Por el M:.R:.H:. FELIPE ROYET GONZALEZ
Gran Logia Nacional de Colombia
con sede en Barranquilla
Algunos llaman a la globalización "el evangelio del libre mercado", que como toda obra humana, tiene una historia y un efecto esencialmente económico: desde la década de los años 90 se viene hablando de la globalización del capital y la nueva economía, basada en el crecimiento de la tecnología de la información, la revolución de la biotecnología y las comunicaciones.
Se trata realmente de la expansión del capital y la conquista neoliberal de las economías con la amplia privatización de las empresas públicas de los países del Tercer Mundo, que venían defendiéndose con el proteccionismo.
La argumentación que se da es que este proceso de globalización es impulsado por la denominada "Tercera Revolución Científico-Tecnológica", que es vista como una de las causas de la globalización, al facilitar los flujos de capital, como un producto de la economía global.
Se ha insistido desde entonces en una Nueva Economía, emergente, basada en el enorme crecimiento de la inversión en tecnología de inversión, biotecnología y fibras ópticas y el aumento vertiginoso del valor de inversiones.
Esa noción de "capital global" disocia la idea del capital nacional o estatal y su autonomía de todo control o ubicación geopolítica.
En realidad esa tal revolución científica-tecnológica no ha formado una nueva economía pues en buena parte su actividad es especulativa, sin ningún fundamento sólido, ya que lo que en el fondo tenemos es el crecimiento de empresas gigantes ligadas a poderosos estados euro-americanos, que puede ser considerado como parte de un imperio, en vez de algo que parezca globalización.
Se aprecia actualmente que la tecnología de la información sigue siendo un sector económico muy reducido, en el que unas pocas empresas gigantescas emergen de la rápida caída de las compañías de papel, lo cual no es visto como el factor económico que explica la expansión en ultramar, sino más bien como una fuente de inestabilidad, crisis y disminución de la productividad, la conquista imperial y la actividad ilícita.
Junto al despiadado control económico, el gran capital financiero e industrial lleva a cabo una modificación del sustrato cultural de las regiones intervenidas; el uso y manipulación de los medios informativos en todo el mundo occidental resulta evidente y es posible afirmar que no hay gobierno actual que no las utilice en su propio beneficio; sin embargo, en Latinoamérica, la colonización cultural se ha hecho más profunda en base a los intereses económicos y favorecida por la cercanía geoestratégica entre EE. UU. y sus países vecinos del sur, que ha llevado, económicamente, al subdesarrollo y socialmente, a una anulación de identidad.
La integración global de las comunidades humanas del mundo conocido se lleva a cabo a través de la doctrina ideológica-política conocida como neoliberalismo, que se conforma como modelo social incuestionable después de la caída del bloque socialista, elaborado y exportado principalmente por los Estados Unidos y sus aliados.
La fórmula de ese sistema, si así puede llamarse, se asienta sobre las bases de la libertad de mercado, un nulo control burocrático de las transacciones comerciales, fenómeno que los neoliberales denominan desregulación, vale decir, la eliminación de los obstáculos gubernamentales que impiden el movimiento de los capitales.
Los Estados Unidos emplean el Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial y los acuerdos arancelarios del GATT para imponer en América Latina la doctrina del libre comercio y la libre competencia obligándonos a cambiar el régimen de cuotas y registros de importación, exportación y el arancel de aduanas, pero no practican la reciprocidad.
Así como desalientan fuera de las fronteras la actividad de nuestros Estados, correlativamente los Estados Unidos protegen a los monopolios con fuertes subsidios, a la vez que practican un agresivo proteccionismo con tarifas altas en su comercio exterior.
La dominación de la economía mundial por las empresas euro-estadounidenses es de este tenor, según las últimas estadísticas: un 79% de las 500 mayores multinacionales están ubicadas en los Estados Unidos o Europa Occidental. Si incluimos a Japón, la cifra aumenta a un 91%.
Esta concentración de poder económico mundial tiene que ver más con un imperio mundial que con cualquier noción de globalización, en la que las corporaciones privadas son independientes de la Nación-Estado.
El crecimiento de ese poder económico esta basado en adquisiciones y fusiones en los Estados Unidos, así como a través de la compra de antiguas empresas públicas en el Tercer Mundo y en los países del viejo bloque socialista.
Contrario a lo que afirman los partidarios de la globalización, los últimos años han mostrado una profunda recesión que ha afectado a las compañías de la tecnología de la información, llevando a numerosas bancarrotas y a una declinación vertical en la capitalización del mercado.
La economía de la tecnología de la información hoy es menos competitiva y más concentrada que nunca, con unos pocos gigantes que han sobrevivido y muchos que han fracasado.
Si se mira el cuadro general de la productividad, se observará que fue mayor antes de la "edad de la información" que durante ésta. Entre 1953 y 1972 la productividad creció en un promedio de 2.6% comparado con un 1.1% entre 1972 y 1993. Y este problema de la productividad se complica aún más por la exclusión de la mano de obra itinerante ilegal que asciende, según algunos cálculos, a 5 millones de trabajadores que producen bienes y servicios que son atribuidos a la cantidad de mano de obra más reducida del recuento oficial.
La inversión de miles de millones de dólares en la tecnología de la información significó una sangría en las inversiones para usos más productivos, llevó a una vasta sobrecapitalización en un sector que tenía bajos rendimientos y pocos efectos indirectos.
Es evidente que las innovaciones de principios y mediados del siglo 20 fueron fuentes mucho más significativas de mejoras de la productividad en toda la economía, que los sistemas electrónicos de información computarizada a fines del siglo.
No hay que confundir el progreso que significa la tecnología de avanzada para la humanidad con la "Tercera Revolución Científica-Tecnológica", que tiene sinonimia con el término globalización, pero mal aplicado.
Para la masonería el progreso es señal de bienestar, de mayor educación, salud y vivienda para la comunidad y debe traducirse con medidas democráticas que vayan orientadas a favorecer a la mayoría. ¿Quién desea oponerse a los avances de la tecnología satelital? ¿Cómo rechazar la informática al servicio del hombre? Hoy no es concebible una escuela ni la universidad sin los medios modernos de información, que han hecho posible que la educación se transmita en un instante desde los rincones más alejados del planeta.
En ese sentido "globalizar" es positivo, si su aplicación obedece a políticas puestas al servicio del hombre.
Nosotros, como masones, debemos apreciar la nueva tecnología como una oportunidad para aprovecharla y aplicarla a los cambios necesarios de la sociedad en los mercados, en los gobiernos, en la economía y en la política y que puede ser utilizada en las decisiones que se tomen para mejorar las relaciones de los miembros de la comunidad.
Pero no podemos inferir que el concepto de globalización obedezca a un proceso definitivo e irreversible, pues tenemos que el mismo concepto trae consigo la disolución de los Estados como poderes normativos y ordenadores de la economía y de las relaciones sociales de la comunidad.
Contrariamente a lo que nos quieren inculcar los seguidores de la globalización a ultranza, expresada en la economía política como sistema neoliberal, es absolutamente necesario hoy en día tener en cuenta que el desarrollo del sector público es fundamental para que los países del tercer mundo puedan con seriedad adelantar las obras de infraestructura requeridas para un desenvolvimiento armónico de la economía.
En nuestros lejanos días de estudios de derecho aprendimos de Maurice Duverger que el Estado debe llenar en cierta manera las lagunas del capitalismo. Nos enseñaba que esas lagunas se explican por el carácter no rentable de ciertas actividades económicas. Los neoliberales nos quieren hacer creer que las empresas de servicios públicos no pueden lograr beneficios por estar mal dirigidas, porque el Estado es incapaz de dirigirlas.
De esa manera han entregado a la empresa privada las obras y servicios colectivos, como las carreteras, los acueductos, los servicios de salud, la seguridad social y la educación en gran parte. En fin, nos quieren hacer olvidar que el Estado debe ocupar un papel de regulador general de la economía. Nos enseñaron desde entonces que el equilibrio económico no puede ser mantenido más que por una vigilancia y una intervención constante del poder público.
El caso particular de nuestro país es mucho más grave porque hasta la fuerza pública se ha venido privatizando.. Uno quisiera que la seguridad la brindara exclusivamente la policía, porque esa es su función y para ello pagamos impuestos. Me atrevería afirmar que en Colombia hay tantos civiles armados como la fuerza pública, sobre todo en el campo.
Los masones tenemos muy en claro que donde haya una luz que nos muestre el camino de lo justo, estaremos siempre en pos de aplicar los principios que sostienen las columnas de nuestros templos.
El camino que hoy está transitando la gente del Tercer Mundo es el de la defensa de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, esos treinta derechos básicos y esenciales de los que hoy sólo se habla vagamente, cuando no se silencian sistemáticamente.
A los países de esta región le propusieron un nuevo modelo de tratado multilateral altamente conflictivo, que afortunadamente fracasó, llamado Área de Libre Comercio de las Américas -ALCA- con proyecciones unilaterales del poder y la militarización de América Latina, todo ello basado en un dólar fuerte para Wall Street y el aumento de las exportaciones de los fabricantes estadounidenses.
Ahora, en lo económico, a nuestro país le han disfrazado el ALCA pero a nivel bilateral con el denominado Tratado de Libre Comercio. En los actuales momentos, eso de "libre" es un eufemismo, pues el TLC va a profundizar la crisis económica y aumentar la oposición. En lo político, se está aplicando el Plan Colombia, diseñado en los Estados Unidos.
Nuestros industriales y agricultores jamás podrán competir con los grandes productores mecanizados de Estados Unidos que se espera deben invadir el mercado en los próximos 20 años, si el poder legislativo aprueba el acuerdo de libre comercio con ese país, pues ese país hará uso de su posición dominante para imponer, inclusive, precios escandalosos. Así pasaría con la industria genérica farmacéutica colombiana que desaparecería si se aprueba el tratado con la cláusula del tratado que establece estándares superlativos en protección de la propiedad intelectual. Es tan escandaloso ese tratado que trae también una cláusula que llaman de anulación y menoscabo, que consiste en que si a los Es6ados Unidos no se le cumplen las expectativas de ganancias, pueden reclamar indemnización por perjuicios, si al gobierno colombiano se le ocurriera establecer controles de precios a los medicamentos. La industria colombiana de drogas genéricas que hoy representa 500 millones de dólares de los 1400 que vale el consumo anual de medicamentos en Colombia, desaparecería si se aprueba el tratado. Así de sencillo.
Los movimientos opuestos a este tipo de tratados se están radicalizando en la región y no es curioso ni sorprendente apreciar la formación de movimientos nacionalistas parecidos a los que condujeron a las guerras de independencia en los siglos 18 y 19 contra el mercantilismo: para muestra echemos una mirada a nuestros países vecinos.
Cada año los europeos y estadinenses gastan más de siete mil millones de dólares en perfumes y en cirugías correctivas optativas, dinero necesario para proveer acceso a agua potable a 2.600 millones de personas que podría salvar 4000 vidas diarias.
El Informe de Desarrollo Humano de 2005 realizado por el programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo dice que a pesar de que los países ricos tienen la tecnología y la acumulación de conocimientos para superar la pobreza, están haciendo muy poco para disminuir la desigualdad.
La revista de la Cámara Colombiana de la Infraestructura, número 4 de noviembre de 2004, editada en Bogotá, le asignaba la principal prioridad a la infraestructura vial de carreteras para responder al reto de la Agenda Interna del TLC. Ahí vemos que lo que guía a esos sectores económicos es el interés particular, al no mencionar siquiera la principal vía que tiene el país hacia el litoral atlántico que es el río Magdalena, al que todos le hemos dado la espalda y mantenemos en el olvido. El día que desarrollemos la navegación por esa arteria vial, dejando de lado intereses mezquinos, la cara del país cambiará definitivamente porque ese es el camino más expedito para que los departamentos ribereños conduzcan sus productos de exportación pagando el flete más barato; y eso sí contribuye a elevar el índice de competitividad en calidad general de infraestructura. Barranquilla, donde desemboca el río, se convertiría en el principal puerto exportador de Colombia.
Las leyes en nuestro país han sido puestas al servicio del sistema neoliberal.
La ley 71 de 1988, conocida como la "ley de reforma pensional" le entregó a los grandes monopolios financieros el manejo de más de setecientos mil millones de pesos.
La ley 50 de 1990, conocida como "ley de reforma laboral" ajustó el derecho laboral al modelo neoliberal. Desde que se puso en vigencia, el desempleo en nuestro país empezó a crecer, subiendo casi 10 puntos en el porcentaje desde 1990.
La ley 100 de 1993, sobre seguridad social le cercenó al Estado colombiano toda capacidad de atender la salud de los estratos más necesitados. Hoy estamos presenciando la quiebra del Seguro Social y ha puesto en peligro el derecho de jubilación de millones de personas afiliados a ese organismo
Ahora bien, ¿qué papel debe desempeñar la Masonería en toda esa maraña histórica de desaciertos que nos afectan a todos por igual?
Algunos pretenden que la masonería es individualista, y quien les habla se contaba entre los que compartían esa concepción equivocada, pues no tenía en cuenta que el humanismo masónico no confiere un valor esencial al individuo aislado, sino dentro de un contexto colectivo.
Dijo Cox Learche, citado por Francisco Espinar Lafuente, que "de la misma manera que en el universo, la nota predominante en el concierto masónico es, y debe ser, la comprensión grupal y el bien grupal por encima de las notas individuales. El sentido orquestal debe predominar sobre el sentido individual en todo su mecanismo."
La masonería moderna, concebida dentro de los principios del liberalismo del siglo XIX, ha evolucionado hacia un "liberalismo ético", como diría el segundo de los autores citados, que encuentra su punto de equilibrio entre los principios liberales y los del socialismo. Vienen al caso estas citas sobre el tema:
"El liberalismo y el socialismo están condenados a entenderse para cooperar juntos en el camino del progreso."
"El liberalismo y el socialismo, si se toman de un modo auténtico, han de ser igualmente racionalistas, laicistas y mundialistas. Y aunque el interés estructural de los empresarios y el de la clase laboral sean opuestos entre sí, la experiencia ha mostrado que pueden llegar a conciliarse a través de la negociación colectiva."
"Los masones, en cuanto ciudadanos, tienen no sólo el derecho sino también el deber de actuar en la vida pública. Pero ello deben hacerlo a título personal, a extramuros de la Masonería".
Es imposible que deje pasar la oportunidad para insistir en recomendar el examen y puesta en práctica de la "Carta de Panamá" de agosto del año en curso, documento masónico que reafirma el carácter esencialmente progresista de la Orden para participar activamente en la búsqueda de soluciones ante los fenómenos políticos, sociales y económicos que nos afectan, en especial ante el fenómeno de la globalización en sus aspectos negativos.
Quiero terminar con estas palabras que escribió el poeta Lamartine, que no era masón, en 1858, sobre nuestra Orden:
"Sois los grandes eclécticos del mundo moderno.. Entresacáis de todos los tiempos, de todos los países, de todos los sistemas y de todas las filosofías los eternos principios fundamentales de la moral universal, y de esta manera obtenéis el gran dogma infalible de la Fraternidad. Combatís lo que divide a los espíritus y confesáis lo que une a los corazones. Vuestras paletas echan el mortero de la virtud que une los fundamentos de la Sociedad".
Muchas gracias.