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Quizá no somos tan perfectos

Cortesia de Rodrigo Aleman

La masonería y los masones trabajan por hacer mejores a las personas y para mejorar el mundo. Este objetivo parte de un reconocimiento implícito sobre nuestra imperfección y la de nuestra sociedad. Si los masones somos imperfectos, por mucho que confiemos en nuestro método de trabajo, hemos de reconocer que el resultado del mismo no tiene ninguna garantía de perfección.

El pensamiento masónico, siguiendo el criterio de falsabilidad, busca el progreso permanente de la obra por medio de la rectificación. Rectificando hallaréis la piedra oculta, dice uno de los aforismos principales de nuestros ritos. El masón, mide la perpendicular de su obra, la rectitud de su trazado y se consagra a recomenzar tantas veces como haga falta su trabajo desde el convencimiento de lo inútil que resultaría persistir en elevar nuevos muros sobre bases que no sean indiscutiblemente sólidas, y aún así, siempre quedará la duda de si los cimientos aguantarán una hilera más.

Con ello quiero expresar que el espíritu de la revisión permanente, de la autocrítica, es consustancial al masón, algo que lo aleja por definición de todo fundamentalismo, de todo dogma de fe.

Pues bien, ocurre que, desatendiendo esta enseñanza sobre la que permanentemente insisten nuestros ritos, es habitual leer y escuchar a masones en los medios haciendo loas sobre todas las virtudes de la masonería, sobre su Logia, su Obediencia, sobre su rito, sobre los masones, sobre sí mismos. Esto, hasta cierto punto, parece algo natural cuando uno quiere presentarse ante el mundo. ¿Quién tendría interés en dirigirse a los demás para hacerles un catálogo de sus defectos e imperfecciones?.

Cómo es lógico, es invariable que, cuando escuchamos o leemos entrevistas con las que nuestros Respetables y Grandes Maestros o Maestras esmerándose en la tarea (al parecer encomendada desde el pueblo masónico) de acercar la masonería al mundo y abrirnos a la sociedad, éstos se esfuercen en dar de la masonería en general y de su Obediencia en particular una imagen que subraya todas las virtudes posibles. Esto es lógico como digo, pero ¿es honesto? y, sobre todo ¿ayuda a la masonería a ser mejor?.

Yo creo que no. Pienso que esforzándonos en defender nuestras virtudes (más anheladas que reales) ante el mundo, perdemos la oportunidad de concentrarnos en nuestros errores, para corregirlos. La crítica es rechazada por contradictoria con el mensaje propagandístico, la autocrítica enviada a cónclaves tan profundos que, definitivamente, deja de considerarse. Centrados en la perfección teórica del trazado que queremos mostrar al mundo, no existe oportunidad ni tiempo de medir la perfección de la obra real. Obsesionados por aportar nuestro punto de vista al mundo, en un mar de sobrentendidos, se torna irrelevante el trabajo que sería exigible para que ese punto de vista fuera verdaderamente productivo.

Quizás por todo ello, con mucha sabiduría, los antiguos sólo se preocupaban en crecer de dentro hacia afuera, aportando, sólo por invitación, las nuevas piedras que pudiesen encajar en lo ya construido, evitando cualquier forma de exhibición y proselitismo. Sólo de esta manera podrían volcarse las energías en la construcción real a partir de lo simbólico, sólo de esta manera podrían sentirse dispuestos para trabajar sobre sus imperfecciones, liberados de tener que exhibir sus más perseguidas que logradas virtudes.

Fuente: Francmasones - Red Social de la Fraternidad Masónica

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