Hoy se cumplen 200 años del nacimiento de Charles Darwin, autor del libro El origen de las especies por selección natural, publicado en 1859. Aunque al menos desde la antigua Grecia se había formulado la idea de que las especies de animales y plantas son producto de la evolución de otras anteriores, la obra causó una fuerte conmoción en su tiempo. Demostró que la enorme variedad de seres vivos del planeta se podía entender sin necesidad de un creador que las hubiera diseñado. A algunos contemporáneos de Darwin les pareció que estas ideas eran incompatibles con sus convicciones religiosas.
Sin embargo, hubo muchos creyentes entonces --también los hay ahora-- que encontraron la vía para compaginar la ciencia con su fe. Incluso la Iglesia católica, en tiempos de Juan Pablo II, estimó compatibles el dogma y el evolucionismo. A pesar de ello, en algunos países, como Estados Unidos, la evolución aún encuentra una fuerte resistencia entre los grupos fundamentalistas, a lo que contribuye el hecho de que casi el 50% de ciudadanos están convencidos de que el mundo, con todas las especies, se creó de golpe hace 10.000 años.
Las teorías de Darwin han ido completándose, y actualmente constituyen una parte indiscutible del cuerpo central de la biología moderna. Por esta razón, en términos científicos no caben alternativas a la teoría de Darwin. Carece de fundamento poner en el mismo plano el trabajo del gran científico y la entelequia creacionista del diseño inteligente. Un siglo y medio después de la publicación del libro de Darwin, podemos celebrar la formulación de una idea brillante y audaz que está en la base de la visión del mundo que nos ofrece la ciencia.