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Una justicia superior

Por Omraam Mikhael Aivanhov

Cuando alguien os decepciona o perjudica, corréis a contar por todas partes lo que os han hecho. Diréis: "Es normal, es para hacer justicia." Pues no, esta noción de la justicia es la causa de todas las desgracias. Dejad tranquila a la justicia. 

Añadiréis: "Pues entonces, ¿qué debemos hacer?" Recurrid a un principio superior al de la justicia, a un principio de amor, de bondad y de generosidad.

Hace ya dos mil años, que Jesús nos legó esta nueva Enseñanza, y los hombres siguen aplicando la Ley del Talión ("ojo por ojo, diente por diente"), y aún no han comprendido que para ser verdaderamente grandes y libres, hay que superar esa noción de justicia. ¿Cómo? Supongamos que habéis hecho el bien a alguien: por ejemplo, le habéis dado dinero. Poco después, un día consideráis que esta persona se ha comportado mal con vosotros y entonces le contáis a todo el mundo lo que habíais hecho por ella, quejándoos de que esa persona no ha estado a la altura de vuestra generosidad ni de vuestra confianza. ¿Por qué explicar todo esto? Si no sólo contáis a todo el mundo el bien que le hicísteis, sino que además os lamentáis de habérselo hecho, destruís ese bien. En los registros celestiales estaba escrito que seríais recompensados; pero al actuar de este modo, deshacéis vuestra buena acción.

Incluso si alguien os ha engañado, u os ha herido, no debéis contarlo; y por encima de todo, no debéis vengaros. Bien al contrario, con vuestra actitud debéis dar a esa persona un ejemplo de la forma correcta de comportarse: un día sentirá vergüenza, y hará lo imposible por reparar los errores que cometió con vosotros. Algunas veces hay que saber cerrar los ojos y perdonar. Así es como crecéis de veras.

Desde ahora debéis comprender cuan beneficioso es recibir la luz de la Iniciación. 

Un hombre corriente que ha sido vejado o herido, querrá replicar a su adversario para darle una lección y todo el mundo encontrará esto normal, «justo». Si, quizá sea justo de acuerdo al concepto de la justicia que tiene el mundo, pero estúpido a los ojos del mundo divino. Porque veamos lo que ocurrirá: en el momento en que este hombre de rienda suelta a sus instintos, a su deseo de venganza, entrará en un círculo infernal del que ya no podrá salirse. De acuerdo, se habrá desembarazado de un enemigo, pero luego aparecerán otros (es la vida) y él deberá esforzarse de nuevo por eliminarlos. Así, lo único que hará será alimentar en sí mismo sentimientos y actitudes que sólo reforzarán su naturaleza inferior. 

Además, estas victorias conseguidas con tantas dificultades, no le durarán mucho tiempo ya que sus enemigos volverán a reencontrarlo en una próxima encarnación y, entonces, ellos tendrán todas las posibilidades de vengarse. Ya veis que esta vieja comprensión de la justicia no aporta ninguna solución; mas bien al contrario, complica las cosas, hace infeliz la existencia, aumenta las deudas kármicas y, finalmente, conduce al fracaso.

El verdadero espiritualista, aquél que conoce las leyes, aplica otros métodos: deja en paz a sus adversarios. ¡Que se desenvuelvan como quieran! El sabe de antemano cuál será su fin. Pero al mismo tiempo, él empieza un trabajo gigantesco consigo mismo: reza, medita, aprende, se ejercita, y poco a poco obtiene la verdadera sabiduría, los verdaderos poderes.

Ya comprendo que para renunciar a utilizar las mismas armas que aquellos que os hicieron el mal, hay que tener mucho amor, mucha bondad, mucha paciencia y mucha luz. Pero este método que os doy es el más eficaz, Dejad en paz a vuestros enemigos, no os preocupéis más de ellos, ocupaos tan solo de mejoraros vosotros mismos. Cuando os vean a vuestro lado, se sentirán tan feos, débiles y estúpidos, que tarde o temprano se arrepentirán y vendrán a reparar el mal que os hicieron.

Hay una ley en la naturaleza según la cual un día (si no es en esta encarnación será en la siguiente), todos los que os perjudicaron, hirieron u os traicionaron, deberán buscaros para reparar sus faltas. Entonces puede ocurrir que, intuyendo que son vuestros antiguos enemigos, vosotros queráis apartarlos. No importa, ellos seguirán a vuestro lado, ofreciendo sus servicios. Porque la ley es así. Y así ha ocurrido con muchísima frecuencia. Como veis, pues, a todos los que os han hecho daño y a quienes vosotros habéis respondido con el perdón, la ley cósmica les obligará (quieran ellos o no, su opinión no cuenta) a reparar los daños que os hubiesen causado.

Con ello tampoco quiero decir que debáis permitir que los enemigos os apabullen; no, hay que replicar, pero con una respuesta que pueda producir en el corazón y en el alma de vuestros adversarios, un cambio que sea beneficioso para ellos y también para vosotros mismos. Esta actitud es, pues, doblemente ventajosa.

Informaciones complementarias: 
  • Obras Completas, volumen 12, "Les lois de la morale cosmique" (francés)
  • Colección Izvor no. 202, "El hombre a la conquista de su destino", Ediciones Prosveta

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