FENIXnews. En estos ultimos dias el Papa de la Iglesia catolica, Benedicto XVI ha enviado un mensaje al Patriarca Ortodoxo de Constantinopla, Bartolomé I, con ocasión de la fiesta de San Andrés, patrono de esa iglesia para la Unidad de los Cristianos de Occidente y Oriente. Conozcamos entonces algunas hechos que crearon esta division conocida como el Gran CISMA de 1054.El mundo occidental, en sentido cultural y político, cada vez se distanciaba más del oriental. Religiosamente también era así: la Iglesia oriental acusaba a la occidental de no ser “ortodoxa”, y viceversa. La voz “ortodoxo” significa sencillamente: “de concepto y creencia correctas”, pero más y más se venía aplicando como “fidelidad a ciertas costumbres”, costumbres que en la realidad no eran más que accesorias. Además, durante el Siglo X el prestigio y la autoridad del obispado de Roma, es decir, del papado, habían sufrido significativamente en el sentido moral. El Vaticano estaba afligido de un síndrome patológico muy serio. Abundaban codicias de poder y riqueza, interminables intrigas, repetidos homicidios despiadados. Se llegó al colmo de haber tres papas simultáneos rivales que se disputaban el trono del “Vicario de Cristo”.Terminó esta situación ocho años antes de 1054, pero el terreno había quedado bien ‘abonado’ para una ruptura de relaciones entre los dos mundos eclesiásticos. Cuando los altos eclesiásticos enviados por el Papa León IX no se entendieron con el Patriarca Miguel Cerulario en Constantinopla, le excomulgaron de parte de aquel. Miguel, a su vez, hizo otro tanto y excomulgó a León.
Por Jesús Simón Pardo:
Germen de la Ruptura:
Cuando el año 330 el Emperador Constantino convirtió a la antigua Bizancio en la nueva capital del Imperio Romano de Oriente, concediéndole su propio nombre, quiso el Patriarca allí residente emular en lo eclesiástico las prerrogativas adquiridas por la primera autoridad civil de su ciudad, pese a no tratarse de una sede de origen apostólico. En el primer Concilio celebrado en Constantinopla el año 381, segundo de los ecuménicos, logró introducir un canon por el que se le reconocía la máxima autoridad en la Iglesia universal, después del Papa u Obispo de Roma. Siempre, desde los inicios, y sin que nadie hubiese puesto en duda, ni teórica ni práctica, la primacía de la Iglesia Romana sobre la Iglesia Universal -como patentizan las Cartas de S. Clemente Romano y S. Ignacio de Antioquía, los escritos de S. Ireneo y la actitud, poco diplomática pero por nadie contestada, del Papa S. Victor-, existieron diferencias notables entre las iglesias asentadas en Oriente u Occidente, tanto desde el punto de vista litúrgico como pastoral. Las disensiones surgieron fundamentalmente por el afán de Constantinopla y sus Patriarcas de heredar en el orden religioso, como había ocurrido en el político, el lugar preeminente que había ocupado Roma antes del hundimiento del imperio romano occidental y de la postura, no siempre respetuosa, de algunos legados papales hacia sus legitimas diferencias. Ya en el último tercio del siglo V apareció el problema con el llamado Cisma de Acacio. Era éste Patriarca de Constantinopla cuando recibió una comunicación del Papa Félix III, en la primavera del año 484, conminándole a abandonar la herejía monofisita, que habla sido condenada en el Concilio de Calcedonia, bajo la pena de excomunión y deposición. Reaccionó éste borrando del canon el nombre del Papa y rompiendo sus relaciones con Roma. Los Patriarcas de Alejandría y Antioquía siguieron su ejemplo y se ajustaron a su voluntad. La ascensión al trono del emperador Justino I, el año 518, acabó con un cisma que había durado treinta y cuatro años.
Cisma de Focio:
Mayor envergadura e importancia tuvieron los acontecimientos de mediado el siglo IX con el llamado Cisma de Focio. Regia la sede romana el Papa Nicolás I (858-867) y era Patriarca de Constantinopla el obispo Ignacio, elegido para tal por los monjes el 4 de julio del año 847. Era un hombre muy piadoso, abad de uno de los innumerables monasterios existentes en la ciudad, de pocas luces y, por ello, obstinado en sus decisiones. En la fiesta de Epifanía del año 857 negó publicamente la Sagrada Comunión a un tío del Emperador Miguel III que vivía licenciosamente con su propia nuera. Ello motivó su deposición y destierro el día 23 de noviembre del 858, acusado de haber traicionado la confianza del Emperador. Nombró éste como nuevo Patriarca a un miembro de la Corte imperial, laico, oficial mayor de su guardia, llamado Focio, hombre culto y erudito, que en cinco días recibió todas las órdenes sagradas de manos de un obispo poco amigo del depuesto Patriarca. Quiso Focio recibir la confirmación del Papa Nicolás I, persona muy enérgica, muy consciente de su rango primacial, dispuesto a hacer valer su autoridad en Oriente y Occidente, conocedor del caso por los informes que le habla enviado el depuesto Ignacio, que envió a Constantinopla a sus legados con instrucciones muy concretas y facultades muy precisas. Parece que no se ajustaron éstos a los poderes recibidos y, en vez de deponer a Focio y restituir a Ignacio como indicaban sus instrucciones, se dejaron ganar por los alegatos del intruso, al que confirmaron como Patriarca de Constantinopla en un Sínodo habido en la ciudad el año 861. Conocedor el Pontífice de la deslealtad de sus legados, les excomulgó, pena que hizo extensiva al emperador y al patriarca. Ello originó la ruptura de éstos con el Papa y el rechazo de la primacía papal, a lo que añadieron la excomunión y deposición del mismo Papa por parte del ilegítimo Patriarca. Ciertamente no fueron muchos los años que duró el Cisma de Focio, del 858 al 867, pues al ser derrocado el Emperador Miguel III por el macedonio Basilio I, fue depuesto y restituido en su sede el legitimo Patriarca Ignacio.
Intrigas:
Sin embargo, la capacidad de intriga de Focio, cuya deposición y destierro, con su reducción al estado laical, fue confirmada en el IV Concilio de Constantinopla, VIII de los ecuménicos, era tan asombrosa que logró granjearse de nuevo la confianza de Basilio I y ser restituido por éste en la sede patriarcal tras la muerte de Ignacio, ahora con el beneplácito del Papa Juan VIII. Sin embargo, conocidas por el nuevo emperador, León VI sus intrigas y trapisondas fue depuesto de nuevo y enviado a un monasterio donde murió diez años más tarde. El patriarca Antonio Kauleas, venerado como santo, que le sucedió, restableció en un Sínodo la unión total con Roma, repuso el nombre del Papa en los dípticos de la Misa y renovó unas relaciones que ya siempre serien frías y protocolarias, origen de fricciones continuas, nacidas también por la política antibizantina del imperio carolingio, aliado del Papa, que terminarían con la ruptura total, acaecida el año 1054.
Hacia la ruptura:
Regía la sede romana León IX, hombre recto, patrocinador de la reforma eclesiástica iniciada en el monasterio de Cluny, y defensor de la primacía papal. Regentaba el patriarcado de Constantinopla Miguel Cerulario, elegido por tal el día de la Encarnación del Señor del año 1.043, desde su condición de simple fiel. Con una muy deficiente formación teológica, se distinguía por una morbosa antipatía a todo lo occidental y a sus instituciones, con especial incidencia en la iglesia romana y en su representante el Papa, que le llevó a acusarle reiteradamente de inmerso en la herejía por hechos más relacionados con la liturgia o la disciplina que con las cuestiones teológicas. Quiso León IX solucionar los continuos roces y conflictos y envió una delegación a Constantinopla, encabezada por su consejero el monje Humberto, Cardenal Obispo de Silvia Cándida, y los arzobispos mencionados anteriormente. Parece que no estuvo afortunado en la elección del personaje, cuya aversión a lo bizantino era manifiesta. Se presentó en Constantinopla dispuesto a proclamar la autoridad pontificia, pero en ningún caso a dialogar. Redactó una bula conminatoria, con un lenguaje nada diplomático y, sin entrevistarse con el Patriarca, la depositó sobre el altar de la iglesia patriarcal y se volvió a Roma tan feliz, tras haber lanzado excomuniones y entredichos a todos los jerarcas bizantinos.
Excomunión mutua:
El Patriarca le devolvió la moneda excomulgando, a su vez, al Papa y a sus legados y rompiendo toda relación con Roma. Su posterior deposición y destierro no originaron, como en casos anteriores, la conclusión del cisma que todavía hoy rompe la unidad de la Iglesia. Después vendrían los cruzados, hombres con frecuencia incultos, rudos y rapaces, que se dedicaron, en no pocas ocasiones, al pillaje y el expolio de las buenas y sencillas gentes del pueblo; los comerciantes venecianos y genoveses, nada escrupulosos a la hora de "saquear" las riquezas del Imperio y algunas de sus más preciadas reliquias; y la desafortunada actuación de los gobernantes del llamado "imperio latino de Constantinopla" (1204-1261) que pretendieron "latinizar", de forma más o menos violenta, la liturgia y las costumbres de un pueblo con características y peculiaridades propias. Todo ello engendró en el pueblo, que había permanecido ajeno a las disputas de los poderosos, una aversión y odio hacia lo occidental, lo latino y lo europeo, que ha imposibilitado la unión, haciendo fracasar los débiles intentos propiciados a lo largo de los siglos. www.archimadrid.es (Jesús Simón Pardo)
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Comentarios sobre un escrito de la Iglesia Ortodoxa:
[...] Un elemento verdadero señalado, es la remisión de la Iglesia ortodoxa al mismo Jesús, quien la funda sobre los doce apóstoles. Al referir el hecho histórico como algo exclusivo de esta Iglesia puede pensarse que la Católica no está recogida en ese momento histórico. Más adelante señala la unidad entre las iglesias cristianas del rito ortodoxo, exceptuando la de Roma "que se separó de las otras en 1054". Esa separación, que dio origen al cisma entre Oriente y Occidente, en mi opinión tuvo más carácter político que religioso y se debió a una mutua ruptura, no a una de las partes en específico. Se recoge en el escrito el aspecto fundamental esgrimido desde el punto de vista doctrinal y que pone la nota de discordia entre ambas iglesias históricas: la cuestión del Filioque o procedencia del Espíritu Santo. Los ortodoxos, a diferencia de los católicos, afirman que la tercera persona de La Trinidad procede del Padre mientras los de Roma han hecho dogma de la afirmación de que también procede del Hijo. Con este hecho los de oriente acusan a la iglesia romana de haber añadido nuevas formulas dogmáticas que ellos no pueden aceptar. De ahí la presunción de que ellos creen y enseñan lo correcto, que se remite al mismo significado de la palabra ortodoxo.
Otro aspecto es el de la inmaculada concepción, que ellos colocan a partir de la encarnación y no antes. La no imposición del celibato sacerdotal, el cual ellos observan como una vocación que no tiene por qué contradecir la existencia de sacerdotes que elijan el tener vida conyugal, es explicada en el contenido del plegable. También el folleto se expresa sobre la cuestión de dejar a la pareja la decisión de evitar la concepción de hijos en casos previamente consultados con el padre espiritual, siempre que el aborto no sea el medio utilizado para impedirlo. Según las palabras impresas en el escrito, la Iglesia Ortodoxa es madre y no tirana. ¿Una alusión? Finaliza con el emblema del credo: Santa Católica, Apostólica a los que añaden Ortodoxa. Esto último me recuerda la costumbre omitida en la Iglesia Católica que afirmaba de manera rotunda el cuño de romana. Parece que las diferencias no son mayores. (Miguel Saludes. La Habana 2004)