De Ricardo Ricart Vila
Desde Facebook
Os voy a contar una bella historia de unos Hermanos Masones Valencianos, forzados a abandonar, al finalizar la Guerra Civil Española, su tierra natal y desplazarse a Francia por motivos ideológicos y de conciencia, y por temor a las represalias.
Unos Hermanos Masones Valencianos que, acogidos por Hermanos Masones marselleses del Gran Oriente de Francia, desarrollaron un interesante proyecto. Una bella historia gestada gracias a la Fraternidad.
Estos hermanos Valencianos traspasaron la frontera española al tiempo que se publicaba el primer decreto contra la Masonería, un mes de septiembre de 1936, y en el que se les consideraba reos del crimen de rebelión al ser declaradas la “Francmasonería y otras asociaciones clandestinas contrarias a la ley”.
Aquel mes de septiembre de 1936, en el que estos valencianos entraron buscando refugio en Francia, muchos masones españoles habían sido ya fusilados.
A pesar de encontrarse acogidos por sus Hermanos Masones, inicialmente tuvieron que afrontar duras condiciones de vida, que se agravaron como resultado del estallido de la Segunda Guerra Mundial; llegando a compartir, el horror de las campos de concentración, con los mismos franceses que les acogieron.
Mientras tanto, en España, a raíz de dictarse “La ley para la Represión de la Masonería y el Comunismo”, se les incautaban todos sus bienes y se ponía bajo sospecha a sus familias.
Será al final de la segunda Guerra Mundial, a partir del año 1945, cuando gracias a la Fraternal ayuda de unos Hermanos Masones marselleses, y al trabajo y gestión de estos hermanos valencianos, se obrará un pequeño milagro que beneficiará a muchas familias de los pueblos de la “Huerta Sur” y de la “Ribera Baja” de Valencia, paliando sus dificultades económicas.
Gracias a la ayuda de unos Hermanos Masones marselleses, estos hermanos valencianos encontraron su nueva “Albufera” y “Marjal”, entre Marsella y Montpellier, en una zona que extiende entre los dos brazos principales del delta del Ródano y la costa mediterránea, en una zona salpicada de lagunas: LA CAMARGA (La Camargue en francés).
No sé si lo sabéis, pero os diré que en la Camarga el cultivo del arroz se inició en el siglo XVIII. Pero hasta la década de los años 30, el principal objetivo de su producción era el control de la salinidad que inquietaba a la región y que amenazaba con desertizarla. Será a partir de los años 40, y sobre todo, y así me gusta considerarlo, por la aportación de estos valencianos en el cultivo y variedades de arroz, cuando se mejorará la producción y la calidad de este cereal, en la comarca.
Estos hermanos valencianos eran mis tíos abuelos José y Andrés.
Mis tíos abuelos aplicaron en la Camarga sus conocimientos y experiencia, tanto a nivel de cultivo como de comercialización. En Valencia habían vivido todos los procesos de cultivo y comercialización de frutas, hortalizas y del cereal omnipresente en la cultura valenciana: el arroz. El "almacén de naranja" de su familia se había mecanizado en los años 20, exportaban cítricos desde hacía varias generaciones, y, el comercio al por mayor de frutas y hortalizas lo realizaban con su propia logística: unas viejas glorias que significaron los primeros pasos del camión como medio transporte. Además de utilizar las redes ferroviarias y el puerto de Valencia.
Todo este bagaje, mis tíos abuelos José y Andrés, lo aplicaron en la Camarga con unos excelentes resultados. ¿Queréis saber cómo benefició, este milagro, a muchas familias de la “Huerta Sur” y de la “Ribera Baja” de Valencia? Pero, antes de conocer la respuesta, tendréis que adquirir unos conocimientos mínimos, y por ello agradables, sobre el cultivo del arroz.
Hasta hace unos pocos años el cultivo del arroz se hacía siguiendo un proceso tradicional de cultivo, que abarcaba un año completo y requería mucha mano de obra.
Esté método tradicional de cultivo se dividía en las siguientes etapas y procesos: el “Planter”, La” Plantà”, La “siega”, La “trilla”, El “secado y almacenaje” y el “molido”.
Para no cansaros os describiré muy resumidamente en qué consisten los procesos más importantes:
El “Planter”. Se iniciaba en pleno invierno con la siembra de forraje .El forraje crecía durante todo el invierno. Llegado el mes de marzo, se molturaba con la tierra sobre la que se había sembrado con el fin de enriquecerla. Las raíces de este forraje retienen y son ricas en nitrógeno y esto favorecía mucho el crecimiento del arroz en su primera etapa. Colocaban barro en los márgenes y utilizaban un caballo para "patearlo" hasta hacerlo duro de forma que no fuera posible que se filtrara el agua a través de él. Una vez hechos los márgenes, las balsas que conformaban los márgenes se cubrían de agua. Se utilizaba entonces una "entauladora de ganivets" (en la actualidad se utiliza un tractor provisto de ruedas de jaula directamente en el campo donde se siembra) tirada por un caballo que daba vueltas a la tierra mezclándola con el agua hasta hacer de ella un barro fino.
Con todo el proceso anterior, el "planter" quedaba preparado para la siembra del arroz. El "barrejat" consistía en repartir las semillas "a voleo" por el campo. Con el fin de que quedaran esparcidas de forma suficientemente uniforme, el agricultor las repartía mientras medía sus pasos siguiendo un camino recto que enfilaba con unas cañas que situaba en los extremos del campo. Esta fase terminaba a mediados de marzo.
La '”Plantà”'. Hacia el mes de mayo el tallo del arroz sembrado ya había crecido entre 30-40 cm. y era el momento de proceder a arrancarlo. Una cuadrilla de hombres arrancaba los tallos de arroz y los reunía en "guaixos" (manojos), formando con ellos "garbas" (haces) de arroz de un tamaño de 30-40 cm. de diámetro. Posteriormente, limpias de barro, se las trasladaba desde el "planter" al campo arrozal donde los tallos serían replantados. Es decir, se replantaban en otro campo distinto al “planter”.
Poco antes de arrancar el "planter", se iniciaba el proceso de preparación de los campos a los que se trasplantaría el arroz. Estos "campos de la marjal" habían pasado inundados una parte del invierno (entre diciembre y febrero) con tal de que se produjera el proceso de descomposición de los restos orgánicos de la cosecha del año anterior a fin de enriquecer la tierra. Y también para favorecer la llegada de las aves migratorias procedentes del norte de Europa. Hacia febrero estos campos empezaban a secarse y se procedía a labrarlos mediante la "xaruga" (herramienta de la que tira un animal o dos que permite labrar tierras compactas). Tras lo que se iniciaba en ellos el mismo proceso realizado para preparar el "planter": se inundaban los campos, y se molturaba la tierra y el agua produciendo un barro fino.
A partir de ese momento se procedía a la "plantà" del arroz. Las "garbas" de arroz procedentes del "planter", se repartían uniformemente por todo el campo mediante "carrets de garbejar". Luego las cuadrillas de "plantadores de arroz" se encargarían de replantar los tallos de arroz. Éstos replantaban en el terreno los "guaixos" (manojos) formados por entre 3 y 5 tallos de arroz. Lo hacían en línea recta, desplazándose de espaldas hacia atrás, para no pisar lo ya plantado.
La “Siega”. Llegados a inicios del mes de septiembre, la espiga ya ha crecido y es el momento de la recolección. Una cuadrilla de hombres iba segando el arroz a mano con una hoz. Conforme segaban iban haciendo garbas con las espigas de arroz. Estas se colocaban sobre aquellas partes húmedas (rastoll) de las mismas garbas, que previamente habían sido cortadas con la “corbella de desbarbar” (hoz) por ser inservibles, de forma que no tocaban el agua. Era este un proceso muy pesado que precisaba además ser muy rápido, ya que este período es de mucha humedad y se corre el peligro de que se produzcan tormentas que podrían inundar el arroz recién cosechado humedeciéndolo. Si esto ocurría se debía esperar a que se secaran las garbas en el campo pudiendo ocurrir que con el calor germinase de nuevo lo que lo haría inútil. A medida que las garbas se secaban se iba sacando a la era con el "carro de garbejar" provisto de unos patines y tirado por un caballo. Este proceso fue sustituido por las modernas “cosechadoras”.
Interesante, ¿verdad? Espero no haberos aburrido.
¡Bueno! ¿Queréis saber cómo benefició, el milagro de la Camarga, a muchas familias de la “Huerta Sur” y de la “Ribera Baja” de Valencia?
Desconozco si la decisión de mis tíos abuelos se debió a su interés por ayudar a sus paisanos valencianos, por el “buen saber hacer” de estos en el cultivo del arroz, por el coste más bajo de la mano de obra, o por todo a la vez. El caso es que en la Camarga el proceso tradicional de cultivo del arroz se llevo a cabo, y durante bastantes años, con el trabajo de agricultores valencianos.
El calendario de los procesos de cultivo es el mismo en la “marjal” valenciana que en la de la “Camarga”, solo que con unas semanas de diferencia, o así lo establecieron mis tíos abuelos, con tal de facilitar que los agricultores valencianos pudieran participar en dos cosechas la misma temporada. Terminaban el “Planter” en Valencia y un número de temporeros se trasladaban a “la Camarga” para realizar el mismo trabajo. Terminaban la “plantà” en Valencia y un número de temporeros repetía viaje. Segaban el arroz en Valencia y a continuación el francés. Y así, estas familias valencianas, conseguían duplicar ingresos para ir paliando esos años tan difíciles.
Yo viví, desde mi gestación y durante mis primeros años de vida, este “ir y venir” siguiendo el calendario y los procesos de las dos cosechas de arroz, la Valenciana y la de la Camarga. Ya que mi padre, sustituyendo a mi abuelo, paso a responsabilizarse de la contratación, organización y desplazamientos de estas “cuadrillas nómadas”. No tardaría mucho en desaparecer el cultivo tradicional por el alto coste de su proceso y con él las "cuadrillas".
Aquí os presento unas fotos de esas “idas" a la Camarga. No me resulta fácil reconocer a la gente. En algunas fotos se mezclan franceses y valencianos, pero los valencianos son todos de la misma zona: Catarroja, Albal, Silla, Massanasa, Sollana, Sueca, …de poblaciones lindantes con la Albufera de Valencia.
Esta historia me despierta la curiosidad por saber un poco más sobre mi familia, sobre mis tíos abuelos y esos Hermanos Masones que les acogieron.
Y en esas ando, buscando y recogiendo fotos, preguntando por aquí y por allá, afortunadamente aún viven los primos de mis padres y con una buena disposición a “contar batallitas”. No sé dónde me llevará esta curiosidad, pero seguro que a la Camarga y a Marsella.
Confío os resulte agradable el relato, así como las imágenes.
Un abrazo.
P.S. Cómo curiosidad añadiré que, antes del exilio, el “almacén de naranja” familiar también hizo uso y participó en una de las grandes aportaciones valencianas al diseño gráfico, colaborando con “dibujantes” y talleres de impresión en el desarrollo de los carteles, envoltorios y etiquetas con las que acompañaban las cajas de naranjas enviadas a la exportación. Dice uno de mis tíos que mi abuelo le comentó que el “leit motiv” de algunos de estos diseños hacían referencia a la Masonería. Lo habitual en estos “leit motiv” era el atractivo femenino, siendo el más utilizado la imagen de la “fallera” con una naranja en la mano y un fondo “idealizado” de la huerta valenciana. Mi abuelo comentó que sustituyeron la fallera por una imagen de Atenea, diosa de la sabiduría, y, cómo no, con una naranja en la mano, y el fondo era un templo idealizado con sus escalones, sus columnas y su tímpano. Un templo sobre una colina rodeada de naranjos. Mi abuelo también recordaba un “leit motiv” con el dios Hermes. Yo, por mi parte, he empezado a contactar con coleccionistas de este material gráfico con la esperanza de emocionarme ante uno de ellos. Me parece simpático que a través de una “naranja” hubiera un reconocimiento entre hermanos, y vete a saber en qué ciudad del mundo.