El culto a la Diosa Madre fue arrumbado por el Neolítico, las dioses machos, la propiedad de la tierra, la necesidad de su trasmisión al vástago. El predominio masculino en suma. Tuvo el Paleolítico mucha mayor igualdad de sexos, muy alejada de la tópica, falsa y recurrente imagen del cavernario arrastrando a la hembra de los pelos. El sometimiento tiene que ver mucho más con el Neolítico y las primeras sociedades agrarias y ganaderas. Los libros de Engels (El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado) o de Morgan (La sociedad primitiva) son esclarecedores.
El dominio masculino soterró el culto a la deidad máxima femenina. Pero este siguió latente y en la Hispania de fenicios y su herederos cartagineses, (Astarté) o Romanos los santuarios de la Diosa Madre pasaron a serlo de las nuevas deidades. Y de ahí al cristianismo donde la “Heredera” fue la Virgen María. Son relevantes que muchos lugrares hoy consagrados a la Vorgen fueron antaño lugares de culto a sus predecesoras. Covadonga, por ejemplo, bien puede tener ese origen y de hecho hubo un santuario dedicado a la Diosa Diana.
El culto a la Virgen María arraigó en España y en lo hispano de una manera tan profunda que es su seña de identidad más personal y notable. Quizas porque estaba en su íntimo y primigenio latido espiritual. Los españoles en Dios podemos creer o no y de esta o aquella manera, pero con la Virgen ,tótem de tribu, cada cual diferenciada y considerada valedora del un clan determinado, tienen lazos afectivos hasta los ateos. A la Virgen , en España, ni tocarla. Hasta guerras hemos hecho en tiempos por ello.
Resulta, además, que esa idea es la mejor de cuantas hemos exportado. No hay más que pasearse por Iberoamérica para comprobarlo. Guadalupe en México, la Caridad del Cobre en Cuba son dos ejemplos, y este último en verdad resplandeciente, de lo que afirmo.
Pero es que al margen de todo y Fe o no Fe aparte, el personaje tiene unos valores apreciables y maravillosos. Ante unos dioses monoteístas, un tanto vindicativos y terribles , la Virgen, la Madre, aparece como una imagen mucho más amable, mucho más benevolente, comprensiva, que ampara , que ofrece consuelo y no amenaza con castigo. Personalmente confieso que su idea me parece lo más hermoso de toda la religión católica.
Y estos días de primavera, de vuelta de la vida a la tierra, adquiere otro significado además. Ante el hijo muerto ella es la esperanza de una nueva vida, ella al pasar rodeada en su dolor de flores indica que hay resurrección y renacimiento porque está en ella misma, en la Madre. Las Diosas hispanas, las vírgenes del Mediterráneo salen en procesión en todos los pueblos de la vieja Iberia y saldrán como consagración de la primavera en esas romerías jubilosas como la del Rocio. Y para mi que siguen siendo las mismas. Aquella máxima deidad de nuestros remotos antecesores , aquellos que creían que todo estaba dotado de espíritu: los árboles, los ríos, los astros, los meteoros, los animales, la roca y la montaña. Todo tenía dignidad y alma y había que ser respetuoso con ella. Eran quienes se consideraban a sí mismos , hijos de la Tierra y nos sus amos. ¿Cómo se puede pretender poseer a la Madre? No nos vendría quizás nada mal recordar alguno de aquellos viejos principios.