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Masones con nombre y apellido

Una veintena de personas comunes (o no tanto) deciden hacer pública su pertenencia a la masonería

Por mejorar moral e intelectualmente». A Valentín Díaz seguro que lo recuerdan de los telediarios. Era aquel tipo de bigote dieciochesco, pajaritas variadas y sombreros diversos que llevó la corresponsalía de TVE en Budapest, México, Lisboa, Miami y Moscú. Díaz es masón y explica con esa frase sencilla la razón última que le llevó a iniciarse en masonería.

Valentín Díaz es autor junto a Javier Otaola, su amigo y hermano en la logia vitoriana Manuel Iradier Número 26, de 'La masonería en persona (s)', una «aproximación», dicen, a esta corriente de pensamiento centrada en las vivencias de una veintena de masones que descubren «sus itinerarios, biografías e inquietudes espirituales». Nada terrible, no vayan a pensar. Los masones se definen como personas que pretenden «abrir los horizontes humanos hacia un mundo mejor».

A Otaola, Síndico de Vitoria (algo así como un defensor del ciudadano), le hubiera gustado que en el libro aparecieran gentes como Jerónimo Saavedra, el socialista canario que presidió el Senado, o como el antiguo banquero Mario Conde, masón iniciado en la logia Concordia número 4 y del que, dice, puede estar de nuevo en activo en la logia Cibeles de Madrid. Pero no.

Sin embargo, su obra es una de las primeras que pone cara, nombre y apellido a los masones españoles. Hoy, calcula Otaola, son poco más de 3.000 repartidos en las distintas logias. Durante la II República «pese a lo que se dijo en el franquismo y pese a todo lo que se ha fantaseado sobre su importancia, nunca hubo más de 5.000 masones». Pero la frase que, todavía en 1975, pronunció Franco en el Palacio de Oriente -«contra España existe una conspiración masónico-izquierdista en la clase política, en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social»- caló tanto en el imaginario colectivo que lo del 'contubernio judeomasónico' es todavía hoy una frase hecha, uno de esos latiguillos malsanos que nos azotan la memoria. Aunque ahora nos haga sonreír, el franquismo procesó por masones a 50.000 personas. Varios miles fueron fusilados.

En el listado de ciudadanos que hacen pública hoy su adscripción a la masonería aparece el empresario y político del PNV Iñaki Zuloaga, escritores y articulistas como Adrián Mac Liman, Luis Miguel Fuentes, Ricardo Serna e Ignacio Merino, empresarios como Yves Bannel, profesores como Vicenç Molina, el concertista de guitarra Francisco Ortiz... y mujeres. Mujeres como la asesora fiscal Ascensión Tejerina, la asistenta social Ana Morató o la militante de Esquerra Republicana de Catalunya María Àngels Prats, entre otras.

Hay mujeres porque el libro da cabida a masones integrados en las dos grandes observancias que hay: La Gran Logia de España, de aire más «tradicionalista» al decir de Otaola, y la Gran Logia Simbólica Española, a la que pertenecen tanto Otaola como Díaz. Esta última mantiene con la primera dos distinciones fundamentales: admite mujeres en sus tenidas (como llaman los masones a sus reuniones en las que los integrantes leen y discuten sus planchas o temas) y alberga en su seno a creyentes, no creyentes, agnósticos... Por su parte, los seguidores de la Gran Logia de España creen «en un Dios revelado».

Así que las 397 páginas de la obra -que «terminó de componerse en las colecciones de Masonica.es el 21 de diciembre de 2009 cuando el Sol se detiene para que la Luz empiece a renacer»- es una sucesión de testimonios donde uno descubre, por ejemplo, que el sociólogo Fernando de Yzaguirre se sintió atraído por este mundo tras leer «un largo artículo de prensa publicado en el diario vasco El Correo».

El Gran Arquitecto del Universo

«Me fascinó sobre todas las cosas -escribe Yzaguirre- su rica portada repleta de símbolos (el compás, la escuadra, el ojo del Gran Arquitecto Del Universo)... el contenido de aquel artículo, la conocida persecución franquista y el halo de misterio que rodeaban a la masonería, en realidad no influyeron decisivamente en mí. Lo decisivo -apunta De Yzaguirre- fue el momento vital y la búsqueda en que me encontraba inmerso: estaba esperando una oportunidad para acercarme a una 'escuela humanista' y fue la masonería la que, a través de ese artículo, se me presentó de manera cercana, y acepté felizmente el envite... Enfrentar ese reto tuvo mucho de trabajo interior, en las entrañas, en el secreto; una vivencia ineludiblemente relacionada con la situación de la masonería en España: desconocida, rechazada, germinal e innovadora, que rompía los últimos moldes de la España post franquista», reconoce el masón.

De Yzaguirre fue exaltado a compañero y maestro, guiado por Javier Otaola, auténtico hilo conductor de la mayoría de testimonios, en enero de 1995 en la logia Manuel Iradier: el explorador alavés fue secretario de la logia Victoria nº 134 de Vitoria con el nombre simbólico de Lurrac Villazen ('Buscando tierras'). La logia «trabajaba entonces en un caserío apartado, casi secreto», de Respaldiza, recuerda De Yzaguirre. «La iniciación fue alucinante, extraña y esclarecedora a un tiempo».
«En masonería no he encontrado sino libertad responsable; lo complicado es ingresar, lo fácil es salir, justo al contrario que otras organizaciones», dice, de forma esclarecedora este profesor.

Valentín Díaz asegura que también él sintió el hechizo de los símbolos que acompañan a la masonería; esa panoplia de alegorías y metáforas cargadas de significado oculto y que, sin embargo, despiertan en determinados individuos ciertas afinidades latentes... «También despertó mi curiosidad esa aura de secretismo que rodeaba la masonería; los nombres 'logia', 'masón', 'supremo consejo del grado 33'... y mi simpatía hacia la II República y por personajes de ese tiempo como Fernando de los Ríos, Manuel Azaña, Buñuel, García Lorca...», resume.

De la «atracción» trufada con cierta «reticencia» producto de «la machacona propaganda antimasónica de la dictadura franquista», Díaz pasó a la investigación por cuenta propia, la visita a logias (lo mismo en Savannah que en Matanzas, dice)... y el aliño del azar (si es que existe). En una librería de viejo lisboeta tropezó Díaz con un 'Ritual de Grado de Aprendiz' del Gran Oriente Lusitano, un ejemplar de 1928 que compró y guardó tan celosamente como «si se tratara de un documento clandestino de alto valor». Todo confluyó para que Díaz ingresara en la logia.

«La gran enseñanza que uno aprende -apunta- se resume en el lema de los masones de la Edad Media: 'lo que tú haces, te hace'. Los canteros de esa época, que están en el origen de la masonería, descubren que el hecho mismo del trabajo da sentido moral a la existencia, que trabajar la piedra tiene una dimensión moral y espiritual... Hoy, y tomando prestada una frase de Otaola, la masonería nos permite ofrecer la mejor versión de nosotros mismos», precisa el antiguo corresponsal de TVE.

Un ceremonial dieciochesco

De su ingreso en la logia alavesa, Díaz guarda un recuerdo «inolvidable» tanto por su «contenido simbólico» como «por su carácter». «Es una ceremonia que tiene el sabor de las ceremonias dieciochescas y, por tanto, es socialmente incorrecta. ¿Qué es eso de entrar a la logia con los ojos vendados? ¿Y esas personas vestidas como frikis?», bromea Díaz.

Algo parecido le pasó al industrial nacionalista Iñaki Zuloaga. En su primera cita, su introductor, que le conducía en coche al lugar de la iniciación, le espetó, ante la verbosidad de que daba muestras el neófito, que le estaba prohibido «hablar con profanos después de la caída del sol». «Me quedé de piedra», escribe el eibarrés.

«El ceremonial es muy bello; pero te tiene que gustar. El masón, además, debe tener un cierto gusto por la filosofía». Díaz asegura que hay (y debe haber) «un antes y un después» del inicio en masonería. «De otro modo, la iniciación ha sido en falso. Al entrar tú suscribes un compromiso contigo mismo, un compromiso de cambio a mejor», precisa.

También Javier Otaola comparte con Valentín Díaz y con sus compañeros de logia esa pasión primera por los símbolos: «Mi llamada tiene que ver con una intuitiva simpatía hacia los símbolos de la masonería y por algunos de sus personajes de referencia», dice el ex Gran Maestro de la Gran Logia Simbólica Española, Grado 33.

Además, y fruto de la caracterización franquista, la masonería representaba para Otaola «democracia, liberalismo, socialdemocracia, europeísmo... Después de la libertad, el valor que más nos humaniza -resume Otaola- es la compasión, la capacidad de sentir el dolor del otro como propio». Ascensión Tejerina asegura que se sintió atraída «por la metáfora de la construcción que te convierte en un obrero comprometido en un proyecto vital que debemos actualizar cada día». Una tarea para la que no hay descanso.

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