Gran Maestro de la Gran Logia de Chile
La educación debe impulsar la confianza en la perspectiva humana, en la búsqueda de la propiedad del conocimiento y la realidad. Nuestros principios y valores nos permiten considerar al ser humano como una persona, privilegiada por aspectos físicos, espirituales y sicológicos, con conductas establecidas por medio de patrones en el ámbito de una existencia que es captada por los sentidos, una persona indudablemente gregaria, con necesidades de alimentación, cobijo y preservación, que necesita de la educación para su adaptación e incorporación efectiva al medio social.
La característica de ese medio debiera ser esencialmente democrática y con una moral en que prime la idea de que el derecho de un hombre termina donde empieza el derecho de otros hombres. Con una idea de libertad que sea un atributo cuya realidad, validez, posibilidad y ejercicio esté relacionada directamente con el control de sí mismo.
En fin, la educación debe inducir la definición del espíritu humano como expresión representativa de una esencia de la experiencia consciente. Tiene por esencia una función esclarecedora. No se trata de entregar solo conocimientos que el educando muchas veces no logra unir en torno a su propósito de vida.
Esa es una visión sobre el tema, que hay que confrontar. No es una cuestión fácil de abordar en una instancia como esta, tan granada y variopinta. Los problemas del sistema vigente están siendo analizados por una comisión multitudinaria de más de setenta personas, con puntos de vista e intereses bastante disímiles. Esa es su virtud y su dificultad. No es posible llegar a conclusiones por simples mayorías parciales.
Temas como si la subvención fiscal es o no suficiente, o si debe ser respaldada con resultados, o cuales deben ser los resultados, si la municipalización ha fracasado o no, las ventajas o inconvenientes de modificar la LOCE, la controversia sobre una educación vista como un negocio, los ambiguos productos de la Jornada Escolar Completa, las pruebas de suficiencia nacionales e internacionales, y muy especialmente el Estatuto Docente y la dignidad profesional del Magisterio, vapuleado por más de medio siglo, nos permite ir configurando un panorama con perfiles finales difíciles de definir.
Nos preocupa determinar quien asume el gran liderazgo nacional en la educación en términos institucionales, cual es el rol del Estado, representando a todas las sensibilidades de la sociedad, o a ninguna.
Y nos está preocupando seriamente la dilación en presentar bosquejos de resultados ante la legítima impaciencia estudiantil, y la cercanía del final del año lectivo, sin asomos de una idea central perceptible. Pero, nuestra voluntad de perseverar está intacta, y queremos responder a la confianza y al desafío que nos impusiera la suprema autoridad de la Nación.
Religión en los Colegios
Las personas de espíritu libre siempre persistiremos en nuestro empeño en terminar con cualquier inducción de conciencia financiada por el Estado. Si yo como padre quiero inducir a mi hijo a que tenga una formación confesional determinada, debo tener ese derecho, pero, el Estado no tiene por que tenerlo, porque este debe representar la pluralidad del país, de la sociedad. Nada de lo que haga el Estado debe tener un color confesional, porque ello atenta contra las libertades de conciencia.
Si las clases de religión tienden a favorecer a quienes tienen más recursos o por condiciones de hegemonía en un colegio financiado con fondos públicos, es preferible que no haya clases de religión, o que se enseñen los valores de todas las religiones en condiciones de igualdad, por un docente debidamente preparado para el efecto.
Ahora, la complejidad de los desafíos de la crisis en la calidad de la educación chilena no solo tiene que ver con ese aspecto. Tiene que ver, primero, con cual es el rol de las instituciones, entre ellas el Estado, en asegurar calidad.
En lo personal, me gustaría un Estado mucho más proactivo en asegurar los logros de la calidad educacional, no solo en lo relativo a lo cuantitativo. Desde luego, el Estado debe asumir la pluralidad de conciencia de la sociedad a la cual debe conducir y administrar, antes que todas las demás tareas que le competen. Para cumplir con aquello, a ese Estado hay que proveerle de las herramientas legales y los recursos necesarios.
La educación debe impulsar la confianza en la perspectiva humana, en la búsqueda de la propiedad del conocimiento y la realidad. Nuestros principios y valores nos permiten considerar al ser humano como una persona, privilegiada por aspectos físicos, espirituales y sicológicos, con conductas establecidas por medio de patrones en el ámbito de una existencia que es captada por los sentidos, una persona indudablemente gregaria, con necesidades de alimentación, cobijo y preservación, que necesita de la educación para su adaptación e incorporación efectiva al medio social.
La característica de ese medio debiera ser esencialmente democrática y con una moral en que prime la idea de que el derecho de un hombre termina donde empieza el derecho de otros hombres. Con una idea de libertad que sea un atributo cuya realidad, validez, posibilidad y ejercicio esté relacionada directamente con el control de sí mismo.
En fin, la educación debe inducir la definición del espíritu humano como expresión representativa de una esencia de la experiencia consciente. Tiene por esencia una función esclarecedora. No se trata de entregar solo conocimientos que el educando muchas veces no logra unir en torno a su propósito de vida.
Esa es una visión sobre el tema, que hay que confrontar. No es una cuestión fácil de abordar en una instancia como esta, tan granada y variopinta. Los problemas del sistema vigente están siendo analizados por una comisión multitudinaria de más de setenta personas, con puntos de vista e intereses bastante disímiles. Esa es su virtud y su dificultad. No es posible llegar a conclusiones por simples mayorías parciales.
Temas como si la subvención fiscal es o no suficiente, o si debe ser respaldada con resultados, o cuales deben ser los resultados, si la municipalización ha fracasado o no, las ventajas o inconvenientes de modificar la LOCE, la controversia sobre una educación vista como un negocio, los ambiguos productos de la Jornada Escolar Completa, las pruebas de suficiencia nacionales e internacionales, y muy especialmente el Estatuto Docente y la dignidad profesional del Magisterio, vapuleado por más de medio siglo, nos permite ir configurando un panorama con perfiles finales difíciles de definir.
Nos preocupa determinar quien asume el gran liderazgo nacional en la educación en términos institucionales, cual es el rol del Estado, representando a todas las sensibilidades de la sociedad, o a ninguna.
Y nos está preocupando seriamente la dilación en presentar bosquejos de resultados ante la legítima impaciencia estudiantil, y la cercanía del final del año lectivo, sin asomos de una idea central perceptible. Pero, nuestra voluntad de perseverar está intacta, y queremos responder a la confianza y al desafío que nos impusiera la suprema autoridad de la Nación.
Religión en los Colegios
Las personas de espíritu libre siempre persistiremos en nuestro empeño en terminar con cualquier inducción de conciencia financiada por el Estado. Si yo como padre quiero inducir a mi hijo a que tenga una formación confesional determinada, debo tener ese derecho, pero, el Estado no tiene por que tenerlo, porque este debe representar la pluralidad del país, de la sociedad. Nada de lo que haga el Estado debe tener un color confesional, porque ello atenta contra las libertades de conciencia.
Si las clases de religión tienden a favorecer a quienes tienen más recursos o por condiciones de hegemonía en un colegio financiado con fondos públicos, es preferible que no haya clases de religión, o que se enseñen los valores de todas las religiones en condiciones de igualdad, por un docente debidamente preparado para el efecto.
Ahora, la complejidad de los desafíos de la crisis en la calidad de la educación chilena no solo tiene que ver con ese aspecto. Tiene que ver, primero, con cual es el rol de las instituciones, entre ellas el Estado, en asegurar calidad.
En lo personal, me gustaría un Estado mucho más proactivo en asegurar los logros de la calidad educacional, no solo en lo relativo a lo cuantitativo. Desde luego, el Estado debe asumir la pluralidad de conciencia de la sociedad a la cual debe conducir y administrar, antes que todas las demás tareas que le competen. Para cumplir con aquello, a ese Estado hay que proveerle de las herramientas legales y los recursos necesarios.