Tumba simbólica de Mozart en Viena.
En el erudito artículo que ofrecemos en estas páginas, Omar López Mato expone las relaciones con la masonería del gran músico austríaco, así como la notable diversidad de teorías sobre las causas de su fallecimiento.
Por Dr. Omar López Mato, médico y escritoromarlopezmato@gmail.com
Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart nació en Salzburgo, Austria, el 27 de enero de 1756.
Su fama y sus increíbles capacidades musicales hicieron posible que el Papa Clemente XIV lo nombrara Caballero de la Espuela de Oro con tan sólo 14 años. A esa edad, la Academia Filarmónica de Bolonia, saltándose las normas que establecían los 20 años como mínimo para ser nombrado académico, lo admitía en su seno con la categoría de compositor.
El pequeño Mozart, de apenas metro y medio de estatura, alumbró una música que, seguramente junto a la de Bach, sea la más grande de todos los tiempos. No estuvo ajena a este milagro de prodigio la esmerada atención de su padre, el músico y compositor Leopold Mozart, quien puso orden a las frecuentes distracciones de su hijo, "Ustedes no saben lo que cuesta criar a un niño prodigio", solía lamentarse el pobre Leopold.
Algunos investigadores, que se han ocupado de estudiar su compleja personalidad, le han definido como "maníaco depresivo con rasgos paranoides". Otros señalan su compulsión a decir malas palabras. De las 371 cartas que se conservan del músico 40 de ellas presentan palabras impropias.
Los exabruptos verbales de Mozart eran bien conocidos entre sus amigos, por eso es que hoy se afirma que el compositor padecía un síndrome descripto por el Dr. Giles de la Tourette, discípulo del célebre Charcot, el cual consiste de una afección nerviosa caracterizada por "una discoordinación motriz, acompañada de ecolalia y coprolalia (es decir repetir palabras del interlocutor y abundar en lo que llamamos vulgarmente "malas palabras").
Mozart era un ser humano tocado por el ángel de la música y el demonio de las palabras.
Genio y locura andan próximos, y Mozart fue indudablemente genial con una vida cargada de luces y enigmáticas sombras.
Su pertenencia a la masonería está muy bien documentada. El 14 de diciembre de 1784, a los 28 años de edad, se inició como aprendiz en una pequeña logia vienesa llamada La Beneficencia. Para ese ritual iniciático compuso expresamente su cantata A ti, alma del Universo.
Su carrera masónica fue vertiginosa. A las pocas semanas, el 7 de enero de 1785, ascendió al grado de Compañero y lo hizo en la logia más importante de Viena, La Verdadera Concordia. El 22 de abril de ese mismo año era ya Maestro en la logia La Esperanza Coronada, para la cual escribió dos de sus composiciones masónicas más conocidas: La alegría masónica y Música fúnebre masónica.
La relación de Mozart con la masonería se inicia, en realidad, mucho antes de su ingreso formal en la logia Beneficencia. De hecho, su familia, desde el siglo XVII, estaba vinculada a la antigua masonería operativa, es decir, al hermético gremio de los constructores. En la Edad Media, los sabios albañiles que pusieron en pie las catedrales góticas organizaron su actividad en un gremio cerrado, cuidadosamente jerarquizado según la especialización de sus miembros.
Los albañiles eran llamados entonces masones, y dado que trabajaban la cantería con una piedra conocida como "piedra franca", se los llamaba logia. En ella impartían las enseñanzas de su Arte Real a los aprendices, cuidando que sus conocimientos se conservaran en el más absoluto secreto.
De ahí surgiría, en 1716, la llamada masonería especulativa. Pues bien, el tatarabuelo de Wolfgang, David Mozart, fue albañil y maestro de obra, al igual que su bisabuelo Franz.
Fruto de su temprana familiaridad con los principios del Gran Arquitecto, en 1767, cuando Mozart tenía 11 años, compuso un "lied" de inspiración masónica para la hija del doctor Joseph Wolff, que era masón y lo salvó de la viruela.
En 1772 musicalizó un texto ritual masónico titulado Oh, Santa Unión de Hermanos, y un año después lo hizo con una obra del masón Tobías Philipp von Gebler, con quien coincidiría posteriormente como compañero de logia en La Verdadera Concordia de Viena.
Conforme fue avanzando el siglo XVIII la presencia de nobles en la masonería especulativa se hizo cada vez más numerosa: Luis Felipe de Orleáns, primo del rey Luis XVI, fue Gran Maestre en Francia; en Inglaterra, ese cargo siempre fue desempeñado por un miembro de la nobleza desde 1721; Federico II de Prusia fue masón… se hablaba incluso de que varios cardenales del Vaticano eran masones, especialmente aquellos que pertenecían a la Compañía de Jesús.
En 1751 el Papa Benedicto XIV emitió una bula condenando las actividades masónicas. A pesar de ello, y de la feroz oposición con la que contaban en casi todos los estamentos políticos, económicos y sociales, numerosos católicos se iniciaron en las logias. Como masón Mozart no se libró de esas convulsiones políticas. De todas sus obras de inspiración masónica, la más famosa es sin duda La flauta mágica, nacida de una expresa intencionalidad política.
La ceremonia de coronación de Leopoldo II como rey de Bohemia se iba a celebrar en Praga el 6 de setiembre de 1791 y la compañía de ópera había encargado a Mozart una obra para los festejos oficiales. A la masonería le pareció la ocasión perfecta para que el maestro, además, compusiera algo especial que sirviera de propaganda para que la hermandad recuperara parte del prestigio perdido.
La propuesta fue planteada por el libretista masón Emmanuel Schikaneder, con la idea de escribir una ópera basada en el cuento infantil de Cristoff Martin Wieland titulado Lulú o La flauta mágica, que ensalzara los principios masónicos y la actividad idealista y positiva de sus miembros. Otros investigadores opinan que también ejercieron cierta influencia el Rey de Egipto de Von Greber y Sethos de Jean Terrason.
La Flauta Mágica está cargada de simbolismo masónico y el libreto tiene, además, una fácil interpretación en el contexto político de aquel momento:
Sarastro, un gran sacerdote supuestamente malvado, mantiene cautiva en su palacio a la princesa Pamina. Ésta es hija de la aparentemente bondadosa Reina de la Noche, que quiere rescatarla.
El príncipe Tamino se enamora de un retrato de la princesa y se compromete a salvarla de su raptor. Para ayudarle en la empresa, las Damas de la Noche le dan una flauta mágica, y a Papageno, un simple cazador de pájaros que le acompaña, un carillón de mágicas campanillas.
El final es feliz, como no podía ser de otra manera, pero con un sorprendente quiebre: la inicialmente bondadosa Reina de la Noche resulta ser la mala de la historia, y el presuntamente malvado Sarastro, es el bueno que ha raptado a Pamina para liberarla así de la nefasta influencia de su madre.
La interpretación en clave política de obra y personajes fue evidente: la malvada Reina de la Noche era María Teresa, la regente que reprimió con energía las actividades masónicas. El reino de la oscuridad no era otro que el de la Iglesia Católica.
Sarastro, el Gran Sacerdote del culto de Isis y Osiris, representaba a la masonería y a su Gran Maestro, enseñándole a la humanidad el buen camino y los dones de su secreta sabiduría.
También encarnaba globalmente a todos los emperadores que habían sido favorables a la actividad de las logias, como Francisco I y José II, cuyo ejemplo querían que siguiera el nuevo emperador Leopoldo. También hay, por supuesto, una lectura claramente masónica, ya que su objetivo era reivindicar la imagen de la organización.
La acción se desarrolla en el antiguo Egipto, y cabe señalar que la masonería de Viena seguía el rito llamado de Misraim, que hunde sus raíces en antiguos cultos y conocimientos de Egipto.
El decorado original estaba cargado de referencias en este sentido.
El templo de Sarastro aparecía flanqueado por esfinges y, escrita en una pirámide, figuraba la inscripción: "El que pase por este difícil camino será purificado por la tierra, el aire, el fuego y el agua", en clara referencia esotérica a los cuatro elementos.
También hay numerosas alusiones al número tres: Tres son las Damas de la Noche y tres los niños sabios; el príncipe Tamino tiene que superar tres pruebas y son tres los mundos que la obra refleja, el oscuro mundo de maldad de la Reina de la Noche (en la maravillosa aria que lleva su nombre y una de las de más difícil interpretación) el de Sarastro iluminado por la luz de la sabiduría, y el mundo de la humanidad ciega e ignorante representado por el simple Papageno.
La flauta mágica muestra el camino de iniciación que tiene que recorrer el hombre para salir de su ignorante ceguera y llegar a la luz que le permita contemplar la verdad. Ese es el camino que, en la obra, recorre el príncipe Tamino, superando pruebas y alcanzando un nivel superior de sabiduría que le permite ver lo que antes estaba oculto, es decir, la bondad de Sarastro y la maldad de la Reina de la Noche.
La pertenencia de Mozart a la masonería, el carácter esotérico de algunas de sus composiciones, su posible asesinato y la desaparición de su tumba, son algunos de los enigmas que rodean la figura del genial compositor.
En octubre del año 1791 Mozart comenzó a quejarse de fuertes dolores en las manos y en los pies. Sentía náuseas y se encontraba muy débil. Niemtschek, su gran amigo checo, dice que tomaba medicinas incesantemente y su aspecto no presagiaba nada bueno.
También se refiere Niemtschek a los temores de morir que le agobiaban y su sospecha (confesada un día en el Prater a su esposa Constanza) de estar siendo envenenado. Esta situación paranoica nos sugiere que el compositor atravesaba lo que se llama el período Pius, caracterizado por ideas delirantes de culpabilidad, obsesión y desconfianza.
Pese a todo, el 15 de noviembre de aquel año, él mismo dirigió la cantata Elogio de la amistad K.623 en la reunión de la logia masónica La Esperanza Nuevamente Coronada, a la cual pertenecía. El 19 de setiembre, mientras se encontraba en la taberna La Serpiente de Plata -lugar que solía frecuentar y donde celebraban sus exabruptos-, sufrió una indisposición y el dueño del local, un tal Deiner, debió llevarlo a su casa.
A pesar de no sentirse bien, el músico se abocó a terminar el Réquiem que le había sido encargado poco antes del nacimiento de su hijo el 26 de julio por un desconocido que rehusó identificarse. Preso de un estado paranoico, fruto del síndrome de Gilles de la Tourette, Mozart consideró este encargo como una premonición nefasta. No escribía un Réquiem, Mozart estaba escribiendo la música para su funeral.
El 4 de diciembre, Mozart recibió en casa a algunos amigos de la compañía teatral de Shikaneder, y les pidió desde el lecho que cantaran con él el Lachrymosa de esta obra que dejaría inconclusa. A poco de iniciarse el canto, prorrumpió en sollozos. Era su despedida de la música.
A la una de la madrugada del que ya era día 5 de diciembre, el mayor genio de la música dejaba de existir. El sepelio tuvo lugar el día 6; un entierro pobre, de tercera clase (unos amigos ricos, el conde Deym y Van Swieten sólo se limitaron a "dar" sus condolencias).
En la Catedral de San Esteban se depositó el modesto ataúd de pino, mientras Salieri dirigía la música fúnebre en la que interpretaron parte de su Réquiem (que terminó de componer su discípulo Franz Sussmayer). Llovía a la salida, y sólo algunos amigos fueron a calentarse y a recordarle a La Serpiente de Plata. El féretro fue llevado sin comitiva hasta el pequeño cementerio de St. Marx, extramuros.
Allí el cadáver de Mozart fue inhumado sin féretro en una fosa común, con capacidad para albergar 16 cadáveres. En la víspera de su muerte, su cuñada Sofía Haibel, al verle tan mal, decidió quedarse a ayudar a su hermana Constanza en los cuidados al enfermo. Mozart, que siempre sintió gran simpatía por ella, le dijo: "Mi querida Sofía, qué bien has hecho en venir. Quédate aquí esta noche. Tienes que verme morir".
Sin embargo, ni Sofía ni Constanza estuvieron presentes en el entierro, porque no era costumbre que las mujeres asistieran a los funerales.
¿Cómo pudo llegarse a esta situación? Es muy extraño que se perdiera el rastro de la envoltura mortal de un genio, reconocido en toda Europa como niño prodigio, mimado por princesas y emperadores.
¿Cabe en cabeza humana que quien llenaba un teatro de Viena a diario en el momento de morir, homenajeado con frecuencia en la Sociedad de Amigos de la Música, autor de tantas partituras populares, compositor de la corte imperial, operista impar y recientísimo mandatario de la obra de mayor envergadura y responsabilidad para celebrar las fiestas de la Coronación en Praga, segunda ciudad del Imperio Austro Húngaro, pudiera ser enterrado como un perro, en un miserable camposanto de arrabal?
Son muchas las conjeturas que se han hecho sobre la muerte de Mozart. Todo empezó cuando, como dijimos antes, un personaje (que se negó a dar su nombre) se presentó para pedirle que compusiera un réquiem a cambio de una importante suma de dinero.
Esa manera, secreta y anónima, de encargar una obra, no era normal, pero dados los apuros económicos por los que atravesaba, Mozart aceptó y, una vez terminada la cantata masónica Anunciad alto nuestra alegría, su última obra completa, se dedicó de lleno a la nueva composición.
Al parecer este sombrío mensajero había sido enviado por el conde Von Walsegg, cuya esposa había fallecido ese año.
El hecho de que Mozart fuera famoso hace pensar en una muerte extraordinaria, pero los datos muestran que falleció por una causa muy común en la Europa del siglo XVIII, el genio murió de fiebre reumática, aunque desde que falleció hasta ahora se han propuesto como causas sendas enfermedades del hígado y el riñón, fiebre tifoidea e incluso se sabe que Alexander Pushkin, en su breve diálogo Mozart y Salieri (1830) sacó jugo a la incógnita con el propósito de escribir un tratadito sobre la envidia, para lo que no dudó en llenar de oprobio al bueno de Antonio Salieri por los siglos de los siglos.
A éste le siguió Rimsky-Korsakov con una ópera ad-hoc, y luego llegó Milos Forman, formando el batiburrillo delirante que es Amadeus. El mismo Salieri, que murió preso de una demencia senil, perpetuó el mito, confesando ser el asesino de Mozart cuando su cerebro ya casi no albergaba neuronas sanas.
"No hay evidencia histórica de que asesinaran a Mozart", dice Neal Zastaw, profesor de la Universidad de Cornell y uno de los mayores expertos en la vida y la obra del compositor.
"Mozart se mantuvo muy activo hasta que cayó definitivamente enfermo", añade.
Según los testimonios de la época, la enfermedad de Mozart con fiebre alta, dolor de cabeza, erupciones cutáneas, dolor e hinchazón en brazos y piernas, fue repentina. El compositor seguía estando lúcido, pero intranquilo, de mal humor. Se sabe, por ejemplo, que el canto de su querido canario empezó a causarle irritación.
En la segunda semana de enfermedad, Mozart sufrió vómitos y diarreas. Su cuerpo llegó a estar tan hinchado que no podía ponerse la ropa y necesitaba ayuda para levantarse de la cama. Finalmente, empezó a delirar, entró en coma y murió.
Muchas teorías se han aventurado sobre la causa de su muerte. Una de las últimas afirma que Wolfgang Amadeus Mozart murió por comer una chuleta de cerdo. En sus últimos días mostró síntomas de una enfermedad causada por la ingestión de carne de porcino infectada por una lombriz y mal cocinada, según el doctor Jan V. Hirschmann del Centro Médico del Sonido Puget en Seattle.
Hirschmann destaca una carta que Mozart le escribió a su esposa 44 días antes de enfermarse. "¿A qué huele?... ¡chuletas de cerdo! ¡Qué gusto!: me las como a tu salud", escribió el compositor.
Años más tarde de la muerte del compositor y a este mismo respecto el propio hijo de Mozart, Karl Thomas nos da una pista, la cual también podría indicarnos que la triquinosis fue la enfermedad causante de la muerte del músico: "En mi opinión, es especialmente significativo el hecho de que unos días antes de morir (mi padre), se le hinchó tanto el cuerpo que el paciente era incapaz de hacer el más mínimo movimiento. Por otra parte, había un hedor que significaba una degeneración interna y tras la muerte, aumentó hasta tal punto que resultó imposible hacer una autopsia".
Otras de las teorías que tienen mayores visos de credibilidad decía así: Magdalena Pokorny, hija de Gotthjard Pokorny, kappelmeister de la iglesia de San Pedro en la ciudad de Bruenn, Bohemia, y casada con Franz Hofdemel, funcionario de la monarquía austriaca, se fue a vivir a Viena, donde comenzó a tomar clases de piano con Mozart.
Cuentan que entre maestro y discípula nació una apasionada relación amorosa, que desató los celos de Hofdemel, fuertemente endeudado con Mozart, quien decidió darle una lección al músico, con una paliza que culminó con su muerte por conmoción cerebral.
Al día siguiente del entierro de Mozart, Hofdemel intentó matar a Magdalena; no lo logró, pero la mujer quedó desfigurada para el resto de su vida por las heridas de cuchillo que le infirió en el cuello y en la cara.
Franz se quitó luego la vida, supuestamente por imposición de la logia masónica Esperanza Coronada, que integraba junto con Mozart y que no deseaba las consecuencias públicas de tal escándalo. Magdalena, ya madre de Therese, producto de su matrimonio con Hofdemel, esperaba un hijo de Mozart que nació y fue bautizado como Johann Franz y vivió sólo hasta los 12 años.
La más difundida de las versiones como ya comentamos inculpó al compositor Antonio Salieri (1750-1825). Según ésta Salieri envidiaba el genio del salzburgués y veía en él un peligroso competidor.
Esta hipótesis es la más claramente errónea, pero surgió de boca del propio compositor italiano cuando, poco antes de morir, más de treinta años después de la muerte de Mozart, y perdido el juicio, gritaba haber sido el causante de envenenar a Mozart, su rival artístico. Mientras estuvo cuerdo, jamás dijo Salieri que le había envenenado.
Es más, en una entrevista con su alumno Moscheles en 1823, desmintió rotundamente ese rumor que circulaba ya por Viena y que, en 1830, lanzaría al mundo el poeta ruso Alexander Pushkin en su drama Mozart y Salieri, años después convertido en ópera por Rimsky-Korsakov.
Mas los partidarios de esta hipótesis tienen grandes dificultades a la hora de explicar los motivos que pudieron impulsar al maestro de Legnano a cometer tal asesinato.
Porque Salieri triunfó totalmente en Viena como autor de óperas. Su reputación era tal que impartió sus enseñanzas a gente como Hummel, Moscheles, Schubert, el pequeño Liszt sobre todo a Beethoven. Y al mismo hijo de Mozart. Era maestro de capilla de la Corte imperial y fundador de la Gesellchaft der Musikfreunde.
La influencia de Salieri en la vida musical vienesa fue enorme y Mozart no escapó a ella. Sus óperas subieron a los mejores escenarios de Europa, desde Lisboa a Moscú y en París se le reconoció como el verdadero sucesor del caballero Gluck. Por otra parte, Salieri se dedicó, sobre todo, a la ópera y nunca se atrevió a competir con Mozart en el terreno de la música instrumental. Apenas la cultivó.
Es más, admiraba sin límites al genio de Salzburgo y tenía las mejores razones para hacerlo, pues dirigió su música en diversas ocasiones. Por ejemplo, en 1791, la Sociedad de Amigos de la Música abrió su temporada de conciertos de Cuaresma con una sinfonía de Mozart, probablemente la núm. 40 en sol menor, y Salieri estaba al frente de la orquesta con más de 60 músicos. Del estudio de esa música sublime sólo podía nacer una admiración sin límites.
Sólo tuvieron algún roce profesional a lo largo de los años, como el que se produjo en una representación de Il curioso indiscreto de Pasquale Anfossi (julio de 1783). Mozart había escrito dos arias de intercalar para Aloysa Lange (su cuñada) y un rondó para el tenor Adamberger.
Ello molestó al superintendente de los teatros imperiales, conde Rosenberg y a Salieri, hasta el punto de aconsejar a Adamberger durante uno de los ensayos, que no cantase el rondó que Mozart le estaba escribiendo.
En fin, una cuestión menor que no justifica un acto tan miserable como el de privar de la vida a alguien por envidia profesional. Y menos cometida por una persona tan bondadosa y apacible como Salieri. El único rival que tanto Mozart como Salieri tuvieron en Viena a mediados de la década 1781-1790 fue el español Vicente Martín y Soler. Pero esa es otra historia sobre la que hay muchos documentos que revisar.
Varios investigadores abundan en los síntomas de su falsedad, como la decisión del emperador austriaco de enterrar apresuradamente a Mozart en una fosa común, justamente para evitar el escándalo que hubiera causado el conocimiento de los hechos por parte de la sociedad, o sea la muerte por homicidio. Para ellos no se pueden negar las responsabilidades de la masonería, que tenía también mucho interés en evitar un escándalo.
Quienes están convencidos del envenenamiento de Mozart han llegado a sospechar de su discípulo Franz Xaver Süssmayr, el cual le había ayudado en la composición de los recitativos de La clemenza di Tito y a quien Constanza encomendó la terminación del Réquiem.
Se ha pensado que Franz Xaver Süssmayr llegó a ser el amante de Constanza y que estaba con ella en Baden durante el verano de 1791, mientras Mozart, ya enfermo, trabajaba febrilmente en su domicilio vienés de la Rauhensteingasse.
Constanza estaba entonces embarazada de ocho meses. El niño, nacido el 26 de julio de 1791, para los defensores de esta hipótesis era en realidad hijo de Süssmayr. Por eso, dicen, se le llamó Franz Xaver. Fue un músico notable, merecedor de mayor atención, pero es descabellado pensar que era hijo de aquél.
También se rumoreó que Mozart fue asesinado por los francmasones y no únicamente por haber revelado aspectos del ritual de las logias, a través de la ópera La flauta mágica.
La hermandad masónica creyó conveniente eliminarle porque era peligroso tener allí a quien era un claro germano, charlatán y famoso (su padre era un conocido violinista y compositor alemán, de Ausburgo), ya que la mayor parte de los masones pertenecían a sectas católicas o judías, enemigas de todo lo alemán.
No faltó quien dijera que Mozart fue asesinado por la policía imperial de Leopoldo II, a causa de su adscripción a la masonería. Su creciente éxito en un teatro popular y obrero como era el Auf der Wieden hacía temer que, inclinado abiertamente a las ideas revolucionarias, llegase a ser un peligro para la estabilidad del absolutismo austrohúngaro.
Según las opiniones más autorizadas y menos conspirativas, Mozart habría muerto de un ataque de reumatismo agudo, que le provocó fiebres altísimas, erupciones cutáneas, sudores, fuerte dolor de cabeza, hinchazón en las extremidades...; una muerte natural en suma, pero que, por sus características (el cadáver quedó muy desfigurado) obligó a enterrarle deprisa y corriendo.
El Mozarteum hoy día adhiere a la idea de una complicación cardiológica secundaria a la fiebre reumática, aunque se creía que la causa podría haber sido una inflamación del riñón (glomerulonefritis) también secundaria a la fiebre reumática. Sería esta y no la otra la causa de muerte del genio de Salabanza.
Si muchos fueron los misterios que envolvieron la vida del genio, muchos más fueron aquéllos que rodearon el destino de sus restos mortales.
Como hemos visto mucho se ha especulado sobre su entierro en una fosa común. Si bien alguno ve una actitud sospechosa e indigna, la realidad puede ser mucho más simple: aún regían en Viena las leyes del emperador José II (muerto un año antes) que regulaba los entierros en su reinado.
Para evitar gastos superfluos de tela y madera en ataúdes, había dictaminado que estos fuesen reutilizables y todo el mundo, salvo algunas ricas eminencias o personas de la alta nobleza, era amontonado en una fosa común sin lápidas ni recordatorios.
Ese fue el destino de Mozart. Lo cierto es que salvo el enterrador nadie podría individualizar el cadáver, una vez que todos somos equiparados por el democrático proceso de la putrefacción.
Uno de ellos, llamado Joseph Rothmayer sí recordaba el lugar donde había sido colocado el compositor. Cuando diez años después el cementerio sufrió una reorganización (eufemismo para disponer de los huesos antiguos y recuperar espacio), Rothmayer conservó el cráneo de Mozart. ¿Era o no era la cabeza de Mozart? Nadie lo puede saber. Sólo debemos desear que Rothmayer no se haya equivocado.
El cráneo quedó como un curioso souvenir entre los enterradores, hasta que uno de ellos lo cedió a Joseph Radschopf, prominente anatomista vienés y un entusiasta frenólogo que debe haberse sentido muy complacido por contar con tal interesante elemento para completar sus estudios sobre los secretos de la mente develados por los accidentes óseos del cráneo.
Sin embargo donó la supuesta cabeza del genio al Mozarteum de Salzburgo, ciudad natal del músico, donde permanece a la fecha (sin la mandíbula, que Dios sabrá dónde se encuentra).
El examen del cráneo (si es que realmente perteneció a Mozart) demuestra que tenía una fractura no soldada al momento de la muerte y un hematoma subdural. Al parecer no fue esta la causa de muerte, sino una consecuencia de las múltiples sangrías de las que fue objeto por parte de los médicos.
No sería extraño que una de estas bruscas hipotensiones haya favorecido la acumulación de sangre entre el cráneo y el cerebro (hematoma subdural). Lo último que nos falta escuchar es que la envidia de Salieri haya empujado a este a utilizar un medio menos sutil que el envenenamiento y rompiéndole la cabeza a su competidor al dar rienda suelta a su furia. Dejemos a Mozart y a Salieri en paz.
Su fama y sus increíbles capacidades musicales hicieron posible que el Papa Clemente XIV lo nombrara Caballero de la Espuela de Oro con tan sólo 14 años. A esa edad, la Academia Filarmónica de Bolonia, saltándose las normas que establecían los 20 años como mínimo para ser nombrado académico, lo admitía en su seno con la categoría de compositor.
El pequeño Mozart, de apenas metro y medio de estatura, alumbró una música que, seguramente junto a la de Bach, sea la más grande de todos los tiempos. No estuvo ajena a este milagro de prodigio la esmerada atención de su padre, el músico y compositor Leopold Mozart, quien puso orden a las frecuentes distracciones de su hijo, "Ustedes no saben lo que cuesta criar a un niño prodigio", solía lamentarse el pobre Leopold.
Algunos investigadores, que se han ocupado de estudiar su compleja personalidad, le han definido como "maníaco depresivo con rasgos paranoides". Otros señalan su compulsión a decir malas palabras. De las 371 cartas que se conservan del músico 40 de ellas presentan palabras impropias.
Los exabruptos verbales de Mozart eran bien conocidos entre sus amigos, por eso es que hoy se afirma que el compositor padecía un síndrome descripto por el Dr. Giles de la Tourette, discípulo del célebre Charcot, el cual consiste de una afección nerviosa caracterizada por "una discoordinación motriz, acompañada de ecolalia y coprolalia (es decir repetir palabras del interlocutor y abundar en lo que llamamos vulgarmente "malas palabras").
Mozart era un ser humano tocado por el ángel de la música y el demonio de las palabras.
Genio y locura andan próximos, y Mozart fue indudablemente genial con una vida cargada de luces y enigmáticas sombras.
Su pertenencia a la masonería está muy bien documentada. El 14 de diciembre de 1784, a los 28 años de edad, se inició como aprendiz en una pequeña logia vienesa llamada La Beneficencia. Para ese ritual iniciático compuso expresamente su cantata A ti, alma del Universo.
Su carrera masónica fue vertiginosa. A las pocas semanas, el 7 de enero de 1785, ascendió al grado de Compañero y lo hizo en la logia más importante de Viena, La Verdadera Concordia. El 22 de abril de ese mismo año era ya Maestro en la logia La Esperanza Coronada, para la cual escribió dos de sus composiciones masónicas más conocidas: La alegría masónica y Música fúnebre masónica.
La relación de Mozart con la masonería se inicia, en realidad, mucho antes de su ingreso formal en la logia Beneficencia. De hecho, su familia, desde el siglo XVII, estaba vinculada a la antigua masonería operativa, es decir, al hermético gremio de los constructores. En la Edad Media, los sabios albañiles que pusieron en pie las catedrales góticas organizaron su actividad en un gremio cerrado, cuidadosamente jerarquizado según la especialización de sus miembros.
Los albañiles eran llamados entonces masones, y dado que trabajaban la cantería con una piedra conocida como "piedra franca", se los llamaba logia. En ella impartían las enseñanzas de su Arte Real a los aprendices, cuidando que sus conocimientos se conservaran en el más absoluto secreto.
De ahí surgiría, en 1716, la llamada masonería especulativa. Pues bien, el tatarabuelo de Wolfgang, David Mozart, fue albañil y maestro de obra, al igual que su bisabuelo Franz.
Fruto de su temprana familiaridad con los principios del Gran Arquitecto, en 1767, cuando Mozart tenía 11 años, compuso un "lied" de inspiración masónica para la hija del doctor Joseph Wolff, que era masón y lo salvó de la viruela.
En 1772 musicalizó un texto ritual masónico titulado Oh, Santa Unión de Hermanos, y un año después lo hizo con una obra del masón Tobías Philipp von Gebler, con quien coincidiría posteriormente como compañero de logia en La Verdadera Concordia de Viena.
Conforme fue avanzando el siglo XVIII la presencia de nobles en la masonería especulativa se hizo cada vez más numerosa: Luis Felipe de Orleáns, primo del rey Luis XVI, fue Gran Maestre en Francia; en Inglaterra, ese cargo siempre fue desempeñado por un miembro de la nobleza desde 1721; Federico II de Prusia fue masón… se hablaba incluso de que varios cardenales del Vaticano eran masones, especialmente aquellos que pertenecían a la Compañía de Jesús.
En 1751 el Papa Benedicto XIV emitió una bula condenando las actividades masónicas. A pesar de ello, y de la feroz oposición con la que contaban en casi todos los estamentos políticos, económicos y sociales, numerosos católicos se iniciaron en las logias. Como masón Mozart no se libró de esas convulsiones políticas. De todas sus obras de inspiración masónica, la más famosa es sin duda La flauta mágica, nacida de una expresa intencionalidad política.
La ceremonia de coronación de Leopoldo II como rey de Bohemia se iba a celebrar en Praga el 6 de setiembre de 1791 y la compañía de ópera había encargado a Mozart una obra para los festejos oficiales. A la masonería le pareció la ocasión perfecta para que el maestro, además, compusiera algo especial que sirviera de propaganda para que la hermandad recuperara parte del prestigio perdido.
La propuesta fue planteada por el libretista masón Emmanuel Schikaneder, con la idea de escribir una ópera basada en el cuento infantil de Cristoff Martin Wieland titulado Lulú o La flauta mágica, que ensalzara los principios masónicos y la actividad idealista y positiva de sus miembros. Otros investigadores opinan que también ejercieron cierta influencia el Rey de Egipto de Von Greber y Sethos de Jean Terrason.
La Flauta Mágica está cargada de simbolismo masónico y el libreto tiene, además, una fácil interpretación en el contexto político de aquel momento:
Sarastro, un gran sacerdote supuestamente malvado, mantiene cautiva en su palacio a la princesa Pamina. Ésta es hija de la aparentemente bondadosa Reina de la Noche, que quiere rescatarla.
El príncipe Tamino se enamora de un retrato de la princesa y se compromete a salvarla de su raptor. Para ayudarle en la empresa, las Damas de la Noche le dan una flauta mágica, y a Papageno, un simple cazador de pájaros que le acompaña, un carillón de mágicas campanillas.
El final es feliz, como no podía ser de otra manera, pero con un sorprendente quiebre: la inicialmente bondadosa Reina de la Noche resulta ser la mala de la historia, y el presuntamente malvado Sarastro, es el bueno que ha raptado a Pamina para liberarla así de la nefasta influencia de su madre.
La interpretación en clave política de obra y personajes fue evidente: la malvada Reina de la Noche era María Teresa, la regente que reprimió con energía las actividades masónicas. El reino de la oscuridad no era otro que el de la Iglesia Católica.
Sarastro, el Gran Sacerdote del culto de Isis y Osiris, representaba a la masonería y a su Gran Maestro, enseñándole a la humanidad el buen camino y los dones de su secreta sabiduría.
También encarnaba globalmente a todos los emperadores que habían sido favorables a la actividad de las logias, como Francisco I y José II, cuyo ejemplo querían que siguiera el nuevo emperador Leopoldo. También hay, por supuesto, una lectura claramente masónica, ya que su objetivo era reivindicar la imagen de la organización.
La acción se desarrolla en el antiguo Egipto, y cabe señalar que la masonería de Viena seguía el rito llamado de Misraim, que hunde sus raíces en antiguos cultos y conocimientos de Egipto.
El decorado original estaba cargado de referencias en este sentido.
El templo de Sarastro aparecía flanqueado por esfinges y, escrita en una pirámide, figuraba la inscripción: "El que pase por este difícil camino será purificado por la tierra, el aire, el fuego y el agua", en clara referencia esotérica a los cuatro elementos.
También hay numerosas alusiones al número tres: Tres son las Damas de la Noche y tres los niños sabios; el príncipe Tamino tiene que superar tres pruebas y son tres los mundos que la obra refleja, el oscuro mundo de maldad de la Reina de la Noche (en la maravillosa aria que lleva su nombre y una de las de más difícil interpretación) el de Sarastro iluminado por la luz de la sabiduría, y el mundo de la humanidad ciega e ignorante representado por el simple Papageno.
La flauta mágica muestra el camino de iniciación que tiene que recorrer el hombre para salir de su ignorante ceguera y llegar a la luz que le permita contemplar la verdad. Ese es el camino que, en la obra, recorre el príncipe Tamino, superando pruebas y alcanzando un nivel superior de sabiduría que le permite ver lo que antes estaba oculto, es decir, la bondad de Sarastro y la maldad de la Reina de la Noche.
La pertenencia de Mozart a la masonería, el carácter esotérico de algunas de sus composiciones, su posible asesinato y la desaparición de su tumba, son algunos de los enigmas que rodean la figura del genial compositor.
En octubre del año 1791 Mozart comenzó a quejarse de fuertes dolores en las manos y en los pies. Sentía náuseas y se encontraba muy débil. Niemtschek, su gran amigo checo, dice que tomaba medicinas incesantemente y su aspecto no presagiaba nada bueno.
También se refiere Niemtschek a los temores de morir que le agobiaban y su sospecha (confesada un día en el Prater a su esposa Constanza) de estar siendo envenenado. Esta situación paranoica nos sugiere que el compositor atravesaba lo que se llama el período Pius, caracterizado por ideas delirantes de culpabilidad, obsesión y desconfianza.
Pese a todo, el 15 de noviembre de aquel año, él mismo dirigió la cantata Elogio de la amistad K.623 en la reunión de la logia masónica La Esperanza Nuevamente Coronada, a la cual pertenecía. El 19 de setiembre, mientras se encontraba en la taberna La Serpiente de Plata -lugar que solía frecuentar y donde celebraban sus exabruptos-, sufrió una indisposición y el dueño del local, un tal Deiner, debió llevarlo a su casa.
A pesar de no sentirse bien, el músico se abocó a terminar el Réquiem que le había sido encargado poco antes del nacimiento de su hijo el 26 de julio por un desconocido que rehusó identificarse. Preso de un estado paranoico, fruto del síndrome de Gilles de la Tourette, Mozart consideró este encargo como una premonición nefasta. No escribía un Réquiem, Mozart estaba escribiendo la música para su funeral.
El 4 de diciembre, Mozart recibió en casa a algunos amigos de la compañía teatral de Shikaneder, y les pidió desde el lecho que cantaran con él el Lachrymosa de esta obra que dejaría inconclusa. A poco de iniciarse el canto, prorrumpió en sollozos. Era su despedida de la música.
A la una de la madrugada del que ya era día 5 de diciembre, el mayor genio de la música dejaba de existir. El sepelio tuvo lugar el día 6; un entierro pobre, de tercera clase (unos amigos ricos, el conde Deym y Van Swieten sólo se limitaron a "dar" sus condolencias).
En la Catedral de San Esteban se depositó el modesto ataúd de pino, mientras Salieri dirigía la música fúnebre en la que interpretaron parte de su Réquiem (que terminó de componer su discípulo Franz Sussmayer). Llovía a la salida, y sólo algunos amigos fueron a calentarse y a recordarle a La Serpiente de Plata. El féretro fue llevado sin comitiva hasta el pequeño cementerio de St. Marx, extramuros.
Allí el cadáver de Mozart fue inhumado sin féretro en una fosa común, con capacidad para albergar 16 cadáveres. En la víspera de su muerte, su cuñada Sofía Haibel, al verle tan mal, decidió quedarse a ayudar a su hermana Constanza en los cuidados al enfermo. Mozart, que siempre sintió gran simpatía por ella, le dijo: "Mi querida Sofía, qué bien has hecho en venir. Quédate aquí esta noche. Tienes que verme morir".
Sin embargo, ni Sofía ni Constanza estuvieron presentes en el entierro, porque no era costumbre que las mujeres asistieran a los funerales.
¿Cómo pudo llegarse a esta situación? Es muy extraño que se perdiera el rastro de la envoltura mortal de un genio, reconocido en toda Europa como niño prodigio, mimado por princesas y emperadores.
¿Cabe en cabeza humana que quien llenaba un teatro de Viena a diario en el momento de morir, homenajeado con frecuencia en la Sociedad de Amigos de la Música, autor de tantas partituras populares, compositor de la corte imperial, operista impar y recientísimo mandatario de la obra de mayor envergadura y responsabilidad para celebrar las fiestas de la Coronación en Praga, segunda ciudad del Imperio Austro Húngaro, pudiera ser enterrado como un perro, en un miserable camposanto de arrabal?
Son muchas las conjeturas que se han hecho sobre la muerte de Mozart. Todo empezó cuando, como dijimos antes, un personaje (que se negó a dar su nombre) se presentó para pedirle que compusiera un réquiem a cambio de una importante suma de dinero.
Esa manera, secreta y anónima, de encargar una obra, no era normal, pero dados los apuros económicos por los que atravesaba, Mozart aceptó y, una vez terminada la cantata masónica Anunciad alto nuestra alegría, su última obra completa, se dedicó de lleno a la nueva composición.
Al parecer este sombrío mensajero había sido enviado por el conde Von Walsegg, cuya esposa había fallecido ese año.
El hecho de que Mozart fuera famoso hace pensar en una muerte extraordinaria, pero los datos muestran que falleció por una causa muy común en la Europa del siglo XVIII, el genio murió de fiebre reumática, aunque desde que falleció hasta ahora se han propuesto como causas sendas enfermedades del hígado y el riñón, fiebre tifoidea e incluso se sabe que Alexander Pushkin, en su breve diálogo Mozart y Salieri (1830) sacó jugo a la incógnita con el propósito de escribir un tratadito sobre la envidia, para lo que no dudó en llenar de oprobio al bueno de Antonio Salieri por los siglos de los siglos.
A éste le siguió Rimsky-Korsakov con una ópera ad-hoc, y luego llegó Milos Forman, formando el batiburrillo delirante que es Amadeus. El mismo Salieri, que murió preso de una demencia senil, perpetuó el mito, confesando ser el asesino de Mozart cuando su cerebro ya casi no albergaba neuronas sanas.
"No hay evidencia histórica de que asesinaran a Mozart", dice Neal Zastaw, profesor de la Universidad de Cornell y uno de los mayores expertos en la vida y la obra del compositor.
"Mozart se mantuvo muy activo hasta que cayó definitivamente enfermo", añade.
Según los testimonios de la época, la enfermedad de Mozart con fiebre alta, dolor de cabeza, erupciones cutáneas, dolor e hinchazón en brazos y piernas, fue repentina. El compositor seguía estando lúcido, pero intranquilo, de mal humor. Se sabe, por ejemplo, que el canto de su querido canario empezó a causarle irritación.
En la segunda semana de enfermedad, Mozart sufrió vómitos y diarreas. Su cuerpo llegó a estar tan hinchado que no podía ponerse la ropa y necesitaba ayuda para levantarse de la cama. Finalmente, empezó a delirar, entró en coma y murió.
Muchas teorías se han aventurado sobre la causa de su muerte. Una de las últimas afirma que Wolfgang Amadeus Mozart murió por comer una chuleta de cerdo. En sus últimos días mostró síntomas de una enfermedad causada por la ingestión de carne de porcino infectada por una lombriz y mal cocinada, según el doctor Jan V. Hirschmann del Centro Médico del Sonido Puget en Seattle.
Hirschmann destaca una carta que Mozart le escribió a su esposa 44 días antes de enfermarse. "¿A qué huele?... ¡chuletas de cerdo! ¡Qué gusto!: me las como a tu salud", escribió el compositor.
Años más tarde de la muerte del compositor y a este mismo respecto el propio hijo de Mozart, Karl Thomas nos da una pista, la cual también podría indicarnos que la triquinosis fue la enfermedad causante de la muerte del músico: "En mi opinión, es especialmente significativo el hecho de que unos días antes de morir (mi padre), se le hinchó tanto el cuerpo que el paciente era incapaz de hacer el más mínimo movimiento. Por otra parte, había un hedor que significaba una degeneración interna y tras la muerte, aumentó hasta tal punto que resultó imposible hacer una autopsia".
Otras de las teorías que tienen mayores visos de credibilidad decía así: Magdalena Pokorny, hija de Gotthjard Pokorny, kappelmeister de la iglesia de San Pedro en la ciudad de Bruenn, Bohemia, y casada con Franz Hofdemel, funcionario de la monarquía austriaca, se fue a vivir a Viena, donde comenzó a tomar clases de piano con Mozart.
Cuentan que entre maestro y discípula nació una apasionada relación amorosa, que desató los celos de Hofdemel, fuertemente endeudado con Mozart, quien decidió darle una lección al músico, con una paliza que culminó con su muerte por conmoción cerebral.
Al día siguiente del entierro de Mozart, Hofdemel intentó matar a Magdalena; no lo logró, pero la mujer quedó desfigurada para el resto de su vida por las heridas de cuchillo que le infirió en el cuello y en la cara.
Franz se quitó luego la vida, supuestamente por imposición de la logia masónica Esperanza Coronada, que integraba junto con Mozart y que no deseaba las consecuencias públicas de tal escándalo. Magdalena, ya madre de Therese, producto de su matrimonio con Hofdemel, esperaba un hijo de Mozart que nació y fue bautizado como Johann Franz y vivió sólo hasta los 12 años.
La más difundida de las versiones como ya comentamos inculpó al compositor Antonio Salieri (1750-1825). Según ésta Salieri envidiaba el genio del salzburgués y veía en él un peligroso competidor.
Esta hipótesis es la más claramente errónea, pero surgió de boca del propio compositor italiano cuando, poco antes de morir, más de treinta años después de la muerte de Mozart, y perdido el juicio, gritaba haber sido el causante de envenenar a Mozart, su rival artístico. Mientras estuvo cuerdo, jamás dijo Salieri que le había envenenado.
Es más, en una entrevista con su alumno Moscheles en 1823, desmintió rotundamente ese rumor que circulaba ya por Viena y que, en 1830, lanzaría al mundo el poeta ruso Alexander Pushkin en su drama Mozart y Salieri, años después convertido en ópera por Rimsky-Korsakov.
Mas los partidarios de esta hipótesis tienen grandes dificultades a la hora de explicar los motivos que pudieron impulsar al maestro de Legnano a cometer tal asesinato.
Porque Salieri triunfó totalmente en Viena como autor de óperas. Su reputación era tal que impartió sus enseñanzas a gente como Hummel, Moscheles, Schubert, el pequeño Liszt sobre todo a Beethoven. Y al mismo hijo de Mozart. Era maestro de capilla de la Corte imperial y fundador de la Gesellchaft der Musikfreunde.
La influencia de Salieri en la vida musical vienesa fue enorme y Mozart no escapó a ella. Sus óperas subieron a los mejores escenarios de Europa, desde Lisboa a Moscú y en París se le reconoció como el verdadero sucesor del caballero Gluck. Por otra parte, Salieri se dedicó, sobre todo, a la ópera y nunca se atrevió a competir con Mozart en el terreno de la música instrumental. Apenas la cultivó.
Es más, admiraba sin límites al genio de Salzburgo y tenía las mejores razones para hacerlo, pues dirigió su música en diversas ocasiones. Por ejemplo, en 1791, la Sociedad de Amigos de la Música abrió su temporada de conciertos de Cuaresma con una sinfonía de Mozart, probablemente la núm. 40 en sol menor, y Salieri estaba al frente de la orquesta con más de 60 músicos. Del estudio de esa música sublime sólo podía nacer una admiración sin límites.
Sólo tuvieron algún roce profesional a lo largo de los años, como el que se produjo en una representación de Il curioso indiscreto de Pasquale Anfossi (julio de 1783). Mozart había escrito dos arias de intercalar para Aloysa Lange (su cuñada) y un rondó para el tenor Adamberger.
Ello molestó al superintendente de los teatros imperiales, conde Rosenberg y a Salieri, hasta el punto de aconsejar a Adamberger durante uno de los ensayos, que no cantase el rondó que Mozart le estaba escribiendo.
En fin, una cuestión menor que no justifica un acto tan miserable como el de privar de la vida a alguien por envidia profesional. Y menos cometida por una persona tan bondadosa y apacible como Salieri. El único rival que tanto Mozart como Salieri tuvieron en Viena a mediados de la década 1781-1790 fue el español Vicente Martín y Soler. Pero esa es otra historia sobre la que hay muchos documentos que revisar.
Varios investigadores abundan en los síntomas de su falsedad, como la decisión del emperador austriaco de enterrar apresuradamente a Mozart en una fosa común, justamente para evitar el escándalo que hubiera causado el conocimiento de los hechos por parte de la sociedad, o sea la muerte por homicidio. Para ellos no se pueden negar las responsabilidades de la masonería, que tenía también mucho interés en evitar un escándalo.
Quienes están convencidos del envenenamiento de Mozart han llegado a sospechar de su discípulo Franz Xaver Süssmayr, el cual le había ayudado en la composición de los recitativos de La clemenza di Tito y a quien Constanza encomendó la terminación del Réquiem.
Se ha pensado que Franz Xaver Süssmayr llegó a ser el amante de Constanza y que estaba con ella en Baden durante el verano de 1791, mientras Mozart, ya enfermo, trabajaba febrilmente en su domicilio vienés de la Rauhensteingasse.
Constanza estaba entonces embarazada de ocho meses. El niño, nacido el 26 de julio de 1791, para los defensores de esta hipótesis era en realidad hijo de Süssmayr. Por eso, dicen, se le llamó Franz Xaver. Fue un músico notable, merecedor de mayor atención, pero es descabellado pensar que era hijo de aquél.
También se rumoreó que Mozart fue asesinado por los francmasones y no únicamente por haber revelado aspectos del ritual de las logias, a través de la ópera La flauta mágica.
La hermandad masónica creyó conveniente eliminarle porque era peligroso tener allí a quien era un claro germano, charlatán y famoso (su padre era un conocido violinista y compositor alemán, de Ausburgo), ya que la mayor parte de los masones pertenecían a sectas católicas o judías, enemigas de todo lo alemán.
No faltó quien dijera que Mozart fue asesinado por la policía imperial de Leopoldo II, a causa de su adscripción a la masonería. Su creciente éxito en un teatro popular y obrero como era el Auf der Wieden hacía temer que, inclinado abiertamente a las ideas revolucionarias, llegase a ser un peligro para la estabilidad del absolutismo austrohúngaro.
Según las opiniones más autorizadas y menos conspirativas, Mozart habría muerto de un ataque de reumatismo agudo, que le provocó fiebres altísimas, erupciones cutáneas, sudores, fuerte dolor de cabeza, hinchazón en las extremidades...; una muerte natural en suma, pero que, por sus características (el cadáver quedó muy desfigurado) obligó a enterrarle deprisa y corriendo.
El Mozarteum hoy día adhiere a la idea de una complicación cardiológica secundaria a la fiebre reumática, aunque se creía que la causa podría haber sido una inflamación del riñón (glomerulonefritis) también secundaria a la fiebre reumática. Sería esta y no la otra la causa de muerte del genio de Salabanza.
Si muchos fueron los misterios que envolvieron la vida del genio, muchos más fueron aquéllos que rodearon el destino de sus restos mortales.
Como hemos visto mucho se ha especulado sobre su entierro en una fosa común. Si bien alguno ve una actitud sospechosa e indigna, la realidad puede ser mucho más simple: aún regían en Viena las leyes del emperador José II (muerto un año antes) que regulaba los entierros en su reinado.
Para evitar gastos superfluos de tela y madera en ataúdes, había dictaminado que estos fuesen reutilizables y todo el mundo, salvo algunas ricas eminencias o personas de la alta nobleza, era amontonado en una fosa común sin lápidas ni recordatorios.
Ese fue el destino de Mozart. Lo cierto es que salvo el enterrador nadie podría individualizar el cadáver, una vez que todos somos equiparados por el democrático proceso de la putrefacción.
Uno de ellos, llamado Joseph Rothmayer sí recordaba el lugar donde había sido colocado el compositor. Cuando diez años después el cementerio sufrió una reorganización (eufemismo para disponer de los huesos antiguos y recuperar espacio), Rothmayer conservó el cráneo de Mozart. ¿Era o no era la cabeza de Mozart? Nadie lo puede saber. Sólo debemos desear que Rothmayer no se haya equivocado.
El cráneo quedó como un curioso souvenir entre los enterradores, hasta que uno de ellos lo cedió a Joseph Radschopf, prominente anatomista vienés y un entusiasta frenólogo que debe haberse sentido muy complacido por contar con tal interesante elemento para completar sus estudios sobre los secretos de la mente develados por los accidentes óseos del cráneo.
Sin embargo donó la supuesta cabeza del genio al Mozarteum de Salzburgo, ciudad natal del músico, donde permanece a la fecha (sin la mandíbula, que Dios sabrá dónde se encuentra).
El examen del cráneo (si es que realmente perteneció a Mozart) demuestra que tenía una fractura no soldada al momento de la muerte y un hematoma subdural. Al parecer no fue esta la causa de muerte, sino una consecuencia de las múltiples sangrías de las que fue objeto por parte de los médicos.
No sería extraño que una de estas bruscas hipotensiones haya favorecido la acumulación de sangre entre el cráneo y el cerebro (hematoma subdural). Lo último que nos falta escuchar es que la envidia de Salieri haya empujado a este a utilizar un medio menos sutil que el envenenamiento y rompiéndole la cabeza a su competidor al dar rienda suelta a su furia. Dejemos a Mozart y a Salieri en paz.