Las logias masónicas, que han sido -según sus miembros- vilipendiadas por sus supuestas prácticas “ocultas”, no son más que “una universidad de la vida para crear hombres justos”
Zona Metropolitana.- ¿Qué significa un símbolo formado por un compás, una escuadra y en cuyo centro hay una letra “G”?
Esa pregunta quizá se la hayan hecho muchos, que no se han atrevido a consultar a los más indicados, los portadores del símbolo, los masones. Durante mucho tiempo, el tabú y la leyenda que rodeó a la masonería hizo que la colectividad los viese como monstruos.
Pero más normales no pueden ser. Lo ratifica un hombre que durante 20 años ha estado ligado a la masonería, Ramón García. “Solo buscamos que hombres libres y justos puedan crecer provechosamente en la sociedad”, señala.
Aún con sus ornamentos, con sus secretos (símbolos, colores y tocamientos), y con sus asambleas a puerta cerrada, ellos se definen como una “universidad para la vida, una institución filosófica, filantrópica y selectiva, cuyo principal propósito es la búsqueda de la verdad a través de la virtud”.
Lo dice Miguel Gómez, uno de los “queridos hermanos” (trato que se dan entre ellos) que asiste a la logia ubicada en la calle Maturín de Barcelona, que lleva por nombre Juan Manuel Cajigal.
Miranda, el pionero
El día de la masonería nacional coincide con el natalicio del generalísimo Francisco
de Miranda, porque fue él quien trajo la masonería a Venezuela.
“Miranda la descubrió en sus correrías por Francia e Inglaterra y las llamó en América las logias lauterianas, en homenaje a un cacique chileno”, explica Jacobo Cifuentes, quien además es segundo vigilante, cargo que ostenta en las “tenidas”, las reuniones semanales de los masones.
La visita al templo
Entrar a un templo masón, en este caso al ubicado en la calle Maturín de Barcelona, es descubrir un grupo de hombres uniformados con traje y corbata negra, y decorados con ciertos ornamentos dependiendo de su rango.
Los hay de todos los estratos sociales, pero la mayoría de ellos son profesionales. “Cuando alguien 'toca a la puerta' (un término para designar que desea ingresar a la logia), comienza un proceso para determinar si la masonería está hecha para él. Porque no todos son aceptados”, explica Carlos Ortiz.
El auxilio mutuo y el reconocimiento como hermanos es uno de los símbolos que distingue a la logia.
Un miércoles, llegaron uno por uno. Colaboraron en la preparación de la tenida, conversaron temas triviales, y se decoraron. Para eso, utilizan bandas, delantales y guantes blancos.
El templo es un salón soportado sobre 12 columnas, coronadas por los signos del zodíaco, no por astrología sino por el paso de la tierra alrededor del sol durante un año, según explica Cifuentes.
Una Biblia, coronada por la escuadra y el compás, ocupa el sitio central del templo. Al final hay un estrado destinado al maestro venerable, un hombre que ha acumulado méritos suficientes, con investigaciones, aportes y tesis, para ascender a este nivel.
Antes de la tenida, el encargado de protocolo, portando un báculo, llama a los aspirantes, compañeros, maestros sin cargo, visitantes (que vienen de otras logias), y luego a las “luces”, entre quienes se cuentan los vigilantes, el secretario y el orador. Luego entra el maestro venerable.
El misticismo y el respeto que se profesan minutos antes de ingresar al templo, se contagia a los “profanos”, los no masones, quienes por una oportunidad pudieron entrar al templo. Las miradas son severas mientras el flash de la cámara destella.
No se sabe qué pasa más allá. Ya lo dijo Miguel Gómez. “No revelamos qué significan nuestros símbolos, colores y tocamientos. Es como la receta de la coca cola”, dice divertido.