Por José María Ripoll Rodríguez
Cada vez que me acerco a una publicación reciente sobre la Francmasonería, me sorprende la analogía en sus distintas presentaciones. Cada uno de ellos se presenta como el libro definitivo que permitirá una profunda comprensión de lo que es la masonería para aquellos que se acercan a indagar acerca de la naturaleza y fines de la Orden.
El lector pretende descubrir en los mismos las claves de la urdimbre de conspicuas conspiraciones políticas y religiosas, y al terminar se siente sumido en la más profunda de las ignorancias. Exagero un poco, pero algo de verdad hay en lo que digo. Cada uno de los autores que ha pretendido explicar de manera ecuánime lo que es la orden, lo ha hecho aportando los datos derivados de sesudas investigaciones, pero siempre desde una óptica mediatizada por su propia orientación profesional.
No me refiero a la subjetividad proclive o contraria a la existencia de la orden, sino simplemente a que cada obra sobre la masonería viene a estar determinada en su tratamiento por la óptica de aquel que aborda el tema. Filósofos, historiadores y teólogos harán hincapié, bien en el origen histórico, o bien en las ramificaciones filosóficas, o bien en su relación con el hecho religioso y de algún modo el punto de vista abordado va a determinar su estudio.
Por eso, y porque la masonería abarca todos estos órdenes, para una visión de conjunto sería menester confeccionar un manual en que estos distintos puntos de vista se complementaran con más coherencia, y de una vez, de verdad el estudio de la naturaleza de la masonería sea asequible al que no esté familiarizado con esta terminología.
Probablemente como apunta José Antonio Ullate “… nos damos cuenta de cómo una excesiva obsesión con la organización masónica de algunos, un exagerado interés por la hipotética condición masónica de algunos personajes claves de la historia, han traído como consecuencia una inflación de la importancia de la institución en sí misma (que, indudablemente la ha tenido y la tiene, como advirtieron los Papas), en detrimento de un atento estudio de sus ideas, de la génesis de éstas y de su progresiva difusión en nuestro mundo (como también señalaron los romanos pontífices)” [i] .
En efecto, y sobre todo cómo muchos católicos cuya fe sobrenatural estaba muy basada en la costumbre y en el emotivismo han asumido sin más los criterios desarrollados por la filosofía masónica para interpretar y edificar la vida humana en sociedad. De ahí que lo que debiera ser auténticamente importante para un católico es tener precisos criterios de discernimiento para identificar en esta sociedad postmoderna las estructuras, valores e ideas que son patrimonio de la filosofía masónica y que por diversos motivos han acabado imponiéndose como valores de “ética democrática” y finalmente como “valores de civilización”.
Ya no se trata de una llamada de alerta como hicieron los primeros Romanos Pontífices cuando escribieron por primera vez sobre la masonería, ahora es toda una lucha contracultural.
A día de hoy, un católico sin sólidas categorías filosóficas, sociales y políticas para discernir los movimientos de ideas desarrollados en la sociedad civil, so capa de defender una opción “opinable” dentro del mundo actual –como sigue pasando con los católicos “liberales- es incapaz de discernir todo lo que de filosofía masónica hay en esos sistemas que pretende sean neutros.
Y para ello, uno de los obstáculos como veremos es la distorsión existente en la propia metodología masónica sobre la unidad esencial de la doctrina masónica acerca de cuestiones claves sobre Dios, su existencia, la profesión de fe o la caracterización de las religiones positivas por parte de la masonería. De unos años a esta parte una serie de autores de renombrado prestigio han reiniciado la tarea de explicación sobre la naturaleza de la masonería. Hagamos una breve reseña.
El profesor Manuel Guerra, en su obra “La trama masónica” apunta en el capítulo II que “No hay una única masonería, sino varias y en algunos aspectos incluso muchas y hasta innumerables. Como se expone en este capítulo, el tronco masónico irradia tres grandes ramificaciones, a saber, regular, irregular o liberal y marginal o esotérica. De cada ramificación se derivan numerosas ramas, o sea, Obediencias, ritos, etc. Pero hay un tronco común, un aire de familia. Consiguientemente de la masonería no puede hablarse de un modo unívoco a no ser en lo troncal y en la similitud de sus hijas y sus frutos” [ii] . Ese capítulo II es imprescindible para el acercamiento a la comprensión de la estructura formal o visible de la Francmasonería. La cualidad de historiador de las religiones y estudioso de los nuevos movimientos religiosos hace de este capítulo del profesor guerra muy clarificador, en lo que es la clasificación de las principales ramas de la masonería y la clasificación en obediencias. Sin embargo, no clarifica demasiado bien la razón última de tales divergencias y de si es posible superarlas en base a algún criterio unificador. Guerra cree encontrarlo en que finalmente el método masón al ir interiorizando el método masónico a través de su propia vida es como desarrolla la extensión de los principios filosóficos esenciales de la masonería. Siendo esto último verdad no da cuenta de cómo encontrar un criterio que nos permita unificar la multiplicidad en en la única doctrina masónica desarrollada en el mismo proceso iniciático. A pesar de lo cual, ese capítulo II es de lo mejor que a día de hoy podemos encontrar en lo que se refiere a la clasificación de la estructura de la masonería visible.
Otras obras se prodigan en analizar el origen histórico y los antecedentes de la masonería. César Vidal en "Los masones, la sociedad secreta más influyente de la historia " [iii] desarrolla con gran ecuanimidad este punto, si bien lo que el prestigioso historiador hace es calcar casi literalmente el mismo tema tratado por Jasper Ridley en su obra "Los masones, la sociedad secreta más poderosa de la tierra" [iv] ; Vidal incluso coincide con Ridley casi en el título. Vidal, tras hacer ese desarrollo histórico se entretiene en cuestiones marginales sin duda interesantes como los procesos de emancipación de América, y el surgimiento de nuevos movimientos religiosos en relación con la masonería. Dedica demasiado espacio a desbaratar la hipótesis de la conexión entre judaísmo y masonería, causando sorpresa la importancia que da a este tema en cantidad de páginas, cuando no le concede verosimilitud a este hecho.
Ricardo de la Cierva por su parte, maneja una gran cantidad de fuentes, y nos da una visión cabal del origen histórico de la Orden [v] , y su influencia en el mundo moderno. Su estudio habría que complementarlo con una síntesis acerca de la estructura de la masonería, del profesor Guerra. En “La Masonería invisible” de la Cierva complementa el libro anterior con consideraciones sobre los distintos ritos, aclara episodios oscuros de la masonería y da una explicación cabal de la justificación de la existencia de la masonería a día de hoy. Ricardo de la Cierva en ocasiones comete errores técnicos al confundir ciertos elementos rituales; en concreto tanto en “la masonería invisible” como en “el triple secreto”, las ilustraciones en las que aparece el “cuadro de logia” –una especie de tapiz o tabla pintada colocada sobre el ajedrezado de la logia- De la Cierva lo intitula como “plancha de trazar”, cuando la plancha de trazar es el documento donde se va dejando constancia de los trabajos masónicos con una estructura numérica.
En lo que respecta a lo que podríamos llamar “filosofía masónica” encontramos una brillante síntesis, muy asequible, y que no precisa un previas introducciones en “El secreto masónico desvelado” de José Antonio Ullate.
Así pues, el primer gran escollo que se encuentra el “profano” es con la cuestión acerca del origen de la masonería, su estructura visible, su desarrollo ritual. Sin embargo, al llegar a cierto punto se produce una notable sensación de incapacidad de síntesis. Y ese punto no es otro que las divergencias notables aunque como veremos, aparentes, de las principales ramas de la masonería.
Ese escollo deriva de que esa misma división en la masonería entre regulares e irregulares o liberales y dogmáticos, parece que nos obliga a replantearnos si existe de veras una única filosofía masónica, o si realmente habría que dar dos tratamientos distintos a las diversas obediencias en el caso de que sean regulares o irregulares.
Los cismas dentro de la masonería y su explicación no deben en modo alguno desviar nuestra atención de lo que es verdaderamente importante como criterio para el estudio de la masonería: más allá de posibles posicionamientos políticos o religiosos, la masonería no funciona como una organización que module su doctrina por colisión con las circunstancias políticas o religiosas del momento.
La masonería es ante todo un método iniciático desarrollado en los distintos rituales que emplea, y es ahí desde donde hemos de caracterizar a la masonería.
La masonería es un sistema de moralidad velado por alegorías y explicado mediante símbolos; símbolos y alegorías que el mismo proceso iniciático va desarrollando, en donde la variedad de rituales se explica por el mayor énfasis puesto en determinados aspectos del método iniciático, pero nunca en relación con su misma finalidad: que el iniciado asuma a través de este proceso las grandes claves éticas e ideológicas que el método masónico busca y propicia, ya que finalmente la masonería no es otra cosa que el resultado que la iniciación y la vivencia del ritual produce en el masón, y es en el mismo masón donde se puede decir que la masonería se encuentra.
Trataremos de echar un poco de luz sobre esas disidencias que se vienen produciendo en la Orden desde su constitución moderna, trascendiendo las explicaciones dadas por la propia masonería que en general suelen resultar confusas para los profanos.
La superación de este malentendido. Una cosa son los pretextos que a posteriori la misma masonería emplea para justificar ad extra la división entre esas dos grandes ramas, y que los masones posteriores a la escisión del Gran Oriente de Francia asumen como tal, y otra a explicación de los hechos tal como ocurrieron.
La gran escisión de la masonería es la conocida ruptura del Gran Oriente de Francia con la Gran Logia Unida de Inglaterra en 1877 que perdura a día de hoy.
Según la versión oficial, tal ruptura tuvo como génesis el cese de la dedicación de los trabajos masónicos al Gran Arquitecto del Universo por parte del GOF, y el no exigir a sus iniciados la creencia en un ser supremo. Ello habría supuesto la creación de una diversidad dentro de la doctrina masónica, en donde la masonería inglesa sería la conservadora, tradicional, cristiana desde sus presupuestos éticos y la francesa la revolucionaria, republicana y anticristiana.
Los historiadores masónicos, sobre todo los vinculados a obediencias liberales celebran este hecho como la asunción por parte del Gran Oriente del ideal ilustrado y, laicista de la Europa del XIX y su reconocimiento al racionalismo positivista que hizo mella en la Francia de la época. Nos daría cuenta de una mutación substancial en los fines y método masónicos si realmente fuese tan simple como eso.
Esa división aparente es una más dentro de las muchas luchas intestinas que acompañan a la masonería desde su aparición en 1717 a las que a posteriori se les achaca una causa relativa a la toma de posturas en el terreno político o religioso, con lo cual el prestigio de la orden aumentaría al demostrar la honda preocupación fundamental de los masones por este tipo de cuestiones.
Ahora bien, la realidad es muy distinta. Como veremos, la masonería desde sus orígenes se debate en continuas discrepancias internas relativas a la pretensión de mayor antigüedad de unas logias sobre las otras, acerca de la preeminencia en un territorio nacional alguna obediencia sobre otra, el rechazo o la aceptación de nuevos rituales que pretendidamente eran rescatados de antiquísimas tradiciones y la infiltración dentro de la masonería de personajes que pretenden reconducir el “espíritu” de la masonería a otras posiciones. Sin entrar a mencionar los intereses de preeminencia por recibir los “derechos” de iniciación de todo aquel que ingrese en la masonería.
1717, 1813, 1877. Masones aceptados y constitución de la Gran Logia.
En el presente artículo nos centraremos en primeras disensiones dentro de la masonería inglesa, en un período que va de 1717 a 1813 y que nos dará ya las primeras claves para todos los posteriores procesos de esta naturaleza. Adelantemos que tres son las fechas esenciales para entender la configuración de la masonería tal y como la conocemos hoy.
Tales fechas son 1717, 1813 y 1877: a) la aparición de la Gran Logia de Londres; b) La reunión de los antiguos y modernos bajo los auspicios de la corona británica; c) El Cisma del Gran Oriente de Francia, y los avatares de la configuración de la masonería francesa desde su importación desde Inglaterra y el impacto que produce al entrar en contacto con aquél país.
No entraremos aquí acerca del devenir de la masonería medieval operativa hasta convertirse en especulativa pero daremos una breve noticia de ese conocido proceso. Recordemos que las logias –talleres- de constructores operativos medievales, al llegar el Siglo XVI entran en un profundo declive sobre todo en Inglaterra.
La época de la construcción de las grandes catedrales les había colmado de prestigio, derechos y franquicias, pero aquella época había acabado. Tal prestigio propició que notables ciudadanos pidiesen el ingreso en las logias como masones “aceptados” esto es, no operativos con un puesto simplemente honorífico en las logias, pero en donde estos notables y las logias se retroalimentaban en todo lo que es prestigio social y prestaciones económicas.
Los nuevos movimientos de ideas característicos del Renacimiento, junto con el anhelo por un pasado que trascendiese lo medieval, trató de vincularse a movimientos filosóficos y científicos – o más bien pseudocientíficos- que se suponía habrían pervivido durante la edad media a través de corrientes iniciáticas, esotéricas, y ocultistas.
Al neoplatonismo redivivo por Marsilio Ficino y Pico de la Mirandola, iba unido un fuerte interés por el hermetismo, el pitagorismo, la cábala, y la alquimia, como formas científicas que con un fuerte componente esotérico se presentaban como la superestructura perfecta para fundamentar el modelo de nuevo hombre del renacimiento, medida de todas las cosas, al decir de Protágoras.
Son precisamente estas nuevas corrientes deudoras de tradiciones esotéricas irreales las que iban fluyendo por muchos de esos notables que se adscribían como masones aceptados en las viejas logias operativas. A principios del siglo XVIII las logias estarán formadas exclusivamente por esos masones aceptados. Y será en 1717 cuando se produzca la consagración formal de ese hecho al cual la masonería parecía que se iba orientando: el 24 de junio de 1717, cuatro logias londinenses se unen para formar una macro estructura con fines muy específicos. No tendría como fin la construcción de nuevos edificios, sino la edificación del hombre nuevo, el templo de Dios en la tierra, el llamado así tercer templo. Esta macro estructura, se daría en llamar al llegar 1738 “Gran Logia de Inglaterra”.
Primeras disensiones. Afán de antigüedad y preeminencia: Los Antiguos y Modernos.
Ante todo hemos de señalar que el año 1720 acaece un episodio de la máxima trascendencia: todos los documentos de la vieja masonería operativa son quemados. La razón esgrimida es el escrúpulo de algunos masones a la publicidad que pudiera darse a tales documentos. Esto permite a la masonería romper con su pasado medieval, operativo y católico. Desde este momento todo lo que hace la masonería en esta primera época es reescribir su historia, una historia irreal basada en relaciones fabulosas entre los antiguos misterios iniciáticos y la nueva hermandad, que va a permitir asimismo en las diferentes ramas que desde el momento emergen una pretensión por parte de cada una de ellas de ser la auténtica heredera de una antigüedad áurea.
Pero no todo son discusiones relativas a ritos y antigüedades. Existe un sinnúmero de episodios mucho más prosaicos que conviene reseñar. Citamos el episodio producido en 1722 y relatado por el imprescindible historiador masón F.T.B. Clavel: “En 1722, la Gran Logia de Londres sostuvo el maestrazgo del duque de Montagu. Semejante reelección fue mirada con disgusto por el duque de Warton, quien había concebido esperanzas de sucederle en el cargo. El 21 de junio convocó este una gran asamblea, para la cual había hecho preparar un suntuoso banquete. Estando ya en los postres, y por consiguiente cuando las cabezas estaban algo acaloradas con los vapores del vino, que se habían servido con profusión, los partidarios de Warton, tomando a un tiempo la palabra, atacaron la reelección del duque de Montagu, que reputaron como acto impolítico y suficiente para desalentar a los hermanos, cuyo acto e influencia social podían ser empleados en beneficio de la masonería. Hicieron valer todos los motivos y razones que debió haber tenido presente la Gran Logia para conferir el cargo del gran maestrazgo al duque de Warton; y por último propusieron a la asamblea, de la cual, los miembros de la dieta masónica, según ellos decían, no eran más que delegados, anular la elección del duque de Montagu y elegir en su lugar al duque de Warton. En aquellas circunstancias era muy difícil resistir a la fuerza de los grandes argumentos que se pusieron en juego para infundir la convicción de los ánimos; por lo que los partidarios de Warton obtuvieron un triunfo completo, resultando aquél elegido por unanimidad” [vi] .
Sin embargo, no todos los masones ingleses apoyaron esta iniciativa. La decaída logia de York, que según una vieja tradición databa del Siglo X –la pretensión de antigüedad estará siempre presente en las disensiones internas de la masonería- permaneció independiente. Así, la logia de York reaccionó agrupando a varias de aquellas logias, editando sus propias constituciones en 1722 (las constituciones de Roberts) distintas a las de Anderson, y siguió con sus propias actividades, sin manifestarse especialmente hostil contra la logia de Londres, pero mostrando visiblemente su discrepancia hacia la misma. En 1734, la Gran Logia de Londres introduce profundas novedades en los rituales, de acuerdo a las constituciones de Anderson y la nueva orientación de la masonería especulativa, lo cual va a producir el descontento en muchas logias que aprovecha la Gran Logia de York para proporcionarles su protección jurisdiccional. Así, estas logias descontentas con la Gran Logia de Londres se ponen bajo la jurisdicción de la Gran Logia de York, lo que produce la ruptura de las relaciones entre las dos grandes logias, y la Gran Logia de Londres se otorga el derecho de sobreponerse a la jurisdicción de la Gran Logia de York y de erigir logias en su distrito.
Pero la cosa no iba a quedarse ahí. Desde 1739 a 1753, miembros de algunas logias iniciaron un movimiento que culminó en la formación de una nueva Obediencia en 1751, integrada por nueve logias de formación reciente: la “Gran Logia de los Masones Libres y Aceptados, según las Antiguas Instituciones”. Esta nueva formación pasó a ser conocida como la “Gran Logia de los Antiguos”.
La Gran Logia de Londres, de los modernos, excomulgó a la nueva sociedad, puso entredicho en los talleres de su jurisdicción y, para evitar todo contacto entre estos y los suyos, innovó los rituales y los medios de conocimiento mutuo. Así, los antiguos utilizaron este hecho para atraerse a los partidarios de la ortodoxia masónica, hecho que dio sus frutos. Llegaron a obtener la protección de personas de la mayor distinción, entre las cuales eligieron un Gran Maestre y tuvieron la habilidad de hacerse reconocer por las Grandes Logias de Escocia y de Irlanda, como la única e indiscutible autoridad masónica de Inglaterra.
Este cisma proseguiría con profundas tensiones entre antiguos y modernos hasta que en 1806 se produciría un acontecimiento que iba a hacer variar notablemente la situación. El gran maestro de los modernos, el Príncipe de Gales, es elegido como tal por la Gran Logia de Escocia, y consigue que la primera sea reconocida por esta última, a la que hasta el momento consideraba cismática. Este movimiento llevó a la Gran Logia de Irlanda a reconocerla asimismo. Este doble reconocimiento de la Gran Logia de los modernos desmoralizó a la Gran Logia de los antiguos, que ya no tenía control efectivo sobre las logias de su dependencia y que sin problema alguno comenzó a entablar comunicaciones con la Gran Logia de los modernos.
La reunión de Antiguos y Modernos bajo los auspicios de la corona. Interpretaciones de estos hechos realizadas a posteriori por los mismos masones.
Al llegar 1813, el príncipe de Gales es designado regente de Inglaterra y le sucedería en su cargo al frente de la Gran Logia de los modernos, su hermano, el duque de Sussex. Éste realiza la reunión de las dos autoridades masónicas en Inglaterra. Así, después de reunirse con el duque de Atholl, que poseía la maestría de los antiguos masones, obtuvo su dimisión a favor del duque de Kent, que se había iniciado bajo sus auspicios. Esta elección fue ratificada por la Gran Logia de los antiguos. Se verificó una Asamblea de las dos grandes logias el primero de diciembre de 1813 en la taberna “la corona y el ancora”. Los artículos de la unión fueron leídos y aprobados y el 27 de diciembre de verificó la unión en otra asamblea.
Este proceso que durará casi un siglo será reinterpretado por los estudiosos masones con un criterio ajeno a la realidad histórica de aquel momento relacionándolo con el mismo origen de la ruptura casi cien años después del Gran Oriente de Francia. Lo enfocan desde lo que serán más tarde las disensiones entre la masonería inglesa y la francesa, refiriéndose al hecho de que la Gran Logia de los Antiguos eran teístas y confesionales, remitiéndose a que los antiguos masones operativos eran católicos practicantes y que la masonería moderna habría descristianizado los rituales [vii] .
Este argumento es muy recurrente en la masonería para explicar estas divisiones, que plantea dos doctrinas masónicas referentes a la cuestión religiosa en las logias [viii] y es causa de muchos equívocos sobre la naturaleza de la doctrina masónica. Como hemos visto, todas esas disensiones internas tienen otros motivos. Y realmente ni los antiguos ni los modernos tienen que ver, ni en sus rituales ni en sus doctrinas con la vieja masonería operativa. Los masones exageran la divergencia entre antiguos y modernos cuando realmente las diferencias eran mínimas, referentes a la disposición de la logia y a algún elemento ritual.
Pero el dato definitivo para desbaratar la posibilidad de una incipiente lucha entre teístas y librepensadores dentro de la masonería es que precisamente son los antiguos quienes introducen la leyenda hirámica, esencial en la exaltación a la maestría de la moderna masonería especulativa, desconocida por la masonería operativa y asimismo son ellos los que introducen una de las más importantes innovaciones rituales como es la inserción junto a los tres grados de la masonería tradicional, de un cuarto grado llamado del Arco Real con una fuerte carga de paganismo gnóstico; el grado del Arco Real comenzó a ser practicado en 1736 que es el momento incipiente de la división entre antiguos y modernos.
Este grado no tiene función constituirse como un “grado superior” al modo de cómo se desarrollará en la masonería francesa la escala de los altos grados y el desarrollo del filosofismo, sino completar la historia hirámica y por ende el grado de maestro.
En este grado se produce la revelación de la “palabra perdida”, expresión que designa el conjunto de secretos masónicos conocidos por Hiram Abiff y perdidos con su muerte; estos secretos tras el descubrimiento del cadáver de Hiram Abiff serían substituidos por una palabra elaborada por Salomón, basada en los signos que acompañaron al descubrimiento del cadáver de Hiram. Tal palabra seria hallada en la reconstrucción del templo de Jerusalén, tras el exilio babilónico.
Esta palabra no es otra que la de un sincrético nombre de Dios. Así dice el ritual del Real Arco reproducido por Ricardo de la Cierva en el triple secreto de la masonería : “ La palabra unida al triángulo es aquel Sagrado y Misterioso Nombre que usted se acaba de obligar a no pronunciar jamás, a no ser en presencia y con la asistencia de dos o más Compañeros del Arco Real o en el cuerpo de un Capítulo legalmente constituido del Arco Real cuando actúe en condición de Primer Principal.
Es una palabra compuesta y la combinación forma la palabra JAH-BUL-ON. Proviene de cuatro lenguajes, caldeo, hebreo, siríaco y egipcio. JAH es el nombre caldeo de Dios y significa “Su Esencia y Majestad Incomprensible”. Es también una palabra hebrea que significa “Yo soy y seré”. BUL es una palabra siríaca que significa Señor o Poderoso y es en sí misma una palabra compuesta formada por la preposición Beth, en o sobre, y Ul, Cielo o en lo alto; por lo tanto el significado es Señor del cielo o en lo Alto. ON es una palabra egipcia que significa Padre de todo, y expresa por ello la Omnipotencia del Padre de Todo, como en aquella oración bien conocida, Padre nuestro que estás en los cielos” [ix].
Así nos encontramos un nombre de Dios sincrético en el que se junta el Dios bíblico, con el dios asirio Baal –el Dios bestial al que la Biblia en repetidas ocasiones menciona como una deidad falsa y que los Santos Padres identifican con una representación diabólica y ON, nombre abreviado de Osiris, el dios egipcio.
Así pues, este grado del arco real manifiesta un sincretismo pagano gnóstico de grandes dimensiones y en modo alguno puede mantenerse que la Gran Logia de los Antiguos que fue quien desarrolló este ritual mantuviese sus discrepancias frente a los modernos por su teísmo y su vinculación al catolicismo de los masones operativos medievales.
Aquí si que lo podemos intitular ya como mero pretexto y dejar en claro la unidad de la doctrina masónica substancial a ambas Grandes Logias más allá de los problemas jurisdiccionales y de su lucha por la primacía masónica.
Mucho más plausible para explicar esa divergencia entre Antiguos y Modernos es la que nos da D. Ligou en su Diccionaire de la Franc – Maçonnerie, en donde sostiene que los miembros de la Gran Logia de York, en su mayor parte inmigrantes irlandeses, que no habían pertenecido a la Gran Logia de Inglaterra, sino que eran miembros de la Gran Logia de Irlanda no fueron acogidos favorablemente a su llegada a Londres. Esto habría constituido el origen de la disputa que daría paso a la lucha por la hegemonía masónica en Inglaterra, entrando en franca competencia y tratando cada una de las dos grandes logias de captar adeptos entre las más influyentes personalidades de Inglaterra.
Sólo en 1813 se pone fin a esta división después del encuentro entre las dos Grandes Logias, pero por los motivos extra masónicos que hemos reseñado.
Según historiadores masones la Revolución francesa y las guerras napoleónicas producirían en ambas instituciones un deseo de cohesión en torno a la corona británica. Mostraría de esta manera las virtudes cívicas de la masonería, pero de nuevo es un dato inexacto.
Propiamente es la corona británica quien fuerza la unión de antiguos y modernos en la Gran Logia Unida de Inglaterra. Unión aceptada por ambas Grandes Logias para salvaguardar su propia existencia, ya que la corona británica en el año 1799 se plantea la prohibición de las sociedades secretas para evitar lo acaecido en Francia en 1789, y se impone a la masonería la reunificación de ambas organizaciones con el patrocinio de la corona para mostrar lealtad a la misma.
Y será desde ese momento que la masonería se convierte en un importante factor de cohesión del imperio británico en torno a la corona. El recurso a una disensión relativa a la naturaleza deísta de la Gran Logia de los Antiguos es un recurso utilizado por masones de obediencias liberales, que de este modo descubrirían la causa remota de una polémica que cristalizará más tarde en Francia, pero que no es tal.
En el proceso histórico que va de 1717 a 1813 no encontramos controversias referidas a este punto, sino más bien esas disputas sobre la primacía masónica en Inglaterra y el esfuerzo por atraerse las personas más notables a sus respectivas obediencias con lo que estas disensiones aparentes no restan un ápice de la unidad substancial de la doctrina masónica.
[i] José Antonio Ullate Fabo, El secreto masónico desvelado, Libros libres
[ii] Manuel Guerra Gómez, La trama masónica, ed. Styria, Barcelona 2006, p.59
[iii] César Vidal, Los masones, La sociedad secreta más influyente de la historia, ed. Planeta, Madrid 2006, pp.29-37
[iv] Jasper Ridley, Los masones, la sociedad secreta más poderosa de la tierra, ed. Javier Vergara, Barcelona 2002, pp. 39-67
[v] Ricardo de la Cierva, El triple secreto de la masonería, Ed. Fénix, Madrid 1994, pp. 21-69
[vi] F.T.B. Clavel, Historia de la Francmasonería, Edicomunicación, Barcelona 1988,pp.30-31
[vii] Cfr Amando Hurtado, Nosotros los masones, Edaf, Madrid 2005, pp 51-52
[viii] Juan Carlos Daza, Diccionario Akal de Francmasonería, Akal, Madrid 1997, voz “francmasonería”
[ix] El triple secreto… p.341
Fuente: http://www.arbil.org/118ripo.htm