Por el Q.·. H.·. P.·. V.·. M.·.
Federico G. Calero Daheza
V.·. de La Paz, Enero 17, 1985 de la e.·. v.·.
Hace tiempo ya me apercibí de que, merced al destino y al trabajo desarrollado en el Tall.·., podía tener la bendición de ser elevado por mis HH.·. para dirigir los trabajos de la Log.·. desde el Trono de salomón. Por ello pensé en tener el símbolo de la labor como V.·. M.·. y me impuse la tarea de buscar un mazo para desempeñar el arduo trabajo que me esperaría.
Deseaba que el mismo, fuera algo fuerte y pesado, de tal modo, que cuando golpease con el, dominaría la atención de todos. Busqué, recorrí, seguí buscando y seguí recorriendo… ¿Cuántos árboles habrán en un bosque? Miles…? Millones…?
Casi fue ese número de mazos que examiné. Buscaba algo muy especial; recordé que hay una madera que se denomina "lignitita" muy conocida como "la madera de hierro". Eso es lo que necesito para gobernar y dirigir, me dije. Hasta llegué a comprar uno que parecía ser lo que en verdad buscaba, pero al fin no resulto ser, sino un buen trabajo de laqueado en un sencillo mallete de hierro.
Desilusionado, cansado, y hasta aburrido, olvide mis afanes en pos de aquello que creí indispensable para la labor, hasta que hace apenas unos días, me asaltó de nuevo esa obsesión y volví a recorrer tiendas, kioscos, anticuarios y hasta puestos callejeros en pos de ese Mi Mazo.
Y me enredé en la maraña de una populosa zona de la ciudad de tienditas, localcitos, donde era tal la cantidad de objetos que servían para todo y para todos, que creí que jamás conseguiría lo que realmente buscaba.
Y me encontré de pronto ante una puerta y sin saber como, empujado quizás, por la invisible mano que me guiaba, sin yo saberlo, en el interior de un sitio que me hizo pensar que estaba fuera de la zona del crepúsculo del tiempo. El local, si así se lo puede llamar, era tan pequeño y tan obscuro que apenas si se percibían nuestras siluetas.
Y allí, como surgiendo de la nada, se dibujó una escalera de caracol. Avancé… vacilante y silencioso. Eran tantas las vueltas del ascenso caracoliano que mi esposa que esta muy junto a mi, se mareó como si estuviera en un carrusel.
Llegamos al final de ese laberinto de gradas y ante nosotros se apareció un cuartucho en el que habían miles y miles de cosas y podría jurar que ninguna era –al menos- de mi época. Todas habían sido usadas una u otra vez; algunas sólo ayer, otras, siglo atrás.
Y allí estaba… un hombre, un viejo, diría un anciano que parecía ser tan antiguo como los objetos que tenía en venta. Me dio la impresión de que él nunca esperaba saber el precio que obtendría por su mercancía. Su plateado y escaso cabello, las arrugas de su frente, que hablaban de la sabiduría e inteligencia esparcida en todo su ser; sus labios, en un rictus afable y acostumbrados a las buenas palabras; sus manos arrugas pero firmes como ramas perennes de la acacia inmortal, se alargaron y nos dieron la bienvenida.
Si palabras, sin preguntas, tan solo con ese brillo de sus ojos, ojos que han visto la luz, que han dicho la verdad y que han practicado la tolerancia. Esos ojos a la vez, me decían que le encantaba el regatéo por cualquier trasto, un "tira y afloja", luego una sonrisa cómplice, un apretón de manos y el trato ya estaba hecho.
Su hijo le ayudaba. Tan joven, pero tan ajeno al tiempo como el reloj de pared que sonaba pero carecía de manecillas. Quedé tan absorto con todo ellos que necesite que mi esposa me volviera a la realidad, apretándome mi brazo.
Le dije al anciano que buscaba un martillo, un mazo. Sentí entonces en mis espaldas, un viento helado, como si viniera de los siglos de los siglos. Me volví ante esa impresión, di unos pasos atrás, y quedé sorprendido al ver al joven con una bandeja colmada de mazos, entre sus manos. No eran mazos corrientes. Algunos eran de madera, otro de hierro, unos de plástico, otros de hueso. Cada uno más hermoso que el otro. Yo ya no sabía cual escoger… todos eran malletes Mass.·. y así lo manifesté.
La sonrisa huyó del rostro del anciano… su hijo me miró con benevolencia para mi mayor incomodidad y azoramiento aun, el vetusto reloj de pared se detuvo. Después de lo que me pareció el paso de mil siglos. El viejo me miró lanzándome nuevamente una sonrisa como para decirme que él me ayudaría a seleccionar un mazo.
Mi esposa aflojó mi brazo. Sentí que sus uñas se habían clavado en mi piel, traspasando mi chaqueta… el tonto reloj se puso a repicotear nuevamente; no me imaginaba para que ya que carecía de manecillas para decir algo.
Hijo mío, díjome el anciano mirándome con bondad, quieres ser un buen V.·. de tu Log.·., ¿Verdad?. ¿Por qué entonces, buscas un instrumento que podría falsear y torcer tu carácter?. Tu no pareces ser un hombre que exija obediencia estricta, si ésta acareara el deshonor para ti y tus HH.·. ¿Por qué quieres un mazo de hierro?
El mazo que vayas a usar, debe ser algo como tu mismo… Pareces ser un hombre paz, con un gran sentido de igualdad; que conoce el verdadero valor de los hombres –Mass.·. y profanos- y el intrínseco valor de las cosas. Te he mirado y me he formado una idea de cómo te llevas tu, con tus semejantes.
Quieres algo hecho de un material que recuerde que eres un hombre que ha conocido tiempos difíciles, tiempos buenos, tiempos malos, tiempos fáciles, tiempos de guerra, tiempos de paz, tiempos de triunfos y tiempos de fracasos, tiempos de amor y tiempos de reposo. Tiempos de estudio y tiempos de enseñanza y que cuando manejes el emblema de tu autoridad, te des cuenta del bien y del mal y que si alguna vez has errado con él rectifiques tu conducta y te hagas más bueno y más tolerante. Quieres algo así, ¿Verdad?
Mudo y con un nudo en la garganta, asentí sin parpadear.
Aquí, Hijo mío, esta el mallete que necesitas. Y al decir esto me mostró un mazo.
¡Oh Dios! Que mazo… Era tan feo como el pecado mismo. Con nudos grandes y duros, sucio y desprovisto de majestad. Parecía el mazo de Matusalén. Volví a la realidad y esbozando una sonrisa me dije: "Me está tomando el pelo… Cómpralo y síguele el juego".
El viejo pareció comprender y antes de que yo pudiera articular palabra alguna, me dijo pacientemente, como reflexionando para si mismo, me dice: "El hombre sigue siendo hombre, ¿Cuándo llegará la hora de confiar el uno en el otro? Y ¿Cuándo le dará el beneficio de la duda antes de golpearle?, mira ese reloj en el muro... tú no confías en él por que no tiene manecillas, pero dime, ¿Porqué habría de tenerlas?
Ha sido construido por el tiempo mismo, para decirte que el tiempo está transcurriendo, que el tiempo pasa… escucha su Tic… escucha su Tac… es el pulso del ser… es el sístole del dar… es la diástole del recibir…
No importa si es mediodía aquí o medianoche allá… simplemente no importa. Se mueve para los que viven y se detiene para los que mueren, pero sigue respirando para quienes quieren escucharle… al paso de sus años.
El anciano alargó su mano y su joven hijo puso en ella, una virutilla de acero. Parecía que joven y viejo se comunicaban sin palabras. Sus arrugadas manos comenzaron a raspar los siglos del vetusto mallete.
Al cabo de algunos minutos, que parecieron interminables, tenía ante mi, uno de los más hermosos malletes que jamás haya visto. Era nudoso y estaba hecho de una blanca madera de Olivo, de aquel Olivo de la Paz.
El anciano me dijo: Ignoro su antigüedad, pero no esta seco, ni es quebradizo. No es pesado pero un suave golpe llama a la audiencia e impone respeto. Es así como deberás gobernar y dirigir a tu Tall.·. y a tus HH.·. Con juicio firme y sólido; con sabiduría, con fe, con fraternidad, con igualdad verdadera y absoluta tolerancia.
Con la sensación del Olivo y la Paz en tus manos y no con el peso del duro acero, para imponer tu voluntad a los otros, especialmente a los HH.·. de tu arte.
Este mazo es viejo como el tiempo, pero quién lo va a saber, a menos que tu se lo digas. Deja que él te diga que, para dirigir tu Log.·. debes emplear reglas de una época en la que los hombres de Paz caminaban libres por la faz de la tierra.
Sobrecogido y con lágrimas en los ojos, contemple al anciano.
El ya no sonreía; lucía cansado, pero hondamente satisfecho.
Abrí mi boca y me atreví a balbucear cuanto pedía que yo pagase por ese mallete, por mi mallete.
Puso su vetusta y arrugada mano sobre mi hombro y me dijo: "Hijo querido, Hermano mío, jamás tendrás el dinero suficiente para poder comprar este mallete. Tenlo para ti. Sólo asegúrame que lo usarás con sabiduría y rectitud. Llévalo contigo y recuerda siempre este momento…
Su joven hijo sonrió por primera vez, como para asegurarme de que estaba bien que me lleve conmigo el mallete de buena fe…
Hasta hoy, no recuerdo como salí de ese lugar, ni como bajé esa escalera de caracol… pero si recuerdo que me vi en la calle, entre la maraña de gente, con el mallete apretado entre mis manos muy junto a mi corazón y caminé y seguí caminando buscando la huella para retornar a mi hogar.
Mi esposa tiembla cuando recordamos aquél día, aquél cuartucho, aquél anciano, aquél joven, aquél reloj que aun sin manecillas, marca el decurso de la vida.
Yo se que todo aquello sucedió, porque estoy aquí, sentado contemplando el mallete, mientras me pregunto a mi mismo: ¿Qué hará este mallete por mi?. O lo que es más importante: ¿Qué haré yo por mi Log.·. que me puso aquí?
¿Qué haré yo por mis HH.·. que me dan el calor que necesito?
¿Qué haré por mi Ord.·. que tan generosamente me cobija?
Y quiero hacer y quiero Ser:
El V.·. M.·. laborioso para este mi justo Tall.·.
El V.·. M.·. honesto para esta mi Aug.·. Ord.·.
El V.·. M.·. Sabio para este… mi "VIEJO MALLETE"
V.·. de La Paz, Enero 17, 1985 de la e.·. v.·.
Hace tiempo ya me apercibí de que, merced al destino y al trabajo desarrollado en el Tall.·., podía tener la bendición de ser elevado por mis HH.·. para dirigir los trabajos de la Log.·. desde el Trono de salomón. Por ello pensé en tener el símbolo de la labor como V.·. M.·. y me impuse la tarea de buscar un mazo para desempeñar el arduo trabajo que me esperaría.
Deseaba que el mismo, fuera algo fuerte y pesado, de tal modo, que cuando golpease con el, dominaría la atención de todos. Busqué, recorrí, seguí buscando y seguí recorriendo… ¿Cuántos árboles habrán en un bosque? Miles…? Millones…?
Casi fue ese número de mazos que examiné. Buscaba algo muy especial; recordé que hay una madera que se denomina "lignitita" muy conocida como "la madera de hierro". Eso es lo que necesito para gobernar y dirigir, me dije. Hasta llegué a comprar uno que parecía ser lo que en verdad buscaba, pero al fin no resulto ser, sino un buen trabajo de laqueado en un sencillo mallete de hierro.
Desilusionado, cansado, y hasta aburrido, olvide mis afanes en pos de aquello que creí indispensable para la labor, hasta que hace apenas unos días, me asaltó de nuevo esa obsesión y volví a recorrer tiendas, kioscos, anticuarios y hasta puestos callejeros en pos de ese Mi Mazo.
Y me enredé en la maraña de una populosa zona de la ciudad de tienditas, localcitos, donde era tal la cantidad de objetos que servían para todo y para todos, que creí que jamás conseguiría lo que realmente buscaba.
Y me encontré de pronto ante una puerta y sin saber como, empujado quizás, por la invisible mano que me guiaba, sin yo saberlo, en el interior de un sitio que me hizo pensar que estaba fuera de la zona del crepúsculo del tiempo. El local, si así se lo puede llamar, era tan pequeño y tan obscuro que apenas si se percibían nuestras siluetas.
Y allí, como surgiendo de la nada, se dibujó una escalera de caracol. Avancé… vacilante y silencioso. Eran tantas las vueltas del ascenso caracoliano que mi esposa que esta muy junto a mi, se mareó como si estuviera en un carrusel.
Llegamos al final de ese laberinto de gradas y ante nosotros se apareció un cuartucho en el que habían miles y miles de cosas y podría jurar que ninguna era –al menos- de mi época. Todas habían sido usadas una u otra vez; algunas sólo ayer, otras, siglo atrás.
Y allí estaba… un hombre, un viejo, diría un anciano que parecía ser tan antiguo como los objetos que tenía en venta. Me dio la impresión de que él nunca esperaba saber el precio que obtendría por su mercancía. Su plateado y escaso cabello, las arrugas de su frente, que hablaban de la sabiduría e inteligencia esparcida en todo su ser; sus labios, en un rictus afable y acostumbrados a las buenas palabras; sus manos arrugas pero firmes como ramas perennes de la acacia inmortal, se alargaron y nos dieron la bienvenida.
Si palabras, sin preguntas, tan solo con ese brillo de sus ojos, ojos que han visto la luz, que han dicho la verdad y que han practicado la tolerancia. Esos ojos a la vez, me decían que le encantaba el regatéo por cualquier trasto, un "tira y afloja", luego una sonrisa cómplice, un apretón de manos y el trato ya estaba hecho.
Su hijo le ayudaba. Tan joven, pero tan ajeno al tiempo como el reloj de pared que sonaba pero carecía de manecillas. Quedé tan absorto con todo ellos que necesite que mi esposa me volviera a la realidad, apretándome mi brazo.
Le dije al anciano que buscaba un martillo, un mazo. Sentí entonces en mis espaldas, un viento helado, como si viniera de los siglos de los siglos. Me volví ante esa impresión, di unos pasos atrás, y quedé sorprendido al ver al joven con una bandeja colmada de mazos, entre sus manos. No eran mazos corrientes. Algunos eran de madera, otro de hierro, unos de plástico, otros de hueso. Cada uno más hermoso que el otro. Yo ya no sabía cual escoger… todos eran malletes Mass.·. y así lo manifesté.
La sonrisa huyó del rostro del anciano… su hijo me miró con benevolencia para mi mayor incomodidad y azoramiento aun, el vetusto reloj de pared se detuvo. Después de lo que me pareció el paso de mil siglos. El viejo me miró lanzándome nuevamente una sonrisa como para decirme que él me ayudaría a seleccionar un mazo.
Mi esposa aflojó mi brazo. Sentí que sus uñas se habían clavado en mi piel, traspasando mi chaqueta… el tonto reloj se puso a repicotear nuevamente; no me imaginaba para que ya que carecía de manecillas para decir algo.
Hijo mío, díjome el anciano mirándome con bondad, quieres ser un buen V.·. de tu Log.·., ¿Verdad?. ¿Por qué entonces, buscas un instrumento que podría falsear y torcer tu carácter?. Tu no pareces ser un hombre que exija obediencia estricta, si ésta acareara el deshonor para ti y tus HH.·. ¿Por qué quieres un mazo de hierro?
El mazo que vayas a usar, debe ser algo como tu mismo… Pareces ser un hombre paz, con un gran sentido de igualdad; que conoce el verdadero valor de los hombres –Mass.·. y profanos- y el intrínseco valor de las cosas. Te he mirado y me he formado una idea de cómo te llevas tu, con tus semejantes.
Quieres algo hecho de un material que recuerde que eres un hombre que ha conocido tiempos difíciles, tiempos buenos, tiempos malos, tiempos fáciles, tiempos de guerra, tiempos de paz, tiempos de triunfos y tiempos de fracasos, tiempos de amor y tiempos de reposo. Tiempos de estudio y tiempos de enseñanza y que cuando manejes el emblema de tu autoridad, te des cuenta del bien y del mal y que si alguna vez has errado con él rectifiques tu conducta y te hagas más bueno y más tolerante. Quieres algo así, ¿Verdad?
Mudo y con un nudo en la garganta, asentí sin parpadear.
Aquí, Hijo mío, esta el mallete que necesitas. Y al decir esto me mostró un mazo.
¡Oh Dios! Que mazo… Era tan feo como el pecado mismo. Con nudos grandes y duros, sucio y desprovisto de majestad. Parecía el mazo de Matusalén. Volví a la realidad y esbozando una sonrisa me dije: "Me está tomando el pelo… Cómpralo y síguele el juego".
El viejo pareció comprender y antes de que yo pudiera articular palabra alguna, me dijo pacientemente, como reflexionando para si mismo, me dice: "El hombre sigue siendo hombre, ¿Cuándo llegará la hora de confiar el uno en el otro? Y ¿Cuándo le dará el beneficio de la duda antes de golpearle?, mira ese reloj en el muro... tú no confías en él por que no tiene manecillas, pero dime, ¿Porqué habría de tenerlas?
Ha sido construido por el tiempo mismo, para decirte que el tiempo está transcurriendo, que el tiempo pasa… escucha su Tic… escucha su Tac… es el pulso del ser… es el sístole del dar… es la diástole del recibir…
No importa si es mediodía aquí o medianoche allá… simplemente no importa. Se mueve para los que viven y se detiene para los que mueren, pero sigue respirando para quienes quieren escucharle… al paso de sus años.
El anciano alargó su mano y su joven hijo puso en ella, una virutilla de acero. Parecía que joven y viejo se comunicaban sin palabras. Sus arrugadas manos comenzaron a raspar los siglos del vetusto mallete.
Al cabo de algunos minutos, que parecieron interminables, tenía ante mi, uno de los más hermosos malletes que jamás haya visto. Era nudoso y estaba hecho de una blanca madera de Olivo, de aquel Olivo de la Paz.
El anciano me dijo: Ignoro su antigüedad, pero no esta seco, ni es quebradizo. No es pesado pero un suave golpe llama a la audiencia e impone respeto. Es así como deberás gobernar y dirigir a tu Tall.·. y a tus HH.·. Con juicio firme y sólido; con sabiduría, con fe, con fraternidad, con igualdad verdadera y absoluta tolerancia.
Con la sensación del Olivo y la Paz en tus manos y no con el peso del duro acero, para imponer tu voluntad a los otros, especialmente a los HH.·. de tu arte.
Este mazo es viejo como el tiempo, pero quién lo va a saber, a menos que tu se lo digas. Deja que él te diga que, para dirigir tu Log.·. debes emplear reglas de una época en la que los hombres de Paz caminaban libres por la faz de la tierra.
Sobrecogido y con lágrimas en los ojos, contemple al anciano.
El ya no sonreía; lucía cansado, pero hondamente satisfecho.
Abrí mi boca y me atreví a balbucear cuanto pedía que yo pagase por ese mallete, por mi mallete.
Puso su vetusta y arrugada mano sobre mi hombro y me dijo: "Hijo querido, Hermano mío, jamás tendrás el dinero suficiente para poder comprar este mallete. Tenlo para ti. Sólo asegúrame que lo usarás con sabiduría y rectitud. Llévalo contigo y recuerda siempre este momento…
Su joven hijo sonrió por primera vez, como para asegurarme de que estaba bien que me lleve conmigo el mallete de buena fe…
Hasta hoy, no recuerdo como salí de ese lugar, ni como bajé esa escalera de caracol… pero si recuerdo que me vi en la calle, entre la maraña de gente, con el mallete apretado entre mis manos muy junto a mi corazón y caminé y seguí caminando buscando la huella para retornar a mi hogar.
Mi esposa tiembla cuando recordamos aquél día, aquél cuartucho, aquél anciano, aquél joven, aquél reloj que aun sin manecillas, marca el decurso de la vida.
Yo se que todo aquello sucedió, porque estoy aquí, sentado contemplando el mallete, mientras me pregunto a mi mismo: ¿Qué hará este mallete por mi?. O lo que es más importante: ¿Qué haré yo por mi Log.·. que me puso aquí?
¿Qué haré yo por mis HH.·. que me dan el calor que necesito?
¿Qué haré por mi Ord.·. que tan generosamente me cobija?
Y quiero hacer y quiero Ser:
El V.·. M.·. laborioso para este mi justo Tall.·.
El V.·. M.·. honesto para esta mi Aug.·. Ord.·.
El V.·. M.·. Sabio para este… mi "VIEJO MALLETE"