H:. Luis Alejandro Yáñez-Arancibia
R:.L:.S:. Pleno Día Nº 3
Gran Logia Unida Mexicana
El Sol en la Historia
El Solsticio en el Hemisferio Norte es una conmemoración milenaria celebrada por todas las culturas ancestrales de la historia... Documentado en Yáñez Vega (2002), Gadea Saguier (2007) y Goldstein (2007) podemos sintetizar de ellos algunos esbozos históricos:
Griegos, Romanos o Celtas celebraban la noche de San Juan con verbenas, música y danzas que incentivaran a las fuerzas de la naturaleza, para influir en el destino próximo inmediato, tener buena suerte, un buen amor, o pedir salud y prosperidad a dichas fuerzas naturales. Para los Griegos ésta fecha estaba destinada al culto del dios Apolo al que tributaban con procesiones de antorchas pidiéndole que no dejase en tinieblas a su pueblo, creían que la magia del Solsticio abría las puertas de lo incógnito y por un breve lapsus el hombre podría gozar de los privilegios de los dioses; de ahí la leyenda Griega de poder traspasar los espejos o visitar mundos paralelos.
En España, durante la dominación Árabe, confraternizaban judíos, católicos y musulmanes unidos por la mágica fiesta del Sol y el fuego. En Alemania la reunión popular alrededor de las hogueras unía a varias generaciones y pueblos distantes. En Francia la hoguera solsticial era prendida por el propio Rey.
Similares formas culturales las tenemos en la civilización Hindú cuyo dios del fuego “Indra” es adorado entre fogatas y cánticos espirituales. En estas mismas fechas, ellos engalanan sus hogares, preparando piras purificadoras de las cuales conservarán sus cenizas por todo el año siguiente, además que por las formas que toman las llamas y con las cenizas que quedan, los Hindú profetizan el porvenir.
Este simbolismo y ritos paralelos eran compartidos por pueblos distantes, inconexos, separados del Viejo Mundo por el Océano Atlántico o el Océano Pacífico. En el caso de los Incas en Perú, dice Yáñez Vega (2002) que los dos festivales primordiales del mundo Incaico eran el Capac-Raymi (o Año Nuevo) que tenía lugar en diciembre y el que se celebraba cada 24 de junio, el Inti-Raymi (o la fiesta del Sol) en la impresionante explanada de Sacsahuamán, muy cerca de Cuzco. Justo en el momento de la salida del astro Sol, el Inca elevaba los brazos y exclamaba mirando hacia el cielo para pedirle al Sol que desapareciera el frío y trajera el calor. Este gran festival se sigue practicando y representando hoy en día para conmemorar la llegada del Solsticio de Invierno. Los habitantes de la zona se engalanan con sus mejores prendas al estilo de sus antepasados Quechuas y recrean el rito Inca muy similar tal y como se realizaba durante el apogeo del Tahuantinsuyo.
Todo el continente Americano conserva éste tipo de Ritual dentro de su folklore. En México los guerreros Aztecas se caracterizaban por su sentido del deber con respecto al vínculo con el Sol y la “renovación de los fuegos”. Los Mayas de la Península de Yucatán y Meso América continúan hoy en día, tal cual sus antepasados de centurias atrás, celebrando con ritos, cánticos, vestimentas y comidas, la magia del Solsticio para sembrar y obtener buenas cosechas. Los indígenas Norteamericanos siguen perpetuando sus ritos mágico-simbólicos entre hogueras y danzas solares. En los Estados Unidos, hasta el día de hoy, se celebran los Solsticios de Verano en coincidencia con el 24 de Junio día de san Juan Bautista, y el de Invierno el 27 de Diciembre día de san Juan Evangelista.
En Israel, el Solsticio de Verano es llamado “Fiesta de la Flor” y su origen está en la festividad Alemana de “Rosenfest”, Fiesta de la Rosa que se celebra en Tenida Blanca en honor de las damas en símbolo del cariño, el respeto y la admiración que se tiene por la mujer.
Caldeos, Egipcios, Cananeos, Persas, Sirios, Fenicios, Griegos, Romanos, Hindú, y casi todas las culturas desarrolladas e imperios, han celebrado durante el Solsticio Invernal el parto de la “Reina de los Cielos” y la llegada al mundo de su hijo, el joven dios Solar. En la mitología del culto al Sol siempre se destaca la presencia de un joven dios que cada año muere y resucita encarnando la vida cíclica de la naturaleza (Flor Pinto, 2002). El Sol representa el padre y el principio generador masculino. En la Antigüedad civilizada los monarcas de todos los imperios se hicieron adorar como hijos del Sol. En este contexto, la antropomorfización del Sol en un dios joven presenta ejemplos bien conocidos en Horus, Mitra, Adonis, Dionisos, Krisna, Hermes, Buda o el propio Jesús (Rodríguez, 1997; Flor Pinto, 2002). En el antiguo Egipto se creía que Isis, la virgen Reina de los Cielos, quedaba embarazada en el mes de marzo y que daba a luz a su hijo Horus a finales de diciembre. El dios Horus, hijo de Osiris e Isis, era “la sustancia de su padre Osiris”, de quién era una encarnación. Fue concebido milagrosamente por Isis cuando Osiris ya había sido muerto y despedazado por su hermano Seth o Tifón. Era una divinidad casta –sin amores- al igual que Apolo, y su papel entre los humanos estaba relacionado con el Juicio ya que presentaba las almas a su padre. Era el Christos y simbolizaba el Sol. El dios Mitra de la religión Iraní (Persa) anterior a Zaratustra, era muy significativo en el Imperio Romano hasta el siglo IV d.C., y era una divinidad Solar al igual que el dios Mitra Hindú, hijo de Adití la personificación del Sol. Muchos siglos antes de Jesús-Cristo, el dios Mitra de los Persas ya había nacido de virgen el 25 de diciembre, en una gruta, siendo adorado por pastores y magos, obró milagros, fue perseguido, acabó siendo muerto y resucitó al tercer día (Rodríguez, 1997). Como lo hicieron igual los dioses Horus y Osiris de los Egipcios y los dioses Hércules, Baco y Adonis de los Griegos (Flor Pinto, 2002). Los partos virginales se han repetido constantemente en la historia milenaria de la conjunción “hombre-mito solar”, y anteceden por mucho al de la “virgen Maria” dando a luz a Jesús. Mucho antes la virgen Devaki da a luz en un establo al dios Krisna en medio de pastores. Igualmente se afirma que nacieron de vírgenes Zoroastro, Quetzalcoatl, Apolonio, y otros (Flor Pinto, 2002).
Desde tiempos inmemoriales en las culturas más heterogéneas, la época de Navidad ha representado el advenimiento del Solsticio por excelencia, como hecho cósmico que podría garantizar la supervivencia del hombre pagano y el renacimiento cíclico de la principal divinidad salvadora (Gadea Saguier, 2007). Eso explica que el natalicio de los principales dioses Solares de las culturas agrarias precristianas –como Osiris, Horus, Apolo, Mitra, Dionisio/Baco y otros-, se situara durante el Solsticio de Invierno. Más aún, el natalicio de Jesús, el “salvador cristiano” fue ubicado el 25 de diciembre, fecha en la que hasta finales del siglo IV de esta era se conmemoró el nacimiento del Sol Invencible (Natalis Solis Invicti) en el Imperio Romano. De esta forma entre los años 354 y 360, era del Papa Liberio (352-366), se tomó por fecha inmutable la noche del 24 al 25 de diciembre coincidente con el “nacimiento del sol invencible”, la misma fecha en que todos los pueblos contemporáneos festejaban la llegada del Solsticio de Invierno. Es claro que el verdadero origen de la Natividad católica, sobrepuesta al Natalis Solis Invicti, orientó a los creyentes a que ese día no lo dedicasen al Sol, sino al “creador del Sol”.
Los Elementos Adorados
El vocablo Solsticio viene del latín solstitium, combinando dos acepciones. Sol = el astro y stitium = estático o detenido. Es decir, la detención del Sol. El diccionario Larousse dice, “tiempo en que se halla el Sol más lejos del Ecuador y en que parece quedarse estacionado algunos días; entre el 21 y el 22 de Junio en Verano y entre el 21 y el 22 de diciembre en Invierno”. El diccionario Webster dice, “uno de los dos puntos en la curva elíptica en la cual su distancia del Ecuador Celestial es la mayor la cual es alcanzada por el Sol cada año alrededor del 22 de Junio y el 22 de Diciembre; el tiempo que el Sol cruza el Solsticio el 22 de Junio comienza el Verano en el Hemisferio Norte y el Invierno en el Hemisferio Sur”. Dice Goldstein (2007) que no se encuentra en la Biblia un versículo referente directamente al fenómeno del Solsticio, pero lo más cercano pudiera interpretarse de “Salmos”, Capítulo 19, versículo 7, donde dice refiriéndose al Sol: “De un extremo de los Cielos es su salida y su curso hasta el término de ellos. Y nada hay que se esconda en su calor”. En el Talmud hay una referencia describiendo la Felicidad en el Tomo “Bendiciones”, página 59: “Quién ve al Sol en su época y a la Luna en su fortaleza…”.
La adoración Solar ha sido la base de toda expresión religiosa arcaica; desde el hombre primitivo se le ha concedido al Sol todo el poder necesario para el sustento, no sólo como insumo vital de la naturaleza, sino como inductor de los aspectos espirituales; por ello desde las civilizaciones primigenias se ha seguido con especial énfasis todos sus tránsitos angulares, amaneceres y ocasos, tibieza o insolación, apariciones y desapariciones (hoy eclipses). La “luz”, el “fuego” y el “agua” son los protagonistas principales del encuentro Solar en la mecánica celeste anual y, a su conjuro, asisten obedientes las fuerzas de la naturaleza para bendecir a los campos y augurar abundante cosecha.
En todas las culturas primigenias el Fuego es considerado purificador, por ello las danzas alrededor y sobre el fuego no sólo tienen el poder de ahuyentar a los malos espíritus, sino de proporcionar salud y fortaleza; cuantas más hogueras se saltase, más se creía que se estaba a salvo de toda desgracia, incluso el caminar sobre las cenizas acentuaba ésta creencia. Las fiestas populares han perdurado sobre todo en la celebración de verbenas y hogueras, en donde los más audaces, saltan retando a las llamas.
El Agua es el complemento del fuego y si al rito anterior se le acompañaba con un vivificante baño en cualquier río, estanque o en el mismo mar, resultaba mucho más beneficioso; caminar sobre el rocío de la noche de San Juan o beber de siete fuentes era una peregrinación obligada de todo adorador del Sol.
El misterio de los cielos, el acontecer de la luz y la oscuridad, la dualidad del calor y el frío, la magnitud de los espacios cósmicos, han invadido la curiosidad del hombre desde las civilizaciones más antiguas. Sacerdotes, Trovadores y Poetas les han manifestado cánticos. Filósofos han especulado en su metafísica, y Astrólogos y Astrónomos con su metódica ciencia nos han explicado la fenomenología y sus ciclos repetitivos. Mucho tiempo ha pasado desde que Copérnico en su celda buscaba una señal que respondiera sus sabias preguntas, y poder separar los deseos y voluntades de los dioses, con las matemáticas que le descifraban los acontecimientos estelares. Hoy en día, hasta los niños saben que la tierra gira sobre su eje alrededor del Sol en una rotación de 24 horas y en una traslación de órbita que demora 365 días. Los fenómenos del Universo proceden siguiendo leyes inmutables, ritmos constantes y precisos, en tiempos fijos y plazos concretos, que se repiten desde la eternidad infinita, con la justeza simbólica con que el Ser Supremo maneja la Escuadra, el Compás, la Regla y la Plomada.
Solsticio y Masonería
Según Frau Abrines y Arús Arderiu (1947) en el Diccionario Enciclopédico de la Masonería se lee: “Bajo el doble nombre san Juan Bautista y de san Juan Evangelista, patronos de nuestra augusta Orden, los Francmasones celebran dos grandes fiestas anuales, llamadas indistintamente fiestas de san Juan o de la Orden. Estas fiestas, que corresponden a los dos Solsticios, se llaman con más propiedad aún fiestas Solsticiales. Se celebran el 24 de junio y 27 de diciembre que dependiendo del hemisferio en que nos encontremos se denominan de Invierno o de Verano”. En fecha más reciente, Frau Abrines (2005) precisa que “Solsticio” es la época en que el Sol entra en los signos de Cáncer y Capricornio llegando a la máxima declinación septentrional y meridional, y es cuando toman su lugar las fiestas Solsticiales que celebra la Masonería en los Solsticios de Verano e Invierno, dedicada la primera al Reconocimiento y la segunda a la Esperanza.
La institución de estas grandes solemnidades, se remonta a los tiempos de las primitivas iniciaciones, en que los misterios eran practicados con la pompa y esplendor más extraordinario en las sagradas riberas bañadas por las aguas del Nilo, del Iliso, del Jordán, del Eufrates y el Tíber. Esto ha dado margen a un gran número de historiadores para establecer la antigüedad de la Francmasonería, que traspasando los límites de la que puede atribuirse a cualquiera otra institución, se pierde en la nebulosa impenetrable de los más antiguos tiempos, haciéndola arrancar del principio del mundo y confundiendo su origen con el de la sociedad. Parece ser que la “filosofía primigenia” que sostiene a la Masonería data de los primeros albores de las sociedades prístinas.
Los Solsticios determinan el paso de las dos grandes fases en que la Naturaleza ofrece los cambios y contrastes más notables y opuestos; fenómenos sorprendentes y siempre admirables que todas las religiones, culturas y rituales han conmemorado bajo formas y alegorías. Explica Yáñez Vega (2002) que los Equinoccios y los Solsticios fueron llamados en el lenguaje metafórico “la puerta de los cielos y de las estaciones”. De aquí los dos san Juan, nombre derivado de Janua, que significa puerta.
Teniendo la institución Masónica -según los más competentes del simbolismo como Contreras Seitz (2007) entre otros tantos M:.M:.-, la alta misión de ilustrar moralmente todas las clases del orden social, nada pudo hacer con más acierto que tomar por patrón y modelo de sus nobles funciones el cuadro físico del curso y los fenómenos solares. Por eso el interior de las Logias nos ofrece las imágenes del sol, de la luna y de la bóveda celeste sembrada de estrellas. Y por supuesto que la luz física viene del Oriente del mundo, las logias Masónicas, en las que se aúnan los esfuerzos más sublimes y generosos que tienden a enaltecer e ilustrar la inteligencia humana, se viene a convertir en otros tantos focos de luz, o sea en tantos orientes particulares. Así pues, en nuestra Logia, símbolos figurados de la naturaleza, los Solsticios se hallan representados por las Columnas que figuran al Occidente, a ambos lados de la puerta de entrada. Estas marcan la marcha aparente del sol durante los doce meses del año, simbolizado por los doce trabajos de Hércules, cuyos viajes tienen por límites igualmente dos columnas semejantes.
Dice Yáñez Vega (2002) parafraseando a Kaplan de la R:.L:. La Fraternidad No. 62 de Tel Aviv: “Nuestra Orden, a diferencia de otras entidades fraternales y benéficas existentes, pretende dejar en cada H:.M:. una enseñanza moral a través de las alegorías y símbolos que utiliza en su proceso auto educacional. Es así, que el Solsticio que la noche del 27 de diciembre conmemoramos constituye uno más de los símbolos educativos que debemos interpretar lógica y racionalmente para que nos guíe en nuestro mejoramiento personal”.
En el mito básico de la Masonería ortodoxa, no está muy distante la conjunción “hombre-mito solar” (revisado antes en las Sección 1 El Sol en la Historia). Me refiero a la leyenda de Hiram como versión del mito Solar. Según ella, Hiram el arquitecto de Tiro y experto en trazados, cálculos, cimentación y uso de metales fundidos, era el hombre más sabio de su tiempo. Salomón, que representa la sabiduría del Logos lo escoge como “Maestro de Obras” y le delega poderes. Hiram es hijo de una viuda, esto es, una mujer sin marido. La madre de Hiram es viuda como la Naturaleza después de que muere el Sol, como en el caso de la leyenda de Isis y Osiris, y como cuando la Masonería se queda viuda de Hiram hasta cuando recobre los signos verdaderos, resucite Hiram, vuelva la luz, y se inicie la Orden de la Verdad. Como dice Flor Pinto (2002), “He aquí la misión y la razón de los trabajos de los hijos de la viuda. Sólo cuando brille el Sol de la verdad y no sean necesarios ni mitos ni leyendas”. El Solsticio de Invierno está presente en este mito.
Como H:.M:., y en mi caso particular como científico, lejanos estamos de adorar el sol, no como fuerza sobre natural, no como deidad y no como residuo de pasadas religiones. Para nuestra Orden, y en lo personal estoy convencido de ello, el “astro solar” no es más que otro de nuestros numerosos símbolos didácticos. Nace en el Oriente, de la eterna sabiduría y difunde su luz y calor, indispensables para la continuación de la vida. En su continuo y permanente movimiento influye en el ritmo del día y la noche; modula el curso de las estaciones; induce el crecimiento de las plantas y la evolución del mundo animal; condiciona el auge y florecimiento de sociedades humanas; estimula el desarrollo cultural técnico y científico, la vestimenta, la comida, y las costumbres sociales y urbanas. En fin, la fuerza del astro solar está en todo lo que denominamos cultura.
Como Masones, en el Astro Solar vemos un ejemplo de nuestros deseos de ser fuentes de luz y calor humanitario, de entregarnos a todos por igual en un permanente afán de integridad. Al igual que la marcha solar, existe en nuestro diario trabajo ascensos y descensos y por ello nos educamos con la Regla de las 24 pulgadas a un preordenado ritmo laboral, con constancia y responsabilidad. En su ejemplo, educamos hacia la tolerancia, aspirando ser expresión de belleza y bondad, y nuestra Orden e inagotable en sabiduría Madre Logia, nos estimula a plantearnos en el ámbito filosófico -permanentes y continuas preguntas en cuyas alegorías y símbolos sepamos encontrar respuestas-, mismas que sólo lograremos con estudio, talento y virtud.
Para entender mejor el vínculo “Solsticio-Masonería”, disfruto el párrafo de Yáñez Vega (2002) cuando dice: “Así como el calor y la luz solar se ofrecen sin condición alguna a todos los hombres, así los Masones entregamos el trabajo sin esperar recompensa mayor. Trabajamos por el placer que hallamos en la labor realizada y en la creación regenerante, sin alarde ni ostentación. Ayudamos al necesitado y calmamos al sufriente, porque en el compartir nos elevamos por sobre nuestra condición humana. Combatimos la injusticia y despertamos la adormecida conciencia de los hombres, porque los elevados valores humanos son los únicos que tienen cabida en nuestros pensamientos y actos”.
El Sol es un símbolo masónico de suma importancia. La Logia que, entre otros, simboliza también al Universo, con su piso terrenal y su techo celestial. El Venerable Maestro que ilumina simbólicamente con su Sabiduría todo el Taller, representa al Sol en su nacer. El V:.M:. dirige la Logia desde su sitial en el Oriente, fuente de la Luz, al igual que el Sol qué comienza su esplendor desde el Oriente; el Primer Vigilante simboliza al Sol en su ocaso al Occidente y el Segundo Vigilante simboliza al Sol al Mediodía.
Siendo la Naturaleza el marco de acción del Masón y los fenómenos naturales, fuentes de estudio e inspiración, no podía estar la Orden ajena al fenómeno natural del recorrido elíptico del Astro Rey destacando la coincidencia de que sus puntos más distantes del Ecuador, coinciden con cambios naturales de las dos opuestas Estaciones, el Invierno y el Verano, símbolos también de la contradicción, la dualidad, representados estos opuestos conceptos de pares eternos, en el piso cuadriculado del Taller. Dice Goldstein (2007), el Solsticio de Invierno nos recuerda nuestra propia Iniciación, la Cámara de Reflexión, la Oscuridad. Para el Sol, justamente la detención en el Solsticio de Invierno es, simbólicamente, su propia Cámara de Reflexión, su Cámara de Oscuridad Invernal que, al igual que todos nosotros, que toda la Humanidad, desde esa oscuridad, al preguntarle: Qué es lo que más deseas?, contesta: Quiero ver la Luz, la Luz!.
Conclusión
La masonería, en su intento de entender la realidad profana, comprende y enseña el simbolismo encerrado en este flujo y reflujo del ir y venir del Sol. El Solsticio nos enseña que el Pulido de la Piedra Bruta, el esfuerzo personal de mejorar nuestra condición humana y crecer intelectualmente, no se produce solamente en un continuo ritmo ascendente; en cierto momento el trabajo cotidiano decae y el ánimo merma. En este momento, las palabras de Yáñez Vega (2002) me parecen enormes al afirmar “…es ahí cuando se halla la fuerza emergente del pensamiento Masónico, el espíritu hecho vigor en la Cadena Fraternal, que con su fuerza y aliento nos induce a recomenzar la marcha con renovada vitalidad. Puesto que por encima de nosotros, como permanente ejemplo, se halla la presencia del Sol omnipotente, que irradia calor, fuerza y luz constante, sin discriminación alguna en la entrega de estos valores. De este ejemplo se nutre la Masonería e induce a sus miembros a seguir una senda de justicia, de amor y de fraternidad, en una armónica conjunción operativa para que las enseñanzas de la Orden no sean infecundas semillas sin frutos. Unámonos espiritualmente al conjunto de la Naturaleza y en el simbolismo de esta celebración encontremos renovadas fuerzas para nuestro mejoramiento humano, espiritual e intelectual. Y cada mañana elevemos nuestra mirada al iluminado día sintiendo la felicidad por el hecho de que la vida continua en su eterno flujo y especialmente por la existencia de la otra realidad, sensible y espiritual, que los símbolos de la Masonería permiten descubrir”.
Al celebrar los solsticios, nuestra Orden nos evoca la estrecha relación que existe entre el ser humano y la naturaleza. El Sol rige el comportamiento del hombre y su entorno y por eso que en esta fiesta Solsticial celebramos el inicio de una nueva etapa de nuestra vida. Con el Solsticio de Invierno la Naturaleza se prepara para renacer, y con el de Verano germina la semilla que el hombre sembró en aquella tierra fértil que durante el Invierno se dedicó a trabajar. Con el Solsticio, en el Masón debe aparecer poco a poco aquella piedra libre de aristas que durante todo el año se dedicó a desbastar...
Termino con un pensamiento personal que me acompaña desde décadas: “Nada gratifica más al final del camino que haber empleado la vida construyendo verdades”.
Fuente: El Masón Aprendiz - Masonería liberal, adogmática y mixta