FEUERBACH Y NIETZSCHE
Un trágico malentendido
(...) “Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza” (...) Razón, libertad, inmortalidad, dominio sobre la naturaleza: prerrogativas divinas en su origen que Dios comunica a su criatura y que hace irradiar sobre su rostro. Establecido el hombre desde el principio como imagen de Dios, cada una de esas prerrogativas debe desarrollarse acto seguido hasta completar en él la divina semejanza (...) Es el “macrocosmo” lo que está contenido en ese aparente “microcosmo”... In parvo magnus (...)
Sin duda el hombre (...) surge de la animalidad (...) Sin duda el hombre es también pecador (...) Esa humildad de sus orígenes carnales no obstaculiza en absoluto la sublimidad de su vocación, y todas las taras que pueden resultar del pecado no impiden tampoco que esa vocación permanezca como principio de una grandeza inalienable (...)
Esas verdades elementales de nuestra fe que nos parecen hoy banales (...) introdujeron en el alma antigua una conmoción tal que apenas podemos imaginarla (...) El hombre fue liberado, a sus propios ojos, de la esclavitud ontológica que hacía pesar sobre él el Destino. Los astros, en su curso inmutable, dejaron de regular implacablemente nuestros destinos (...) Los innumerables Poderes –dioses, genios o demonios – que oprimían la vida humana con la red de sus voluntades tiránicas, pesando sobre el alma con todos sus terrores, he aquí que cayeron reducidos a polvo, y el principio sagrado que se había extraviado en ellos volvió a encontrarse, unificado, purificado y sublimado, en un Dios liberador. No era sólo una pequeña élite la que podía esperar, gracias a alguna evasión secreta, romper el círculo fatal: era la humanidad entera la que, en su noche, se encontraba de repente iluminada y tomaba conciencia de su libertad real (...)
Pero si remontamos el transcurso de los siglos hasta llegar al alba de los “tiempos modernos”, realizamos un extraño descubrimiento. He aquí que entonces, esa misma idea cristiana del hombre, que había sido acogida como una liberación, comienza a ser experimentada como un yugo. He aquí que ese mismo Dios, en quien el hombre había aprendido a ver el sello de su propia grandeza, comienza a ser percibido por él como un antagonista, como el adversario de su dignidad (...) Las causas históricas de ese fenómeno son numerosas y complejas, pero el hecho está ahí, simple y masivo (...) Un día el hombre se puso a creer que no podría ya estimarse a sí mismo y que no podría desarrollarse en libertad más que si rompía ante todo con la Iglesia, y a continuación con el propio Ser trascendente del que la tradición cristiana le hacía depender (...) El hombre elimina a Dios para entrar él mismo en posesión de la grandeza humana que considera indebidamente detentada por otro. En Dios derriba un obstáculo para conquistar su libertad.
(...) Es la gran crisis de los tiempos modernos, la misma en la cual nos encontramos hoy sumidos, la que se manifiesta en el desorden, la que engendra las tiranías y los crímenes colectivos, la que se traduce en fuego, ruinas y sangre.
Feuerbach y la ilusión religiosa
(...) Ludwig Feuerbach constituye el vínculo de unión entre la gran corriente especulativa que fue el idealismo alemán y la gran corriente de pensamiento y de acción revolucionarios que debía ser su principal, si no su más legítimo, heredero (...) Es el “transformador” gracias al cual Hegel vuelve a encontrarse en Marx, al mismo tiempo reencontrado y continuado (...) Trata de rendir cuentas psicológicamente de la ilusión religiosa en general, o, como él mismo dice, de encontrar en la antropología el secreto de la teología (...): Dios no es más que un mito en el que se expresan las aspiraciones de la conciencia humana (...)
Para explicar el mecanismo de esta “teogonía”, Feuerbach recurre al concepto hegeliano de alienación (...) La alienación, según él, representa para el hombre el hecho de encontrarse “desposeído de algo que le pertenece por esencia, en provecho de una realidad ilusoria”. Sabiduría, voluntad, justicia, amor: atributos infinitos que constituyen el ser propio del hombre y que le afectan sin embargo “como si fuera otro ser”. Los proyecta pues espontáneamente fuera de él mismo, los objetiva en un sujeto fantástico, puro producto de su imaginación, al cual da el nombre de Dios. De este modo se encuentra él mismo frustrado (...)
Tal proceso (...) constituye, según el ritmo hegeliano, el segundo momento de la dialéctica, la fase de negación o de antítesis, que es el medio necesario para llegar a la síntesis, en la que el hombre debe entrar nuevamente en posesión de su esencia enriquecida (...) Tras el movimiento de sístole religiosa, por el cual el hombre se rechaza a sí mismo, le es necesario ahora, por un movimiento de diástole, “retomar en su corazón ese ser que había rechazado” (...) El reino del hombre ha llegado (...) El momento decisivo de la historia será aquél en que el hombre tome conciencia de que el único Dios del hombre es el propio hombre. Homo homini deus (...) Feuerbach cree, en efecto, que la esencia humana, con sus prerrogativas adorables, no reside en el individuo considerado aisladamente, sino sólo en la comunidad, en el ser colectivo (...) “La distinción entre lo humano y lo divino no es otra cosa que la distinción entre el individuo y la humanidad” (...)
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(...) La impresión experimentada (en ese momento de la historia) era la de algo definitivo, la de una revelación perfectamente clara, como si las vendas cayeran de todos los ojos, la de un punto final puesto a discusiones milenarias que de repente dejan de tener sentido, la del final de la ilusión de la creencia religiosa y de las aventuras de la especulación idealista. La solución del problema humano había sido encontrada: no había nada que buscar más allá.
(...) Desde 1843, Bakunin, refugiado entonces en Suiza, explicará que el comunismo no es más que la realización en el dominio social del humanismo de Feuerbach (...) En las generaciones siguientes, Tchernichevski, el principal de los precursores del comunismo ruso, se considerará como perteneciente a la misma escuela y reconocerá en Feuerbach al primero de sus “grandes maestros occidentales”. Pero el discípulo que eclipsa a todos los demás es Karl Marx.
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(...) Marx no dejará ciertamente de criticar la doctrina de Feuerbach, pero no será para ponerla en modo alguno en cuestión, sino solamente para declararla incompleta, demasiado vaga, demasiado abstracta todavía. Le reprochará el hecho de hacer de la alienación religiosa un acto de algún modo metafísico, en vez de explicarlo más positivamente, como un hecho sociológico (...) De este modo despojará la esencia humana del halo místico del que Feuerbach la mantenía rodeada. Pronto todo parecerá borrarse, en su pensamiento, ante la técnica de la economía y la táctica de la lucha de clases (...)
También para él “es el hombre quien hace la religión, no la religión la que hace al hombre” (...) La lucha que debe desarrollarse contra la religión será, pues, una “lucha contra este mundo”, contra “este mundo pervertido del que la religión es el aroma espiritual” (...) Pero para que el hombre sea un día liberado de la ilusión mística y de todos los males que comporta, Marx piensa que es necesario transformar la sociedad, porque es la mala organización social lo que constituye la verdadera causa de la creencia y por consiguiente de la alienación humana (...)
(...) La doctrina de Marx, que no será nunca un vulgar naturalismo, se preocupará siempre por la existencia espiritual del hombre tanto como por su vida material. Su comunismo se presentará como la única realización concreta del humanismo; se afirmará muy conscientemente como una solución total aportada al problema humano total; pasando a la realidad de las cosas, no pretenderá solamente representar un fenómeno social, sino también un fenómeno espiritual (...) “La religión de los trabajadores no tiene Dios –escribirá Marx –, puesto que busca restaurar la divinidad del hombre.”
CARDINAL HENRI DE LUBAC: LE DRAME DE L’HUMANISME ATHÉE
Oeuvres complètes II; LES ÉDITIONS DU CERF – PARIS 2000