libre y por lo tanto consciente de las fuerzas externas e internas que le influyen. El hombre libre debe de caminar con cuidado, pues pueden existir personas que le quieran limitar con exigencias y controles absurdos o abusivos, pero debe cuidarse mucho más de las exigencias y controles que provienen de su propio corazón y que escondidos tras la apariencia de un bien, se nos presentan falsamente inocuas.

San Ignacio de Loyola decía, curiosamente, algo parecido, en la segunda de sus «Reglas para en alguna manera sentir y cognoscer las varias mociones que en la ánima se causan»; el señalaba que es propio del «mal espíritu» el «morder, tristar [entristecer] y poner impedimentos inquietando con falsas razones, para que no pase adelante; y proprio(sic) del bueno dar ánimo y fuerzas, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos [los] impedimentos, para que en el bien obrar proceda adelante»[2]. La prudencia no es miedo ni inseguridad, sino conciencia de nuestras flaquezas y de nuestras potencias, para así alcanzar la paz y la armonía en nuestros conductas y hacia los demás.

La Templanza para ser castos. La noción de castidad no solo se refiere a cuestiones sexuales. Mal haríamos reduciéndola de esa manera, pues minimizaríamos el contenido de la templanza o temperancia y por lo tanto le negaríamos efectos. La templanza de la que hablamos tiene que ver con el control de nuestras emociones y de nuestras pasiones, aquéllas que son generadas por nuestras sensaciones físicas y espirituales[3]. De las primeras, considero que sería un exceso realizar algún comentario, pues creo que todos tenemos ejemplos que dar. Pero, en cuanto a las segundas, las espirituales, quisiera que se me permita ahondar con mis disquisiciones. Las sensaciones espirituales son aquellas situaciones en donde nuestra alma si bien se llena de regocijo, éste es falso y mentiroso, ya que son placeres aparentes. Como cuando nos sentimos orgullosos por el logro de nuestros hijos y escondemos detrás de dicha sensación la autoalabanza a nuestro ego, ya que si nuestros hijos han alcanzado algún triunfo es por su propio esfuerzo, en donde nuestra ayuda solo es un granito de arena que es bañado por el mar de la realización de nuestros descendientes.

Debemos recordar que nuestra piedra solo la pulimos nosotros, aunque podamos recibir alguna que otra ayuda. El mazo y el cincel con el que nivelamos nuestra conciencia y proyectamos nuestra conducta sólo lo pueden usar nuestras manos y no más, es decir, las de cada uno. Como se expresaba Marco Aurelio: «Esto es ser afortunado, asignarse uno mismo su buena fortuna. Buena fortuna, …buenas inclinaciones del alma, …buenos impulsos, …buenas acciones»[4]. En nuestra vida, buscar la templanza nos exige tomar conciencia de la existencia de placeres espirituales falsos, o al menos aparentes, que esconden tras de ellos reales sensaciones que nuevamente nos hacen esclavos de nuestras pasiones, piedras inservibles para nuestro templo espiritual.

Para ver la falsedad del orgullo por el hecho del triunfo de nuestros hijos, pongamos la frase en la que considero que es su verdadera expresión: “Estoy orgulloso de mis hijos pues triunfaron por mi ayuda”. El valor del triunfo de nuestros hijos, ¿está en su logro y esfuerzo personal o en nuestra ayuda? Es decir, sin nuestra ayuda ¿nuestros hijos no habrían logrado el triunfo? ¿Por qué no podemos reconocer simplemente el mérito de nuestros hijos y sentirnos honrados de haberlos apoyado, en vez de sentirnos orgullosos por algo que no es resultado directo y especial de nuestra conducta? La templanza nos debe servir para enseñarnos un camino de castidad, libre de falsas sensaciones, con moderación y sobriedad, que nos ayude a la construcción de nuestros templos.

Debemos saber valorar el crecimiento que los demás han logrado, aunque mucha de nuestra ayuda esté incluida, pues al final de todo, no hemos sido nosotros quienes lo hicimos. La templanza también significa no ser mezquinos.

La Fortaleza como ayuda. Hermes Trismegisto le señala a su hijo Tat: «Pero si quieres nacer de nuevo, debes purificarte de los tormentos irracionales de la materia.

Tat. ¿Cómo, padre, tengo torturadores dentro de mí?

Hermes. Sí, hijo mío, y no pocos; son terribles, y son muchos.

Tat. No los conozco, padre.

Hermes. Esta Ignorancia misma, hijo mío, es uno de los tormentos. El segundo es el Pesar; el tercero es la Incontinencia; el cuarto es el Deseo; el quinto es la Injusticia; el sexto es la Codicia; el séptimo es el Engaño; el octavo es la Envidia; el noveno es el Fraude; el décimo es la Ira; el undécimo es la Impetuosidad; el duodécimo es el Vicio. Son el número de doce; y bajo ellos hay también muchos otros, hijo mío; y por medio de los sentidos fuerzan al hombre que se halla atado en la prisión del cuerpo a padecer lo que infligen. Pero cuando Dios ha tenido misericordia con un hombre, se marchan juntos de él, uno y todos; y entonces se edifica la razón en él. Tal es el Renacimiento»[5].

La fortaleza de la que hablamos no es la física, que en mucho ayuda, sino la espiritual, aquella basada en la razón. «Yaveh es mi fortaleza y a Él le canto salmos; fue para mí la salvación»[6], nos dice nuestro volumen de la ley. Y también que « en el alma maliciosa no entrará la sabiduría, ni morará en cuerpo esclavo del pecado/ Porque el Espíritu Santo de la disciplina huye del engaño y se aleja de los pensamientos insensatos, y al sobrevivir la iniquidad queda confundido»[7]. Y esto es así porque el Supremo Creador: «Da la sabiduría a quien quiere, y todo el que ha obtenido la sabiduría ha obtenido un bien inmenso; pero sólo los hombres dotados de sentido piensan en ello»[8]. Es la razón la que nos da la fortaleza para enfrentar a nuestros ídolos, a nuestras pasiones, a nuestras debilidades y sacar de nuestras flaquezas la fuerza de libertad para nuestra alma; es la verdadera sabiduría y no el conocimiento aparente, la que nos abre el camino hacia la luz. Es la fuerza que nos ayuda a edificar y establecer nuestro templo espiritual. Nuestra piedra no solo debe ser pulida, sino fuerte. Y solo pensando es que tomamos conciencia que somos libres.

La Justicia como guía de nuestras acciones. El Libro de Mormón nos dice: «Y los justos no tendrán por qué temer, pues no son ellos los que serán confundidos, sino el reino del demonio que será edificado entre los hijos de los hombres, y que está establecido entre aquéllos que están en la carne»[9]. Lo que quiere decir, que son los que se dejan dominar por sus pasiones e impulsos (estar en la carne), además de ser confundidos, los que no son considerados justos, ya que «el espíritu vive por la justicia»[10].

El actuar justo se manifiesta en una conducta recta, construyendo la armonía en sus relaciones interpersonales, trascendiendo a los demás aquélla paz interior que poseen gracias a las otras virtudes. Somos luz que debemos iluminar al mundo, que durante mucho tiempo sigue en tinieblas. «No juzgues ligeramente las acciones de los hombres; no reproches ni menos alabes; antes procura sondear bien los corazones para apreciar sus obras», nos enseña el Código Moral Masónico. Esto significa que el masón debe luchar en contra de toda situación en la que la justicia no impere; es nuestra obligación luchar contra la tiranía que quiere sojuzgar a los pueblos, pero, principalmente, luchar contra la tiranía que quiere dominar nuestros corazones: la de nuestra voluntad viciada por la falta de virtud, esclavizada por nuestras pasiones y sensaciones. Como se puede entender de la cita del Libro de Mormón, el que es justo no debe temer, ya que siendo justo, un hombre será en su vida prudente, templado y fuerte, es decir: libre por la Razón.

El hombre y mujer justos no pueden estar impávidos frente al atropello y a las injurias humanas. De esa manera, el Masón no sólo es luz que debe iluminar al mundo, sino un verdadero «hijo de la luz»[11], «chispa divina» que ha surgido para encender la mecha de la verdad y de la armonía entre todos los hombres. No olvidéis, que la luz que solo brilla pero no ilumina, no sirve de nada, siendo mejor que se le deseche por superflua.

Ojala que al final de nuestras vidas podamos sostener que no hemos trabajado en vano y gastado nuestras fuerzas inútilmente, sino que como hombres y mujeres libres y gracias a nuestra razón, lleguemos a ser conscientes de haber entregado nuestra vida «por la paz y por nuestra mutua edificación»[12], y que cada uno pueda gritar al mundo que soy masón:

«Porque soy hombre libre y de buenas costumbres,

porque me subyuga el amor,

porque me ensimisma la belleza,

porque me emociona la libertad,

porque voy detrás de la justicia

y anhelo la felicidad de la Humanidad»[13].

Esta es mi fe en los ideales de la masonería, la que sustenta mi esperanza y deseo de alcanzarlos y me mueve a edificar mi templo desde los cimientos de la caridad, por amor a todos los seres humanos. ¡Soy masón porque mis hermanos me reconocen como tal, pero por sobre todo, porque me siento capaz de serlo y he decidido libremente intentarlo!

Y vos, hermano mío ¿qué deseas?


[1] Se les denomina «cardinales» porque son las más importantes, alrededor de las que giran todas las otras virtudes humanas (Catecismo católico, n° 1805).

[2] Loyola, Ignacio de, san; Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Texto autógrafo. He respetado la grafía original.

[3] Jolivet, Régis. Vocabulario de Filosofía.

[4] Marco Aurelio (Marcus Annius Verus); Meditaciones.

[5] Hermes Trismegisto; Corpus Hermeticum y otros textos apócrifos.

[6] La Biblia. Libro de los Salmos. 118(117), 14.

[7] La Biblia. Libro de la Sabiduría. 1, 4-5

[8] El Corán. Sura II. N° 272.

[9] El Libro de Mormón. Primer Libro de Nefi. Capítulo 22,22; Pablo, San. Carta a los romanos. 8,5.

[10] Pablo, San. Carta a los romanos. 8, 8-10.

[11] Pablo, San. Primera Carta a los tesalonicenses. 5, 5; Carta a los efesios. 5,8.

[12] Pablo, San. Carta a los romanos. 14, 13-19.

[13] Umbert Santos, Luis; ¿Por qué soy masón?

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