149 AÑOS DE HISTORIA:
UN RETO HACIA EL FUTURO
por Luis Riveros Cornejo
4 de julio de 2011.
“Decía en 1883 el Gran Maestro FAEZ en una circular dirigida a todas las
logias de la obediencia: “hoy, como en ninguna otra ocasión nuestro deber
nos llama a abandonar la indiferencia en que por largo tiempo hemos vivido…
la secta absorbente dominante y avasalladora que conocéis; esa degeneración
del espíritu de amor, de caridad, de humildad y mansedumbre que inspiró
todos los actos de la victoria del Gólgota, alista sus armas y apresta sus
negras falanges para el combate, en que va jugarse la estabilidad de
nuestras instituciones democráticas, la vida de la libertad en todos sus
órdenes”. Ese era un retrato del ambiente que prevalecía en nuestra patria a
pocos años de nacida la Gran Logia de Chile sobre la base de sus primeras
cuatro logias: Unión Fraternal, Fraternidad, Orden y Libertad y Progreso
eran años difíciles, puesto que la masonería nacía de un punto de vista
formal y concreto enfrentando a una sociedad dominada por el mismo peso de
la noche que había subyugado a la sociedad colonial, encabezada por las
mismas fuerzas que otrora se habían opuesto a la independencia del país pero
que avanzado el siglo XIX, concentraban su hacer en combatir toda opción de
libertad de pensamiento, como si ello fuese efectivamente una iniciativa en
favor del espíritu humanitario que alegaban patrocinar.
Decisión aquella, la creación de una Gran Logia en suelo patrio, que se
imbricaba con la ya larga tradición originada en tiempos de la lucha
independentista y el rol significativo de hermanos nuestros, patriotas
chilenos, que habían traído el espíritu fraternal desde los países del
norte. Desde allí también donde se nutrieron del espíritu libertario que les
llevó hasta a ofrendar su vida por la patria que amaban. Pero también era
esa ambición manifestada en la creación de la Gran Logia de Chile, el legado
del esfuerzo precursor que imprimieron otras significativas iniciativas
masónicas en nuestro suelo: la Logia Filantropía Chilena de 1827 encabezada
por nuestro hermano Manuel Blanco Encalada; y la Logia Etoile du Pacifique
de 1851 a la cual muchos consideran la verdadera logia madre de nuestra
masonería nacional.
Tiempos difíciles los de nuestro nacimiento ya que, desde un comienzo, las
fuerzas del dogma y la intolerancia resistieron la idea de una masonería que
se destinaba a promover la fraternidad basada en el uso de la razón, sin
tener que abrazar dogmas basados en la pura fe administrada por el poder.
Por eso, ya en 1828 un diputado ultramontano propugnó una iniciativa legal
confundiendo a la masonería con una iniciativa proselitista. Y es que estaba
claro: la presencia de una masonería, aun incipiente en nuestro suelo,
constituía una amenaza para el poder basado en el uso de la religión para
enriquecer y promover el desarrollo de instituciones que hacían de la
iglesia una potestad a la que debía rendir pleitesía el propio Estado que
se encontraba aún en larga etapas de consolidación. Una masonería
considerada peligrosa, puesto que ya nuestros padres de la patria habían
dado señales muy claras del nuevo ambiente institucional que se creaba para
el Chile de sus sueños: sin mayorazgos, sin títulos nobiliarios, con
cementerios públicos y abiertos a todos, con un instituto nacional y
escuelas públicas que simbolizaban la necesidad de educar sin tener que
adherir a ningún credo religioso. La persecución de que fuera objeto
nuestro hermano Francisco Bilbao y que le llevó al exilio, es una clara
prueba de que la resistencia del poder imperante al pensamiento libre que
propugnaba la masonería, llevaba a la fuerza y a la mayor brutalidad, muchas
veces demostrada en la persecución a las ideas y la quema de libros y
documentos. Se propugnaba un marco de exclusión basado en un aparataje
legal propicio a la manutención de una democracia limitada y de un poder
entregado a una iglesia arrogante y ambiciosa, cuya influencia radicaba,
antes como ahora, en el manejo del temor y en la instauración de un dogma
salvador, que precisamente salvaba siempre las ansias de poder económico y
social por parte de la misma iglesia y sus aliados.
Lucha dura y gloriosa la de una masonería que se constituía formalmente en
Gran Logia en 1862, y que tenía por delante un duro tránsito durante los
años de la segunda mitad del siglo XIX. Y nuestra acción pública, que ya
había sido notoria con la creación de la sociedad literaria por parte de
nuestro hermano Lastarria, de la sociedad de la igualdad de 1850 con Bilbao,
y lo sería más tarde con la escuela Blas Cuevas en 1871, primera obra
masónica declarada, y de la escuela nocturna de artesanos, y de la liga
protectora de estudiantes, se daba en medio de una ardiente lucha
teológica-política que marcaba el debate público en el país. Somos una
masonería que nació luchando por los derechos más inalienables y más
significativos del hombre la libertad de pensamiento y en pro de los más
firmes principios humanistas.
Había sido un enfrentamiento duro que demandó gran empeño y que determinó en
no pocas ocasiones, el abatimiento de columnas de nuestras incipientes
logias, provocando durante todo ese medio siglo inicial, un crecimiento
lento de nuestra augusta orden. Empero el desarrollo de nuestra orden le
facilitó un brillante desempeño en los debates que abundaron en la defensa
del laicismo y de cuestiones álgidas en nuestra sociedad de la época, como
la defensa del matrimonio civil, de los cementerios administrados por el
Estado, la lucha por una educación laica y, en definitiva, por la
separación entre asuntos del Estado y aquellos de la iglesia. Lucha en la
que se empeñaron tantos hermanos nuestros como José Ignacio Vergara, Allende
Padín, Eduardo de la Barra, Ángel Custodio Gallo, Manuel Antonio Matta,
Isidoro Errázuriz, Enrique Mac Iver y tantos otros que hicieron de la
acción masónica algo vívido, concreto, republicano y profundamente
comprometido con el destino de Chile. A ellos, que expusieron públicamente
su condición de masones en defensa de principios para nosotros inalienables,
nuestro homenaje en este día, a su actitud combativa, a su compromiso con
nuestra institución masónica, a su capacidad para dejarnos un legado y una
tarea que no es otra que siempre luchar por defender el laicismo, la
tolerancia, la razón, la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Años difíciles los de nuestra masonería chilena de esos años iniciales. De
crecimiento lento en logias y membrecía, como lo señala el estudio del ex
Gran Maestro René García Valenzuela, pero años revestidos de una acción
gloriosa en defensa del laicismo y del libre pensamiento en medio de una
sociedad ultramontana dominada por el peso de la noche.
Años difíciles para Chile, enfrentado a escisiones y enfrentamientos
internos y a no menos significativas bregas externas. Una masonería que
aportó significativamente, sin embargo, y aún en ese marco nacional tan
difícil, a la institucionalización del país; en que sus aportes no fueron
menores en el campo legal y constitucional, como asimismo en el desarrollo y
asentamiento de los poderes del Estado. Años en que aportamos a la
consolidación de nuestra educación pública, con la Universidad de Chile a la
cabeza, pero también la Escuela de Artes y Oficios, la Escuela Normal y el
desarrollo de la Escuela Pública y del Liceo Fiscal. Esfuerzos que en la
postrimería del siglo resultaron en la constitución de nuestro instituto
pedagógico inspirado en el pensamiento del masón Valentín Letelier
Madariaga.
Una Gran Logia que nació de nuestra defensa en pro de principios masónicos
básicos, como aquel vulnerado por la intervención napoleónica del gran
oriente de Francia, y que llevó a la masonería nacional de la época a romper
con aquél poder cautivo, para así echar las bases de la Gran Logia de Chile
encabezada por nuestro hermano Juan de Dios Arlegui. Nacimos, pues, de una
lucha en pro de principios masónicos muy caros, y vivimos nuestros primeros
50 años luchando en pro del Estado Laico y del Estado generoso, democrático,
tolerante que soñaron nuestros padres fundadores de la República. Por eso
es tan decidor el discurso del Gran Maestro Faez, advirtiendo sobre la
amenaza que se representaba sobre nuestra masonería nacional, comprometida
en la lucha por la libertad contra el predominio avasallador del poder. Por
eso, es importante que en esta celebración de los 149 años observemos con
respeto y en ánimo de aprender, aquello que nos muestra con claridad la
historia fundacional: un compromiso vívido con Chile y con nuestros
principios masónicos. Así se sentaron las bases de una masonería que ya en
el siglo XX, concentraría su mirada y su acción en la concreción del Estado
Laico en nuestra carta fundamental revisada el año 1925, casi un siglo
después de aquella que tanto criticaron nuestros antecesores por contener
privilegios inaceptables para nuestra alma liberal, laica y progresista. La
consolidación del liceo fiscal, el avance de la educación pública, la
materialización de la ley de educación primaria obligatoria, la concreción
del código del trabajo, las reformas que en previsión y salud permitieron
un mayor alivio para la clase media, el intento de industrialización
nacional y el desarrollo de la educación técnica, todo ello fue producto de
un espíritu masónico que abiertamente luchaba por la construcción de un
Chile mejor, y sobre la base de una acción masónica fecunda durante toda esa
primera mitad del siglo XX. Honor y gloria a todos aquellos que nos
permitieron madurar como institución y que auspiciaron una masonería
comprometida con Chile y las necesidades de su gente.
Somos una masonería que ha surgido de la defensa de ideales significativos,
y expuesta a su defensa en el ámbito público, en el campo del debate y en
nuestra actividad intelectual. Por eso hoy preocupa que estemos tan
centrados en nosotros mismos: que nuestros trabajos se encierren en nuestros
templos para, luego, no tener vida en materia pública, no ejercer ni opinión
ni acción. Ambiente en que nuestras logias parecen inertes y victimas del
desaliento secular, de la frustración activa, del descontento ante una
sociedad que es sin lugar a dudas cada vez más difícil y chocante con
nuestros principios, pero a la vez digna de atención, convocante del debate
y la propuesta. Estamos, contrario a esos desafíos, concentrados en
nosotros mismos, con inquietudes que se centran en nosotros y en la crítica
encubierta, injusta y poco fraterna a nuestros propios hermanos. Que esta
reflexión sobre la historia levante el reto que tenemos ante nosotros para
ser dignos de nuestro pasado, y poder volver a ser esperanzada reverdecida
de un mejor futuro.
“Cada cual, pues a su puesto; que el enemigo jurado de nuestra augusta
institución, de toda luz y verdad, que sólo vive del oscurantismo y que
trata de avasallar todas las ideas y pensamientos de libertad a que tan
justamente aspira la humanidad, no nos encuentre dispersos y desprevenidos;
unamos nuestras fuerzas en pro de la verdad, de la razón y de la justicia y
nuestro será el triunfo”. Llamado vibrante y vivaz del Gran Maestro FAEZ,
que resuena en el tiempo, y que no puede llegar a nuestra conciencia
solamente como un detalle, un frío aspecto de nuestra historia. Es un
llamado que tiene hoy tanta validez como en aquél entonces; que se
constituye en un golpe decisivo a nuestras conciencias de masones que vemos
como en nuestra sociedad, hemos regresado a esos periodos de oscurantismo en
que la libertad ha pasado a ser más bien un enunciado formal, pero que
esconde, en las múltiples formas de la política pública y de las
instituciones del Estado, una realidad de segregación contra el pensamiento
laico y tolerante. Ahora no ya por la intervención directa del poder
eclesiástico, pero sí a través de corporaciones financieras y organizaciones
vinculadas a la iglesia, que se adueñan del poder económico y también, para
vergüenza nuestra, de nuestra educación. O sea, más de un siglo han pasado
desde aquellos años fundacionales y de consolidación, pero los retos siguen
siendo los mismos: defensa del libre pensamiento, del Chile laico, del
humanismo verdadero, de la fraternidad para un Chile con mayor equidad.
La sociedad chilena no nos puede percibir indolentes frente a estos
problemas. En nuestros días vale la pena tomar el ejemplo de nuestros
fundadores y hacer más acción masónica, para así trascender a la sociedad.
No podemos permanecer relegados a nuestros templos, como si eso fuera todo
para cumplir con nuestro deber masónico: debemos proyectarnos, cada uno en
el plano de su propio templo interior, hacia la sociedad profana. Que se
nos reconozca por nuestro aporte, no solo por nuestra condición formal. Que
se diga en nuestra sociedad que es respetable el hecho de ser masón, y que
ello signifique algo que la sociedad actual busca con vehemencia: mayor
tolerancia, mayor fraternidad, mayor libertad de conciencia. Sabemos que la
masonería no es el órgano de ningún partido político ni social, pero tiene
el derecho, y aun más tiene la obligación, de estudiar, al margen de todos
los partidos políticos problemas que se refieren a la vida humana y en
sociedad. Tenemos que saber para poder enfrentarnos al mandato de mejorar
para servir; ese saber requiere estudio y discusión, que debe ocurrir al
interior de nuestros templos. La defensa de nuestros ideales básicos se debe
exteriorizar, mientras que cada uno, en la medida de sus propias opciones y
creencias, podrá defender en un espíritu fraternal, las ideas que no serán,
como sabemos, de la masonería, sino de los masones.
Tomemos el reto, mis queridos hermanos, mirando con objetividad y compromiso
a nuestra historia, para saber actuar con decisión hoy día que la sociedad
profana tanto nos necesita. Nuestro discurso y nuestra acción deben estar
basados en el amor al hombre y a la fe en su futuro. Debemos abordar con
prudencia los grandes temas, pero con absoluta decisión en todo aquello que
está en el marco fundamental de nuestros principios: tolerancia contra el
dogma; libertad de conciencia contra la persecución a las ideas; fraternidad
contra el odio social; democracia contra dictadura; igualdad contra
discriminación. Mostremos en la sociedad profana que hemos meditado y que
nos hemos hecho responsables de nuestras ideas y postulados. Busquemos
acogida a los mismos a través de la acción masónica; convirtámonos cada uno
en ejemplo de perseverancia en torno a estas ideas y principios, y
cultivemos la ética de la tolerancia y la fraternidad.
Cumplimos 149 años con una mirada renovada hacia el futuro. Pero esa
renovación depende tanto de cada uno de los masones, de su compromiso, de su
adhesión a una causa que es menos una cuestión de actividad social, y es más
una lucha fuerte y clara por los ideales de siempre, con los enemigos de
siempre defensores del dogma y de los intereses más bastardos. Tenemos que
preguntarnos con profundidad persistente acerca de nuestros deberes en
logia, y de nuestros deberes para con la logia y la orden. Tenemos que
estudiar para poder ser efectivamente masones, y no solamente miembros
iniciados de la augusta orden. Tenemos que incorporar en nuestro ser los
principios que abrazamos, y practicarlos verdaderamente allá donde importa,
en la sociedad profana, donde se espera nuestra palabra, nuestro ejemplo,
para marcar los trazos de nuestra pertenencia con la sutileza y efectividad
que solo marca una formación inteligente.
Tenemos mucho que hacer para mejorar nuestra organización, para corregir
nuestros defectos, para lograr mirar a los tiempos con orgullo de ser
masones y miembros de esta institución. Tenemos muchas tareas para poder
convocar mejor a todos a un trabajo para imbricar la acción a través de cada
valle, con la idea de abarcar un país que nos considere pieza fundamental en
su historia y en la construcción de su futuro. Tenemos tanto por recorrer
aun para que nuestra docencia sea efectivamente el instrumento de
mejoramiento de cada uno, pero también la llave al compromiso fundamental de
cambio que debemos ejercer en la sociedad. Tenemos tanto todavía que hacer
para mejorar en nuestra fraternidad, para alejar a quienes consiguieron el
favor de la iniciación más nunca han logrado ser parte de un grupo humano
que aspira a ser mejor y más fraternal, más bondadoso, más consecuente, más
tolerante. Tenemos mucho que hacer. Pero nada se hará sin cada uno de
nosotros trabajando con profundo compromiso en su taller; por construir el
futuro de la masonería a partir del trabajo arduo que llevamos a cabo con
decisión y fundamentación.
Los masones chilenos tenemos que asegurar el futuro de nuestra orden. Pero
no solo la subsistencia de una Gran Logia que en lo formal exista y esté
regularmente constituida. Nuestra ambición se orienta a una Gran Logia con
vida saludable, con proyección, con reconocimiento, con fuerza y con
absoluta consecuencia con nuestra historia. Hace ya poco más de un siglo el
Gran Maestro y hombre público don Enrique Mac Iver describió que los
chilenos, a pesar del mejor pasar material, no éramos felices. Era en ese
entonces que, como antes, la masonería daba una lucha enconada por las
libertades que permitían construir un espacio mayor de satisfacción social.
Hoy día, un siglo más tarde, cuando se observa las tendencias en nuestra
sociedad, cuando se perciben esos grandes contrastes sociales a los cuales
parece no habernos acostumbrado con fría indiferencia; cuando vemos como los
problemas diarios de nuestros conciudadanos en materia de seguridad, acceso
a los servicios públicos y posibilidades reales de sostener un tren de
consumo avivado por la propaganda y el mercado, existe frustración, falta de
oportunidades, comunicación deficiente y parcial, falta de felicidad, en
pocas palabras. Un siglo más tarde estamos también esperando el desarrollo
como si este fuera el simple producto de un tiempo que pasa, sin atender a
las graves situaciones y dilemas que afectan a ciudadanos de distinta
condición. Estamos, un siglo más tarde, reclamando también por una masonería
activa en defensa del humanismo más puro: para que la felicidad alcance al
menos a nuestros niños y a la población del futuro.
No estamos lejos de los días aquellos de nuestra realidad fundacional. Son
días estos en que el peso de la noche está aun firme y decisorio sobre
nuestra sociedad, y en que nuestros poderes públicos se doblegan ante el
poder de las grandes corporaciones y sectas religiosas.
Y nuestra lucha continua siendo en pro del Estado laico y de las
oportunidades para todos.
Entonces hay una lucha pendiente., hay una tarea. Hay un reto fundamental
que os llamo a cumplir con decisión cabal y comprometida. No concibamos a
esta orden masónica como un atractivo club social, sino como una entidad que
acciona en virtud de su brillante historia y en consecuencia con su lucha
secular contra el oscurantismo, el dogma y el vedo a las libertades más
ambicionadas. Sigamos siendo quienes defendemos la razón, la verdad, la
libertad y la fraternidad más puras, y la igualdad que proporcione a todo
habitante en nuestro suelo, las oportunidades para ser mejor.
El gran reto es ese mis queridos hermanos: que asumamos nuestra
responsabilidad histórica con profunda convicción, y dispuestos a
materializar una acción extra muros en defensa de nuestros ideales más
caros. Que este cumpleaños de nuestra Gran Logia de Chile sea la
oportunidad para pensar a Chile desde la masonería y para cooperar a la
construcción del Chile justo, solidario, tolerante y fraterno que soñaron
nuestros hermanos padres de la patria.
logias de la obediencia: “hoy, como en ninguna otra ocasión nuestro deber
nos llama a abandonar la indiferencia en que por largo tiempo hemos vivido…
la secta absorbente dominante y avasalladora que conocéis; esa degeneración
del espíritu de amor, de caridad, de humildad y mansedumbre que inspiró
todos los actos de la victoria del Gólgota, alista sus armas y apresta sus
negras falanges para el combate, en que va jugarse la estabilidad de
nuestras instituciones democráticas, la vida de la libertad en todos sus
órdenes”. Ese era un retrato del ambiente que prevalecía en nuestra patria a
pocos años de nacida la Gran Logia de Chile sobre la base de sus primeras
cuatro logias: Unión Fraternal, Fraternidad, Orden y Libertad y Progreso
eran años difíciles, puesto que la masonería nacía de un punto de vista
formal y concreto enfrentando a una sociedad dominada por el mismo peso de
la noche que había subyugado a la sociedad colonial, encabezada por las
mismas fuerzas que otrora se habían opuesto a la independencia del país pero
que avanzado el siglo XIX, concentraban su hacer en combatir toda opción de
libertad de pensamiento, como si ello fuese efectivamente una iniciativa en
favor del espíritu humanitario que alegaban patrocinar.
Decisión aquella, la creación de una Gran Logia en suelo patrio, que se
imbricaba con la ya larga tradición originada en tiempos de la lucha
independentista y el rol significativo de hermanos nuestros, patriotas
chilenos, que habían traído el espíritu fraternal desde los países del
norte. Desde allí también donde se nutrieron del espíritu libertario que les
llevó hasta a ofrendar su vida por la patria que amaban. Pero también era
esa ambición manifestada en la creación de la Gran Logia de Chile, el legado
del esfuerzo precursor que imprimieron otras significativas iniciativas
masónicas en nuestro suelo: la Logia Filantropía Chilena de 1827 encabezada
por nuestro hermano Manuel Blanco Encalada; y la Logia Etoile du Pacifique
de 1851 a la cual muchos consideran la verdadera logia madre de nuestra
masonería nacional.
Tiempos difíciles los de nuestro nacimiento ya que, desde un comienzo, las
fuerzas del dogma y la intolerancia resistieron la idea de una masonería que
se destinaba a promover la fraternidad basada en el uso de la razón, sin
tener que abrazar dogmas basados en la pura fe administrada por el poder.
Por eso, ya en 1828 un diputado ultramontano propugnó una iniciativa legal
confundiendo a la masonería con una iniciativa proselitista. Y es que estaba
claro: la presencia de una masonería, aun incipiente en nuestro suelo,
constituía una amenaza para el poder basado en el uso de la religión para
enriquecer y promover el desarrollo de instituciones que hacían de la
iglesia una potestad a la que debía rendir pleitesía el propio Estado que
se encontraba aún en larga etapas de consolidación. Una masonería
considerada peligrosa, puesto que ya nuestros padres de la patria habían
dado señales muy claras del nuevo ambiente institucional que se creaba para
el Chile de sus sueños: sin mayorazgos, sin títulos nobiliarios, con
cementerios públicos y abiertos a todos, con un instituto nacional y
escuelas públicas que simbolizaban la necesidad de educar sin tener que
adherir a ningún credo religioso. La persecución de que fuera objeto
nuestro hermano Francisco Bilbao y que le llevó al exilio, es una clara
prueba de que la resistencia del poder imperante al pensamiento libre que
propugnaba la masonería, llevaba a la fuerza y a la mayor brutalidad, muchas
veces demostrada en la persecución a las ideas y la quema de libros y
documentos. Se propugnaba un marco de exclusión basado en un aparataje
legal propicio a la manutención de una democracia limitada y de un poder
entregado a una iglesia arrogante y ambiciosa, cuya influencia radicaba,
antes como ahora, en el manejo del temor y en la instauración de un dogma
salvador, que precisamente salvaba siempre las ansias de poder económico y
social por parte de la misma iglesia y sus aliados.
Lucha dura y gloriosa la de una masonería que se constituía formalmente en
Gran Logia en 1862, y que tenía por delante un duro tránsito durante los
años de la segunda mitad del siglo XIX. Y nuestra acción pública, que ya
había sido notoria con la creación de la sociedad literaria por parte de
nuestro hermano Lastarria, de la sociedad de la igualdad de 1850 con Bilbao,
y lo sería más tarde con la escuela Blas Cuevas en 1871, primera obra
masónica declarada, y de la escuela nocturna de artesanos, y de la liga
protectora de estudiantes, se daba en medio de una ardiente lucha
teológica-política que marcaba el debate público en el país. Somos una
masonería que nació luchando por los derechos más inalienables y más
significativos del hombre la libertad de pensamiento y en pro de los más
firmes principios humanistas.
Había sido un enfrentamiento duro que demandó gran empeño y que determinó en
no pocas ocasiones, el abatimiento de columnas de nuestras incipientes
logias, provocando durante todo ese medio siglo inicial, un crecimiento
lento de nuestra augusta orden. Empero el desarrollo de nuestra orden le
facilitó un brillante desempeño en los debates que abundaron en la defensa
del laicismo y de cuestiones álgidas en nuestra sociedad de la época, como
la defensa del matrimonio civil, de los cementerios administrados por el
Estado, la lucha por una educación laica y, en definitiva, por la
separación entre asuntos del Estado y aquellos de la iglesia. Lucha en la
que se empeñaron tantos hermanos nuestros como José Ignacio Vergara, Allende
Padín, Eduardo de la Barra, Ángel Custodio Gallo, Manuel Antonio Matta,
Isidoro Errázuriz, Enrique Mac Iver y tantos otros que hicieron de la
acción masónica algo vívido, concreto, republicano y profundamente
comprometido con el destino de Chile. A ellos, que expusieron públicamente
su condición de masones en defensa de principios para nosotros inalienables,
nuestro homenaje en este día, a su actitud combativa, a su compromiso con
nuestra institución masónica, a su capacidad para dejarnos un legado y una
tarea que no es otra que siempre luchar por defender el laicismo, la
tolerancia, la razón, la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Años difíciles los de nuestra masonería chilena de esos años iniciales. De
crecimiento lento en logias y membrecía, como lo señala el estudio del ex
Gran Maestro René García Valenzuela, pero años revestidos de una acción
gloriosa en defensa del laicismo y del libre pensamiento en medio de una
sociedad ultramontana dominada por el peso de la noche.
Años difíciles para Chile, enfrentado a escisiones y enfrentamientos
internos y a no menos significativas bregas externas. Una masonería que
aportó significativamente, sin embargo, y aún en ese marco nacional tan
difícil, a la institucionalización del país; en que sus aportes no fueron
menores en el campo legal y constitucional, como asimismo en el desarrollo y
asentamiento de los poderes del Estado. Años en que aportamos a la
consolidación de nuestra educación pública, con la Universidad de Chile a la
cabeza, pero también la Escuela de Artes y Oficios, la Escuela Normal y el
desarrollo de la Escuela Pública y del Liceo Fiscal. Esfuerzos que en la
postrimería del siglo resultaron en la constitución de nuestro instituto
pedagógico inspirado en el pensamiento del masón Valentín Letelier
Madariaga.
Una Gran Logia que nació de nuestra defensa en pro de principios masónicos
básicos, como aquel vulnerado por la intervención napoleónica del gran
oriente de Francia, y que llevó a la masonería nacional de la época a romper
con aquél poder cautivo, para así echar las bases de la Gran Logia de Chile
encabezada por nuestro hermano Juan de Dios Arlegui. Nacimos, pues, de una
lucha en pro de principios masónicos muy caros, y vivimos nuestros primeros
50 años luchando en pro del Estado Laico y del Estado generoso, democrático,
tolerante que soñaron nuestros padres fundadores de la República. Por eso
es tan decidor el discurso del Gran Maestro Faez, advirtiendo sobre la
amenaza que se representaba sobre nuestra masonería nacional, comprometida
en la lucha por la libertad contra el predominio avasallador del poder. Por
eso, es importante que en esta celebración de los 149 años observemos con
respeto y en ánimo de aprender, aquello que nos muestra con claridad la
historia fundacional: un compromiso vívido con Chile y con nuestros
principios masónicos. Así se sentaron las bases de una masonería que ya en
el siglo XX, concentraría su mirada y su acción en la concreción del Estado
Laico en nuestra carta fundamental revisada el año 1925, casi un siglo
después de aquella que tanto criticaron nuestros antecesores por contener
privilegios inaceptables para nuestra alma liberal, laica y progresista. La
consolidación del liceo fiscal, el avance de la educación pública, la
materialización de la ley de educación primaria obligatoria, la concreción
del código del trabajo, las reformas que en previsión y salud permitieron
un mayor alivio para la clase media, el intento de industrialización
nacional y el desarrollo de la educación técnica, todo ello fue producto de
un espíritu masónico que abiertamente luchaba por la construcción de un
Chile mejor, y sobre la base de una acción masónica fecunda durante toda esa
primera mitad del siglo XX. Honor y gloria a todos aquellos que nos
permitieron madurar como institución y que auspiciaron una masonería
comprometida con Chile y las necesidades de su gente.
Somos una masonería que ha surgido de la defensa de ideales significativos,
y expuesta a su defensa en el ámbito público, en el campo del debate y en
nuestra actividad intelectual. Por eso hoy preocupa que estemos tan
centrados en nosotros mismos: que nuestros trabajos se encierren en nuestros
templos para, luego, no tener vida en materia pública, no ejercer ni opinión
ni acción. Ambiente en que nuestras logias parecen inertes y victimas del
desaliento secular, de la frustración activa, del descontento ante una
sociedad que es sin lugar a dudas cada vez más difícil y chocante con
nuestros principios, pero a la vez digna de atención, convocante del debate
y la propuesta. Estamos, contrario a esos desafíos, concentrados en
nosotros mismos, con inquietudes que se centran en nosotros y en la crítica
encubierta, injusta y poco fraterna a nuestros propios hermanos. Que esta
reflexión sobre la historia levante el reto que tenemos ante nosotros para
ser dignos de nuestro pasado, y poder volver a ser esperanzada reverdecida
de un mejor futuro.
“Cada cual, pues a su puesto; que el enemigo jurado de nuestra augusta
institución, de toda luz y verdad, que sólo vive del oscurantismo y que
trata de avasallar todas las ideas y pensamientos de libertad a que tan
justamente aspira la humanidad, no nos encuentre dispersos y desprevenidos;
unamos nuestras fuerzas en pro de la verdad, de la razón y de la justicia y
nuestro será el triunfo”. Llamado vibrante y vivaz del Gran Maestro FAEZ,
que resuena en el tiempo, y que no puede llegar a nuestra conciencia
solamente como un detalle, un frío aspecto de nuestra historia. Es un
llamado que tiene hoy tanta validez como en aquél entonces; que se
constituye en un golpe decisivo a nuestras conciencias de masones que vemos
como en nuestra sociedad, hemos regresado a esos periodos de oscurantismo en
que la libertad ha pasado a ser más bien un enunciado formal, pero que
esconde, en las múltiples formas de la política pública y de las
instituciones del Estado, una realidad de segregación contra el pensamiento
laico y tolerante. Ahora no ya por la intervención directa del poder
eclesiástico, pero sí a través de corporaciones financieras y organizaciones
vinculadas a la iglesia, que se adueñan del poder económico y también, para
vergüenza nuestra, de nuestra educación. O sea, más de un siglo han pasado
desde aquellos años fundacionales y de consolidación, pero los retos siguen
siendo los mismos: defensa del libre pensamiento, del Chile laico, del
humanismo verdadero, de la fraternidad para un Chile con mayor equidad.
La sociedad chilena no nos puede percibir indolentes frente a estos
problemas. En nuestros días vale la pena tomar el ejemplo de nuestros
fundadores y hacer más acción masónica, para así trascender a la sociedad.
No podemos permanecer relegados a nuestros templos, como si eso fuera todo
para cumplir con nuestro deber masónico: debemos proyectarnos, cada uno en
el plano de su propio templo interior, hacia la sociedad profana. Que se
nos reconozca por nuestro aporte, no solo por nuestra condición formal. Que
se diga en nuestra sociedad que es respetable el hecho de ser masón, y que
ello signifique algo que la sociedad actual busca con vehemencia: mayor
tolerancia, mayor fraternidad, mayor libertad de conciencia. Sabemos que la
masonería no es el órgano de ningún partido político ni social, pero tiene
el derecho, y aun más tiene la obligación, de estudiar, al margen de todos
los partidos políticos problemas que se refieren a la vida humana y en
sociedad. Tenemos que saber para poder enfrentarnos al mandato de mejorar
para servir; ese saber requiere estudio y discusión, que debe ocurrir al
interior de nuestros templos. La defensa de nuestros ideales básicos se debe
exteriorizar, mientras que cada uno, en la medida de sus propias opciones y
creencias, podrá defender en un espíritu fraternal, las ideas que no serán,
como sabemos, de la masonería, sino de los masones.
Tomemos el reto, mis queridos hermanos, mirando con objetividad y compromiso
a nuestra historia, para saber actuar con decisión hoy día que la sociedad
profana tanto nos necesita. Nuestro discurso y nuestra acción deben estar
basados en el amor al hombre y a la fe en su futuro. Debemos abordar con
prudencia los grandes temas, pero con absoluta decisión en todo aquello que
está en el marco fundamental de nuestros principios: tolerancia contra el
dogma; libertad de conciencia contra la persecución a las ideas; fraternidad
contra el odio social; democracia contra dictadura; igualdad contra
discriminación. Mostremos en la sociedad profana que hemos meditado y que
nos hemos hecho responsables de nuestras ideas y postulados. Busquemos
acogida a los mismos a través de la acción masónica; convirtámonos cada uno
en ejemplo de perseverancia en torno a estas ideas y principios, y
cultivemos la ética de la tolerancia y la fraternidad.
Cumplimos 149 años con una mirada renovada hacia el futuro. Pero esa
renovación depende tanto de cada uno de los masones, de su compromiso, de su
adhesión a una causa que es menos una cuestión de actividad social, y es más
una lucha fuerte y clara por los ideales de siempre, con los enemigos de
siempre defensores del dogma y de los intereses más bastardos. Tenemos que
preguntarnos con profundidad persistente acerca de nuestros deberes en
logia, y de nuestros deberes para con la logia y la orden. Tenemos que
estudiar para poder ser efectivamente masones, y no solamente miembros
iniciados de la augusta orden. Tenemos que incorporar en nuestro ser los
principios que abrazamos, y practicarlos verdaderamente allá donde importa,
en la sociedad profana, donde se espera nuestra palabra, nuestro ejemplo,
para marcar los trazos de nuestra pertenencia con la sutileza y efectividad
que solo marca una formación inteligente.
Tenemos mucho que hacer para mejorar nuestra organización, para corregir
nuestros defectos, para lograr mirar a los tiempos con orgullo de ser
masones y miembros de esta institución. Tenemos muchas tareas para poder
convocar mejor a todos a un trabajo para imbricar la acción a través de cada
valle, con la idea de abarcar un país que nos considere pieza fundamental en
su historia y en la construcción de su futuro. Tenemos tanto por recorrer
aun para que nuestra docencia sea efectivamente el instrumento de
mejoramiento de cada uno, pero también la llave al compromiso fundamental de
cambio que debemos ejercer en la sociedad. Tenemos tanto todavía que hacer
para mejorar en nuestra fraternidad, para alejar a quienes consiguieron el
favor de la iniciación más nunca han logrado ser parte de un grupo humano
que aspira a ser mejor y más fraternal, más bondadoso, más consecuente, más
tolerante. Tenemos mucho que hacer. Pero nada se hará sin cada uno de
nosotros trabajando con profundo compromiso en su taller; por construir el
futuro de la masonería a partir del trabajo arduo que llevamos a cabo con
decisión y fundamentación.
Los masones chilenos tenemos que asegurar el futuro de nuestra orden. Pero
no solo la subsistencia de una Gran Logia que en lo formal exista y esté
regularmente constituida. Nuestra ambición se orienta a una Gran Logia con
vida saludable, con proyección, con reconocimiento, con fuerza y con
absoluta consecuencia con nuestra historia. Hace ya poco más de un siglo el
Gran Maestro y hombre público don Enrique Mac Iver describió que los
chilenos, a pesar del mejor pasar material, no éramos felices. Era en ese
entonces que, como antes, la masonería daba una lucha enconada por las
libertades que permitían construir un espacio mayor de satisfacción social.
Hoy día, un siglo más tarde, cuando se observa las tendencias en nuestra
sociedad, cuando se perciben esos grandes contrastes sociales a los cuales
parece no habernos acostumbrado con fría indiferencia; cuando vemos como los
problemas diarios de nuestros conciudadanos en materia de seguridad, acceso
a los servicios públicos y posibilidades reales de sostener un tren de
consumo avivado por la propaganda y el mercado, existe frustración, falta de
oportunidades, comunicación deficiente y parcial, falta de felicidad, en
pocas palabras. Un siglo más tarde estamos también esperando el desarrollo
como si este fuera el simple producto de un tiempo que pasa, sin atender a
las graves situaciones y dilemas que afectan a ciudadanos de distinta
condición. Estamos, un siglo más tarde, reclamando también por una masonería
activa en defensa del humanismo más puro: para que la felicidad alcance al
menos a nuestros niños y a la población del futuro.
No estamos lejos de los días aquellos de nuestra realidad fundacional. Son
días estos en que el peso de la noche está aun firme y decisorio sobre
nuestra sociedad, y en que nuestros poderes públicos se doblegan ante el
poder de las grandes corporaciones y sectas religiosas.
Y nuestra lucha continua siendo en pro del Estado laico y de las
oportunidades para todos.
Entonces hay una lucha pendiente., hay una tarea. Hay un reto fundamental
que os llamo a cumplir con decisión cabal y comprometida. No concibamos a
esta orden masónica como un atractivo club social, sino como una entidad que
acciona en virtud de su brillante historia y en consecuencia con su lucha
secular contra el oscurantismo, el dogma y el vedo a las libertades más
ambicionadas. Sigamos siendo quienes defendemos la razón, la verdad, la
libertad y la fraternidad más puras, y la igualdad que proporcione a todo
habitante en nuestro suelo, las oportunidades para ser mejor.
El gran reto es ese mis queridos hermanos: que asumamos nuestra
responsabilidad histórica con profunda convicción, y dispuestos a
materializar una acción extra muros en defensa de nuestros ideales más
caros. Que este cumpleaños de nuestra Gran Logia de Chile sea la
oportunidad para pensar a Chile desde la masonería y para cooperar a la
construcción del Chile justo, solidario, tolerante y fraterno que soñaron
nuestros hermanos padres de la patria.