Esta plancha es de la autoria del Q:.H:. Osvaldo Diaz miembro activo de la Gran Logia Nacional De Colombia en el Or:. de Cali, presentada en una visita que realizo a la Resp:. Log:. Mixta Obreros de la Libertad # 11.
Han pasado muchos años desde cuando mi cerebro, aún pueril, empezaba a cuestionar las incógnitas que mis sentidos me planteaban. Fueron aquellos tiempos, que todavía persisten en vivencias, que desearía repetir en un hipotético viaje, montado en un rayo de luz que curvara el espacio – tiempo de mi existencia y me pusiera en contacto con el pasado. Pero el pensamiento “viaja” más rápido que la luz y es capaz de escudriñar en la memoria y retrotraerme las vivencias de aquellos tiempos cuando sentado en un pupitre de dura madera, que no contemplaba la ergonomía que hoy tienen los modernos, escuchaba las clases que uno y otro profesor, desfilando en forma parsimoniosa y puntualizando la temática a tratar, iban hilvanando, con precisión milimétrica, los conceptos que pretendían los asimilara el consciente y se introdujera en el subconsciente, para que éste los procesara y los convirtieran en argumentos con qué enfrentar los conocimientos venideros, y hacerme cada dìa más capaz de discernir los de ciencias naturales, tecnología, ciencias sociales, religiones, políticas y matemática. Los docentes y mis padres lo esperaban de esa manera. Eran aquellos tiempos en que estudiar y aprender era un deber que cumplir y un compromiso consigo mismo, con la familia y con la sociedad; así lo entendía y mis condiscípulos también.
Recuerdo aquellas horas de clase de sociales en las que el profesor nos mostraba y enseñaba cómo determinar las diferencias de horas de meridiano de un lugar a otro, en el azul y de otros colores vistosos del globo terráqueo metálico, que montado en un soporte que contenía un arco graduado en grados centígrados, señalaba la latitud de un punto terrestre en cualquiera de los hemisferios. En aquellas clases, las que correspondían a geografía, el profesor se sesgaba hacia rudimentos de astronomía, política, economía, religión, ciencia y tecnología, y relacionaba éstos temas de las clases con tal concatenación que daba la impresión de no poderse hablar de uno de ellos en forma aislada de los demás.
Viene a mi memoria que en cierta ocasión cuando estudiábamos la cultura mesopotámica, el viejo maestro de sociales, que ya empezaba a mostrar pliegues de arrugas en su cara, que enmarcaban unos ojos vivaces, penetrantes y auscultadores, que revelaban el cansancio que cargaban a causa del tiempo que aún pasaban escudriñando el desarrollo de las culturas añejas, nos invitaba a que estudiáramos la religión y la política de ese pueblo, y detectáramos la influencia que éstos aspectos de la vida social tuvieron en el desarrollo o en el atraso de ellos. Nos decía que para empezar a conocer cualquier civilizaciòn se debía tener como cosa fundamental el estudio de sus aspectos religiosos y políticos. El maestro aseguraba que tenía la certidumbre de que llegaríamos a entender bien las grandes civilizaciones al darnos cuenta de la incidencia, que para bien o para mal, han tenido la religión y la política en el desarrollo o en el atraso en lo económico, lo científico y lo social.
En esa ocasión, y en las que trataba de otras culturas, el viejo maestro – aquí el término viejo lo uso con el significado de merecedor de respeto, admiración y de portador de vivencias y sabidurías que aprender y seguir para orientar una buena vida- nos enseñaba los aspectos religioso y político de la cultura sumeria. Nos decía, pronunciando las arrugas de su cara, que orientáramos el estudio de esa cultura en lo referente a las creencias relacionadas con sus deidades; que nos fijáramos cuan politeísta había sido esa cultura, la que centraba todos los aspectos de la vida comunitaria en el supuesto accionar de esas divinidades, que la clase sacerdotal manejaba con convincente maestría en los templos, alrededor de los cuales giraban todas las decisiones a tomar sobre las cosas que se relacionaran con el desenvolvimiento y aseguramiento de la comunidad.
Las horas de aquellas clases me eran interesantes e interminables, pues esperaba ansioso la llegada de la noche para buscar a simple vista, como lo habían hecho los antiguos persas, las constelaciones de las que me había hablado el profesor.
Una noche, el cielo estaba despejado de nubes, cubierto por un velo negro y tachonado de estrellas; la Luna había desaparecido. Instalado en un cuarto oscuro, desde el cual podía ver a plenitud el firmamento, sin perturbación de luz alguna y del medio que rodeaba mis ojos, pues sólo necesitaba luz, pero luz que iluminara mi mente y produjera conocimientos, y desde donde podía buscar y observar constelaciones: “Allá está escorpión como un rey, en medio de Libra y Sagitario, mostrando orgulloso las brillantes estrellas que configuran su imaginado cuerpo, desplazándose, como todo el universo, de tal manera que ya no aparece en el mismo lugar del espacio - tiempo en que lo contemplaron los sumerios, dejándole el lugar a Libra. Estamos acercándonos a la navidad, y tengo la suerte de encontrarme en una parte de nuestro planeta desde el cual puedo apreciar esas constelaciones. ¿Qué llevó a los sumerios a pensar que ese conjunto de estrellas, y las del resto de constelaciones que conforman el zodiaco, eran lugares habitados por dioses que determinaban sus destinos? Quizás con ello se daban explicaciones, con el supuesto actuar de esos dioses, de todos los fenómenos que sucedían alrededor de sus pueblos; les era inconcebible que algo sucediera sin que alguien lo hiciera. Así encontraban justificación del por qué de las inundaciones; de las cosechas abundantes o la pérdida de las mismas; de las invasiones de plagas; de las largas sequias o de las pestes que azotaban a la población, y del por qué obedecer ciegamente lo que los sacerdotes y el mandatario dispusieran” – reflexionaba.
Escudriñando las enciclopedias y algunos tratados sobre cultura del Medio Oriente, pude entender que los sacerdotes sumerios eran los interpretadores de los deseos y voluntades de los supuestos dioses que habitaban las constelaciones, y marcaban la pauta a seguir. Ellos señalaban, según sus conveniencias, a los culpables de los desastres acaecidos para que fueran castigados. De ese señalamiento no se escapaba el rey, si este se atravesaba en los intereses económicos y políticos de la casta sacerdotal, ni los pueblos enemigos a los que había que castigar y someter. El rey seguía al milímetro las observaciones sacerdotales, que los escribas las comunicaban al pueblo para que éste siguiera las orientaciones dadas. Pude darme cuenta, entonces, que los hombres dedicados a hacer, celebrar y ofrecer sacrificios religiosos, exigían ofrendas al templo para aplacar la ira de un dios ofendido; lo que hoy se ha cambiado por el aporte que hace la feligresía, que en algunos grupos religiosos es una obligación, y corresponde al 10% de lo que cada feligrés gane mensualmente, como era obligatorio pagar al rey por las mercancías que entraran o salieran del puerto en la antigüedad. Hay que ver lo que esos diezmos representan. He observado que al poco tiempo de aparecer un grupo religioso, la casa que han alquilado para transmitir sus predicas ya la han comprado, incluyendo las de al lado, si es que algún feligrés, esperanzado en ganar el reino eterno, no la ha donado caritativamente. Me pongo a pensar que si esos diezmos se utilizaran para estimular la creación de microempresas que favorecieran a la feligresía, bajaría notablemente el desempleo, y esos prosélitos tendrían un nivel de vida mejor; lo que significaría que Dios los estaba favoreciendo.
Pude darme cuenta que los sacerdotes, al verter en los dioses las virtudes, debilidades, deseos y placeres de los seres humanos, sacaban como consecuencias que estas deidades obraban siguiendo sentimientos de satisfacción o rechazo; que los pontífices, considerados los directos y únicos oidores de los dioses, eran los indicados para resolver las vicisitudes del reino, y que convencidos de las relaciones entre los dioses de las constelaciones y el destino de los hombres, los sumerios se habían visto en la necesidad de desarrollar técnicas mecánicas y de conteo para ubicar las estrellas zodiacales en el espacio sideral, y así los dioses, que les habían inspirado esas técnicas, estuvieran satisfechos de la interpretación que este pueblo estaba haciendo de sus designios. Fue cuando pude decirme: “Eso en nada a cambiado para muchos charlatanes que pretenden ser intérpretes de las influencias que ejercen las constelaciones en la llamada astrología, - que dicho sea de paso fue el inicio de la astronomía – que llena espacios en la prensa hablada, en la escrita o en la televisada de países del llamado tercer mundo. Claro está que eso hace parte del cabestro y la venda que frena los posibles impulsos que pueda tener la gente de ver las cosas desde puntos de vista diferentes”.
Veía cómo la actitud religiosa de los sacerdotes sumerios los había forzado a producir los conceptos relacionados con el conteo y con la medida de ángulos, los que emplearon en la construcción de lo zigurat desde donde hacían sus observaciones astronómicas, y que todavía se siguen utilizando y enseñando en las escuelas como cosas fundamentales y de gran utilidad para entender gran parte de la ciencia y desarrollar tecnología. Por mi mente pasaron aquellos conceptos que en otros tiempos le perturbaron y mortificaron la tranquilidad a muchos de mis condiscípulos. Recordaba el temor que sentían cuando teníamos que someternos a una prueba de conocimientos geométricos, y las dificultades que pasaban para entender el por qué Paris y New York no registran la misma hora del día. Por mi parte, había observado que la relación entre el poder político y el religioso de los sumerios era estrecha e interdependiente: los sacerdotes “consultaban” a los dioses los pasos que debía dar el rey para gobernar, y éste actuaba siguiendo los designios que le señalaban las constelaciones, como si realmente habitaran en ellas dioses que marcaran su destino.
Metido en el estudio de otras civilizaciones, de las que el mundo ha tomado sus enseñanzas, me di cuenta que todas habían estado, y algunas todavía lo están, atestadas de relaciones entre política y religión. Observaba cómo en la gran civilizaciòn griega, que por muchos siglos fue tomada por el resto del mundo como paradigma a seguir, de la que aún aparece uno que otro concepto que no escapa a las hipotéticas afirmaciones de las acuciosas mentes de los antaño pensadores griegos, o que su lengua sirva para nominar un concepto nuevo, sus dirigentes no tomaban decisiones gubernamentales, y de otras índoles, sin haber consultado los oráculos; famélicos por saber qué les deparaba el futuro.
Habiendo observado todo eso, pude darme cuenta que ciertas creencias todavía las siguen teniendo en cuenta las gentes de ciertos pueblos que creen que por haber nacido bajo uno u otro signo zodiacal, éste les marcará para lo que están predestinados, ignorando el medio social donde se desenvuelven, y que tienen cargas genéticas que les impulsaran a seguir ciertas conductas y buscar ciertos intereses sociales e intelectuales. Me daba cuenta cómo esas grandes masas de individuos, que constituyen casi la mayoría de la gente de esos pueblos, continúan siendo como los esclavos que otrora lo eran en grandes civilizaciones, sin percatarse que el mundo ha evolucionado y está marcado por las decisiones políticas de sus gobernantes, - los que muchas veces actúan en forma contraria a los intereses de quienes los han electos para que gobiernen u organicen la Nación en sus nombres, convirtiéndose en autoritarios y arremetedores contra esos electores- y por los movimientos de las economías, los adelantos científicos, el desarrollo tecnológico y la evolución genética de sus gentes.
Observaba, además, que la gran mayoría de individuos de países atrasados, “o en vías de desarrollo”, como se dice eufemísticamente, aún continúan ateniendo sus acciones a esa astrología insulsa, a las predicciones de adivinos, a las concesiones de alguna divinidad facilitada por intercesores, o a creencias religiosas que los mantienen en un atraso impresionante.
Hoy las religiones y las políticas no se “imponen por la fuerza” como en la época en la que los Torquemada ordenaban la tortura o la hoguera, hasta la muerte, para los herejes, las brujas y brujos, los acusados de tener pacto con el creado demonio, sin juicio legal alguno, y el encarcelamiento y muerte de sabios por atreverse a hacer afirmaciones científicas que la observación y la repetición en un laboratorio confirmaban como verdades irrefutables. Sino que se trata de transmitir, con un velo de aparente verdad, afirmaciones que ya han sido negadas por verdades científicas; verdades que ponen en peligro las creencias que infunden. Esgrimen argumentos sacados de escritos que no resisten el mínimo análisis de lógica elemental, que muchas veces son interpretaciones de cosas o hechos no demostrados, tomados al acomodo de intereses grupales y / o mal interpretados, sembrando, en mentes débiles, aseveraciones a las que no se puede dar criterio de verdad o falsedad, porque pertenecen a la categoría de sentimientos, como lo clasifica esa parte de la ciencia abstracta que se llama Lógica.
Hay que ver el énfasis que ponen los comunicadores de esas afirmaciones, con aparente signo de verdad, cuando las dicen. Asumen una actitud en su dicción que aterroriza a los oyentes feligreses, a los que doblegan de esa manera para que cumplan a cabalidad lo que pregonan. También los hay que se van al otro extremo: ponen unas caras de buenos que aparentan la bondad materializada, y sus palabras hacen brotar lágrimas a sus prosélitos, quebrándoles sus voluntades; en fin, aplican el poder de la palabra y la actuación. Mas no la palabra que realmente lleva el mensaje cifrado que enseñaron los antiguos maestros del esoterismo como Buda, Jesús, Zoroastro, Mahoma, Pitágoras y otros, sino la convincente palabra que mete la mano al bolsillo.
Después de esas pocas observaciones, llegué a la conclusión que los esclavos aún existen, sólo que hoy no están atados a cadenas o controlados por grilletes, sino que las cadenas y los grilletes que los atan son: por un lado la ignorancia, el más fuerte de los grilletes, y por otro, las ideas que les siembran en sus pobres cerebros algunos orientadores espirituales o políticos, y que magistralmente dan a conocer ciertos comunicadores, que siendo escogidos para ello también se convierten en esclavos.
El hombre, en su desesperación por salir de las circunstancias adversas que padezca, o por su naturaleza de querer dar explicación de algún fenómeno que observe, es llevado, muchas veces, a formular hipótesis de solución fundamentadas en alguna o algunas divinidades que le o les permita(n) obtener respuesta de lo que su intelecto no alcance a comprender; lo que aparentemente corresponde a algo innato en el ser humano. Sin embargo, esto no es un juicio universal, puesto que existen tribus, en las selvas de algunos continentes, que no atribuyen los fenómenos naturales a los padecimientos personales o colectivos a divinidad alguna, y tampoco la tienen para justificar de dónde supongan viene su existencia.
La cultura, la que no debemos identificar sólo con las manifestaciones artísticas de un individuo o pueblo, ni con el conjunto de las tradiciones, creencias y costumbres ancestrales populares, es el fruto de la transformación de la naturaleza por el hombre. De acuerdo con esto, podemos afirmar, que de su naturaleza pensante el hombre ha creado la cultura de la o las divinidades.
Por otra parte, si admitimos, como es de derecho humano, que cada quien tiene el derecho ineludible de creer en lo que quiera; de darse su propia cultura religiosa, política o de cualquier otra naturaleza, también debemos admitir que el mismo derecho tienen los que no creen en divinidad alguna, que tienen sus propias ideas políticas, y que su religiosidad está dada por su continua búsqueda de la verdad científica, o que simplemente son agnósticos.
Fuente: Resp:. Log:. Mixta Obreros De La Libertad # 11