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ALFARISMO, MASONERÍA Y ESTADO REPUBLICANO Parte III

Por Jorge Nuñez Sánchez,
Fundación Equinoccial

2.- La educación "pública, laica y gratuita".-

Como herencia del régimen garciano, todo el sistema educacional público estaba controlado por la Iglesia.

Por ello, el Estado liberal se abocó a la creación de un sistema
educativo nacional y democrático. La Ley de Instrucción Pública (1897), estableció la enseñanza primaria gratuita, laica y obligatoria, que más tarde fue perfeccionada.

Luego se crearon el Instituto Nacional Mejía, de Quito, las escuelas normales de Quito y Guayaquil, para la formación de los nuevos maestros laicos. A partir del segundo gobierno de Alfaro, se consagró la educación pública laica y gratuita, obligatoria en el nivel primario.

Y esto tocó el punto más sensible de la ideología religiosa, cual es el control de las mentes y los espíritus humanos a través de la educación.

3.- La supresión del diezmo eclesiástico. -

Otra radical medida del alfarismo fue la supresión del "diezmo", tributo religioso por el cual todos los productores y casi todas las producciones de la República estaban obligados a aportar a la Iglesia el diez por ciento de su producto anual o un valor equivalente.

Su producto se destinaba al sostenimiento del aparato eclesiástico y al enriquecimiento de la Iglesia Católica, que por este y otros medios acumulaba ingentes riquezas. Con estos antecedentes, la Asamblea Nacional Constituyente de 1897 decretó la supresión del diezmo, privando de su base de sustentación económica del poder clerical, que con las armas en la mano seguía combatiendo al régimen liberal.

Durante el gobierno del general Leonidas Plaza, se ratificó la prohibición del cobro del diezmo y se prohibió el cobro de primicias, derechos mortuorios y otras gabelas religiosas.

4.- La nacionalización de los "bienes de manos muertas".

La idea de la nacionalización de los bienes de manos muertas fue planteada ya por los liberales españoles del siglo XVIII y discutida a fondo en las Cortes

Constitucionales de Cádiz, en 1812.

En esencia, se consideraba que eran bienes obtenidos ilegítimamente por la Iglesia, mediante coacción moral a enfermos o moribundos, y que además no entraban al mercado de bienes raíces. Sobre esos argumentos del liberalismo europeo, los liberales hispanoamericanos los nacionalizaron en varios países, siendo el primero de ellos el mariscal Sucre, en su calidad de Presidente de Bolivia.

Los alfaristas hicieron lo propio en 1908, asignando esos bienes fueron a la recién creada Beneficencia Pública, para el sostenimiento de casas de protección de menores, hospitales y asilos de ancianos.

LA ACCIÓN INTERNACIONAL DE ALFARO

Si vemos a la revolución del 95 en perspectiva continental, nos hallaremos con que ella formó parte de un esfuerzo coordinado de varios líderes liberales latinoamericanos, todos ellos unidos por la fraternidad masónica, para transformar sus países y establecer en ellos regímenes laicos, democráticos y cabalmente republicanos.

Y quizá la mayor expresión de ese esfuerzo común fue el intento de crear una "Internacional
revolucionaria", que tuvo sus mayores gestores en los ecuatorianos Eloy y Marcos Alfaro y el nicaragüense José Santos Zelaya. Ese esfuerzo se concretó finalmente en el famoso "Pacto de Amapala", suscrito en 1894 por los presidentes Zelaya, de Nicaragua, Bonilla, de Honduras, y Gutiérrez, de El Salvador, junto el ecuatoriano Eloy Alfaro, los colombianos Rafael Uribe Uribe y Juan de Dios Uribe, y el venezolano Joaquín Crespo, pacto al que se unieron los cubanos José Martí y Antonio Maceo, el peruano Nicolás de Piérola y el panameño Belisario Porras.

De este modo, liberales revolucionarios de varias nacionalidades se comprometieron a prestarse ayuda mutua en los campos militar, político y financiero, con miras a conquistar un abanico de objetivos que incluían: la independencia de Cuba y Puerto Rico, la aplicación de la reforma liberal en los países centroamericanos y andinos, y la reconstitución de la Gran Colombia y la República Centroamericana, como punto de partida para un nuevo proyecto de unidad latinoamericana.

Una simple revisión de la cronología política de esos años muestra la seriedad con que los firmantes tomaron su compromiso y el modo coordinado con que ejecutaron sus acciones.

Crespo tomó el poder en Venezuela en 1892, entrando en Caracas de modo triunfal, el 6 de octubre de ese año.

Zelaya tomó el poder en Nicaragua en julio de 1893, derrocando al conservador Roberto Sacasa. Bonilla depuso del poder al conservador Domingo Vásquez en Honduras y asumió el mando en 1893.

Piérola logró coordinar a las montoneras peruanas desde 1893 y alcanzó el gobierno tras una guerra civil de dos años, en la que sus montoneros derrotaron al ejército regular. Los liberales colombianos se alzaron en armas en enero de 1895 contra el gobierno conservador, que les había cerrado las puertas de las participación electoral, y capitularon tras una breve campaña se sesenta días.

Por su parte, los liberales cubanos se lanzaron en febrero de 1895 a una nueva campaña por la independencia de su país. Alfaro, llamado por el pueblo ecuatoriano, asumió la Jefatura Suprema del país en junio de 1895 y entró triunfalmente en Quito el 4 de septiembre de ese mismo año, tras derrotar a las fuerzas conservadoras en una breve pero durísima guerra civil.

Y los liberales colombianos tomaron nuevamente las armas en octubre de 1899 e iniciaron la "Guerra de los Mil Días", ganada luego por los conservadores.

A más de la coordinación de sus cronogramas de acción, la fraternidad masónica que unía a todos estos revolucionarios liberales se expresó también en formas directas de colaboración político-militar, en las que Eloy Alfaro destacó notoriamente, tanto a través de sus iniciativas políticas como de sus giras continentales.

En efecto, cabe precisar que el "Pacto de Amapala" tuvo como antecedentes las
conversaciones mantenidas en Lima por Alfaro con el líder peruano Nicolás de Piérola (1887) y con el caudillo venezolano Joaquín Crespo (1889), donde se trató la idea de formar en el futuro una Confederaciòn de Estados Sudamericanos, que contrapesara la influencia continental de los Estados Unidos, y donde también se trató la idea de una alianza revolucionaria latinoamericana.

Luego, tras el triunfo de Crespo en Venezuela, Alfaro realizaría su primera gira política continental, que lo llevó primero a Chile, donde coordinó acciones con sus hermanos y coidearios del Partido Radical; luego a Buenos Aires, donde hizo lo propio con Mitre y los radicales argentinos; posteriormente a Montevideo, más tarde a Río de Janeiro y finalmente a

Caracas, a donde llegó en busca de reajustar con el gobernante venezolano sus planes políticos comunes.

Luego, con el apoyo financiero de Crespo, Alfaro emprendería de inmediato su segunda gira de agitador revolucionario, que lo llevaría a Estados Unidos, a México y finalmente a Nicaragua, país en el que fue acogido fraternalmente por el presidente José Santos Zelaya. Alfaro conoció ahí a un joven y brillante masón nicaraguense llamado Rubén Darío.

En la culminación de su esfuerzo, Alfaro promovió la celebración de un Congreso Centroamericano de Plenipotenciarios, que se reunió en 1890, en Acajutla (El Salvador), para tratar la reconstitución de la República Centroamericana.

Resulta obvio que esa influencia política de Alfaro estaba determinada tanto por su capacidad personal como por su condición masónica, que, en este caso, traía aparejado el hecho de que Alfaro se había iniciado masón en una logia de Costa Rica y guardaba muy estrecha fraternidad con dirigentes políticos de ese país y toda América Central.

Tras ello, inmediatamente retomó su acción de agitador revolucionario, viajando a Estados Unidos, Costa Rica y Panamá. En San José de Costa Rica coordinó acciones con el gobierno liberal que presidía José Joaquín Rodríguez y tuvo tratativas fraternales con los revolucionarios cubanos José Martí y Antonio Maceo, masones como él. Luego fue a Panamá, para concretar planes político-militares con los liberales de Belisario Porras.

La acción de esa internacional revolucionaria no se redujo a conversaciones y planes políticos.

Pasando de las palabras a los hechos, el presidente venezolano Joaquín Crespo entregó fondos para promover las acciones revolucionarias.

Lo propio lo hizo el gobernante nicaragüense José Santos Zelaya, quien entregó para la causa recursos financieros, armas y un barco, el "Momotombo", que quedó en manos de Alfaro.

Hubo también otras contribuciones para la causa común, de las que se conoce poco o casi nada, en razón del secreto con que se manejaron. Y no faltaron contribuciones específicas para tal o cual proceso nacional, tales como el aporte personal de mil pesos que Antonio Maceo hizo a Alfaro para la revolución ecuatoriana.

Los participantes del "Pacto de Amapala" habían acordado previamente que esos recursos serían usados en el país donde más próxima estuviera la revolución.

El barco, las armas y los recursos acopiados fueron canalizados hacia Colombia, donde los liberales se habían lanzado a una guerra revolucionaria con más voluntad que recursos y sin contar con el armamento y recursos indispensables para una larga campaña.

Para entonces, las fuerzas conservadoras del área coordinaban también sus acciones, en especial los gobiernos de Bogotá y Quito, que mantenían una estrecha colaboración mutua.

Fue así que Eloy Alfaro, identificado ya como el jefe de esa internacional revolucionaria, fue expulsado de Panamá por el gobierno colombiano de Rafael Núñez, a petición del gobierno ecuatoriano de Antonio Flores Jijón.

Nuestro personaje pasó entonces a Costa Rica y desde ahí emprendió una nueva gira política que lo llevó a Nueva York, a San Francisco de California, a México, a El Salvador y finalmente a Nicaragua.

Aquí lo esperaba un honroso decreto de la Asamblea Nacional nicaragüense, por el cual "en atención a sus altos merecimientos personales" y a "los grandes servicios prestados por él a la causa de la democracia en América Latina" se le otorgaba el grado de "General de División del Ejército de la República". Ese decreto tenía fecha del 12 de enero de 1895.

Cinco meses después, Alfaro recibía el aviso de que había sido proclamado Jefe Supremo de la República del Ecuador, por lo que regresó de inmediato a su país. Una vez en el poder, Alfaro se empeñó en cumplir con las obligaciones que le imponía el "Pacto de Amapala", particularmente respecto de la guerra cubana de independencia y la revolución liberal colombiana. Es conocido su frustrado intento de enviar tropas ecuatorianas a pelear por la independencia de Cuba, así como sus gestiones políticas ante el gobierno español.

También es conocido su apoyo a la lucha de los liberales colombianos, que, por desgracia, no lograron vencer a las fuerzas de contención que los conservadores habían colocado en la frontera sur, con lo cual perdieron la posibilidad de beneficiarse en mayor medida del apoyo alfarista.

Y tras ello se instaló en el Ecuador el gobierno de Leonidas Plaza Gutiérrez, que continuó la reforma liberal en el interior pero negó todo apoyo a la revolución colombiana. En general, los liberales colombianos sufrieron sucesivos reveses estratégicos y perdieron la guerra, lo que frustró definitivamente los planes alfaristas de unión grancolombiana y confederación sudamericana, y constituyó un fuerte golpe para esa internacional liberal, que también fue duramente golpeada por la muerte de Martí, la intervención norteamericana en Cuba y la frustración de la independencia antillana.

Más tarde, esa confederación revolucionaria fue afectada por nuevos sucesos de orden local, tales como la derrota y fracaso de los radicales ecuatorianos en la guerra civil de 1912, el agotamiento del pierolismo y el ascenso de los civilistas peruanos (1904) y las nuevas crisis políticas que estallaron en América Central.

Sin embargo, el golpe de muerte se lo propinó la emergencia del imperialismo, cuyas tenazas se apretaron contra toda resistencia nacional o proyecto autonómico surgido por esos años en América Latina, como lo prueban la agresión militar anglo-ítalo-alemana a la Venezuela de Cipriano Castro, en 1902, exigiendo el pago de la deuda externa, o la artificial cesión de Panamá, ejecutada por los EE. UU. para construir el canal interoceánico, o, en fin, las sucesivas agresiones norteamericanas a Nicaragua y los países del área del Caribe. Ahí terminó la historia de la masonería revolucionaria en América Latina y comenzó para la Orden masónica una época de dominación neocolonial. En adelante, nuestras Grandes Logias nacionales pasarían a estar estrechamente controladas por la Gran Logia Unida de Inglaterra, primero, y más tarde por la Confederación Masónica Interamericana (CMI), dirigida desde los Estados Unidos.

Como resultado de ello, la masonería latinoamericana renunciaría a
toda operatividad (es decir, a todo compromiso político) y adoptaría para sí el modelo norteamericano de labor masónica, centrado en labores de beneficencia.

1 Mejía testificó en 1810 el matrimonio de Matheu con María Felipa Carondelet, junto con el general Francisco Javier Castaños, tío de la novia. (Eric Beerman: "XV Barón de Carondelet, Gobernador de la Luisiana y la Florida", en Hidalguía, Madrid, 1978, pp.12-13).

Rocafuerte se inició masón en París, en 1805, en la misma logia a la que pertenecían Simón Bolívar, Carlos Montúfar, Fernando Toro Rodríguez y otros jóvenes liberales hispanoamericanos, y su iniciación ocurrió por la misma época en que Simón Bolívar fue elevado en ese taller al grado de Caballero Compañero.

Olmedo se inició en la Logia Integridad Nº 7 de Cádiz, en 1812, en su época de diputado a las Cortes Constitucionales de Cádiz, siendo guiado en ello por Mejía y Matheu. Pero luego se afilió paralelamente a la logia lautarina "Caballeros Racionales", por entonces radicada en Cádiz.

2 Según el testimonio del general peruano Rivadeneira, la logia "Caballeros Racionales" Nº 4 había sido fundada originalmente en Madrid por Pablo de Olavide, trasladándose luego a Cádiz. ("San Martín y la Masonería", estudio de la logia simbólica "San Martín" Nº 384 de la República Argentina, compilado porAlberto Levy y publicado por la revista internacional "El Heraldo Masónico" Nº 10, de abril de 1999.)

3 Luis Alberto Sánchez, "Historia General de América", Ercilla, Santiago, 1970, novena edición, p. 557.

4 Este sacerdote fue uno de los pretendidos inquisidores a los que reprendió el presidente Rocafuerte en 1835.

5 "Pensamiento de Pedro Moncayo", Enrique Ayala Mora editor, Corporación Editora Nacional, Quito, 1993, p. 115.

6 Este destacado masón había sido Vicepresidente de la Convención Nacional de 1850, reunida en Quito, y era para entonces uno de los más prestigiosos dirigentes del liberalismo ecuatoriano.

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