Toda AMERICA, sabia hace meses, que CHILE era un país sumido en una mezcla de optimismo e incertidumbre. Optimismo por el fin de la crisis, tema de portada en las ediciones de los diarios locales aquellos últimos días de 2009. Incertidumbre, también, por las inminentes elecciones que auguraban un cambio de rumbo para el país.
Chile, sin embargo, miraba al futuro esperanzado, es un país maravilloso, un país orgulloso de su historia, de su cultura, de sus tradiciones. Un país que no esperaba que aquel futuro prometedor fuera a tambalearse por un seísmo de 8.8 grados que sacudió el centro-sur de su geografía. Ver las imágenes que nos llegan de Chile tras la catástrofe me produce una sensación angustiosa de dolor y pena. Chile es un país que se clava en la retina, que te atrapa en su diversidad y no deja indiferente. Todos sentimos como propia la tragedia que ahora ellos mismos viven. Los terremotos pueden destrozar casas, puentes o carreteras. Sin embargo, la nostalgia que produce este país en la lejanía se mantiene constante en el tiempo.
Ver Concepción como una ciudad sin ley nos produce una sensación contradictoria. Hace sólo dos meses, era una ciudad tranquila, con el recuerdo imborrable de sus casas de multicolores fachadas a los pies del Río Biobío. Una urbe de gran belleza, especialmente por la noche. Por algo la llaman «la perla del Biobío». Qué diferente es ese recuerdo a la ciudad del caos y del miedo en que se ha convertido estos últimos días.
Los terremotos pueden destrozar casas, puentes o carreteras. Sin embargo, la nostalgia que produce este país en la lejanía se mantiene constante en el tiempo. «Ay Patria, sin harapos, ay primavera mía, ay cuándo ay cuándo y cuándo despertaré en tus brazos empapado de mar y de rocío. Ay cuando yo esté cerca de ti, te tomaré de la cintura, nadie podrá tocarte, yo podré defenderte cantando, cuando vaya contigo, cuando vayas conmigo, cuándo ay cuándo.», le recitaba Pablo Neruda.
Chile, sin embargo, miraba al futuro esperanzado, es un país maravilloso, un país orgulloso de su historia, de su cultura, de sus tradiciones. Un país que no esperaba que aquel futuro prometedor fuera a tambalearse por un seísmo de 8.8 grados que sacudió el centro-sur de su geografía. Ver las imágenes que nos llegan de Chile tras la catástrofe me produce una sensación angustiosa de dolor y pena. Chile es un país que se clava en la retina, que te atrapa en su diversidad y no deja indiferente. Todos sentimos como propia la tragedia que ahora ellos mismos viven. Los terremotos pueden destrozar casas, puentes o carreteras. Sin embargo, la nostalgia que produce este país en la lejanía se mantiene constante en el tiempo.
Ver Concepción como una ciudad sin ley nos produce una sensación contradictoria. Hace sólo dos meses, era una ciudad tranquila, con el recuerdo imborrable de sus casas de multicolores fachadas a los pies del Río Biobío. Una urbe de gran belleza, especialmente por la noche. Por algo la llaman «la perla del Biobío». Qué diferente es ese recuerdo a la ciudad del caos y del miedo en que se ha convertido estos últimos días.
Los terremotos pueden destrozar casas, puentes o carreteras. Sin embargo, la nostalgia que produce este país en la lejanía se mantiene constante en el tiempo. «Ay Patria, sin harapos, ay primavera mía, ay cuándo ay cuándo y cuándo despertaré en tus brazos empapado de mar y de rocío. Ay cuando yo esté cerca de ti, te tomaré de la cintura, nadie podrá tocarte, yo podré defenderte cantando, cuando vaya contigo, cuando vayas conmigo, cuándo ay cuándo.», le recitaba Pablo Neruda.
Ahora le toca a Chile despertar de la pesadilla y volver a levantarse. Hay que seguir mirando al futuro. Ahora con más valentía y seguridad. ¡Aguante, Chile! ¡Fuerza, Chile!