Escribe el Prof. Dr. Antonio LAS HERAS
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En estos tiempos hemos escuchado en boca de autoridades masónicas la afirmación de que en dicha Orden Iniciática no hay secretos; que se trata de una institución discreta pero no secreta y que, en todo caso, el único secretismo que existe es en lo que hace a los toques, señales y signos con que se identifican sus miembros para reconocer el grado que ostentan.
Tales dichos merecen analizarse con atención.
Lo primero que hay que recordar es que la Masonería, durante siglos, fue una organización secreta. Tanto que, por lo usual, esposa e hijos ignoraban la condición de Hermano del padre de familia hasta, incluso, después de su fallecimiento. ¿Es que – acaso – este hermetismo era sólo un acto gracioso? La respuesta categórica y contundente es un terminante no.
A poco que recorramos la historia advertimos las razones fundadas por las que, no sólo la Masonería, sino todas las órdenes iniciáticas optaron por el secreto. Es que se trataba de reales sitios de encuentro de personas dispuestas a modificar el mundo. Tanto es así que – desde tiempos remotos – déspotas, tiranos y dictadores persiguieron a sus miembros. Así lo hicieron – por limitarnos sólo al Siglo XX – Adolfo Hitler, Stalin, Benito Mussolini y Francisco Franco. Pero, claro, estas persecuciones vienen de muchísimo antes.
Un simple recorrido a vuelo de pájaro de nuestra historia del Siglo XIX nos enseña la vida difícil y exigente que tuvieron los masones que hicieron la patria. Desde Mariano Moreno pasando por José de San Martín, Manuel Belgrano, Justo José de Urquiza y Domingo Faustino Sarmiento; por sólo señalar unos pocos.
Los masones aprendieron que el secreto y el silencio es inherente a la condición de Iniciado. Quien atravesó – de espíritu, mente y cuerpo (y no sólo de cuerpo) los rituales de ingreso a la Orden (ceremonia llamada “Iniciación”) y los consiguientes de aumento de grado, conoce que la finalidad de su vida es transformarse a diario en mejor persona – en lo que hace a lo individual – para producir transformaciones en el tejido social que coadyuven a la obtención de una sociedad donde cada vez más imperen la Justicia y la Libertad.
Por eso los Iniciados sostienen que no son personas activas sino proactivas; constructores (la palabra “masón” significa “constructor”) de una vida única y diferente; fuera de lo normal pues “normal” implica repetición, falta de creatividad. Esa es la construcción interna a la que el Masón aspira pero no con un fin egoísta, sino para llevar sus progresos y hacer partícipe a la comunidad toda.
Es entendible que un grupo de personas trabajando su inteligencia, desarrollando sus aspectos espirituales, dispuestos al esfuerzo de aprender cada día más, de buscar nuevas perspectivas y llevarlas a los demás haya sido mal visto por aquellos que quieren que nada cambie y que todo se ajuste a los deseos de un pensamiento único.
Puede decirse que, por definición, un verdadero Masón es alguien políticamente incorrecto.
Con el tiempo algunas ordenes masónicas fueron institucionalizándose en forma pública y acorde a la legislación de cada país. No por ello dejaron de guardar importantes secretos. A tal punto que muchos de esos secretos ni siquiera eran conocidos por la gran mayoría de los Hermanos que las integraban. Surgieron las llamadas “logias encubiertas” formadas por miembros que nunca figuraron en la papelería administrativa de la parte legalmente organizada. No llenaban “solicitudes de admisión a la orden”.
Dichas “logias a cubierto” funcionaban con conocimiento y autorización del Gran Maestre y de algunos otros – pocos – miembros de importancia de la Orden. Se reunían en la casa de alguno de sus integrantes en días y horarios sólo conocidos por ellos. No se labraban actas ni quedaba constancia escrita alguna de su existencia. Desde ya conviene decir que las “logias lautarinas” fundadas y propulsadas por el Gran Iniciado José de San Martín trabajaron de esta forma.
Si en la actualidad hay grupos masónicos que – según los dichos de sus autoridades – han dejado de cultivar el secretismo – con lo que ello conlleva según hemos señalado – implica que se transformaron en instituciones políticamente correctas aunque incapaces de producir transformaciones espirituales e intelectuales en sus integrantes y, por lo tanto, mucho menos de llevar nuevos paradigmas útiles a la comunidad.
En ese sentido, tales organizaciones – aunque sigan utilizando el rótulo de Masonería – son sólo una más de las tantas asociaciones civiles con que cuenta una nación. Empero sólo ha quedado la cáscara habiéndose vaciado el contenido.
Cabe sí decir que cuando una orden iniciática comienza a tener cada vez más estado público (acción exotérica) es por que cada vez es menor su trabajo interior (esotérico) y va siendo reemplazada por otras entidades donde cultivando el secreto y el silencio empiezan a generarse los necesarios caldos de cultivo que llevan a la preparación de los nuevos tiempos. Esto es así por que las ordenes iniciáticas no actúan institucionalmente en la sociedad sino que lo hacen a través de las personas que una vez desarrolladas en sus potencialidades merced al trabajo en templos y logias, salen al mundo exterior munidos de sus nuevos conocimientos y saberes para volcarlos en bien de los demás.
Un grupo masónico que no cultive secretos es como un club de futbol donde ya ninguno juegue a la pelota.
NOTA: Antonio LAS HERAS es autor de SOCIEDADES SECRETAS: MASONERIA, TEMPLARIOS, ROSACRUCES Y OTRAS ORDENES INICIATICAS (Colección Anima Mundi, Editorial Albatros, Buenos Aires) obra ganadora de la Faja Nacional de Honor en el Género Ensayo otorgada por la Sociedad Argentina de Escritores (SADE); de JESUS DE NAZARETH, LA BIOGRAFIA PROHIBIDA (Ediciones Nowtilus, Madrid) y de MANUAL DE PSICOLOGIA JUNGUIANA (Editorial Trama, Buenos Aires) entre muchos otros libros de ensayos.