“Entre todas las maravillas de la Naturaleza,
la más asombrosa sigue siendo el Hombre”
Sófocles
La masonería sustenta dos dogmas:
la más asombrosa sigue siendo el Hombre”
Sófocles
La masonería sustenta dos dogmas:
La creencia en un Dios y la creencia en la Vida Eterna,
pero así mismo pregona la libertad de pensamiento y de conciencia.
Asumo lo que a continuación escribo.
El autor
GUSTAVO MEDINA DIAZ 33°
Resp:.Log: COSMOS N° 50
DEL INICIO AL HOMO SAPIENS
La ciencia, con algún grado de certeza, sostiene que en el planeta tierra comenzó a formarse, hace aproximadamente 3800 millones de años, algo que se nutría y se movía por sí mismo. Algo que el conocimiento llamaría vida se generó en el grandioso atanor de ensayos de los mares primigenios terrestres, en aquella sopa primordial de los océanos, y con la inmensa energía que generaban las inacabables tormentas eléctricas, la luz polarizada dirigió la formación de los aminoácidos componentes de todos los organismo vivos.
Se desarrollaron microorganismos de diferentes géneros, algas y plantas primarios poblando los océanos, y se dio comienzo a la evolución de los seres con vida, para dar paso más adelante a la transformación de las especies.
Pasaron millones de años y cantidades de eras geológicas se sucedieron guardando en las entrañas de la tierra fósiles de plantas y animales que, en vida, fueron evolucionando y superando a su antecesor genético y así mismo transformándose de una especie a otra mejor adaptada, cambios que probablemente requirieron infinidad de milenios.
Hay que hacer un paréntesis, y establecer la diferencia entre Evolución y Transformismo. La primera se refiere a los cambios, que pueden llegar a ser profundos, que sufre un ser o una especie en el transcurso de su supervivencia, sin que ello altere su última y radical sustancia. El Transformismo “acepta, por el contrario, la posibilidad de que una especie se transforme en otra, o dé nacimiento a otra, enteramente distinta”. Los puntos de vista de los filósofos antiguos son dispares al respecto: Platón, por ejemplo, no acepta ninguno de los dos; Aristóteles acepta la evolución pero no el transformismo y afirma que la sustancia es inmodificable, hasta que llega Darwin con su Evolución de las especies y quien será el primero en enunciar un transformismo y respaldarlo científicamente.
Se calcula que la tierra puede tener cuatro mil millones de años de existencia. En los albores de los últimos mil millones de años de la evolución del planeta, se cree que ya hay vida vegetal y animal desarrollada tanto en las masas continentales primigenias como en los mares. Las múltiples especies evolucionan y se transforman adaptándose y sobreviviendo la más capaz. Las eras geológicas se suceden así como las bestias que producen estas eras. La evolución y la transformación no se detienen y las especies mejor dotadas son las que sobreviven y se adaptan para dar el paso siguiente. En los últimos mil millones de años las grandes y monstruosas bestias aparecen y desaparecen y la evolución les da campo a los grandes reptiles que se extinguieron hace aproximadamente doscientos cincuenta millones de años, llegando la era de los mamíferos que se impusieron como dominantes.
Los paleontólogos estiman que veintitrés millones de años atrás, en África Oriental, en la evolución de los mamíferos aparece la especie de los hominoideos, con representantes conocidos como el procónsul, y más tarde (14 millones de años atrás) con el Kenyapithecus. Luego, avanzando en el tiempo, entre 7 y 4.5 millones de años antes, se produce la separación de la línea que llevará hasta los primates antropomorfos y su evolución se dirige hacia dos grupos de homínidos: el prehumano y el humano. La primera rama del grupo de homínidos lo formaría el llamado Prehumano, que evolucionará en varias ramas y finalmente se extinguirá alrededor de 1.5 millones de años atrás. El segundo grupo de homínidos, el denominado Humano, evolucionará hacia una nueva ramificación donde aparecen el Australopitecos Afarencis (3.5 a 3.0 m. a.), el Homo Habilis (1.9 a1.6 m. a.), el Homo Ergaster u Agasta (1.8 a 1.4 m. a.), homo antecesor del Sapiens y que sale de África y toma las rutas de Europa y el oriente para proseguir hacia Asia oriental. Del Ergaster se deslinda una rama -> Homo Erectus (1.2 m. a. a 200.000 a.), cuya evolución se suspende, y la rama que da origen al -> Homo Antecesor (900.000 a 780.000 a.). De aquí parece que la evolución toma dos nuevas vertientes y por un lado se va al -> Homo Heidelbergencis (500.000 a 230.000 a.) -> Homo Neanderthalensis (230।000 a 30।000 a.), especie prehumana que se diseminó por Europa y Asia menor y de la cual aún a comienzos del siglo XX sobrevivieron ejemplares en el norte de Africa, en Marruecos. Por el otro lado del -> Antecesor se deslinda la rama definitiva con el -> Homo Rodhesiensis (500।000 a 30।000 a.) que desemboca en el -> Homo Sapiens (180.000 a.).
Hasta aquí vemos que no se puede negar la evidencia científica de que compartimos una base biológica común con todos los organismos vivientes de este planeta sean animales o plantas, y que no se puede objetar que somos parte del polvo estelar. “Somos parte, sin duda, del mundo vegetal y del mundo animal, que no tienen frontera precisa”
El hombre emerge del reino animal y es el resultado tardío de una transformación y de una evolución milenaria que surge muy lentamente de un filamento que evolucionó hasta los homínidos y luego hasta el hombre. El homo sapiens no desciende de ninguna especie que viva hoy, como los grandes monos, sus lejanos parientes colaterales”; viene de muy lejos, de una rama en proceso de superación de la cual ignoramos la inicial hominización. “La estirpe del homo viene formándose, desde hace varios millones de años, en una dirección que no es la de otras especies conocidas”, es una rama que ha venido transformándose poco a poco y que, como pensó Nietzsche, hay que aceptar que la transformación continúa y que la especie humana parece apuntar hacia otra especie nueva.
“No hay nada que permita imaginar una creación a partir de la nada (a no ser un gratuito acto de fe), por lo tanto es forzoso visualizar al hombre como el resultado de esa transformación biológica, que lleva de los homínidos al homo sapiens. ¿Más allá? Solo podemos imaginar los ancestros de aquellos homínidos que, de eslabón en eslabón, llegan hasta ellos, quizá partiendo, en efecto, de los peces del Devónico, en una vertiente privilegiada. Y todavía más allá, en una vertiente no ya zoológica sino botánica. En ese sentido se puede hablar, legítimamente, de nuestro antepasado el árbol. El hombre desciende del mundo botánico, o de fecundas capas terrestres anteriores a las plantas…”
¿QUIÉN O QUÉ ES EL HOMO SAPIENS
Innumerables definiciones se han hecho del hombre; casi todas encuadran en él pero aún así no son completas. “Es el hombre, así, quien tiene que definirse a sí mismo… porque todavía no está definido. Tiene que seguir haciéndose, porque aún no está hecho del todo…Ni él ni su especie están ya estructurados…Están en proceso de formación, apenas”. “El hombre es el creador, o el hacedor del hombre”. Desde estos puntos de vista, la definición que más se acomoda es: “Animal creador, portador y transmisor de cultura”. Es un animal más evolucionado que otros, que ha llegado a alcanzar una mente inigualable y a desarrollar una cultura sin equivalentes. “Ya algunos pensadores griegos, como Anaximandro (611-547 a. C), prefirieron ver en el hombre el resultado de una evolución milenaria. Aristóteles (384-322 a. C.) negó todo vínculo del dios con la aparición del hombre”, y Epicuro (341 – 270 a. C.), así mismo, rechazó toda concepción religiosa en el advenimiento del hombre.
De acuerdo a lo expuesto atrás sobre la evolución y transformación de las especies hasta llegar al homo sapiens, se concluye que el hombre es, ante todo, un animal, “al cual en vano tratamos de precisar el instante en que se desligó de su grupo zoológico, o de los homínidos de los cuales proviene”, que siempre ha formado parte de la naturaleza llegando a ocupar en ella un puesto especial y una jerarquía excepcional mediante la evolución. Bajo este punto de vista se puede decir que “la diferencia del hombre con el animal es de “grado”, porque ha ascendido más en la cadena transformista; pero no de esencia”.
El hombre tiene un pasado que hunde sus raíces muchos millones de años atrás, proveniente de sus parientes botánicos y zoológicos, legado que ha recibido y ha superado tras milenios de evolución, no habiendo atributos o rasgos que no provengan de sus ancestros lejanos. “El hombre todo lo ha heredado: sus instintos, sus emociones, su razón. Todo ha sido heredado de sus antepasados animales pero, al heredarlo, todo lo ha transformado”, hasta llegar al ántropo de nuestros propios días. Poco a poco ha construido su propia y nueva especie. “El hombre es el creador, o el hacedor del hombre... y es quien tiene que definirse a sí mismo... porque todavía no está definido. Tiene que seguir haciéndose, porque aún no está hecho del todo”. Nietzsche (1844-1900) sostiene que, desde hace milenios, el hombre se está haciendo; que emerge del reino zoológico y no de una supuesta patria celeste y que es y sigue siendo un animal, todavía en formación. Dice, “Nosotros no hacemos derivar el hombre del “espíritu” sino que lo hemos vuelto a colocar entre los animales”.
Desde este punto de vista, las raíces del hombre son muy humildes. No se enlazan con lo divino sino con la zoología, logrando una superación asombrosa desde cuando afilaba pedernales como herramientas de supervivencia en el amanecer de la humanidad, hasta hoy cuando ha llegado a escindir el átomo y ha logrado abandonar el planeta en busca de otros mundos.
El hombre del Siglo XXI ha adquirido una visión más amplia de sí mismo y del universo. Su conocimiento se ha ensanchado hasta límites insospechables y “cada vez las fronteras del misterio y del mito retroceden más, sin desaparecer del todo”.
Su poderosa mente, la ciencia, la intuición, la investigación y el deslinde de todo tipo de mitos lo han llevado a una conclusión muy clara: el hombre es el resultado de una evolución y transformación milenaria. “Como no hay nada que permita imaginar una “creación” a partir de la nada –a no ser un gratuito acto de fé- es forzoso visualizar al hombre como el resultado de esa transformación biológica, que lleva de los homínidos al homo sapiens” El hombre no proviene de ninguna creación divina y milagrosa ni de una “caída”, sin importar si el mito es hebreo, cristiano o de cualquier otro sistema religioso. Esto obliga a prescindir de los mitos de pecado original, de salvación del alma, de juicio pos-mortem, de premios y castigos como cielo e infierno y desde luego de otras fábulas como la transmigración y reencarnación de las almas para cumplir con su karma. La conclusión evidente es que “el hombre viene en ascenso y hay que rechazar, como una modalidad del mito, las respuestas religiosas relacionadas con “pecado” y “caída”, “paraíso” y “expulsión”. El hombre no ha sido expulsado de ningún “edén”. Siempre ha estado en esta tierra, en la cual se suceden, durante milenios, sus ancestros.” Es un ser cuyo ascenso se lo debe a sí mismo, “que se percibe a sí mismo, ante todo, como un ser individual, vivo, limitado espacial y temporalmente, condenado a una soledad abrumadora y a una muerte irremediable” y total. El biólogo británico Julián Huxley (1887-1975) bien lo manifestó: “Nadie le ha ayudado, ha estado solo desde el comienzo”. Y se puede añadir: Dios o está ausente o no le importa la suerte del hombre.
EL HOMBRE, SU UNIDAD, Y EL DUALISMO.
“¿Tiene el hombre dos naturalezas unidas? o es por el contrario ¿una “unidad”? ¿Está constituido, como se ha afirmado tradicionalmente, por un cuerpo y un alma, psiquis y soma, espíritu y materia? (dualismo) ¿O es un “ser” integral que no puede descomponerse (porque no es un “compuesto”) en dos sustancias distintas o antagónicas?” (monismo). Veámoslo desde los siguientes puntos de vista:
a) De la Religión.
Las religiones son por principios dualistas, pues la concepción unitaria socavaría sus dogmas de un Dios y de un alma o espíritu que sobrevive después de la muerte. La doctrina dualista se ha impuesto universalmente, tanto en oriente como en occidente. ¿Pero dónde se origina esa creencia de un espíritu o alma que puede vivir desligado de la materia?
En el paleolítico, cuando al parecer la especie del homo sapiens se impuso como dominante en el globo, es cuando este homo comienza, con su poder de abstracción, a crear espíritus y divinidades y, al parecer, inició los entierros rituales de sus parientes muertos, lo que presupone el nacimiento de la creencia en una vida de ultratumba.
Las religiones afirman la existencia de un Dios al cual el hombre se enlaza por medio de la fe y el dogma Las más antiguas conocidas, la de Sumeria con la dualidad del dios bueno Ormuz y del mal Ahriman, y de Egipto, con sus dioses solares ya establecidos nos dejan un legado de creencias de la liga entre el espíritu del hombre y sus dioses. El profundo sentido religioso de los egipcios los llevó a rendir culto permanente a sus muertos y a la especulación de la otra vida para ellos. Más adelante los Asirios y luego los persas nos plagan de legiones de ángeles y demonios y posteriormente llegan el Hinduismo con sus ramas, el brahmanismo y el budismo, y luego el Hebraísmo, el Cristianismo y tardíamente el Islamismo.
El brahmanismo hindú acoge la antigua creencia en el peregrinar de las almas a través de infinitos cuerpos, es decir la reencarnación, y va más allá con la metempsicosis o transmigración de las almas. Esta doctrina dualista establece que el alma existe antes del cuerpo, transitoriamente se une a este durante la vida terrestre y una vez muerto aquel, el alma pasa a animar otras formas humanas o animales. Después de innumerables reencarnaciones y cuando ya ha cumplido su “karma”, el alma está purificada y va al encuentros de su Dios al cual se integra.
Las ideas de infierno y resurrección de los muertos nacen primero entre los persas que entre los hebreos, así como la de un Salvador que nace de una virgen. El concepto de otra vida es connatural de la religión persa, unida a la inmortalidad del espíritu del individuo en el reino de Ormuz. La idea de otra vida no es muy clara en los primeros libros de la Biblia, y vemos en el libro de Job que se dice:”El hombre nacido de mujer vive pocos días llenos de sinsabores. Brota como una flor y se marchita y pasa como una sombra sin detenerse... Más cuando el hombre muere, ¿a dónde va? Pasarán los cielos sin que despierte, nunca saldrá de su sueño”. Las concepciones de la inmortalidad del alma y el juicio final con la resurrección de los muertos y los posteriores premios para los buenos y castigos para los malvados aparecen tardíamente en el Libro de Daniel (S. II a. C.) cuando expresa: “En aquel tiempo se levantará Miguel... porque será un tiempo de calamidades... y entonces se salvarán todos los que estén inscritos en el Libro. Muchos de los que duermen en el polvo despertarán, unos para la vida eterna, otros para la vergüenza y el horror eternos”. Mitos que en adelante impregnarán los libros de la Biblia y que en el Cristianismo, nacido del seno del hebraísmo, serán dogma fundamental del Nuevo Testamento con la resurrección de Jesús, su Dios. Esta religión, el Cristianismo, se extenderá por todo el mundo occidental a partir del concilio de Nicea de 325 d. C., presidido por el emperador pagano Constantino, estableciendo a sangre y fuego sus dogmas de una vida de ultratumba con el premio del paraíso o el castigo del infierno, lo cual implica la concepción dual del hombre – cuerpo y alma – que se impondrán con la Iglesia católica durante los siguientes veinte siglos.
El Islamismo que aparece en el S. VII, con sus raíces en el patriarca hebreo Abraham, hereda el dualismo de un hombre dotado de un alma inmortal la que a la muerte del cuerpo irá al paraíso.
De una u otra manera, el dualismo ha marcado a las diversas religiones en el mundo difundiendo una falsa imagen sobre el hombre, “fundada en la irreal separación de un cuerpo y un alma, como si fueran sustancias distintas y pudieran tener entidad o vida autónoma” Desde las más remotas épocas la religión impuso a través de sus mitos y leyendas la concepción dual de un cuerpo perecedero y un alma inmortal. Hay que tener en cuenta que todas las religiones son formas de supervivencia de los mitos primitivos.
b) De la Filosofía.
Desde hace más 26 siglos la filosofía y sus variados sistemas han fundamentado una y otra concepción sobre el dualismo y el monismo en el hombre.
Muchas doctrinas dualistas, especialmente las de origen hindú, penetraron hondamente en la religión de los antiguos griegos y, de paso, contaminaron la filosofía. De ese contagio nacieron las religiones de los “misterios” con doctrinas como las de los órficos, de los eleusinos, de los dionisiacos, que tenían en común un extremo dualismo en su concepción sobre el hombre y el destino del alma en la vida de ultratumba.
Ya específicamente en el campo de la filosofía en el pensamiento griego encontramos una fuente muy importante del dualismo en la doctrina de Platón (428-347 a. C.), quien inspirará en el futuro tanto a filósofos griegos como a diversos pensadores, especialmente cristianos, como Tomás de Aquino y su Iglesia quienes abrazarán halagados el dualismo, cuerpo mortal - alma inmortal.
Según Platón el hombre es un “compuesto”, unión del alma como fragmento divino y del cuerpo destinado a la podredumbre. Pero además, dice Platón, el alma precede al cuerpo, es decir tiene una existencia previa.
Diferente a la propuesta dualista de Platón, más adelante, Aristóteles, en la “Metafísica” da su concepto sobre el hombre. Dice, toda sustancia es individual, particular, concreta. Cada sustancia es “una”, indivisible. El ser individual no está constituido por dos esencias o sustancias; ni por dos naturalezas transitoriamente acopladas.
“Esta doctrina aristotélica sobre la sustancia es aplicable, ante todo, al ser humano. El hombre no es una abstracción. Solo existe cada hombre concreto, individual. Es ficticia, por tanto, o ilusoria, la división del ser humano en dos sustancias –alma y cuerpo, psiquis y materia -. Tampoco es válida la supuesta “unión” de dos naturalezas en el hombre. Es radicalmente falso, así, que el alma haya “caído” en un cuerpo. Espíritu y materia no son dos entidades autónomas existentes por separado. Más aún: el “alma” sola no existe: ni antes del nacimiento ni después de la muerte. Sola o aislada, sencillamente no “es”. El cuerpo solo tampoco tiene realidad alguna: no “es”. Lo que existe es la sustancia individual, una integración, indisoluble, de “materia” y “forma”, entendiendo estos dos vocablos como lo hace Aristóteles, apenas como facetas o aspectos de una sola y única realidad. Si la “forma pura” no existe, es una simple leyenda o un mito la supervivencia individual del “alma” – que se identifica con la “forma” -.Esta “forma”, no exclusiva del hombre, es el principio vital mismo. (Si se quiere, para transmitir el mensaje de Aristóteles en lenguaje actualizado, esa “forma” es la energía, la que cohesiona el átomo o cualquier “ser” de la naturaleza.)”
“La “forma”, en la doctrina de Aristóteles, no significa figura o conformación o límites del ser. Todo lo contrario. Es la fuerza íntima, intrínseca (lo que hoy llamaríamos energía) que estructura la materia. Solo existe materia “in-formada”, cohesionada por esa fuerza que es la “forma”. No hay materia a-morfa. Tampoco existe “forma” aislada.
“Según Aristóteles, el alma (que él identifica con la “forma” en toda la vasta escala de la naturaleza) no existió antes que el cuerpo; ni le sobrevivirá. Ni conoció las “ideas” o arquetipos. El conocimiento no es reminiscencia ni recuerdo. El conocimiento empieza por los sentidos.
“¿Posee el hombre un alma? Evidentemente, si se entiende “alma” en el sentido de “forma” vital. Todos los seres orgánicos (no solo el Hombre) están estructurados por una forma animadora. Más aún: toda sustancia, incluso las del mundo “inorgánico”, está estructurada por una forma”, la energía de los átomos y de las partículas sub-atómicas, por ejemplo. “Cada sustancia – piensa Aristóteles -, nace, crece, se desarrolla, se reproduce y perece; así ocurre con todos los seres...”; y así lo diríamos del mismo universo, de una estrella o un planeta, (ej. El sol, la tierra, que nacieron, se desarrollan y un día desaparecerán). Al fin y al cabo se trata de sustancia.
Al rechazar los distintos dualismos y mitos, tanto religiosos (hinduismo, hebraísmo, cristianismo junto con sus herejías, islamismo, budismo, protestantismo) como filosóficos (platonismo, cartesianismo, kantismo, pascalismo y similares), el hombre deja de ser un compuesto de materia y espíritu, de carne y alma. Además, ni el cuerpo ni el alma existen por separado. “Es el hombre entero – su unidad – el que conoce, y no por medio de una facultad aislada. Es él, todo entero, el sujeto del conocimiento. Conocimiento en que están enteramente fundidas sensibilidad e inteligencia, conciente e inconciente, razón e intuición”. “Esta unidad humana, la de cada hombre concreto, es la que evoluciona y se transforma, como parte de un proceso mayor, el de la naturaleza”.
“Es claro que, heredero del animal, el hombre no alberga ningún dualismo; no es un “compuesto”; la “unidad” del hombre aparece tan evidente en Nietzsche como en Aristóteles. Es un animal evolucionado. Nada más. ¿Cómo hablar, entonces, de materia y espíritu?”
EL HOMBRE Y EL FINAL DE SU EXISTENCIA.
“La vida: un viaje hacia el polvo”, y en ese sentido “vivir no es otra cosa que agonizar, desde el nacimiento”. La expresión clásica “vivir es estar muriendo”, conduce al pensamiento “el hombre vive para la muerte”.
Desde que nace, el hombre está condenado a una muerte definitiva, como los individuos de las otras especies, es decir es un animal mortal. Prescindiendo del todo de aquellos mitos (antiguos o recientes) que hablan de una vida anterior o de una existencia de ultratumba, es forzoso que el hombre tome plena conciencia de su patético destino, que aunque no lo haya elegido, no puede esquivarlo, pues no hay otro: la muerte.
Nos preguntamos: ¿morir es solo salir de escena y perecer del todo? O ¿al morir, nuestro íntimo ser se confunde quizá con la energía del cosmos? Entra aquí otro pensamiento, nuestro íntimo ser, la psiquis.
La PSIQUIS (que metafóricamente, en la antigüedad griega, aludía al alma), “no es nada diferente de la MENTE; es el conjunto de procesos internos de nuestra inteligencia, es el intelecto dinámico y receptivo por excelencia”. Ni la psiquis ni sus procesos existen por fuera de nuestro organismo y además hacen parte integrante de este; el cerebro es el alojamiento de la psiquis. La psiquis y el inconsciente no son otra cosa que facetas profundas de nuestra personalidad, de nuestro ser. Frente al tema de la muerte, la segunda pregunta formulada atrás se podría responder: No. “La muerte borra del todo al individuo – su psiquis, su inconciencia -, como hace desaparecer la razón o la mente. Lo contrario no se ha probado”.
“Por lo demás, nadie podrá conocer su propia muerte. La vida le conduce, lentamente, hasta ese extremo límite. Hasta allí el hombre toma conciencia. Un segundo después, ha desaparecido del todo. La muerte coincide con la pérdida absoluta de la conciencia. No hay, por tanto, un conocimiento o una sabiduría del morir”. Epicuro con toda la razón manifestó: “Mientras existimos, la muerte no existe; y cuando está la muerte, ya no existimos”. En otras palabras, asistimos a nuestra vida como protagonistas y testigos de ella, pero en el instante que llega la muerte, ya no somos. No somos actores ni testigos de nuestra propia muerte.
Es imposible experimentar la muerte. “Jamás podrá el hombre tener la vivencia de la muerte. Porque aunque el hombre comprenda que vivir es agonizar largamente, una cosa es estar muriendo y otra, muy distinta, la muerte misma. Vivenciamos la agonía pero no la muerte”. Jamás podremos experimentar lo que es la muerte, solo experimentamos la agonía que puede producir la angustia y el temor, que están situados en la vida, más acá de la muerte, pero no en la esfera de la muerte misma. El filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein (1889-1951) bien lo dijo:” la muerte no es un evento de la vida: no se vive la muerte”. Nadie vive la muerte. El hombre vive su vida, pero la muerte está por fuera de la esfera vital.
¿El morir es desembocar en la nada, en el no-ser?
Admitiendo que lo que llamamos “alma” no es otra cosa que la “forma” que define Aristóteles o la energía que usualmente denominamos “vida”, o la fuerza que cohesiona los elementos constitutivos del ser, o aquello que asigna unidad al organismo, es apenas lógico rechazar toda doctrina que afirme la supervivencia del alma o del espíritu humano.
Desde el punto de vista universal, la vida no tiene su desenlace en la nada. El ser vivo al morir se integra, transformado en polvo y ceniza, al polvo y ceniza del universo, al polvo de las estrellas, de donde provino. Ese polvo y esas cenizas no son evidentemente, la nada. Lo que ha habido es una transformación de los elementos que constituyen al ser humano. Si se quiere es una transformación de la energía, siguiendo el principio universal “La energía ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma”.
Ese polvo y cenizas “tampoco son, ya, la vida individual, la existencia de la persona. Ésta ha desaparecido, desaparecido del todo. En forma absoluta. Se ha extinguido. Ya la fuerza que la cohesionaba no “es”. El individuo murió, se esfumó por completo. A nivel universal, esos despojos se han reintegrado a los procesos naturales, a la materia en evolución, y, así, no se puede afirmar que el individuo se haya disuelto en la “nada”; o que haya caído en el no-ser. Ningún ser, en cuanto es, es capaz de saltar hasta el no-ser. Realmente, la nada no existe”.
EPILOGO.
El hombre es, ante todo, un animal más evolucionado con una mente privilegiada, que nace y muere como todos los otros seres vivos del universo.
Si todos los seres de la naturaleza perecen, no hay razón para aceptar que el hombre sea una excepción. Resulta imposible creer que, por el hecho de que el hombre haya ascendido más que el animal, en el proceso evolutivo, ello le asigne algún derecho o privilegio para superar la muerte. En la teoría del creacionismo que es un mito de carácter religioso racionalmente inaceptable, habría que preguntarles a sus seguidores ¿en qué momento de la evolución del homo le fue introducido lo que llaman el alma o espíritu para superar la muerte y diferenciarlo de sus colaterales zoológicos?
La pareja “vida-muerte” no puede disociarse. Solo podemos entender la existencia e interpretar el “valor vida”, teniendo presente que la muerte está al término de ella. El máximo valor de la existencia es la vida. Después de ella no hay nada.
“La condición humana es mortal y, por lo mismo, de una tal fragilidad que podemos morir en cualquier instante. Y morir del todo, pues es ese, y no otro, nuestro destino de seres humanos abocados al morir”
“El hombre por esencia es un ser finito frente a la muerte, limitado e imperfecto. Esta imperfección radical es lo que enfrenta el hombre a la muerte. Solo un ser ilimitado o infinito, perfecto, podría enfrentar a la muerte. Su imperfección, como la de todos los otros seres de la naturaleza, hace de él un condenado a muerte. El ser humano, abrumado por el peso de mitos y religiones, de leyendas y falsas filosofías, quiere siempre negar esa condición suya. Pero de nada le vale. Es finito, y seguirá siéndolo, a pesar de todas las supersticiones que los siglos han ido acumulando. Y ser finito significa, entre muchas otras cosas, ser mortal”. Mortal en forma absoluta. Es decir, NO hay vida de ultratumba.
Finalmente, transcribo el muy diciente preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos de los Animales, hecha en la casa de la UNESCO en París en 1978 y revisada en 1989 que dice: “Considerando que la vida es una, que todos los seres vivos tienen un origen común y que se han diferenciado en el curso de la evolución de las especies; (subrayado fuera de texto) ... considerando que la coexistencia de las especies en el mundo significa el reconocimiento por la especie humana del derecho a la existencia de las otras especies animales...”
OR:. de Bogotá D. C., Junio de 2007
Investigación realizada principalmente en base a la siguiente Bibliografía:
- “La Pregunta por el Hombre”/Andrés Holguín
- “El Problema del Mal”/Andrés Holguín
- “Dios Nació Mujer”/Pepe Rodríguez
- “Evolución y Espíritu”/Gustavo Medina
- “La Puta de Babilonia”/Fernando Vallejo
- Diversos artículos y revistas
- “La Pregunta por el Hombre”/Andrés Holguín
- “El Problema del Mal”/Andrés Holguín
- “Dios Nació Mujer”/Pepe Rodríguez
- “Evolución y Espíritu”/Gustavo Medina
- “La Puta de Babilonia”/Fernando Vallejo
- Diversos artículos y revistas