Por Jorge Palomar
Una novela de Jorge Fernández Díaz, ilustrada por Guillermo Roux, revela la cara menos tranquilizadora del Libertador: la del feroz guerrero. Los historiadores suelen decir que el conocimiento de la historia es siempre parcial, porque la historia es una revisión permanente. Pero también se preocupan por aclarar que revisión no es lo mismo que revisionismo
Hace un tiempo, desde estas mismas páginas se le preguntó al doctor Miguel Angel De Marco, por esos días presidente de la Academia Nacional de la Historia, si le molestaba el término revisionismo. Y respondió: "Todo ismo tiene una connotación de combate, por eso tratamos de diferenciar lo que es revisión de revisionismo, que tiene una postura de combate y no la serena revisión del pasado, y es ahí en donde le quita legitimidad porque está tratando de interpretar los hechos conforme a una determinada posición ideológica. La historia es revisión; el historiador no se queda con fórmulas establecidas, busca la verdad, tiene que revisar, y es lícito que lo haga".
Tan lícito es para los historiadores la revisión de la historia como meritoria y necesaria es la búsqueda de aquellas páginas perdidas en los pliegues de la historia -cuando no ignoradas, o soslayadas- por otros que, sin ser historiadores ni revisionistas, también buscan la verdad o persiguen el sublime objetivo de contar lo que nunca trascendió o, peor, lo que siempre se ocultó. Y el caso del general José de San Martín, héroe máximo de los argentinos, resulta, con seguridad, el ejemplo más claro de manipulación histórica.
Así, con la premisa de llenar los huecos de la historia, nació La Logia de Cádiz (Planeta), el libro del periodista y escritor Jorge Fernández Díaz -en formato de novela, pero basada en datos y documentos rigurosos-, de reciente aparición.
Relatar al San Martín poco conocido y menos imaginado, al guerrero, al general en la guerra -que era su escenario natural-, es una respuesta a la historia oficial. Reemplaza el bronce por el barro. Pone las cosas en su lugar, sin saltear ni descuidar ningún lugar. Lo baja del pedestal y lo ubica en el llano para mostrarlo tal como era: un prócer, sí, pero también un revolucionario, un hombre que conoció la grandeza, el desencanto y, como cualquier mortal, las miserias humanas y la crueldad.
"Todo empezó cuando vi que mis hijos adolescentes y sus compañeros detestaban la historia argentina", explica Fernández Díaz, autor, entre otras novelas, de las autobiográficas Mamá ; Fernández , y de los relatos de amor Corazones desatados . "Me impactó mucho que se interesaran por episodios históricos de Estados Unidos y Europa, a partir básicamente de películas de aventuras producidas por la cultura anglosajona, y que desdeñaran, por aburridísimos y confusos, a los héroes nacionales. La versión escolar era tan formal y la transmisión de la épica era tan desganada que la historia argentina se había transformado en eso: un amasijo de fechas, internas políticas y héroes de bronce. Me sentí tocado, me prometí mostrarles que la historia argentina podía ser una maravillosa novela de peripecias. Para los chicos, San Martín es un político, algo así como un estadista de plomo que hizo cosas tan loables como soporíferas. Mis hijos miraban con indiferencia las proezas sanmartinianas, pero veían con gusto la historia universal en grandes producciones cinematográficas y se interesaban por esos héroes anglosajones. Asociaban nuestra guerra de la independencia con los manuales de hastío y con las pesadas fiestas patrias en los patios del colegio. Esa idea fue muy hiriente para mí. Por alguna razón, alguien nos había robado la épica. La Argentina asordina la épica y ningunea a sus guerreros, y le regaló a la derecha militar el sentimiento y la simbología sanmartiniana. San Martín fue canibalizado por las dictaduras, usurpado en su iconografía y utilizado de paraguas para la perpetuación del poder. Esa carencia, se diría, esa injusticia fue el germen de La Logia de Cádiz . Incluir un volumen en la Colección Robin Hood o una película en Sábados de cine de superacción , donde los chicos de mi edad vivimos las aventuras maravillosas de tantos. El problema es que los héroes y las aventuras siempre quedaban allá lejos. Es como si tuviéramos un complejo de inferioridad, como si hubiésemos aceptado nuestra condición de sociedades subdesarrolladas, que no tienen héroes ni epopeyas."
De Arjonilla a San Carlos
La Logia de Cádiz rescata la épica, desnuda al San Martín guerrero y cuenta las batallas desde adentro, como el guión de una película llevado al papel en lugar de la pantalla. En 1808, un capitán conduce a los húsares españoles a la muerte y a la gloria. Cuatro años después, un coronel dirige a sus granaderos en un combate letal contra las tropas españolas. Aquel capitán y este coronel son la misma persona: José de San Martín. Antes y después se suceden batallas, muertes, traiciones, linchamientos, intrigas, persecuciones, complots, juramentos secretos y hasta una amarga historia de amor. Basado en una rigurosa investigación histórica que le llevó cuatro años, -y en la que también trabajó Daniel González, un especialista en investigación histórica-, pero con el ímpetu de las antiguas narraciones de capa y espada, el autor cuenta otra vez los hechos y logra que parezcan nuevos. La acción comienza con la escaramuza de Arjonilla, y la batalla de Bailén, donde los españoles vencieron por primera vez al ejército de Napoleón y donde San Martín fue un héroe de la resistencia. Y continúa en el convento de San Carlos, donde el Libertador prepara un ataque fulminante contra sus antiguos camaradas de España. En el ínterin interviene la Logia de Cádiz, donde se planea la emancipación. Y hasta tienen su lugar el duque de Wellington y el ecrtor Honorato de Balzac.
Se suceden, a ritmo cinematográfico, escenas sorprendentes y desconocidas, asaltos, fugas, desgracias y misterios. El autor de Mamá salva así a San Martín del bronce y del fango, y crea a su alrededor una nueva épica de guerrero y revolucionario.
La idea de una novela histórica sobre el San Martín menos pensado surgió en él hace unos seis años. Si el periodismo, como bien se afirma, es el primer borrador de la historia, aquella curiosidad por saber cómo y por qué nos habían robado la épica fue el bosquejo que se había instalado en la memoria del periodista. Y el periodismo, ya se sabe, no se entiende sin curiosidad. Pero el borrador de Fernández Díaz no avanzó "porque en el transcurso me distrajo Mamá y después, Fernández . Sin embargo, San Martín no me abandonaba. Seguía cabalgando en mi cabeza. Y entonces se cumplieron dos cosas: los doscientos años de la batalla de Bailén, lo que me llevó a desempolvar aquella investigación para realizar una serie de notas en La Nacion. Yo no sabía entonces que estaba escribiendo el comienzo de una novela; más bien me parecía que era un trabajo periodístico atado a una efeméride."
La Logia de Cádiz es también una novela de misterios, puesto que en ella los masones, el secretismo y la revolución solapada tienen un lugar central. A la vez, no puede dejar de ser una novela sobre los despatriados y la traición. Muchos personajes, como el propio protagonista, no son de aquí ni de allá: cambian de país y de enemigos, traicionan a los demás para no traicionarse a sí mismos.
"Yo no quería un San Martín de estatua -cuenta Fernández Díaz-, un héroe inmaculado como nos había vendido la vieja historiografía. Tampoco quería operar como el neorrevisionismo, algunos de cuyos autores se dedicaron a tirar a San Martín al fango. Yo no quería Billiken ni Ricardo Rojas, y tampoco quería una biografía donde sólo se destacaran los defectos del Libertador."
El historiador Luis Alberto Romero, profesor de Historia Social General de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y autor, entre otras muchas obras, de Breve historia contemporánea de la Argentina , dice que la historia del siglo XX es la del nacionalismo, en sus diversas versiones. "El Ejército -explica- se identificó a sí mismo con la nación y convirtió a San Martín, no sólo en la figura esencial del ejército argentino, sino en la posición de héroe epónimo, fundador de la nación. En 1933 se funda el Instituto Nacional Sanmartiniano. Un nuevo biógrafo, José Pacífico Otero, declara que todo auténtico argentino debe ser sanmartiniano. Al hacer esta operación, lo convierte en la estatua de bronce que todos conocimos. Ricardo Rojas lo bautizó el Santo de la Espada. Paralelamente, la Iglesia afirmó que la Argentina era una nación esencialmente católica y transformó a San Martín en lo que por 1930 se entendía que debía ser un buen católico, pero para eso fue necesario ocultar o negar toda una porción de su vida. Finalmente, en 1950, el peronismo proclamó que ése era el Año del Libertador General San Martín y lo transformó en una suerte de precursor de Perón. Hubo un único Libertador, ahora hay un único líder, era el razonamiento implícito. En la Marcha del Trabajo, cuya letra escribió el médico y poeta Oscar Ivanissevich, se dice: «San Martín cruzó el Ande trabajando», o sea que en eso también era precursor de Perón."
"Ya no existen héroes de corazón puro, como Sandokán -resume Fernández Díaz-. Es por eso que busqué un San Martín humano y falible, a veces oscuro e injusto, pero a la vez heroico. Quería devolverle la épica sin pomposidad. Y utilicé una cita muy especial: «No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente». Es el comienzo de El capitán Alatriste , de Arturo Pérez-Reverte, en quien no sólo reconozco a un amigo, sino también a un maestro de la novela moderna de aventuras. Esa definición de Alatriste le cabe también a San Martín."