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Don Nicho Martínez Sanz un español arraigado en Nicaragua, explorador, masón y otras yerbas

Dionisio Martínez Sanz, español renacido en Nicaragua. Exploró volcanes, ríos y montañas de nuestro país. Imagen: Caballero en buey, junto al río Siquia.

Jorge Eduardo Arellano

En Serón de Soria, España, nació el 20 de octubre de 1879 Dionisio Martínez Sanz. No se conoce nada de su vida en Castilla la vieja, excepto que su familia (Inocencio y Florentina se llamaron su padre y madre, respectivamente) logró redimirlo del servicio militar activo pagando al Estado español mil quinientas pesetas oro. Tenía entonces 19 años y, antes de cumplir los 20, el Comandante en Jefe del V Cuerpo de Ejército y Capitán General de Aragón, de apellido Ahumada, le extendió pasaporte el 14 de diciembre de 1898. Así pudo emigrar de inmediato a América, concretamente a Nicaragua, imitando a su hermano Nicasio, que se le había adelantado.

Aquí, viviendo algo más de setenta años, formó ejemplar hogar, a partir del 14 de octubre de 1910, con Rebeca Rodríguez Mayorga, de Jinotepe; al fallecer ésta en los años 40, contraería segundas nupcias con su hermana Ana. Dejó con ambas honorable y numerosa descendencia. Uno de sus nietos, el abogado Juan José Icaza Martínez, es mi amigo.

Gran explorador de nuestra tierra
Don Nicho —como se conocía en el vecindario de la Managua preterremoto del 72— siempre fue ciudadano español, pero amó a Nicaragua más que muchos nicaragüenses; amor que manifestara en un reconocimiento de toda su geografía. Por eso, al llegar a los noventa, escribiría: “Esta bendita tierra la he recorrido de Norte a Sur y del Este al Oeste, unas veces por necesidad, otras por negocio y la mayor por placer; y en este constante andar, siempre descansé conversando con gente de nuestros campos y bebiendo —con alguna frecuencia— en jícara sabanera”.

De ahí que haya conocido a fondo nuestro mundo rural e identificado, entre las herencias hispanas, dos: el horreo (construcción rústica de madera y techo de paja para preservar los granos y otros productos agrícolas de la humedad y las alimañas) y el tapial (para cercar propiedades). Al primero lo halló en Jalapa, en el mes de abril, pleno de maíz; y al segundo, en Mozonte, cercando el cementerio. Esto fue comprobado por don Nicho cuando viajó a Nueva Segovia en 1945. Otros recorridos hizo por casi todo el país, y hasta llegó a utilizar como nadie la vía aérea a la Costa Atlántica, donde observó a las mujeres miskitas de esbeltos cuerpos, trabajadoras y querendonas.

Caballero en buey
Tal lo revela en el primero de los tres libros que publicó: Ríos de oro, torrentes de lava (Managua, Tipografía Heurberger, 1951, volumen de crónicas —escritas entre abril de 1921 y abril de 1950— de 417 páginas, decorosamente impreso para la época y con más de 40 fotografías). Misceláneo, su contenido abarca desde la anécdota pimentosa de artistas y diplomáticos, hasta las crónicas de atrevidos viajes a selvas y excursiones temerarias a volcanes, en lucha con la naturaleza exuberante, para arrancarle sus secretos. De hecho, fue uno de los grandes exploradores que tuvo Nicaragua en la primera mitad del siglo XX. Pero ya se ha olvidado.

A raíz de la aparición de Ríos de oro, torrentes de lava, Juan Ramón Avilés escribió en el diario La Noticia: “En la carátula del libro nuestra tierra habla por la boca infernal del Cerro Negro, fotografía captada por el señor Martínez Sanz en su visita a ese volcán, mal vecino del Momotombo”. Entonces —hablo de 1947— acababa de hacer erupción. Y añade: “El libro suma casi cien capítulos, cada uno de los cuales tiene el valor de lo realmente vivido, es decir, son historias y no cuentos de camino. De ello da incontrastable prueba una fotografía en la que Martínez Sanz aparece, caballero en un buey, en un islote duro de los pantanos de Chontales, rumbo a la cabecera del río Siquia”. Realmente, es admirable verlo —septuagenario— montado sobre el único animal que mejor se defiende en los lodazales. ¡Nunca se atasca!

Administrador de capitales
En el recuento de su vida, ya nonagenario, don Nicho afirmó que sólo tuvo una sociedad: con su segunda esposa. Halagüeñas propuestas le hicieron para tomar parte en grandes empresas, pero siempre fue reacio a ellas. Gustándole dar consejos, se jactaba de haber tenido buena mano. Fuertes capitales administró. El de la familia Caligaris fue el principal de ellos. “Treinta años fuimos inseparables con don Ángel, su dueño —consignó en 1969—, hasta que murió, y sin ser socios, únicamente empleado de primera categoría y consejero, las llaves de sus cajas siempre estuvieron en mis bolsillos”.

Prueba documental de su acertada administración fue el párrafo del testamento de don Ángel Caligaris en que ruega a don Nicho continuar manejando sus haciendas de café y vigilar sus otras propiedades, incluyendo el trillo “La Managua”, con el sobresueldo que le asignase el otro albacea señor Manuel Navarro (don Nicho era el primero) que no debía ser inferior a doscientos córdobas. Y especifica el italiano Caligaris: “Don Dionisio no deberá hacer caso de críticas, habladurías y contrariedades que pudiera eventualmente haber sobre su actuación y aún sobre su nombramiento; pues debe sentirse siempre sostenido y apoyado por la confianza absoluta e ilimitada que he depositado en él, y ruego a mis herederos y legatarios no poner estorbos, obstáculos, trabas e impedimentos a la administración del señor Martínez Sanz, ni a la del señor Navarro”.

Caligaris falleció, al mes de haber dictado su testamento, en Nueva Orleáns; o sea el 29 de marzo de 1934. Tras cinco años de administración pacífica, los albaceas —don Nicho y Navarro— entregaron a los herederos y legatarios el capital completamente solvente y repartido, según las disposiciones del testador.

Su fábrica “La Nutritiva”
Pero su más prolongada actividad fue la de industrial, como lo indica en su artículo citado el propio don Nicho: “Trabajando en la Casa Caligaris sólo en la mañana, tuve tiempo libre en las tardes. Así pudimos fundar en 1910, con mi esposa doña Anita Rodríguez Mayorga, ‘La Nutritiva’, fábrica en la que hacíamos chocolates, pinol, pinolillo y café molido, la única y la primera que vendió en Nicaragua los artículos empaquetados. Aquella Nutritiva fue la base para el sostén y educación de mi numerosa familia y de aquella Nutritiva, envueltos, revueltos en pinol, salieron mis escritos describiendo Nicaragua, pues todavía me quedaba tiempo para encararme con los volcanes y meter mis narices y mis dedos en sus cráteres”.

Hermano masón
Otros documentos lo acreditan como hermano masón. Don Nicho ingresó, en los primeros años del siglo XX, a la Logia Progreso Nº 16 y fue testigo de la iniciación de Rubén Darío la noche del viernes 24 de enero de 1908. Igualmente, frecuentaba en “La Palacina” —residencia de otro italiano progresista, Napoleón Re— al gran propulsor de la masonería centroamericana, don José Leonard, a quien cerró los ojos el miércoles 14 de abril de 1908. Leonard se encargaba de educar a los hijos del matrimonio Re-Fonseca y “con su gran saber y fecundidad” —lo evoca don Nicho en un artículo— también hacía pasar ratos muy agradables a toda la familia y a cuantos a esa casa llegaban. El sabio Leonard adoraba todo lo que fuese español. Yo me atrevo a decir que Leonard quiso especialmente a éste, que ahora es viejo y, que entonces él decía: “¡Oh, mi querido españolito!” Don Nicho frisaba en los 34 años.

En 1916 su madre, desde España, le escribió: “Si quieres volver a verme, has por venir pronto. Tú sabes cuán vieja estoy, y me siento morir”. Pero, como era muy difícil viajar entonces —la primera gran guerra ya se había iniciado— y carecía de suficientes recursos, tuvo que pedir socorro a la masonería. Un español, residente en el istmo de Panamá, le contestó: “el día 16 de abril próximo saldrá de Colón el vapor Calamares, de la United Fruit, para Cuba. Llegará a La Habana en la mañana del 20 y ese mismo día, en la tarde, sale el vapor español ‘María Cristiana’ para La Coruña. Si usted cree que puede estar en Panamá del 12 al 14 de abril, cablegrafíeme para yo comunicarme con los agentes en Cuba de la Transatlántica Española. Allí tengo muy buenos amigos y la seguridad que, de uno u otro modo, le den a usted pasaje para España”. Así, tras algunas peripecias superables, logró su cometido.

En los años veinte don Nicho se afilió a la Masonería española. Pero fue hasta el 10 de septiembre de 1968 que fue exaltado al rango máximo de la masonería, el grado 33, de acuerdo con el diploma correspondiente, otorgado el 10 de septiembre de 1966.
Servicios Ad-honorem
Otros reconocimientos mereció don Nicho por servicios ad-honorem. Uno de los más importantes fue el de Vicecónsul honorario de España en Managua, nombrado el 6 de mayo de 1924; luego se desempeñó como Cónsul durante nueve años: hasta 1933. El 25 de junio de 1925, por otra parte, había sido elevado a Protector del Hospicio Zacarías Guerra “conociendo los sentimientos de solidaridad y altruismo que siempre ha demostrado” —se lee en el diploma respectivo. Y el 29 de abril de 1939 se admitió su renuncia al cargo de Presidente de la Junta Consultiva del Banco Nacional para el departamento de Managua, creada con el fin de conocer de los préstamos a pequeños agricultores. El Banco reconoció con entera satisfacción su servicio

El escritor
Sus artículos —publicados dispersamente en periódicos y semanarios, como Los Domingos, donde sobresalieron los de tema lexicográfico— reunían este rasgo señalado por Grathus Halftermeyer: “De índole nicaragüense tienen sabor regional, con el prestigio de la humanidad”. Una buena cantidad de sus artículos pudo compilarlos no sólo en Ríos de oro, torrentes de lava, sino en su segundo libro: Montañas que arden (León, Editorial Hospicio, 1963). Al año siguiente, su compañero de excursiones a nuestros volcanes, el galésTomás Ifor rees —cónsul de Inglaterra en Nicaragua y más tarde embajador en Bolivia— le envió su libro Ilimani con esta dedicatoria: “A don Nicho, mi querido compañero escalador de volcanes en los años 1921-1925, con gratitud y nostálgicos recuerdos”.

No reseñaré aquí todas sus andanzas como vulcanólogo aficionado (él prefería llamarse volcanero y declaraba que vivía atacado de volcanitis), tarea para Jaime Íncer; sólo transcribiré un pie de foto: “D. M. S. con el licenciado don Teodoro Picado, ex presidente de Costa Rica tomando un entremés en el volcán Masaya para seguir recorriendo las montañas y el cráter del Santiago en 1950. Pero si me referiré a otras crónicas suyas, como la del acto fundacional de la Academia Nicaragüense de la Lengua el 8 de agosto de 1928.

Inspirador del héroe de una novela
Por todos sus méritos don Nicho recibió otras condecoraciones. Me refiero a su diploma de miembro honorario residente de la Asociación de Escritores y Artistas Americanos / Sección de Nicaragua. Su presidente, doña Josefa Toledo de Aguerri lo firmó el 6 de septiembre de 1948. Años después, su persona inspiró a Hernán Robleto para escribir su novela Brújulas fijas (Madrid, Cultura Clásica Moderna, 1961), la cual obtuvo el premio de 25 mil pesos mexicanos, patrocinados por el club español del Distrito Federal. La dedicatoria del autor, suscrita en Managua, octubre 1962, lo confirma: “A don Dionisio Martínez Sanz, héroe real de este libro y quien me sirvió de ejemplo para fijar en mis páginas la grandeza del español en América. / Con todo cariño al colaborador y hombre honrado / Hernán Robleto”. En fin, su vivencia americana lo condujo a obtener la Orden Isabel La Católica, en el grado de Comendador, recibida el 7 de agosto de 1967 a través del embajador de España, Ernesto La Orden Miracle.

Don Nicho dejó de existir el 15 de enero de 1971 en su casa de habitación: 4ta avenida n.o. # 308, (de a Hormiga de oro, una cuadra al Sur) en Managua, de cuyo progreso fue testigo como pocos.

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