Por: Iván Herrera Michel
Hay en el proceso de la Iniciación Masónica un momento de soledad inesperada en un contorno imprevisto. Un espacio para la reflexión que a mí me llama mucho la atención por la entrega total y sin egoísmo a la que estimula al candidato.
Normalmente, esta situación se presenta en un recinto alejado de las miradas de los curiosos, sombrío, y de atmósfera fúnebre, que cuenta con una mesa, un banco y algo para escribir, en el que se hace permanecer un rato a la persona que va a ingresar a la Orden.
Esa estancia suele denominarse “Cuarto de Reflexiones”, “Gabinete de Reflexiones” o “Cámara de Reflexiones”, y la encontramos en los Rituales más difundidos en el mundo desde el Siglo XVII, cuando llegaron a la práctica Masónica de la mano de los alquimistas y los hermetistas, que determinaron su decorado.
La idea de la primera parte de la experiencia, es que la persona que ingrese en su interior viva un momento de meditación acerca de la frugalidad de la vida, o que tenga la sensación de estar, en palabras de José Asunción Silva, “entre lo sombrío de lo ignorado y de lo inmenso”.
Se pretende que en este primer momento el futuro Masón o Masona, despojado de su dinero y objetos de valor, cavile acerca de que su ser en sí mismo está unido a su propia conciencia.
Los emblemas funerarios y los símbolos de renacimiento que caracterizan al Gabinete de Reflexiones buscan recordar el final necesario de todas las cosas, la fragilidad de la vida humana y la intranscendencia de las ambiciones. De allí, puede surgir una persona resucitada a la vida del ser, después de la muerte de las apariencias.
En la soledad del Gabinete, el candidato se esfuerza espontáneamente en penetrar en lo que allí se encuentra, en deducir de que se trata todo aquello, y en tratar de comprender de antemano el objeto de la iniciación Masónica, que ordena a todos meditar sobre los problemas de la existencia humana, así como sobre la razón de esa existencia.
En un segundo momento temático de la estadía en el Cuarto de Reflexiones, el recipiendario debe contestar tres preguntas básicas sobre sus deberes para consigo mismo, con sus semejantes y con su patria, o sobre los compromisos que tiene con la humanidad, la familia y hacia sí mismo, y en algunos sectores de la Masonería, sobre sus deberes para con el Dios de su fe. Finalmente, redacta un testamento moral sobre lo que quisiera dejar de su paso por la tierra.
En mi opinión, es en esta última introspección en la que el candidato alcanza la cumbre de la invitación que hace el Gabinete de Reflexiones.
Alejado del mundo de las apariencias y de los símbolos de la vanidad, convocado a un careo con su propia finitud, el futuro Masón se esfuerza en construir, a partir de la percepción directa de su propio deber ser, un ser para otro.
Realmente, es fascinante este ejercicio Masónico de trascendencia reflexiva que se presenta en el marco de la Iniciación Masónica, así como las potencialidades que suelen desprenderse de la experiencia en una persona inclinada a la ampliación de su propia conciencia.
Afirmaba en una entrevista publicada en la revista FORUM, concedida el 21 de octubre de 2009, el abogado Bertrand Fondu, Gran Maestro (2008 – 2011) del Gran Oriente de Bélgica, una Obediencia con 175 años de antigüedad y 10.000 miembros repartidos en 109 Logias, que “la Iniciación es una magnífica experiencia. Única. A la medida de cada ser humano. Como una bella luz, o un hermoso poema, que tiene una parte de razón, de irracionalidad y de emoción”.
Y esto es algo que un Masón sabe apreciar muy bien.
Hay en el proceso de la Iniciación Masónica un momento de soledad inesperada en un contorno imprevisto. Un espacio para la reflexión que a mí me llama mucho la atención por la entrega total y sin egoísmo a la que estimula al candidato.
Normalmente, esta situación se presenta en un recinto alejado de las miradas de los curiosos, sombrío, y de atmósfera fúnebre, que cuenta con una mesa, un banco y algo para escribir, en el que se hace permanecer un rato a la persona que va a ingresar a la Orden.
Esa estancia suele denominarse “Cuarto de Reflexiones”, “Gabinete de Reflexiones” o “Cámara de Reflexiones”, y la encontramos en los Rituales más difundidos en el mundo desde el Siglo XVII, cuando llegaron a la práctica Masónica de la mano de los alquimistas y los hermetistas, que determinaron su decorado.
La idea de la primera parte de la experiencia, es que la persona que ingrese en su interior viva un momento de meditación acerca de la frugalidad de la vida, o que tenga la sensación de estar, en palabras de José Asunción Silva, “entre lo sombrío de lo ignorado y de lo inmenso”.
Se pretende que en este primer momento el futuro Masón o Masona, despojado de su dinero y objetos de valor, cavile acerca de que su ser en sí mismo está unido a su propia conciencia.
Los emblemas funerarios y los símbolos de renacimiento que caracterizan al Gabinete de Reflexiones buscan recordar el final necesario de todas las cosas, la fragilidad de la vida humana y la intranscendencia de las ambiciones. De allí, puede surgir una persona resucitada a la vida del ser, después de la muerte de las apariencias.
En la soledad del Gabinete, el candidato se esfuerza espontáneamente en penetrar en lo que allí se encuentra, en deducir de que se trata todo aquello, y en tratar de comprender de antemano el objeto de la iniciación Masónica, que ordena a todos meditar sobre los problemas de la existencia humana, así como sobre la razón de esa existencia.
En un segundo momento temático de la estadía en el Cuarto de Reflexiones, el recipiendario debe contestar tres preguntas básicas sobre sus deberes para consigo mismo, con sus semejantes y con su patria, o sobre los compromisos que tiene con la humanidad, la familia y hacia sí mismo, y en algunos sectores de la Masonería, sobre sus deberes para con el Dios de su fe. Finalmente, redacta un testamento moral sobre lo que quisiera dejar de su paso por la tierra.
En mi opinión, es en esta última introspección en la que el candidato alcanza la cumbre de la invitación que hace el Gabinete de Reflexiones.
Alejado del mundo de las apariencias y de los símbolos de la vanidad, convocado a un careo con su propia finitud, el futuro Masón se esfuerza en construir, a partir de la percepción directa de su propio deber ser, un ser para otro.
Realmente, es fascinante este ejercicio Masónico de trascendencia reflexiva que se presenta en el marco de la Iniciación Masónica, así como las potencialidades que suelen desprenderse de la experiencia en una persona inclinada a la ampliación de su propia conciencia.
Afirmaba en una entrevista publicada en la revista FORUM, concedida el 21 de octubre de 2009, el abogado Bertrand Fondu, Gran Maestro (2008 – 2011) del Gran Oriente de Bélgica, una Obediencia con 175 años de antigüedad y 10.000 miembros repartidos en 109 Logias, que “la Iniciación es una magnífica experiencia. Única. A la medida de cada ser humano. Como una bella luz, o un hermoso poema, que tiene una parte de razón, de irracionalidad y de emoción”.
Y esto es algo que un Masón sabe apreciar muy bien.