Por el Q.·.H.·. Carlos Tavera Marcano
Días antes de su fallecimiento, ocurrido en La Victoria el 4 de Septiembre de 1854, el General Santiago Mariño había otorgado sus últimas disposiciones, en las que declara haber nacido en la isla de Margarita, “en una quinta de mis padres, situada en el Valle del Espíritu Santo”: el Capitán de milicias regladas Don Santiago Mariño Acuña, natural de Galicia, y Doña Atanasia Carry, “hija del Caballero Geraldo Carry, natural de Irlanda del Reino Unido de la Gran Bretaña” . Aunque esta propiedad la conservaba para el momento de testar, es poco lo que aportan sus biógrafos sobre sus relaciones con familias de la isla. Parra Pérez casi soslaya el particular, sin embargo cuando refiere los negocios que llevaba el Capitan Mariño Acuña en la península de Paria y la isla de Trinidad, nos introduce en el entorno que desde su niñez conoció el prócer.
A escasos años de iniciarse el proceso emancipador en 1810, debido a la muerte de su padre, hubo de encargarse de la administración de los cuantiosos bienes que formaban la herencia, principalmente haciendas de caña de azúcar y de cacao que había levantado en aquellas costas y en la isla de Chacachacare. Al mismo tiempo, se incorporó al cuerpo de milicia británica de la isla de Trinidad, sirviendo como cadete y oficial. De aquí sacó los principios de base de su oficio de soldado “que tan perfectamente demostró poseer”. Fue uno de los más jóvenes colaboradores del gobierno republicano de la Provincia de Cumaná, constituido a raíz de los sucesos de Caracas, y como tal se prestó para fungir de diplomático ante el gobernador británico de Trinidad. Después, con el grado de Capitán se alistó en la división del Coronel Manuel Villapol, quien, conjuntamente con la expedición del Alferez Felipe Esteves y de Juan Bautista Bideau, trataba de rescatar las fortalezas de la Provincia de Guayana en poder de los realistas. El 27 de Febrero de 1812, en la boca del Caño Macareo recibió su bautismo de fuego en la victoria que obtuvieron los patriotas sobre la escuadra realista. Y, después que fueron vencidos los patriotas en Sorondo, un mes más tarde, Mariño acompañando a Villapol en su retiro a los campos de Maturín, ya con el grado de Coronel marchó a la Costa de Güiria, como su Comandante. Desde entonces, por más de cuarenta años ejercería su oficio de militar, incluidos, quiérase o no, los ocho años de su exilio en las islas del Caribe. Mariño, por su nacimiento y por el entorno en que se desenvolvía era eminentemente un habitante del Oriente, país que estaba conformado por las provincias de Cumaná, Margarita, Trinidad, y Guayana. Un venezolano oriental a secas.
La campaña de Chacachacare, organizada y dirigida por Mariño, a la que algunos autores gustan llamar invasión de Chacachacare para reducirle profundamente su significación histórica, no fue menos importante desde el punto de vista político-militar que la campaña Admirable realizada por Bolívar el mismo año de 1813, ni menos impactante en cuanto al tiempo de duración y al espacio territorial que le sirvió de escenario. Ambas campañas tuvieron como característica fundamental haber sido ideadas, organizadas, dirigidas y materializadas por dos grandes capitanes, sobre un mismo ideal: recuperar o rescatar la república de Venezuela del poder de los realistas. El Manifesto que el Ciudadano General en Gefe de las armas de Oriente, Brigadier Santiago Mariño, hace al público, de sus operaciones en la restauración de las Provincias de Cumaná, Margarita y Barcelona, fechado en el Cuartel General de Cumaná el 12 de Octubre de 1813, como pieza capital de la campaña testimonia la capacidad y dotes de militar como la capacidad y dotes de político de su progenitor. Este documento, al igual que el Acta de la reunión de Chacachacare, constituye de manera sintética el programa de acción y pensamiento que quiso realizar Mariño a lo largo de su persistente y tenaz lucha por la reivindicación de los más altos ideales del país, y que su biógrafo Caracciolo Parra Pérez sabiamente concretó en tres objetos primordiales: “por la independencia de la patria contra los realisas; por la libertad de la república contra el cesarismo; por la federación de las provincias contra los centralistas de la capital” . “Ese progrma –prosigue Parra Pérez-, cuya aplicación persiguió en medio de faltas, errores y debilidades, pero con singular tenacidad, debe bastar para caracterizar su acción política y para que se la tenga como una de las más interesanes de los anales venezolanos” . Esta tríada trató de lograrla nuestro Prócer desde su oficio que tanto amó, su oficio de soldado, pero no desde el punto de vista de la concepción del militarismo que, como fórmula y régimen de gobierno, hizo que el segmento castrense enrumbara por un sistema ideológico basado en la fuerza y violencia de las armas, con un carácter autoritario y autocrático. No, porque una cosa era utilizar la integración de los mandos y de la fuerza militar para vencer al enemigo realista, y otra cosa era la perpetuación de ese poder como institución política y forma de gobierno de una nación. Por tal motivo podía diferenciar en los últimos días de vida, la imagen del militar y los honores militares. En una de las primeras cláusulas de su testamento cobra importancia el deseo de que después que fallezca “sea vestido con todas mis insignias militares según mi graduación” y que su entierro se haga sin “honores militares”, “pues enteramente los prohibo”, manifiesta rotundamente.
La liberación de la patria y la lucha por la implatación del régimen federal, para Mariño constituyen dos aspectos de una misma unidad, y lo hacen a la vez un militar y un político, porque para reivindicar la libertad de un pueblo, ambos aspectos necesariamente debían estar unidos. Ideológicamente, como la mayoría de los políticos venezolanos de finales del Siglo XVIII y del XIX, Mariño se forma en la escuela del pensamiento liberal burgués, el que difunden la Revolución Francesa y la Revolución Norteamericana. Pero también bebe en las fuentes del pensamiento hispánico de mayor raigambre revolucionaria, que aquí y en América de habla española se incubó en la vida municipal y en la formación de las provincias y regiones venezolanas. Según Carrera Damas, estas raices y algunas otras más estuvieron siempre presentes en el proceso de la emancipación, vista ésta como una de las etapas del desarrollo y evolución de la sociedad venezolana, cuando hizo crisis la sociedad colonial y con la cual los sectores dirigentes prepararon la aparición de nuevas formas de organización social, siendo la guerra la expresión más visible de ese complejo proceso político, o el instrumento más poderoso al servicio de la política, y que sirvió además en menor medida como el principal factor de movilidad social .
Cuando se olvida todo ese complejo de raíces ideológicas, es fácil cargarle negativamente al General Mariño un enfermizo orientalismo como respuesta localista y regionalista, por no decir reduccionista, de su concepción y actuación política. En la Campaña de Chacachacare y en las otras que logró dirigir, incluidas La Cosiata y Las Reformas, el Prócer mantuvo siempre un espíritu de integración y unidad del país. La implantación del federalismo no era una idea de su propiedad, sino una manera social de convivencia política y de gobierno que había atravesado históricamente al país. No se trataba de una visión aislacionista de una nación, sino de todo lo contrario, de un país que transitaba hacia la integración de su territorio, de su gente, de sus recursos y de sus elementos culturales. De un país formando parte de otro más amplio como el sueño de Miranda, de una nación “colombiana” que resurgía en el islote de Chacachacare y cuyo nombre ya aparecía membreteado en los primeros papeles de los libertadores orientales. El Oriente era uno de los bloques fundamentales para la formación de la República, y lo era por la importancia de su población, de su naturaleza y de su memoria histórica y cultural. Y Mariño fue uno de sus más importantes condotieros, que sabía levantar como el que más y armar su mesnada, en virtud de su prestigio personal, pues “poseyendo talento y técnica de organizador, sabía convertir rápidamente la horda en ejército y los bandidos en soldados” .
Aquel hombre educado en una escuela inglesa, que hablaba español, inglés y francés, con suficientes conocimientos de matemática y aficionado a la ingeniería, demostró extraordinarias dotes en la gimnasia y la esgrima. De carácter, bondadoso y sencillamente humano, que lo hacían popular entre sus soldados y en quienes lo conocían; nuestro Prócer no dio asilo al rencor ni al odio, pues creía y practicaba la generosidad, la tolerancia y el perdón. A ello había contribuido significativamente su formación de masón como lo reconocieron sus hermanos en las exequias que en su honor celebraron en Caracas el 12 de Diciembre de 1854. Mariño fue un masón intachable, y, como tal, durante los últimos años de su vida sostuvo en su carácter de Serenísimo Gran Maestro los fueros de la Francmasonería, cuando la institución sufría por accidentes encontrados dentro de su seno. En aquel mismo año había fundado en La Victoria, capital entonces de la Provincia de Aragua, la Respetable Logia Victoria número 38, la que se ha mantenido como columna inmarcesible de su legado hasta nuestros días y conmemora un año más de su muerte, que al decir de Antonio Guzmán Blanco “no deberemos considerarla como un sueño perpetuo, sino como el principio de la inmortalidad” .
Días antes de su fallecimiento, ocurrido en La Victoria el 4 de Septiembre de 1854, el General Santiago Mariño había otorgado sus últimas disposiciones, en las que declara haber nacido en la isla de Margarita, “en una quinta de mis padres, situada en el Valle del Espíritu Santo”: el Capitán de milicias regladas Don Santiago Mariño Acuña, natural de Galicia, y Doña Atanasia Carry, “hija del Caballero Geraldo Carry, natural de Irlanda del Reino Unido de la Gran Bretaña” . Aunque esta propiedad la conservaba para el momento de testar, es poco lo que aportan sus biógrafos sobre sus relaciones con familias de la isla. Parra Pérez casi soslaya el particular, sin embargo cuando refiere los negocios que llevaba el Capitan Mariño Acuña en la península de Paria y la isla de Trinidad, nos introduce en el entorno que desde su niñez conoció el prócer.
A escasos años de iniciarse el proceso emancipador en 1810, debido a la muerte de su padre, hubo de encargarse de la administración de los cuantiosos bienes que formaban la herencia, principalmente haciendas de caña de azúcar y de cacao que había levantado en aquellas costas y en la isla de Chacachacare. Al mismo tiempo, se incorporó al cuerpo de milicia británica de la isla de Trinidad, sirviendo como cadete y oficial. De aquí sacó los principios de base de su oficio de soldado “que tan perfectamente demostró poseer”. Fue uno de los más jóvenes colaboradores del gobierno republicano de la Provincia de Cumaná, constituido a raíz de los sucesos de Caracas, y como tal se prestó para fungir de diplomático ante el gobernador británico de Trinidad. Después, con el grado de Capitán se alistó en la división del Coronel Manuel Villapol, quien, conjuntamente con la expedición del Alferez Felipe Esteves y de Juan Bautista Bideau, trataba de rescatar las fortalezas de la Provincia de Guayana en poder de los realistas. El 27 de Febrero de 1812, en la boca del Caño Macareo recibió su bautismo de fuego en la victoria que obtuvieron los patriotas sobre la escuadra realista. Y, después que fueron vencidos los patriotas en Sorondo, un mes más tarde, Mariño acompañando a Villapol en su retiro a los campos de Maturín, ya con el grado de Coronel marchó a la Costa de Güiria, como su Comandante. Desde entonces, por más de cuarenta años ejercería su oficio de militar, incluidos, quiérase o no, los ocho años de su exilio en las islas del Caribe. Mariño, por su nacimiento y por el entorno en que se desenvolvía era eminentemente un habitante del Oriente, país que estaba conformado por las provincias de Cumaná, Margarita, Trinidad, y Guayana. Un venezolano oriental a secas.
La campaña de Chacachacare, organizada y dirigida por Mariño, a la que algunos autores gustan llamar invasión de Chacachacare para reducirle profundamente su significación histórica, no fue menos importante desde el punto de vista político-militar que la campaña Admirable realizada por Bolívar el mismo año de 1813, ni menos impactante en cuanto al tiempo de duración y al espacio territorial que le sirvió de escenario. Ambas campañas tuvieron como característica fundamental haber sido ideadas, organizadas, dirigidas y materializadas por dos grandes capitanes, sobre un mismo ideal: recuperar o rescatar la república de Venezuela del poder de los realistas. El Manifesto que el Ciudadano General en Gefe de las armas de Oriente, Brigadier Santiago Mariño, hace al público, de sus operaciones en la restauración de las Provincias de Cumaná, Margarita y Barcelona, fechado en el Cuartel General de Cumaná el 12 de Octubre de 1813, como pieza capital de la campaña testimonia la capacidad y dotes de militar como la capacidad y dotes de político de su progenitor. Este documento, al igual que el Acta de la reunión de Chacachacare, constituye de manera sintética el programa de acción y pensamiento que quiso realizar Mariño a lo largo de su persistente y tenaz lucha por la reivindicación de los más altos ideales del país, y que su biógrafo Caracciolo Parra Pérez sabiamente concretó en tres objetos primordiales: “por la independencia de la patria contra los realisas; por la libertad de la república contra el cesarismo; por la federación de las provincias contra los centralistas de la capital” . “Ese progrma –prosigue Parra Pérez-, cuya aplicación persiguió en medio de faltas, errores y debilidades, pero con singular tenacidad, debe bastar para caracterizar su acción política y para que se la tenga como una de las más interesanes de los anales venezolanos” . Esta tríada trató de lograrla nuestro Prócer desde su oficio que tanto amó, su oficio de soldado, pero no desde el punto de vista de la concepción del militarismo que, como fórmula y régimen de gobierno, hizo que el segmento castrense enrumbara por un sistema ideológico basado en la fuerza y violencia de las armas, con un carácter autoritario y autocrático. No, porque una cosa era utilizar la integración de los mandos y de la fuerza militar para vencer al enemigo realista, y otra cosa era la perpetuación de ese poder como institución política y forma de gobierno de una nación. Por tal motivo podía diferenciar en los últimos días de vida, la imagen del militar y los honores militares. En una de las primeras cláusulas de su testamento cobra importancia el deseo de que después que fallezca “sea vestido con todas mis insignias militares según mi graduación” y que su entierro se haga sin “honores militares”, “pues enteramente los prohibo”, manifiesta rotundamente.
La liberación de la patria y la lucha por la implatación del régimen federal, para Mariño constituyen dos aspectos de una misma unidad, y lo hacen a la vez un militar y un político, porque para reivindicar la libertad de un pueblo, ambos aspectos necesariamente debían estar unidos. Ideológicamente, como la mayoría de los políticos venezolanos de finales del Siglo XVIII y del XIX, Mariño se forma en la escuela del pensamiento liberal burgués, el que difunden la Revolución Francesa y la Revolución Norteamericana. Pero también bebe en las fuentes del pensamiento hispánico de mayor raigambre revolucionaria, que aquí y en América de habla española se incubó en la vida municipal y en la formación de las provincias y regiones venezolanas. Según Carrera Damas, estas raices y algunas otras más estuvieron siempre presentes en el proceso de la emancipación, vista ésta como una de las etapas del desarrollo y evolución de la sociedad venezolana, cuando hizo crisis la sociedad colonial y con la cual los sectores dirigentes prepararon la aparición de nuevas formas de organización social, siendo la guerra la expresión más visible de ese complejo proceso político, o el instrumento más poderoso al servicio de la política, y que sirvió además en menor medida como el principal factor de movilidad social .
Cuando se olvida todo ese complejo de raíces ideológicas, es fácil cargarle negativamente al General Mariño un enfermizo orientalismo como respuesta localista y regionalista, por no decir reduccionista, de su concepción y actuación política. En la Campaña de Chacachacare y en las otras que logró dirigir, incluidas La Cosiata y Las Reformas, el Prócer mantuvo siempre un espíritu de integración y unidad del país. La implantación del federalismo no era una idea de su propiedad, sino una manera social de convivencia política y de gobierno que había atravesado históricamente al país. No se trataba de una visión aislacionista de una nación, sino de todo lo contrario, de un país que transitaba hacia la integración de su territorio, de su gente, de sus recursos y de sus elementos culturales. De un país formando parte de otro más amplio como el sueño de Miranda, de una nación “colombiana” que resurgía en el islote de Chacachacare y cuyo nombre ya aparecía membreteado en los primeros papeles de los libertadores orientales. El Oriente era uno de los bloques fundamentales para la formación de la República, y lo era por la importancia de su población, de su naturaleza y de su memoria histórica y cultural. Y Mariño fue uno de sus más importantes condotieros, que sabía levantar como el que más y armar su mesnada, en virtud de su prestigio personal, pues “poseyendo talento y técnica de organizador, sabía convertir rápidamente la horda en ejército y los bandidos en soldados” .
Aquel hombre educado en una escuela inglesa, que hablaba español, inglés y francés, con suficientes conocimientos de matemática y aficionado a la ingeniería, demostró extraordinarias dotes en la gimnasia y la esgrima. De carácter, bondadoso y sencillamente humano, que lo hacían popular entre sus soldados y en quienes lo conocían; nuestro Prócer no dio asilo al rencor ni al odio, pues creía y practicaba la generosidad, la tolerancia y el perdón. A ello había contribuido significativamente su formación de masón como lo reconocieron sus hermanos en las exequias que en su honor celebraron en Caracas el 12 de Diciembre de 1854. Mariño fue un masón intachable, y, como tal, durante los últimos años de su vida sostuvo en su carácter de Serenísimo Gran Maestro los fueros de la Francmasonería, cuando la institución sufría por accidentes encontrados dentro de su seno. En aquel mismo año había fundado en La Victoria, capital entonces de la Provincia de Aragua, la Respetable Logia Victoria número 38, la que se ha mantenido como columna inmarcesible de su legado hasta nuestros días y conmemora un año más de su muerte, que al decir de Antonio Guzmán Blanco “no deberemos considerarla como un sueño perpetuo, sino como el principio de la inmortalidad” .