Por Máximo Bairon Castrillo
El concepto de rebelión, como una resistencia violenta hecha a la autoridad, y la revolución como cambio grande en el gobierno de los Estados, marca la diferencia de un tránsito político que se presenta con toda su intensidad en los días de julio de 1809.
El ingreso de las tropas francesas a España y la abdicación de la corona a favor del hermano de Napoleón Bonaparte, colocaban en el mapa de Europa una figura para España como simple apéndice de un nuevo imperio, sin embargo los cambios económicos que se venían a continuación, asustaron a la mayoría de los Estados europeos. En efecto, con la absorción de las colonias de América, el poder dominante de París sobre el mundo era cuestión de una espera de pocos años.
La revolución industrial había comenzado a multiplicar sus efectos en Francia y el desarrollo tecnológico se expandía transformando todo el sistema productivo; la naciente burguesía manejaba el proyecto de una integración con España y sus colonias como una base para la ampliación del mercado, quizá en ese momento el sistema más interesante que se presentaba en el mundo, por la abundancia de materias primas, pero además, por la importante población que ya tenía América y donde las inversiones en tres siglos de gobierno colonial ofrecían importantes obras de comunicación al interior del continente, puertos, establecimientos mineros, agrícolas, talleres artesanales, centros urbanos bien construidos y todo aquello que es importante para el ingreso del capital industrial.
Salvar las colonias de América fue el grito que surgió de la España dominada militarmente por Francia y de inmediato, se planificó la forma de alcanzar este objetivo. La primera medida consistía en incorporar a los grupos de criollos y mestizos a la lucha política y militar, una invasión francesa a las costas del Nuevo Mundo en ese momento parecía inminente. Era el pueblo sin distinción de clases sociales cuantitativamente unido, la mejor arma que podía utilizar la monarquía española para mantener intacto su poder económico y político en estas lejanas tierras de América.
Las autoridades españolas en América no vieron con buenos ojos la medida que la Metrópoli sostenía como indispensable para enfrentar a Napoleón, integrar a criollos y mestizos en el gobierno colonial, resultaba un proceso en el cual la chusma alcanzaba los privilegios de la vieja oligarquía colonial, al estar incorporándose a la dirección política en el gobierno colonial, algo espantoso para estas gentes chapetonas, que cerraron filas y alcanzaron el consenso de ofrecer resistencia a la implantación de estas medidas propuestas por la Junta de Sevilla.
Partidarios de la Junta de Sevilla, y por otra parte, el movimiento constituido por las autoridades españolas unidas para evitar los cambios políticos y sociales proclamados en la Metrópoli, tomaron el criterio de que medidas de tal naturaleza no eran necesarias, que su aplicación sólo alcanzaría a crear mayor conflicto social en América, por esta razón se aprestaban a enfrentarse directamente con las muchedumbres mal encaminadas.
La instrucción llegada de la España ocupada era promover inmediatamente movimientos políticos mediante la participación de los Cabildos y otras instancias que puedan surgir espontáneamente, guiándose por la figura política de Fernando VII, el rey cautivo que en ese momento se convirtió en el baluarte de la lucha por la independencia de España.
Pero a la sombra tímida de Fernando VII, clandestinamente se había constituido un nuevo partido político que buscaba la monarquía constitucional, pero además, se discutía la suerte de las colonias ya separadas de la España dominada por Francia y en el otro extremo, poderosos grupos oligárquicos que sostenían para la tranquilidad de América, la necesidad de conservar históricamente sus privilegios y derechos coloniales evitando los cambios.
Esta oligarquía colonial alimentaba sus esperanzas de conservar el poder pregonando que los cambios estaban contagiados de las pecaminosas prácticas que se impusieron con la Revolución Francesa, por la presencia de una filosofía contraria a la moral religiosa, por colocar por encima de la teoría del espíritu el principio de la razón, y señalaban en su parte más sustancial de su filosofía, la inaceptable convivencia social políticamente igualitaria, entre clases que estaban marcadas por diferencias económicas y raciales, y éstas eran las cualidades que daban al modelo colonial el tránsito tranquilo de su reproducción, es decir, se presentaba de manera espontánea la producción de una mercancía denomina “paz social”.
Pero las “rebeliones comenzaron” al grito de Fernando VII, rogativas por su salud, donaciones para cubrir los gastos del movimiento guerrillero en España y por todas partes se enseñaba y luego se distribuía una cultura de amor al monarca cautivo, y con su figura el cambio político empezó a gestarse. Las oligarquías coloniales en su desesperación pactaron con la monarquía portuguesa instalada en el Brasil, con el fin de precautelar los derechos del rey de España en estas colonias de América, a la luz de que estos cambios, evolucionaban a una separación y la formación de procesos que culminarían en la total independencia de América.
El 25 de mayo de 1809 la figura de Fernando VII fue aclamada con magnífica devoción en las calles de Chuquisaca, pero en la ciudad de La Paz, la situación era más interesante por la profundidad del cambio que se materializaba. El pequeño partido independentista, en la clandestinidad, posiblemente estuvo ya constituido a principios de 1808, la evidencia histórica se verifica entre el 16 de julio y el 27 del mismo mes. En este corto periodo, el partido independentista se apropia de la rebelión paceña y conduce al movimiento social a un verdadero escenario revolucionario, tal es el sublime contenido de la Proclama de la Junta Tuitiva.
Es esta la razón que impulsa la inmediata movilización de tropas de Lima y Buenos Aires para controlar al movimiento paceño en su misma cuna, en caso contrario, si los hechos políticos hubieran seguido el mismo camino que tomaron los sucesos del 25 de mayo en Chuquisaca, la cosa no era de preocupación y quizá nada militarmente se habría producido, pero el ascenso político del partido independentista fue un detonante para que todo el continente despierte, esta es la gran contribución del pueblo paceño a la lucha por la libertad de América, que no podía tener otro desenlace que el martirio de sus líderes.
El concepto de rebelión, como una resistencia violenta hecha a la autoridad, y la revolución como cambio grande en el gobierno de los Estados, marca la diferencia de un tránsito político que se presenta con toda su intensidad en los días de julio de 1809.
El ingreso de las tropas francesas a España y la abdicación de la corona a favor del hermano de Napoleón Bonaparte, colocaban en el mapa de Europa una figura para España como simple apéndice de un nuevo imperio, sin embargo los cambios económicos que se venían a continuación, asustaron a la mayoría de los Estados europeos. En efecto, con la absorción de las colonias de América, el poder dominante de París sobre el mundo era cuestión de una espera de pocos años.
La revolución industrial había comenzado a multiplicar sus efectos en Francia y el desarrollo tecnológico se expandía transformando todo el sistema productivo; la naciente burguesía manejaba el proyecto de una integración con España y sus colonias como una base para la ampliación del mercado, quizá en ese momento el sistema más interesante que se presentaba en el mundo, por la abundancia de materias primas, pero además, por la importante población que ya tenía América y donde las inversiones en tres siglos de gobierno colonial ofrecían importantes obras de comunicación al interior del continente, puertos, establecimientos mineros, agrícolas, talleres artesanales, centros urbanos bien construidos y todo aquello que es importante para el ingreso del capital industrial.
Salvar las colonias de América fue el grito que surgió de la España dominada militarmente por Francia y de inmediato, se planificó la forma de alcanzar este objetivo. La primera medida consistía en incorporar a los grupos de criollos y mestizos a la lucha política y militar, una invasión francesa a las costas del Nuevo Mundo en ese momento parecía inminente. Era el pueblo sin distinción de clases sociales cuantitativamente unido, la mejor arma que podía utilizar la monarquía española para mantener intacto su poder económico y político en estas lejanas tierras de América.
Las autoridades españolas en América no vieron con buenos ojos la medida que la Metrópoli sostenía como indispensable para enfrentar a Napoleón, integrar a criollos y mestizos en el gobierno colonial, resultaba un proceso en el cual la chusma alcanzaba los privilegios de la vieja oligarquía colonial, al estar incorporándose a la dirección política en el gobierno colonial, algo espantoso para estas gentes chapetonas, que cerraron filas y alcanzaron el consenso de ofrecer resistencia a la implantación de estas medidas propuestas por la Junta de Sevilla.
Partidarios de la Junta de Sevilla, y por otra parte, el movimiento constituido por las autoridades españolas unidas para evitar los cambios políticos y sociales proclamados en la Metrópoli, tomaron el criterio de que medidas de tal naturaleza no eran necesarias, que su aplicación sólo alcanzaría a crear mayor conflicto social en América, por esta razón se aprestaban a enfrentarse directamente con las muchedumbres mal encaminadas.
La instrucción llegada de la España ocupada era promover inmediatamente movimientos políticos mediante la participación de los Cabildos y otras instancias que puedan surgir espontáneamente, guiándose por la figura política de Fernando VII, el rey cautivo que en ese momento se convirtió en el baluarte de la lucha por la independencia de España.
Pero a la sombra tímida de Fernando VII, clandestinamente se había constituido un nuevo partido político que buscaba la monarquía constitucional, pero además, se discutía la suerte de las colonias ya separadas de la España dominada por Francia y en el otro extremo, poderosos grupos oligárquicos que sostenían para la tranquilidad de América, la necesidad de conservar históricamente sus privilegios y derechos coloniales evitando los cambios.
Esta oligarquía colonial alimentaba sus esperanzas de conservar el poder pregonando que los cambios estaban contagiados de las pecaminosas prácticas que se impusieron con la Revolución Francesa, por la presencia de una filosofía contraria a la moral religiosa, por colocar por encima de la teoría del espíritu el principio de la razón, y señalaban en su parte más sustancial de su filosofía, la inaceptable convivencia social políticamente igualitaria, entre clases que estaban marcadas por diferencias económicas y raciales, y éstas eran las cualidades que daban al modelo colonial el tránsito tranquilo de su reproducción, es decir, se presentaba de manera espontánea la producción de una mercancía denomina “paz social”.
Pero las “rebeliones comenzaron” al grito de Fernando VII, rogativas por su salud, donaciones para cubrir los gastos del movimiento guerrillero en España y por todas partes se enseñaba y luego se distribuía una cultura de amor al monarca cautivo, y con su figura el cambio político empezó a gestarse. Las oligarquías coloniales en su desesperación pactaron con la monarquía portuguesa instalada en el Brasil, con el fin de precautelar los derechos del rey de España en estas colonias de América, a la luz de que estos cambios, evolucionaban a una separación y la formación de procesos que culminarían en la total independencia de América.
El 25 de mayo de 1809 la figura de Fernando VII fue aclamada con magnífica devoción en las calles de Chuquisaca, pero en la ciudad de La Paz, la situación era más interesante por la profundidad del cambio que se materializaba. El pequeño partido independentista, en la clandestinidad, posiblemente estuvo ya constituido a principios de 1808, la evidencia histórica se verifica entre el 16 de julio y el 27 del mismo mes. En este corto periodo, el partido independentista se apropia de la rebelión paceña y conduce al movimiento social a un verdadero escenario revolucionario, tal es el sublime contenido de la Proclama de la Junta Tuitiva.
Es esta la razón que impulsa la inmediata movilización de tropas de Lima y Buenos Aires para controlar al movimiento paceño en su misma cuna, en caso contrario, si los hechos políticos hubieran seguido el mismo camino que tomaron los sucesos del 25 de mayo en Chuquisaca, la cosa no era de preocupación y quizá nada militarmente se habría producido, pero el ascenso político del partido independentista fue un detonante para que todo el continente despierte, esta es la gran contribución del pueblo paceño a la lucha por la libertad de América, que no podía tener otro desenlace que el martirio de sus líderes.
Fuente: EL DIARIO. Bolivia