El Gran Oriente de Francia nace de una voluntad singular: combinar el proceso iniciático que es una búsqueda de emancipación individual y de sabiduría laica y la participación cívica en favor de una sociedad "más justa y más esclarecida". Estamos comprometidos con un Gran Oriente orgulloso de esta historia, de su historia. Estrechamente asociado con las conquistas de la República indivisible, laica, democrática y social, con sus valores comunes, empezando por la libertad absoluta de conciencia, que es rico por la diversidad de sus logias, la pluralidad de sus ritos, sus prácticas democráticas, la participación cívica de sus miembros.
Defendemos un Gran Oriente formado tanto por la acción de sus hermanos como por la afirmación de sus compromisos colectivos decididos por los sucesivos conventos.
Queremos un Gran Oriente más unido y dinámico, conciencia de la República, preparando el porvenir para que las nuevas conquistas de la ciencia (nuevas tecnologías, energías o terapias) y el dominio sobre la vida, con respeto al medio ambiente, sean puestas al servicio de todas las mujeres y de todos los hombres y no de intereses particulares. Con este fin, esperamos una Gran Oriente que con miras políticas y respeto a la libertad de conciencia de cada miembro, contribuye a los grandes debates de la sociedad mediante el desarrollo de propuestas concretas para promover la libertad y la igualdad de derechos para todos los ciudadanos.
La crisis económica y la peligrosa agudización de las desigualdades sociales en todo el planeta, los efectos desastrosos de un sistema que considera al hombre como un medio y no como un fin, el deterioro de las relaciones cívicas y la agudización del egoísmo, el regreso de los miedos, del oscurantismo, del odio xenófobo, antisemita, racista, sexista, las crecientes amenazas a la paz internacional: obligan a todos los francmasones a reafirmar la ética republicana, de defensa y extensión de la democracia.
El colapso de los modelos, el fracaso más dramático de las grandes utopías políticas del siglo XX producen una sensación de vacío, la dilución de los límites, de pérdida del sentido, de "desencantamiento del mundo".
La Europa de la ciudadanía y los derechos sociales que decimos desear se revela principalmente un área de libre comercio para los comerciantes. La República, para quienes todas las mujeres y todos los hombres, independientemente de su origen, sexo, color, creencias religiosas, filosóficas, políticas, nacen y permanecen libres e iguales en derecho, se vuelve frágil y duda de su identidad, sus valores y su indivisibilidad. La laicidad es atacada por todas partes y las Naciones Unidas se ha convertido en una arena de ofensivas destinadas a negar las libertades garantizadas por la Declaración Universal de Derechos Humanos, de denegar la libertad de creer o no creer y de criticar una religión, de censurar la libertad de todos los seres humanos, especialmente mujeres, de disponer de sí mismos.
En todas partes, la sociedad se crispa y es sometida, como ayer, a la aparición del populismo y el extremismo. La historia nos enseña que sobre este terreno hunden sus raíces los poderes autoritarios y a veces totalitarios. Esta situación no puede dejarnos indiferentes: el riesgo es mortal para los valores que defendemos.
A veces hemos estado en desacuerdo, hemos sido adversarios en algún momento o mandato, pero hemos puesto siempre al Gran Oriente y sus principios por encima de nuestras diferencias.
Antiguos grandes maestros, no nos movió ninguna vanidad particular en el ejercicio de nuestras funciones, más no tenemos ninguna vergüenza de asumir las responsabilidades de nuestros balances, en gran medida validado por los votos de los delegados a nuestros conventos. Nuestro deber es permanecer a disposición de nuestra obediencia, sus miembros, sus logias, sus instituciones y sus órganos electos para servir a nuestro ideal común.
Porque queremos una federación de logias del Gran Oriente libre, fiel a su ética humanista y laica, con su tradición iniciática, capaz de evolucionar con el mundo. Una obediencia que gestiona democráticamente sus problemas internos, las reformas necesarias para su funcionamiento, como también la cuestión de la mixticidad (Ahora que las logias han abierto sus puertas a las hermanas desde hace largo tiempo) con la exigencia de salvaguardar la libertad de las Logias y la unidad de la obediencia. Una obediencia orgullosa de su búsqueda de apertura a otras obediencias: tales son los principales objetivos que los firmantes tienen en común.
En estos períodos de crisis y duda de que la Masonería tiene sobre su sentido, su razón de ser. Rechazando la resignación, el Gran Oriente debe contribuir tanto en el interior como en el exterior al indispensable nuevo aliento de la Ilustración. Si no quiere traicionar a su papel secular, debe oponerse con firmeza cualquier transformación que dañe a la sociedad y que no pretende la preservación de su existencia, sino más bien un retorno a concepciones pasadas y retrógradas.
Para nosotros, esto no es negociable. La historia social, como el progreso de las ideas, es un paso adelante, no puede ser una regresión. Seguiremos firmemente comprometidos en defender la libertad de conciencia individual y el laicismo social de los que que a menudo hemos sido los promotores; ellos han asegurado una paz religiosa de más de un siglo en nuestro país.
Estamos dispuestos a participar en cualquier debate, incluso en toda colaboración, que vaya en la línea de una mejora social. Pero, fieles a nuestra historia y a nuestra filosofía después de tres siglos, nos opondremos a cualquier violación de los derechos humanos y a toda regresión en el progreso de la sociedad republicana y democrática.
Defendemos un Gran Oriente formado tanto por la acción de sus hermanos como por la afirmación de sus compromisos colectivos decididos por los sucesivos conventos.
Queremos un Gran Oriente más unido y dinámico, conciencia de la República, preparando el porvenir para que las nuevas conquistas de la ciencia (nuevas tecnologías, energías o terapias) y el dominio sobre la vida, con respeto al medio ambiente, sean puestas al servicio de todas las mujeres y de todos los hombres y no de intereses particulares. Con este fin, esperamos una Gran Oriente que con miras políticas y respeto a la libertad de conciencia de cada miembro, contribuye a los grandes debates de la sociedad mediante el desarrollo de propuestas concretas para promover la libertad y la igualdad de derechos para todos los ciudadanos.
La crisis económica y la peligrosa agudización de las desigualdades sociales en todo el planeta, los efectos desastrosos de un sistema que considera al hombre como un medio y no como un fin, el deterioro de las relaciones cívicas y la agudización del egoísmo, el regreso de los miedos, del oscurantismo, del odio xenófobo, antisemita, racista, sexista, las crecientes amenazas a la paz internacional: obligan a todos los francmasones a reafirmar la ética republicana, de defensa y extensión de la democracia.
El colapso de los modelos, el fracaso más dramático de las grandes utopías políticas del siglo XX producen una sensación de vacío, la dilución de los límites, de pérdida del sentido, de "desencantamiento del mundo".
La Europa de la ciudadanía y los derechos sociales que decimos desear se revela principalmente un área de libre comercio para los comerciantes. La República, para quienes todas las mujeres y todos los hombres, independientemente de su origen, sexo, color, creencias religiosas, filosóficas, políticas, nacen y permanecen libres e iguales en derecho, se vuelve frágil y duda de su identidad, sus valores y su indivisibilidad. La laicidad es atacada por todas partes y las Naciones Unidas se ha convertido en una arena de ofensivas destinadas a negar las libertades garantizadas por la Declaración Universal de Derechos Humanos, de denegar la libertad de creer o no creer y de criticar una religión, de censurar la libertad de todos los seres humanos, especialmente mujeres, de disponer de sí mismos.
En todas partes, la sociedad se crispa y es sometida, como ayer, a la aparición del populismo y el extremismo. La historia nos enseña que sobre este terreno hunden sus raíces los poderes autoritarios y a veces totalitarios. Esta situación no puede dejarnos indiferentes: el riesgo es mortal para los valores que defendemos.
A veces hemos estado en desacuerdo, hemos sido adversarios en algún momento o mandato, pero hemos puesto siempre al Gran Oriente y sus principios por encima de nuestras diferencias.
Antiguos grandes maestros, no nos movió ninguna vanidad particular en el ejercicio de nuestras funciones, más no tenemos ninguna vergüenza de asumir las responsabilidades de nuestros balances, en gran medida validado por los votos de los delegados a nuestros conventos. Nuestro deber es permanecer a disposición de nuestra obediencia, sus miembros, sus logias, sus instituciones y sus órganos electos para servir a nuestro ideal común.
Porque queremos una federación de logias del Gran Oriente libre, fiel a su ética humanista y laica, con su tradición iniciática, capaz de evolucionar con el mundo. Una obediencia que gestiona democráticamente sus problemas internos, las reformas necesarias para su funcionamiento, como también la cuestión de la mixticidad (Ahora que las logias han abierto sus puertas a las hermanas desde hace largo tiempo) con la exigencia de salvaguardar la libertad de las Logias y la unidad de la obediencia. Una obediencia orgullosa de su búsqueda de apertura a otras obediencias: tales son los principales objetivos que los firmantes tienen en común.
En estos períodos de crisis y duda de que la Masonería tiene sobre su sentido, su razón de ser. Rechazando la resignación, el Gran Oriente debe contribuir tanto en el interior como en el exterior al indispensable nuevo aliento de la Ilustración. Si no quiere traicionar a su papel secular, debe oponerse con firmeza cualquier transformación que dañe a la sociedad y que no pretende la preservación de su existencia, sino más bien un retorno a concepciones pasadas y retrógradas.
Para nosotros, esto no es negociable. La historia social, como el progreso de las ideas, es un paso adelante, no puede ser una regresión. Seguiremos firmemente comprometidos en defender la libertad de conciencia individual y el laicismo social de los que que a menudo hemos sido los promotores; ellos han asegurado una paz religiosa de más de un siglo en nuestro país.
Estamos dispuestos a participar en cualquier debate, incluso en toda colaboración, que vaya en la línea de una mejora social. Pero, fieles a nuestra historia y a nuestra filosofía después de tres siglos, nos opondremos a cualquier violación de los derechos humanos y a toda regresión en el progreso de la sociedad republicana y democrática.
Gilbert Abergel, Alain Bauer, Bernard Brandmeyer, Paul Gourdot (fallecido el 24 de junio), Philippe Guglielmi, Patrick Kessel, Jacques Lafouge, Jean-Robert Ragache, antiguos grandes maestros del Gran Oriente de Francia.
Artículo publicado en el diario digital frances de Le Monde el 26 de agosto...
La franc-maçonnerie, ses valeurs et la crise
Le Grand Orient de France est né d'une volonté singulière : allier la démarche initiatique qui est une quête d'émancipation individuelle et de sagesse laïque et l'engagement citoyen en faveur d'une société "plus juste et plus éclairée". Nous sommes attachés à un Grand Orient fier de cette histoire, de son histoire. Etroitement associé aux conquêtes de la République indivisible, laïque, démocratique et sociale, fort de ses valeurs communes, au premier rang desquelles la liberté absolue de conscience, il est riche de la diversité de ses loges, de la pluralité de ses rites, de ses pratiques démocratiques, de l'engagement civique de ses membres.
Nous défendons un Grand Orient engagé par l'action de ses Frères comme par l'affirmation de ses engagements collectifs décidés par les convents successifs.
Nous souhaitons un Grand Orient plus uni et plus dynamique, conscience de la République, préparant l'avenir afin que les nouvelles conquêtes de la science (nouvelles technologies, énergies ou thérapies) et la maîtrise du vivant, dans le respect de l'environnement, soient mises au service de toutes les femmes et de tous les hommes et non d'intérêts particuliers. A cette fin, nous attendons du Grand Orient qu'en amont de la politique et dans le respect de la liberté d'opinion de chacun de ses membres, il contribue aux grands débats de société par l'élaboration de propositions concrètes visant à promouvoir la liberté et l'égalité des droits entre tous les citoyens.
La crise économique et sociale qui creuse dangereusement les inégalités à l'échelle de la planète ; les effets désastreux d'un système qui considère l'homme comme un moyen et non comme une fin, détériore les liens civiques et aiguise les égoïsmes ; le retour des peurs, des obscurantismes, des haines xénophobes, antisémites, racistes, sexistes, la montée des menaces sur la paix internationale : tout fait devoir aux francs-maçons de réaffirmer l'éthique républicaine, de défendre et d'étendre la démocratie.
L'effondrement des modèles, l'échec le plus souvent dramatique des grandes utopies politiques du XXe siècle donnent à certains le sentiment du vide, de dilution des repères, de perte de sens, de "désenchantement du monde".
L'Europe de la citoyenneté et des droits sociaux que nous appelions de nos voeux se révèle principalement un espace de libre-échange pour les marchands. La République, pour qui toutes les femmes et tous les hommes, quelles que soient leurs origines, leur sexe, leur couleur, leurs convictions religieuses, philosophiques, politiques, naissent et demeurent libres et égaux en droit, se fragilise en doutant de son identité, de ses valeurs, de son indivisibilité. La laïcité est partout attaquée et l'Organisation des Nations unies est devenue le champ clos d'offensives visant à contester les libertés garanties par la Déclaration universelle des droits de l'homme, à nier la liberté de croire ou de ne pas croire et de critiquer une religion, à censurer la liberté pour tout être humain, en particulier les femmes, à disposer de soi-même.
Partout, la société se crispe et laisse place, comme hier, à l'émergence de populismes et d'extrémismes. L'histoire nous enseigne que sur ce terreau prennent racine les pouvoirs autoritaires et parfois totalitaires. Cette situation ne peut nous laisser indifférents : le risque est mortel pour les valeurs que nous défendons.
Nous avons parfois été en désaccord, adversaires d'un moment ou d'un mandat, mais nous avons toujours placé le Grand Orient et ses principes au-dessus de nos divergences.
Anciens grands maîtres, nous ne tirons aucune vanité particulière de l'exercice de nos fonctions, mais n'avons aucune honte à assumer les responsabilités de nos bilans, largement validés par les votes des délégués à nos convents. Notre devoir est de rester à la disposition de notre obédience, de ses membres, de ses loges, de ses institutions et de ses élus au service de notre idéal commun.
Pour cela nous souhaitons un Grand Orient fédération de loges libres, fidèle à son éthique humaniste et laïque, à sa tradition initiatique, capable d'évoluer avec le monde. Une obédience qui gère démocratiquement l'ensemble de ses questions internes, les réformes nécessaires de son fonctionnement mais aussi les questions de la mixité (alors que les loges ont ouvert leurs portes aux soeurs depuis si longtemps) avec l'exigence de sauvegarder la liberté des loges et l'unité de l'obédience. Une obédience fière de sa recherche d'ouverture aux autres obédiences : tels sont les principaux objectifs que les signataires ont en commun.
C'est dans les périodes de crise et de doute que la franc-maçonnerie trouve tout son sens, sa raison d'être. Refusant la résignation, le Grand Orient doit contribuer à l'intérieur comme à l'extérieur à l'indispensable nouveau souffle des Lumières. S'il ne veut pas trahir son rôle séculaire, il doit donc s'opposer fermement à toute transformation préjudiciable des acquis sociaux qui n'auraient pas pour but une préservation de leur existence, mais au contraire un retour à des conceptions idéologiques révolues et rétrogrades.
Pour nous, ce n'est pas négociable. L'histoire sociale, comme celle du progrès des idées, est une marche en avant ; elles ne peuvent être une régression. Nous demeurerons indéfectiblement attachés à la défense de la liberté de conscience individuelle et de la laïcité sociale dont nous avons été souvent les promoteurs ; elles ont assuré la paix religieuse depuis plus d'un siècle dans notre pays.
Nous sommes disposés à participer à toute discussion, voire à toute collaboration, qui va dans le sens d'une meilleure société. Mais, fidèles à notre histoire et à la philosophie qui est la nôtre depuis trois siècles, nous ne pourrions que nous opposer à toute entorse aux droits de l'homme et à tout recul du progrès de la société républicaine et démocratique.
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Gilbert Abergel, Alain Bauer, Bernard Brandmeyer, Paul Gourdot (mort le 24 juin), Philippe Guglielmi, Patrick Kessel, Jacques Lafouge, Jean-Robert Ragache,anciens grands maîtres du Grand Orient de France.
Le Grand Orient de France est né d'une volonté singulière : allier la démarche initiatique qui est une quête d'émancipation individuelle et de sagesse laïque et l'engagement citoyen en faveur d'une société "plus juste et plus éclairée". Nous sommes attachés à un Grand Orient fier de cette histoire, de son histoire. Etroitement associé aux conquêtes de la République indivisible, laïque, démocratique et sociale, fort de ses valeurs communes, au premier rang desquelles la liberté absolue de conscience, il est riche de la diversité de ses loges, de la pluralité de ses rites, de ses pratiques démocratiques, de l'engagement civique de ses membres.
Nous défendons un Grand Orient engagé par l'action de ses Frères comme par l'affirmation de ses engagements collectifs décidés par les convents successifs.
Nous souhaitons un Grand Orient plus uni et plus dynamique, conscience de la République, préparant l'avenir afin que les nouvelles conquêtes de la science (nouvelles technologies, énergies ou thérapies) et la maîtrise du vivant, dans le respect de l'environnement, soient mises au service de toutes les femmes et de tous les hommes et non d'intérêts particuliers. A cette fin, nous attendons du Grand Orient qu'en amont de la politique et dans le respect de la liberté d'opinion de chacun de ses membres, il contribue aux grands débats de société par l'élaboration de propositions concrètes visant à promouvoir la liberté et l'égalité des droits entre tous les citoyens.
La crise économique et sociale qui creuse dangereusement les inégalités à l'échelle de la planète ; les effets désastreux d'un système qui considère l'homme comme un moyen et non comme une fin, détériore les liens civiques et aiguise les égoïsmes ; le retour des peurs, des obscurantismes, des haines xénophobes, antisémites, racistes, sexistes, la montée des menaces sur la paix internationale : tout fait devoir aux francs-maçons de réaffirmer l'éthique républicaine, de défendre et d'étendre la démocratie.
L'effondrement des modèles, l'échec le plus souvent dramatique des grandes utopies politiques du XXe siècle donnent à certains le sentiment du vide, de dilution des repères, de perte de sens, de "désenchantement du monde".
L'Europe de la citoyenneté et des droits sociaux que nous appelions de nos voeux se révèle principalement un espace de libre-échange pour les marchands. La République, pour qui toutes les femmes et tous les hommes, quelles que soient leurs origines, leur sexe, leur couleur, leurs convictions religieuses, philosophiques, politiques, naissent et demeurent libres et égaux en droit, se fragilise en doutant de son identité, de ses valeurs, de son indivisibilité. La laïcité est partout attaquée et l'Organisation des Nations unies est devenue le champ clos d'offensives visant à contester les libertés garanties par la Déclaration universelle des droits de l'homme, à nier la liberté de croire ou de ne pas croire et de critiquer une religion, à censurer la liberté pour tout être humain, en particulier les femmes, à disposer de soi-même.
Partout, la société se crispe et laisse place, comme hier, à l'émergence de populismes et d'extrémismes. L'histoire nous enseigne que sur ce terreau prennent racine les pouvoirs autoritaires et parfois totalitaires. Cette situation ne peut nous laisser indifférents : le risque est mortel pour les valeurs que nous défendons.
Nous avons parfois été en désaccord, adversaires d'un moment ou d'un mandat, mais nous avons toujours placé le Grand Orient et ses principes au-dessus de nos divergences.
Anciens grands maîtres, nous ne tirons aucune vanité particulière de l'exercice de nos fonctions, mais n'avons aucune honte à assumer les responsabilités de nos bilans, largement validés par les votes des délégués à nos convents. Notre devoir est de rester à la disposition de notre obédience, de ses membres, de ses loges, de ses institutions et de ses élus au service de notre idéal commun.
Pour cela nous souhaitons un Grand Orient fédération de loges libres, fidèle à son éthique humaniste et laïque, à sa tradition initiatique, capable d'évoluer avec le monde. Une obédience qui gère démocratiquement l'ensemble de ses questions internes, les réformes nécessaires de son fonctionnement mais aussi les questions de la mixité (alors que les loges ont ouvert leurs portes aux soeurs depuis si longtemps) avec l'exigence de sauvegarder la liberté des loges et l'unité de l'obédience. Une obédience fière de sa recherche d'ouverture aux autres obédiences : tels sont les principaux objectifs que les signataires ont en commun.
C'est dans les périodes de crise et de doute que la franc-maçonnerie trouve tout son sens, sa raison d'être. Refusant la résignation, le Grand Orient doit contribuer à l'intérieur comme à l'extérieur à l'indispensable nouveau souffle des Lumières. S'il ne veut pas trahir son rôle séculaire, il doit donc s'opposer fermement à toute transformation préjudiciable des acquis sociaux qui n'auraient pas pour but une préservation de leur existence, mais au contraire un retour à des conceptions idéologiques révolues et rétrogrades.
Pour nous, ce n'est pas négociable. L'histoire sociale, comme celle du progrès des idées, est une marche en avant ; elles ne peuvent être une régression. Nous demeurerons indéfectiblement attachés à la défense de la liberté de conscience individuelle et de la laïcité sociale dont nous avons été souvent les promoteurs ; elles ont assuré la paix religieuse depuis plus d'un siècle dans notre pays.
Nous sommes disposés à participer à toute discussion, voire à toute collaboration, qui va dans le sens d'une meilleure société. Mais, fidèles à notre histoire et à la philosophie qui est la nôtre depuis trois siècles, nous ne pourrions que nous opposer à toute entorse aux droits de l'homme et à tout recul du progrès de la société républicaine et démocratique.
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Gilbert Abergel, Alain Bauer, Bernard Brandmeyer, Paul Gourdot (mort le 24 juin), Philippe Guglielmi, Patrick Kessel, Jacques Lafouge, Jean-Robert Ragache,anciens grands maîtres du Grand Orient de France.