Por el H:. Víctor Guerra García
EN EL CEMENTERIO VIEJO DE MONDOÑEDO
Llegué al noble valle de Bría en un caluroso día de agosto, encontrando a la villa envuelta en una peculiar fiesta en la cual se rememoraban tiempos lejanos mediante recreaciones de vestimentas y mercadillos, de mercachifles y titiriteros. Sus calles cuidadas, y embellecidas por un vetusto y noble urbanismo donde prima el gris granítico que despide desde la más modesta calle al dintel de la ventana de algunas aristocráticas casonas es un solar que invita al paseo claustral.
En ese tiempo de farándula encontré a Mondoñedo, aunque mi intención era visitar el cementerio, me demoré antes de entrar en el camposanto, en el fragor de la fiesta que me resultó interesante y sumamente ilustrativa de como entienden los mindionienses sus tierra y la francachela.
Qué extraño me resultó encontrar un pueblo enardecido en la fiesta, cuidadoso con sus tradiciones, puntilloso en la vestimenta y limpias sus calles, con la controvertida imagen que despedía el viejo cementerio de Mondoñedo, abandonados los restos de las obras por doquier, la piedra del olvido y del silencio inundada de hierbas y matojos Relamidas eran las lápidas por los matorrales que amenazaban con subir nicho arriba hasta sepultar en los más oscuro a tan nobles vástagos mindonienses que en su día dejaron esta tierra para ir al Oriente Eterno.
Allí en una esquina, donde todo ha perdido su nombre, en tierra sacra, porque así lo decidieron los paisanos y amigos, se levanta el cenotafio con su característica columna rota y la flor de acacia, al pie del relieve icnográfico del patriarca federal Manuel Leiras Pulperio. Ante la columna, en recuerdo de otras que el ayudó a levantar y que tenían por título distintivo “Vallibria Redempta”, como miembro que era de los “Hijos de la Viuda”, cuya pertenencia escondía bajo el nombre simbólico de “Lúculo”. He aquí un fragmento del “Mártir de las Catacumbas”:
Lúculo quedó poseído de un profundo silencio, y después de haber pensado por algún tiempo, al final hablo:
- No cabe la menor duda en cuanto a los deseos de él. Yo me rindo ante ellos, y me privo del honor de ofrecerle los ritos funerarios. Llévalos, venerable Honorio. Empero, permíteme que asista a vuestro servicio de sepelio.
- Ante ti nuestras puertas y corazones se abren en la más cordial bienvenida, oh noble Lúculo, como lo fue con Marcelo antes de ti, si por ventura tú recibieras entre nosotros la misma bienaventuranza que le fue concedida a él.
Lúculo le hizo señal de asentimiento, y después de entregarle la preciosa urna a Honorio, se encaminó tristemente a su casa.
Tristemente nos fuimos los correligionarios federalistas y miembros de “La Acacia”, por ver aquel naufragio de cementerio y a nuestro homenajeado en tal olvido. Ante su tumba dejamos también una muestra de esa memoria histórica que a través corrientes subterráneas que aún persiste por pueblos y ciudades, por hombres y mujeres que allí dejaron los mudos testigos encarnados en las coronas de “laurus nobilis” de los patricios, y como no la enfebrecida palabra del cátedro y tribuno de Xesús Alonso Montero, que sembró tu recuerdo de andanzas y quehaceres para levantar esta España que aún sestea en los vientos monárquicos, palabras que se distribuyeron entre los convecinos del yaciente médico D. Mauel Leiras, como bálsamo para sus dolidos huesos y su perdida memoria.
Decirte Venerable Maestro, tanto desde el cementerio, como desde esta columna querido "Lúculo, que tus "Amigos no te olvidan " como no te olvidaron todos aquellos que atendiste en su necesidad, que cuando el Sr. Obispo, de la ecuánime Iglesia Católica, te negó tierra santa, fueron ellos tus pacientes, los que arrancando un saquito de tierra santa de sus propios cementerios, bajaron hasta Mondoñedo, y allí en la marginal tumba que te abrieron en la zona "civil" fueron depositando la tierra santa, que no te hacía falta, pues tus obras ya estaban hechas, pero fué el homenaje de un pueblo a un prohombre como para ellos fuiste.