Escribe el Prof. Dr. Antonio LAS HER
En la noche del viernes13 de octubre de 1307 fueron detenidos – sólo en París – 140 miembros de la Orden del Temple por disposición de Felipe el Hermoso, Rey de Francia, acompañado por la conducta entre neutral y silenciosa del Papa Clemente V a quienes los Templarios respondían en forma directa. Entre los arrestados estuvo Jacques de Molay, Gran Maestre de la Orden.
A partir de allí, todo lo relacionado con esta historia se hace confuso. El paso de los siglos, en lugar de haber ayudado a arrojar luz, profundiza las tinieblas.
Empecemos por que nunca han estado del todo claras las razones por las que el rey Felipe tomó esta decisión. El hecho de ser importante deudor del Temple y de que, en su momento, no fuera admitido su ingreso a la Orden nunca parecieron razones suficientes para su encarnizada conducta que incluyó cárcel y torturas durante varios años para los detenidos.
Cabe consignar que la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Jerusalén (habitualmente conocida como “Orden del Temple”) contaba – en aquellos días – con un exorbitante poder económico y financiero extendido por toda Europa. Esta institución movió en 300 años más piedras para erigir castillos, templos y catedrales que los egipcios en la construcción de las pirámides. Sólo para poner un ejemplo, fueron quienes inventaron el “cheque del viajero” por lo que se podía depositar – pongamos por caso – dinero en una casa templaria de Londres e ir retirando partes en París, Roma, Atenas y tantas otras localidades, a medida que una familia hacía su peregrinación a Tierra Santa. Contaban, además, con una enorme flota comercial así como militar.
Sólo lo que estamos señalando obliga a pensar en un consejo directivo compuesto por personas con reales conocimientos matemáticos, geográficos, astronómicos, arquitectónicos, de ingeniería, etc. ¿Cómo es posible entonces entender que el Gran Maestre Jacques de Molay fuera un caballero que ignoraba la escritura y la lectura? Cabe entonces preguntarse si éste no era el Gran Maestre exotérico, quien así era presentado a los profanos, pero había otro sólo conocido por los iniciados más avanzados de la Orden; el Gran Maestre esotérico.
Es igualmente muy extraño que siendo los Templarios una orden militar con un desarrollado servicio de informaciones, inteligencia y espías hábilmente distribuidos, no hubieran tomado conocimiento de los planes de Felipe por lo que fueron apresados tan fácil y sin oponer resistencia alguna.
Está históricamente comprobado que cuando los agentes del rey de Francia ingresaron al cuartel central del Temple, en París, no quedaban allí ni documentos ni tesoros. La bóveda que los atesoraba estaba vacía. Inequívoca referencia a que los superiores de la Orden se adelantaron a las acciones del monarca pero que, tal vez, para evitar seguir siendo perseguidos, permitieron que la cúpula pública fuera arrestada. De ser esto correcto, se trató de un acto de enorme valentía personal y grandeza espiritual de aquellos que, luego, permanecieron años detenidos y torturados hasta ser quemados en la hoguera en su mayoría.
Finalmente diremos que al tiempo que aquellos caballeros eran detenidos, la flota templaria (constituida por una treintena de embarcaciones como mínimo) fondeada en el puerto de La Rochelle (que ellos administraban y tenían fortificado sobre aguas atlánticas) y preparada de antemano, zarpó esa misma noche. Hasta el presente no se conoce – con certeza – cuál fue su destino. Desaparecieron para siempre.
Esos barcos que se hicieron a las aguas del Océano Atlántio ¿llevaban a los verdaderos dirigentes del Temple así como los numerosos documentos secretos – en su mayoría mapas de rutas marítimas – y cuantiosos tesoros?
Como tantos hechos protagonizados por los Caballeros Templarios, tampoco hay respuestas definitivas.