El mayor templo del país abrió sus puertas al público al celebrar su aniversario. Afirman que políticos actuales también integran esa sociedad, pero no revelan sus nombres. Ahora buscan integrantes más jóvenes y hasta tienen asesores de imagen.
Hace 150 años se creó el Supremo Consejo del Grado 33 de la Masonería Argentina. El sábado se conmemoró el aniversario de la unión de los masones argentinos –entre los que estuvieron José de San Martín, Manuel Belgrano y Domingo Sarmiento– y el templo (al que también llaman Taller de Ideas) de Presidente Perón 1242 abrió sus puertas. No sólo para que las cámaras de televisión pudieran registrar los terciopelos rojos, los cuadros de los presidentes argentinos reivindicados masones y los laberintos de una historia –hasta ahora– ensombrecida por la intriga, sino, también, como una señal de apertura explícita.
“La masonería está a la altura de los tiempos. Hoy vivimos en la era de la comunicación y queremos mostrar mayor apertura”, define Ángel Jorge Clavero, gran maestre de la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones. La mística masona sale a la luz: parte de esa apertura es la contratación de la consultora de imagen ICC Baraldo.
“Todas las calles y hospitales fueron masones”, dice Clavero, en referencia a Bartolomé Mitre, Bernardino Rivadavia, Vicente López y Planes, Justo José de Urquiza, Carlos Pellegrini, José Figueroa Alcorta, Hipólito Yrigoyen, Leandro Alem, Luis María Drago, Valentín Alsina, Florentino Ameghino, Cosme Argerich, Ignacio Pirovano, Ricardo Gutiérrez, Juan Gelly y Obes, Donato Álvarez o Teodoro García.
Aunque la sede de la masonería argentina queda en una de las pocas calles –Presidente Perón– que no se pueden adjudicar los masones. “Siempre se habló de que el peronismo tuvo malas relaciones con la masonería, pero, prácticamente, las relaciones exteriores de Perón fueron manejadas por masones. Masones hay en todos los gobiernos. Pero los que están hoy no lo podemos decir”, habla y silencia Clavero. El último de los políticos masones reconocidos –de los 13 mil que existen en la Argentina– fue el fallecido senador Alfredo Bravo.
Hace 24 años que Clavero es masón y, desde hace tres meses, ejerce el cargo que ellos definen como “el primero entre los iguales”. Pero atrás de todo gran masón hay un hombre común. Tiene 64 años, es despachante de aduana y consultor de comercio exterior, está casado con Mabel hace 36 años y tiene una hija –Natalia– de 33. Clavero es un entusiasta de la escuela de moral y cátedra del libre pensamiento –como define a la masonería– pero, por sobre todo, la voz de la renovación.
La masonería no es una religión, sino –define– una institución filosófica, filantrópica y progresista. Tuvo una gran incidencia en la aprobación de la Ley 1.420 que estableció la educación gratuita, laica y obligatoria en la Argentina. Y su última intervención política fue el rechazo a la iniciativa del gobierno salteño de impartir educación religiosa en las escuelas públicas.
La masonería vuelve a hablar en voz alta, mientras los pasillos muestran parte de la historia oculta que parece –o permanece– intacta. Desde las sillas hasta las palabras parecen una reliquia. Pero una reliquia en movimiento: “La masonería tiene que estar más presente en la sociedad”, defiende. Y, por eso, pregona una masonería apta para todo público. En la ceremonia hay hombres de elegante moñito, un microclima místico y la arquitectura que conserva el tiempo en ritos y se asemeja –en la imaginación– a la escuela de Harry Potter.
Pero Clavero no quiere mitos ni ostracismos. Por eso, convoca a las jóvenes generaciones: “Antes se creía que un hombre debía tener más de 40 años para integrarse a la masonería, que es demasiado solemne, pero ahora ingresan cada vez más jóvenes. Está bajando el promedio de edad. Hay algunas logias en la que son todos menores de 30 años”. La masonería ya no es sólo historia, ahora es ATP.