En pocas capitales europeas la masonería ha dejado una impronta tan perenne y visible como en Bruselas. No sólo la capital belga debe a la masonería su prestigiosa Universidad Libre de Bruselas (ULB), sino que la vasta red actual de escuelas municipales laicas tampoco existiría sin la tenacidad y el empuje de las logias masónicas a lo largo del siglo XIX y su influencia decisiva en el ayuntamiento de la capital.
La remodelacion del centro de la ciudad en el siglo XIX fue diseñada por dirigentes políticos y arquitectos masones. Muchos de los edificios emblemáticos son obra de aquitectos masones, como Victor Horta y Paul Hankar. Hasta la restauración de la Grand Place, que le devolvió todo su esplendor barroco perdido, fue el resultado de la perseverancia del alcalde Charles Buls y de un grupo de arquitectos y escultores masones, como Adolphe Samyn y Victor Rousseau.
Numerosos edificios de la ciudad, viviendas y monumentos aún conservan visibles símbolos masónicos. Incluso el diseño del parque central de Bruselas reproduce con sus avenidas, jardines y estanques los principales símbolos masónicos. El compás, la plomada y el cincel son inmediatamente perceptibles con una simple mirada a un mapa o una foto aérea del parque, mientras que las demás herramientas (mazo, escuadra, paleta, martillo) aparecen dibujadas en el diseño de los jardines. No en vano, Charles de Lorraine, gobernador general austriaco de Bélgica cuando se construyó el parque en la segunda mitad del siglo XVIII, era un miembro destacado de la logia Saint-Charles.
Posteriormente, en el extremo hundido del parque próximo al Palacio Real, se inscribieron en el muro las siglas invertidas del acrónimo VITRIOL, la famosa fórmula latina asociada al proceso de iniciación masónica: “Visita InterioraTrerrae Rectificando Invenies Occultum Lapidem”. Es decir, “visita el interior de la Tierra y rectificando descubrirás la piedra escondida”, en referencia a la reflexión sobre uno mismo para crecer y desarrollarse. Esta inscripción se encuentra en el decorado del gabinete de reflexión, por el que pasa el futuro iniciado antes de ser conducido al interior del templo con los ojos vendados para la ceremonia de iniciación.
Tras la independencia de Bélgica y a lo largo del siglo XIX, la masonería desempeñó un papel fundamental en el desarrollo político del país y muy especialmente en su capital. Todos los alcaldes de Bruselas de ese siglo hasta 1909 fueron masones, con la excepción de Adolphe Max, Posteriormente, numerosos alcaldes han sido también masones e incluso se asegura que el actual, el socialista Freddy Thielemans, comparte esa filosofía, pero las logias guardan su tradicional reserva y secreto sobre sus miembros vivos.
Ante el monopolio católico de la enseñanza universitaria en Bélgica, el jurista Pierre Théodore Verhaegen, gran maestro de la logia Los Amigos Filantrópicos, impulsó en 1834 la creación de una universidad laica, totalmente independiente del Estado y de la Iglesia y regida por el principio de la libertad de pensamiento. Con el respaldo del alcalde de Bruselas, Nicolas Rouppe, también miembro de la misma logia, la nueva universidad nació el 20 de noviembre de 1834.
Durante numerosas décadas la Universidad Libre de Bruselas sólo consiguió sobrevivir a la hostilidad de la Iglesia y del Estado durante los gobiernos conservadores gracias a las ingentes contribuciones financieras de las logias masónicas y al apoyo del ayuntamiento de la capital.
La creación de la ULB y el creciente prestigio de los masones en el naciente país desencadenaron una ofensiva clerical frontal, que culminó con la condena pública de la masonería por el episcopado en 1837, que se fue leída en todos los púlpitos de Bélgica. La condena eclesial condujo al abandono de las logias por parte de los católicos y a la afiliación en masa de los anticlericales, lo que dio un ímpetu decisivo a la politización de la masonería en Bélgica.
Las logias masonas belgas del siglo XIX, a diferencia de las británicas y norteamericanas, decidieron implicarse activamente en la política e impulsaron la creación del Partido Liberal belga para contrarrestar el omnipresente diktat católico en todas las esferas de la vida pública y privada de los ciudadanos.
Las elites intelectuales del país pensaban que las libertades de la Constitución de 1830 sólo servían a los intereses católicos: multiplicación de las escuelas primarias dirigidas por el clero, duplicación en pocos años de la población de las órdenes religiosas e intervenciones reiteradas del episcopado en las elecciones.
Bajo el impulso de Verhaegen y de las logias masónicas se organizaron las asociaciones liberales, que condujeron el 14 de junio de 1846 a la creación de Partido Liberal en la sala gótica del Ayuntamiento de Bruselas. Al año siguiente obtuvo una gran victoria en las elecciones que permitió la constitución del primer gobierno liberal de Bélgica. “La masonería se ha convertido en la cabeza y la vanguardia del Partido Liberal”, proclamó en esa época con entusiasmo el editor Albert Lacroix.
Las logias masónicas concentraron sus esfuerzos políticos en lograr la laicidad del Estado, en promover una enseñanza pública laica, obligatoria y de calidad, en instaurar la educación femenina, en la reglamentación del trabajo de las mujeres y los niños, el matrimonio civil y en establecer el sufragio universal. La desaparición del sufragio censitario, por el que tanto habían luchado, al ampliar enormemente el electorado, privaría a los masones en los albores del siglo XX de su antiguo papel político determinante. Pero durante la segunda mitad del siglo XIX casi la totalidad de la elite liberal bruselense estaba afiliada a alguna logia masónica.
Una de las batallas más duras que tuvo que librar la masonería en el siglo XIX fue arrebatar a la autoridad clerical la enseñanza municipal para transformarla en un modelo de escuelas públicas laicas, con métodos pedagógicos avanzados y profesorado con formación especializada.
La red de escuelas primarias se completó con cursos nocturnos para adultos, gimnasios populares, guarderías, escuelas maternales, bibliotecas y centros de enseñanza media y profesional. Esa red de escuelas municipales, orgullo de la capital belga, sirvió de modelo para la reorganización de la enseñanza primaria en el país y fue imitada en el extranjero.
Otra de las grandes batallas de la masonería fue el combate para secularizar los cementerios, que la Iglesia consideraba como propiedad suya, y poner fin a la práctica eclesial de condenar a los librepensadores a ser enterrados en el rincón de los criminales.
A pesar de haber logrado el Ayuntamiento de Bruselas imponer la propiedad municipal a los cementerios para que estuvieran abiertos a todos sin ningún control de la Iglesia, la estrategia de intimidación de los medios eclesiásticos era tan grande sobre las familias y las personas que se negaban a someterse al ritual católico, que las logias tuvieron que organizar ceremonias civiles para amparar a sus miembros. Numerosas personas dejaban asimismo redactados testamentos masónicos para rechazar por escrito cualquier ritual religioso en su entierro.
El fallecimiento de Pierre Theódore Verhaegen, fundador de la ULB, dio pie en diciembre de 1862 a un gran funeral masónico y un cortejo fúnebre en el que los miembros de las logias desafiaron al clérigo portando ostentosamente por la calle sus insignias y hábitos masónicos.
Verhaegen, pese a las presiones de su familia, se negó a recibir los últimos sacramentos y dejó por escrito su rechazo a cualquier presencia eclesial o funeral religioso en su testamento, lo que convirtió su entierro en uno de los grandes momentos históricos de las luchas confesionales de Bélgica.
Casi 16 años después, el entierro de Enerst Allard, otro político liberal masón, en 1878 movilizó de nuevo masivamente a todas las logias de Bruselas para defender la libertad de pensamiento frente a la presión católica.
Allard, varios años antes de su muerte, dejó también un testamento escrito con instrucciones precisas para evitar cualquier interferencia religiosa en su funeral e incluso pidió a los miembros de su logia que le protegieran si era necesario del acoso religioso en sus horas postreras.
De esa titánica lucha decimonónica ha quedado la práctica frecuente actual de las esquelas masónicas que aparecen en el diario Le Soir, donde se destaca bajo el símbolo tradicional del compás y la escuadra que la persona falleció "fiel a sus convicciones filosóficas".
(Una versión más corta se publicó en El Periódico el 12 de julio de 2008)