Por Carlos Bravo Suarez.
La difusión de la obra y el pensamiento servetianos en el extranjero contrasta con el desconocimiento que de ellos se tiene todavía en nuestro país. No obstante, de un tiempo a esta parte, la figura del sabio sijenense está generando una creciente bibliografía también en España y en español. Algunos de los autores que en los últimos tiempos se han interesado por Servet son, además, aragoneses. El primero y principal, el profesor turolense Ángel Alcalá, catedrático emérito por la Universidad de Nueva York, editor de las obras completas del teólogo y científico monegrino y máximo servetista en la actualidad. También sobre Servet ha escrito su paisano Francisco Carrasquer, cuyo libro más reciente, “Servet, Spinoza y Sender. Miradas de eternidad” (PUZ, 2007), es una interesante, abierta y densa reflexión sobre las conexiones posibles entre el pensamiento y la obra de estos tres grandes escritores, principalmente entre Servet y el gran filósofo holandés de origen judío-español Barucc Spinoza. En el inicio de su libro, Carrasquer escribe un brillante poema “in memoriam” de Miguel Servet Conesa. En él destacan unos versos en los que lamenta el ostracismo al que el sijenense ha sido siempre sometido por sus propios compatriotas: “¡Baldón a España, mala madre, que no te ha conocido, / ni aún menos ha dado a conocer tu genio y tus atisbos / como el primer Renacentista de sus hijos y su Humanista / más cabal! ¡Y más baldón, si cabe, porque han sido / extranjeros, como Voltaire, los que han roto una lanza / por ti, Servet, mientras tus compatriotas ni rechistan!”
Precisamente sobre la defensa que en el siglo XVIII hizo Voltaire de Miguel Servet frente al intolerante Calvino, escribió hace ya unos años el profesor José Antonio Ferrrer Benimeli el libro “Voltaire, Servet y la tolerancia”, publicado en 1980 por el Instituto de Estudios Sijenenses “Miguel Servet”. Esta misma institución, que realiza desde hace tiempo una muy meritoria labor, publicó en 2006 un magnífico ensayo que, por su rigor y didactismo, merece un lugar destacado entre la bibliografía dedicada al sabio altoaragonés. Se trata de “La influencia de Erasmo en las obras de Miguel Servet”, escrito por el barcelonés Jaume de Marcos Andreu. El libro, en versión bilingüe español-inglés, es el resultado de un máster en Historia de las Religiones realizado por su autor en la Universidad Autónoma de Barcelona. Sobre las tesis que en él se defienden con claridad y buena prosa, pretende tratar brevemente este artículo.
Erasmo de Rotterdam (1469- 1536) es probablemente la figura más importante de la cultura europea del Renacimiento. La influencia del gran humanista holandés alcanza a la mayor parte de los pensadores y escritores de la época, y se deja sentir principalmente en el terreno religioso. Erasmo está en la base de buena parte de los movimientos reformistas cristianos que surgen en Europa en un periodo especialmente convulso para el continente. Casi sin que su autor se lo propusiera, el pensamiento erasmista sobre la urgencia de recuperar la pureza y la autenticidad del cristianismo original y la necesidad de volver a las fuentes evangélicas de las que la Iglesia se había alejado serán el punto de partida de una reacción contra el poder y la corrupción vaticana que alcanzará su máxima expresión con la Reforma protestante de Martín Lutero. Moderado en el fondo y partidario de una regeneración de la Iglesia desde dentro de la propia institución, el enfrentamiento entre los diversos sectores cristianos y el radicalismo creciente llevarán a Erasmo a recibir, sin embargo, virulentas críticas de uno y otro lado, frente a las que el holandés intentará mantener siempre su independencia de criterio.
Dentro de la efervescencia religiosa que recorre la Europa del siglo XVI, irrumpirá con tremenda fuerza la figura del médico aragonés Miguel Servet, conocido con el sobrenombre de “Revés”. Su absoluto rechazo del dogma de la Trinidad y su llamamiento a una restauración radical que regenerara por completo el cristianismo decadente y corrompido de la época le acabaron llevando irremediablemente a un trágico final en la hoguera. Menos diplomático y ambiguo que Erasmo - y sin su experiencia, fama y reconocido prestigio -, la pasión y el terco empeño con que defendió sus propuestas religiosas, además de una considerable imprudencia para los tiempos que corrían, le impidieron escapar al afán inquisidor con que el fanatismo religioso, cultivado desde todos los bandos, perseguía cualquier disidencia o heterodoxia.
Es seguro que Servet leyó muy pronto a Erasmo. Posiblemente ya en su adolescencia, cuando sirvió al clérigo Juan de Quintana, quien según Ángel Alcalá era oscense y agustino. Era también humanista y seguidor de Erasmo, doctor por la Sorbona y miembro de las Cortes de Aragón, y llegaría a ser confesor de Carlos I. El emperador defendió a los erasmistas hasta que el triunfo de Lutero los convirtió en sospechosos y comenzó su persecución. Servet acompañó a Quintana a la coronación de Carlos I en Bolonia en 1530. La pompa y el lujo del cortejo papal en la ceremonia alejaron para siempre al aragonés de la ortodoxia católica. Algo parecido, aunque menos radical y con una respuesta literaria más satírica y menos apasionada, le había ocurrido a Erasmo unos años antes en Roma al ser testigo ocasional de un desfile de la comitiva del Papa Julio II. Ambos rechazaban por completo el lujo y la ostentación del Vaticano, pero Servet lo hace con mayores dosis de radicalidad y desprecio.
No hay constancia de que Erasmo y Servet llegaran a conocerse personalmente, y aunque es muy posible que Erasmo leyera el libro del aragonés “De Trinitatis Erroribus”, publicado en 1531, las delicadas circunstancias del momento harían poco prudente dar su opinión sobre una obra que arremetía con dureza contra el sagrado e incuestionable dogma trinitario.
Jaume de Marcos, en su magnífico libro, establece cinco puntos sobre los que comparar las posiciones respectivas de Erasmo y Servet: el método filológico en el discernimiento de la verdad, la restauración del puro cristianismo, la cuestión trinitaria, las tentaciones irenistas y el libre albedrío y las buenas obras.
Como la mayoría de los humanistas del Renacimiento, Erasmo y Servet defienden la vuelta a las fuentes evangélicas originales, como parte de un retorno a un cristianismo más primitivo y puro y a una religiosidad más sencilla, basada en los hechos y no en las falsas apariencias y las ceremonias fastuosas. Erasmo, tras aprender la lengua griega sólo para ese propósito, realizó una celebrada edición del Nuevo Testamento a partir de su original heleno. No se vio capaz, sin embargo, de aprender también el hebreo. Servet superó en este aspecto a Erasmo, pues además del latín en el que ambos escribían, el aragonés dominaba tanto el griego como la lengua hebrea, lo que le permitía utilizar abundantes citas evangélicas originales en sus argumentaciones teológicas.
Ambos coinciden, como se ha dicho, en la urgente necesidad de restituir un cristianismo puro frente a la decadencia y la corrupción existentes. Sin embargo, sus propuestas son distintas: más moderada e irónica la de Erasmo, radical y apasionada la de Servet. El de Rotterdam defiende una reforma desde dentro de la propia Iglesia; sin rupturas, precisamente para prevenir y evitar las que inevitablemente se avecinan si los cambios no se producen con premura. Servet, en su “Restitución del Cristianismo”, llama a la rebelión de todos los cristianos para lograr una vuelta a los orígenes y conseguir una restitución total, que disuelva “la cautividad de la impía Babilonia y destruya del todo al Anticristo y a sus secuaces”.
En la cuestión de la Trinidad también las posturas de ambos son distintas. Erasmo, aunque en algunos escritos parece dudar del dogma trinitario, no llega nunca a rechazarlo del todo y muestra siempre cautela ante este delicado asunto que podía acarrearle consecuencias peligrosas. Como también se ha dicho, Servet se postula desde sus primeras obras como totalmente contrario al dogma trinitario, y califica a sus defensores de trideístas y, por tanto, politeístas y paganos.
El término “irenismo” viene del griego “eirene”, que significa “paz”, y designa una actitud teológica que busca hacer prevalecer las similitudes por encima de las diferencias entre corrientes religiosas distintas. Sean éstas el islamismo, el judaísmo y el cristianismo, o diferentes corrientes de un mismo credo. Erasmo defendió siempre posiciones irenistas y buscó, sobre todo, un equilibrio entre los protestantes luteranos y los católicos vaticanistas. Sin embargo, solamente encontró desconfianza y rechazo en ambos bandos, como suele ocurrir cuando las posiciones se radicalizan y el fanatismo crece. Servet defendió también un cierto irenismo y, en el juicio que le condenó a morir en la hoguera, fue recriminado por Calvino por haber escrito que, al contrario que el islamismo y el judaísmo, era la iglesia católica la que había errado en su defensa del dogma de la Trinidad y se había alejado así de su monoteísmo inicial.
En cuanto al libre albedrío, las buenas obras y la gracia divina, tanto Erasmo como Servet defienden una actitud “cooperante” del ser humano en su salvación, pero también aquí el sijenense va más lejos y postula que en todo ser humano hay una porción de Dios y de divinidad. Sus contrarios le recriminaron ese intento de divinizar al hombre, y algunos han querido ver en ello neoplatonismo cristianizado e incluso un cierto panteísmo. En este punto se podrían establecer, tal vez, algunas conexiones con la filosofía de Spinozza. Además de por su común defensa de la libertad de pensamiento, en épocas distintas pero en ambos casos con dosis de modernidad y de adelanto considerable a su tiempo.
Erasmo y Servet son dos gigantes del Renacimiento europeo que, sin embargo, fueron víctimas, más el segundo que el primero, del triunfo de las corrientes dogmáticas y ortodoxas que ambos intentaron combatir sin éxito. El germen de libertad que hay en su pensamiento aún tardaría varios siglos en dar sus frutos en Europa.