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BICENTENARIO


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garibaldi5Hace ciento treinta años, un grupo de italianos orientales conjuntaba esfuerzos para fundar lo que sería la Logia Garibaldi. Herederos de la Legión Italiana que secundara la acción garibaldina en estos lares, toda su visión de las cosas estaba impregnada de su espíritu. Desde su primaria afiliación al Gran Oriente de Italia, el uso del idioma italiano en logia y en actas -su propio país de origen-, pero sobre todo la asunción de José Garibaldi como estrella guía del taller, reclamando su liderazgo, nos dicen de las inquietudes y los objetivos que los animaban.
A menos de 30 años de su partida del Uruguay, su lucha por la libertad en nuestras tierras aún formaba parte del cotidiano de estos hombres (algunos le habían acompañado en esa lucha). Estaba fresca en ellos la memoria de cada una de sus acciones, su espíritu de entrega, su humildad y desinterés al punto de despreciar su desamparo personal y sus ansias libertarias, que estaban por encima de bandos y países. Era de suyo que mantuvieran los vínculos personales con Giusseppe y que le solicitaran y obtuvieran su aceptación como primer Venerable Ad Vitam de la logia.
Ésta, nuestra primera etapa, parece haber sido una extensión natural pero ya incorporada al entorno masónico, de los esfuerzos, los ideales y la visión de los garibaldinos de la Legión. En el lapso de casi 20 años que duró, los vínculos, las actividades y la composición de la logia parecen confirmarlo. Sin perjuicio de ello, su afiliación a 4 años de fundada, al Gran Oriente del Uruguay y sus actividades para masónicas denotan su clara voluntad de inserción en la sociedad uruguaya, así como la compenetración con las políticas de trabajo y la visión de la masonería oriental de aquella época. Pero además, la semilla sembrada por estos primeros garibaldinos perduró aún después del segundo levantamiento de columnas en 1907. No solo la voluntad de retomar su estandarte y la presencia de algunos italianos en el comienzo de la segunda época demuestran esto; la logia se volcó con empeño al desarrollo de actividades antes esbozadas y consumó emprendimientos de destaque que dejaron su marca en la Masonería del Uruguay y en la propia sociedad. A título de ejemplo pueden citarse en los primeros diez años, el apoyo a la Asociación de Enseñanza Laica, la creación de la Sociedad de Cremación del Uruguay y el firme respaldo a los proyectos de separación de la iglesia y el estado y al de la ley de 8 horas.
Por otra parte, desde 1877 hasta hoy –y es de esperar que por siempre- la figura de José Garibaldi se ha constituido en un símbolo que va más allá de su historia personal. El recuerdo de la gesta garibaldina y su ejemplo de vida son el nexo permanente que vincula a cada generación con la anterior y la siguiente y aporta la idiosincrasia particular que nos distingue como logia en el universo masónico.
Es muy común oír decir que la existencia de logias y grandes logias en la masonería es producto de la necesidad de dividir a la institución en cuerpos hábiles para funcionar. Esto quiere dar una idea de compartimentación inevitable en algo que sería una unidad indivisible en lo filosófico y en lo rituálico. Creemos, sin embargo, que hay bastante más en la práctica y la filosofía masónicas que una simple compartimentación. Así como cada gran logia muestra una impronta diferente de las demás, entendemos que con cada logia pasa lo mismo. Recordemos, por ejemplo, que hay grandes logias cuya actividad más destacada es la beneficencia; existen logias dedicadas casi exclusivamente a la investigación histórica; o que, un masón estadounidense maneja su condición de tal como actividad corriente y pública, mientras que nosotros la ocultamos. También hay grandes logias que trabajan en ritos diferentes al Rito Escocés Antiguo y Aceptado, y existen logias afiliadas a distintos Orientes conviviendo en armonía en el mismo país. Cada una de las logias uruguayas ha ido desarrollando una fisonomía propia que la distingue de otras de la Gran Logia y no solamente por el nombre. Eso pasa, sin duda, con la Logia Garibaldi y constituye un aspecto tan importante que algo le faltaría al colectivo masónico uruguayo si ella (u otra) no existiera. Fue quizá por ello que los Hermanos de 1907 decidieron crearla nuevamente y con ello, hacer causa común con el espíritu que le dio origen y hoy la sostiene. Y ese espíritu y esa idiosincrasia se mantienen y le dan unidad a través del tiempo, más allá de los Hermanos, del idioma, de las actividades que encaró en cada época, como de la visión dominante en cada Cuadro Lógico que la condujo.
Los masones aceptamos de forma natural que cada persona es diferente y por tanto, imprescindible. Que cada Hermano es un camino en sí mismo y que todas las vivencias personales que comparten el calor de la logia son válidas y además, necesarias a su hacer. Defendemos la unidad entonces, pero desechamos la uniformidad como vía hacia la unidad. Cada logia –también- es una vivencia colectiva, con personalidad e historia propias y merece un lugar en la gran logia que la cobija.
Comparte con otras logias la misma tarea masónica, con el mismo rito como herramienta; asume y acata con las demás la Constitución de la Gran Logia que acordaran; comparte usos y costumbres. Pero practica el Arte Real de un modo que la distingue también de las demás. Se da un reglamento propio -o convalida en los trabajos decisiones de sus maestros, que toma como reglas. Encara y practica el ritual de una manera que no es copia fiel de lo que hacen sus logias hermanas. Ello no desvirtúa la unidad del rito: lo enriquece. No hay mejor prueba de las experiencias específicas que vive y desarrolla cada taller y cada gran logia en particular, que la mera existencia de conventos masónicos; nacionales e internacionales. En ellos se acuerdan cambios y se sustenta la coherencia de los métodos de trabajo en la masonería universal, como dentro de cada gran logia. Porque las herramientas del masón no son inmutables; cambian y se perfeccionan, aunque eso ocurra lentamente en el devenir de la Orden. Y para que sea posible, es necesaria la diversidad en la unidad tanto como el intercambio activo.
Los garibaldinos debemos abrevar en la fuente de nuestra historia y reconocernos a través de ese proceso como un ser colectivo con vida propia y características especiales. Debemos aceptar también, que como todo ser, somos uno, pero crecemos y cambiamos. Así como cada persona es una y diferente a medida que crece y envejece, también lo es una institución. Puede parecer muy diferente el niño que fuimos, del adulto que somos hoy y del viejo que seremos en unos años. Pero somos los mismos, aunque cambiara nuestro cuerpo, nos alentaran diferentes inquietudes, crecieran y variaran nuestras capacidades. En ese río de la vida, tan bien descrito por Hermann Hesse, la unidad perdura aunque cambien hasta nuestras moléculas. Y esa alegoría describe también en forma adecuada a las instituciones humanas que constituyen un proceso coherente y un fin en sí mismo -sin necesaria colisión con otros-, pero además cambiante, dinámico.
Nuestra logia ha ido cambiando de una época a otra, generación tras generación. Su intensa actividad para masónica en los primeros sesenta años de la segunda etapa, pareció apagarse en estos últimos treinta años. En aquel período, el taller –a través de sus Hermanos - desarrolló una tarea permanente de promoción y defensa de ideales e instituciones profanas que son caras a la masonería y vitales para la sociedad. Basta consultar recortes de prensa de los años veinte, de las décadas del cuarenta, del sesenta, para identificar rostros de Hermanos garibaldinos en el ámbito de la vida nacional. Aún recordamos, de nuestras épocas de Aprendiz, los reportes de diferentes Hermanos sobre actividades cumplidas en el mundo profano. Signo claro de esa cara de la logia fue la adopción del nombre profano “Centro Cultural Garibaldi” en 1957, para facilitar las tareas para masónicas.
De la Orden hacia adentro, también mantenía una intensa actividad en política masónica. Fue protagonista de su reunificación, que se concretara en 1941. Dejó igualmente su marca en la inauguración de la Confederación Masónica Interamericana.
Más adelante, imperceptiblemente, los afanes de los Maestros comenzaron a transitar por otros derroteros y con ellos, las políticas de trabajo del taller se acentuaron en otros aspectos. La búsqueda de una mejora permanente en la selección e ingreso de profanos y en la formación de mandiles blancos y Maestros; la preocupación por poblar de trabajos masónicos los tres grados; el perfeccionamiento de los procedimientos de recambio de autoridades. Son éstos, ejemplos de un vuelco hacia adentro en los objetivos de la logia, aunque perduren actividades que eran emprendidas con mas ahínco en otras épocas. Me atrevería a decir, que hasta el tratamiento –tarea permanente- de la figura y la obra de Garibaldi ha sufrido cambios, acompañando al menos, ese proceso de introspección colectiva. Él, en cuanto símbolo, propició ideas y metas que han ido cambiando a su vez.
No es, ni puede ser nuestro propósito, emitir juicios de valor sobre las prioridades y la acentuación en diferentes aspectos que asumió el taller en cada época. Es claro que son todas válidas. Fueron siempre la expresión de las metas que se proponían los Hermanos, acordes a su tiempo. Es claro también, que casi todas esas metas perviven en el presente y se manifiestan con mayor o menor intensidad según quienes y cómo las asuman. En la espiral de crecimiento de la logia, los fragmentos de su historia cobran nueva vida y nuevo impulso. Han cambiado los Hermanos y han cambiado las circunstancias, así que tales fragmentos están aquí pero en otra forma. Los procesos, entonces, que ha elegido desarrollar cada generación se incorporan a ese ser colectivo que ella es, enriqueciéndola y potenciándola hacia el futuro.
La similitud con la vida humana, está patente. Nadie es capaz de desarrollar todas sus facultades a la vez y con la misma intensidad. El vuelo de nuestro compás aspira al círculo, pero traza nuestras fronteras de crecimiento personal con penínsulas y ensenadas. Otros compensan esas irregularidades ayudando a que la piedra encaje en el edificio. De las logias puede decirse lo mismo: todos aspiramos a una logia ideal, perfecta. Pero ninguna por si sola la alcanza; otras aportan lo que falta para el equilibrio y la armonía del edificio masónico.
Y ese niño que llevamos todos adentro –como se suele decir- es quizá, en la Logia Garibaldi, aquel primer empeño de los legionarios que optaron por recalar en estas tierras y deseaban que la gesta garibaldina no partiera con Giusseppe. Hoy, de la fuerza y vigor que le imprimamos a nuestros trabajos dependerá que este presente sea parte de una larga juventud. Y de que la senectud –ojalá evitable- podamos vislumbrarla siempre como el horizonte: lejana e inalcanzable.
De los árboles se dice, que mueren cuando dejan de crecer. Aún luego de alcanzado el porte propio de la especie, cada año los retoños inician crecimientos que se pueden apreciar en cambios de la forma y el volumen de la copa. Hay ramas del árbol que decaen dejando espacio a otras. Hay zonas que rebrotan luego de años de latencia, pero siempre hay crecimiento, tanto por áreas como en la masa global.
Entendemos que una logia, nuestra logia, debe estar siempre en crecimiento, sea que reviva actividades latentes o emprenda nuevas. Y eso sí: es nuestro deber empeñarnos en que cada tarea del pasado, si asumida, se realice siempre de mejor manera que antes. Porque cada objetivo se persigue tomando lo ya hecho como punto de partida. Los logros anteriores pueden exaltarse, pero esto no es suficiente: hay que mejorarlos.
Y, por otra parte, las cosas nuevas por las que optemos que sirvan para abrir caminos al futuro y no para implantar jalones. Porque es parte fundamental de nuestra tarea ensanchar los ámbitos que encontrarán los que nos sigan. Crear espacios para otros, que alimenten la diversidad de las opciones de trabajo, tanto como se alienta la diversidad de sus integrantes. Seguro que así, cada año habrá retoños y la Sabiduría del tiempo florecerá con Fuerza renovada, en nueva Belleza.
¡Larga vida a la Logia Garibaldi!
Autor: L. H.



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