POR: ÓSCAR ENRIQUE RAMÍREZ TELLO
Cualquier viajero que visite por primera vez Estados Unidos y observe de cerca la vida social de las ciudades, por pequeñas que sean, se dará cuenta de que en el centro de las mismas hay cuando menos un edificio con frecuencia de corte neoclásico con un letrero sobre el dintel de la puerta o en la fachada del edificio en el que aparecen cruzados una escuadra y un compás o cualquiera otro símbolo de alguna orden fraternal.
A muchos viajeros se les escapa la existencia de tales sociedades y ni se molesta en averiguar qué se oculta bajo una nomenclatura que posiblemente le parezca pintoresca. Pero una breve ojeada al archivo de la biblioteca local le hará sorprenderse de la existencia en el país de más de 300 asociaciones diversas con un denominador común: fraternidad y secreto.
Todas proclaman desempeñar funciones esenciales para la vitalidad de la nación: selección, cohesión y beneficencia. Los países más liberales como Estados Unidos, Inglaterra y países nórdicos son los que cuentan con mayor afiliación.
Órdenes fraternales y hermandades existían ya en Inglaterra a finales del prodigioso siglo XVII, pero ninguna alcanzó el renombre de la Francmasonería. En sus orígenes la masonería medieval era una agrupación de artesanos y obreros de la construcción, responsables de la edificación de monumentos civiles y religiosos. Estos masones operativos formaban gremios y se reunían en logias o asambleas, a las que sólo tenían acceso los llamados masones aceptados. Para reconocerles utilizaban un código secreto de signos y palabras.
Al declinar la construcción, la masonería adquirió un carácter especulativo, merced de la obra de un pastor protestante llamado Anderson, quien en 1722 configuró un sistema de moralidad velado por alegorías e ilustrado con símbolos, que pronto extendió sus ramas por todo el mundo. Dicen los historiadores que hacia el año de 1730 los soldados ingleses introdujeron la masonería en las colonias americanas, creándose numerosas logias llevadas de los ideales de libertad, igualdad y fraternidad.
George Washington en América y Benjamín Franklin en Francia, a través de sus conexiones masónicas, tejieron la conspiración que en 1766 habría de promulgar la Declaración de Independencia e iniciar la guerra revolucionaria, cuyos resultados todos conocemos. Los oficiales que Washington seleccionara para sus campañas salieron en su mayoría de las logias masónicas. Alexander Hamilton, Paul Revere, Lafayette y muchos otros héroes revolucionarios fueron masones.
Actualmente se puede decir que tres cuartas partes de los masones que habitan el planeta son norteamericanos, uno de cada nueve hombres es masón, representando a todas las esferas de la sociedad: empresarios, comerciantes, militares, policías, sacerdotes, médicos, actores, políticos, médicos, etc., por consecuencia tenemos que el cincuenta por ciento de los presidentes de Estados Unidos han sido masones.
Podemos concluir que la construcción del poderoso país vecino de norte está basado en los principios masónicos y en la fraternidad de sus miembros.