Por el I:.P:.H:. AMANDO HURTADO
Lo de llegar a envejecer físicamente ha tenido un alto precio para muchos españoles con conciencia histórica ciudadana. Para los de mi generación ha sido dolorosamente marcante la vivencia imborrable de lo que había llegado a ser España tras la última contienda armada entre curas beatificables, heroicos militares y “demonios familiares” - como los llamaba Franco - calificada de “civil”.
El nuestro ha sido siempre un pueblo mucho más emocional y visceral que racional, con individualidades notables, pero civilmente invertebrado. Desde el motín de Aranjuez en adelante, lo que había habido por aquí hasta 1936 - incluídas guerras carlistas y “gloriosa” de 1868 - fueron rebeliones y revueltas no realmente apoyadas en auténticos símbolos políticos con arraigo civil sólido en nuestra sociedad. La derecha perenne y la azarosa izquierda de toda la vida apelaron siempre a meros emblemas emotivos para esquematizar y embalar intereses partidistas muy concretos, a fin de lograr con ellos la reacción visceral buscada, trucada y esgrimida luego como expresión de una voluntad popular. Los vítores masivos a la Virgen del Rocío, a la Pilarica o a la República no han solido significar, para los vociferantes de turno, ni conocimiento ni aceptación personal consciente de la dogmática católica o de los valores espirituales republicanos. El simbolismo ha sido suplantado por la semiología, para no complicarnos la vida.
Al día de hoy, continúan presentes y actuantes en la escena española los mismos personajes esperpénticos que plasmara Valle Inclán, incluso con los mismos atuendos. Pero para reconstruirlo todo a su gusto, la actual derechona nacional-católica echa de menos a los masones, que abundaron en los tiempos de Acción Popular y de la CEDA, y sirvieron de cabeza de turco durante las décadas franquistas. Es indispensable que haya masones agazapados por todas partes para que se entienda el porqué de determinadas reivindicaciones sociales malsonantes, como la laicidad del Estado, la igualdad de género, el derecho al aborto, al matrimonio homosexual, etc. No pueden ser sino masones, tanto el Presidente del gobierno como sus ministros y quienes les apoyan en las administraciones autonómicas. Porque lo de los “rojos” y “el oro de Moscú” ya no cuela, claro.
Sorprende comprobar la abundancia de alusiones a la masonería y a los merlinescos poderes que se le atribuyen en blogs y publicaciones digitales españolas, siempre de ultra-derecha. Inició esa carrera el muy resabiado Ricardo de la Cierva, ex-director general de Cultura Popular franquista y Ministro de Cultura con UCD (en 1980). Resabiado me pareció su talante la única vez que debatí con él públicamente - hace unos años, en un programa de Onda Cero- a propósito de su libro “El triple secreto de la Masonería”. No entro a juzgar la autenticidad y neutralidad de sus investigaciones sobre otros temas, porque ya las han puesto en duda historiadores muy cualificados. Pero es evidente que respecto al simbolismo masónico - y a su cacareado secretismo - Ricardo de la Cierva y sus discípulos, digitales o no, a lo único que alcanzan es a tomar el rábano por las hojas, con la buena fe que acreditan sus andanzas conocidas...
La realidad es que la masonería española no reúne hoy a más de tres mil miembros, con un censo nacional en torno a los 46 millones de habitantes, cuando pasan de 250.000 en el Reino Unido y de 115.000 en Francia, por ejemplo (con censos de población que superan al español en poco más de catorce millones). La desproporción respecto al número de curas, monjas, alcaldes, funcionarios públicos, diputados, periodistas, etc., etc., que se declaran aquí católicos a ultranza, ponen la X en la casilla bendecida y votan como Dios manda es evidente. Pero, por lo visto, para esa pléyade de escribanos y escritores nacional-católicos que habla con insospechada suficiencia sobre la masonería y sus designios en España, son los masones españoles mucho más listos, convencen más y cuentan con una red social más densa y activa que todas las que ellos han tenido siempre en acción para expresarse y manifestarse contra esto y aquello cuando quieren.
Me pregunto qué pasaría si un masón español se declarase tal en una campaña electoral o en una arenga en favor de algún derecho humano. Sería más que suficiente para que el derecho en cuestión fuese combatido con saña con toda la artillería activada.
Lo de llegar a envejecer físicamente ha tenido un alto precio para muchos españoles con conciencia histórica ciudadana. Para los de mi generación ha sido dolorosamente marcante la vivencia imborrable de lo que había llegado a ser España tras la última contienda armada entre curas beatificables, heroicos militares y “demonios familiares” - como los llamaba Franco - calificada de “civil”.
El nuestro ha sido siempre un pueblo mucho más emocional y visceral que racional, con individualidades notables, pero civilmente invertebrado. Desde el motín de Aranjuez en adelante, lo que había habido por aquí hasta 1936 - incluídas guerras carlistas y “gloriosa” de 1868 - fueron rebeliones y revueltas no realmente apoyadas en auténticos símbolos políticos con arraigo civil sólido en nuestra sociedad. La derecha perenne y la azarosa izquierda de toda la vida apelaron siempre a meros emblemas emotivos para esquematizar y embalar intereses partidistas muy concretos, a fin de lograr con ellos la reacción visceral buscada, trucada y esgrimida luego como expresión de una voluntad popular. Los vítores masivos a la Virgen del Rocío, a la Pilarica o a la República no han solido significar, para los vociferantes de turno, ni conocimiento ni aceptación personal consciente de la dogmática católica o de los valores espirituales republicanos. El simbolismo ha sido suplantado por la semiología, para no complicarnos la vida.
Al día de hoy, continúan presentes y actuantes en la escena española los mismos personajes esperpénticos que plasmara Valle Inclán, incluso con los mismos atuendos. Pero para reconstruirlo todo a su gusto, la actual derechona nacional-católica echa de menos a los masones, que abundaron en los tiempos de Acción Popular y de la CEDA, y sirvieron de cabeza de turco durante las décadas franquistas. Es indispensable que haya masones agazapados por todas partes para que se entienda el porqué de determinadas reivindicaciones sociales malsonantes, como la laicidad del Estado, la igualdad de género, el derecho al aborto, al matrimonio homosexual, etc. No pueden ser sino masones, tanto el Presidente del gobierno como sus ministros y quienes les apoyan en las administraciones autonómicas. Porque lo de los “rojos” y “el oro de Moscú” ya no cuela, claro.
Sorprende comprobar la abundancia de alusiones a la masonería y a los merlinescos poderes que se le atribuyen en blogs y publicaciones digitales españolas, siempre de ultra-derecha. Inició esa carrera el muy resabiado Ricardo de la Cierva, ex-director general de Cultura Popular franquista y Ministro de Cultura con UCD (en 1980). Resabiado me pareció su talante la única vez que debatí con él públicamente - hace unos años, en un programa de Onda Cero- a propósito de su libro “El triple secreto de la Masonería”. No entro a juzgar la autenticidad y neutralidad de sus investigaciones sobre otros temas, porque ya las han puesto en duda historiadores muy cualificados. Pero es evidente que respecto al simbolismo masónico - y a su cacareado secretismo - Ricardo de la Cierva y sus discípulos, digitales o no, a lo único que alcanzan es a tomar el rábano por las hojas, con la buena fe que acreditan sus andanzas conocidas...
La realidad es que la masonería española no reúne hoy a más de tres mil miembros, con un censo nacional en torno a los 46 millones de habitantes, cuando pasan de 250.000 en el Reino Unido y de 115.000 en Francia, por ejemplo (con censos de población que superan al español en poco más de catorce millones). La desproporción respecto al número de curas, monjas, alcaldes, funcionarios públicos, diputados, periodistas, etc., etc., que se declaran aquí católicos a ultranza, ponen la X en la casilla bendecida y votan como Dios manda es evidente. Pero, por lo visto, para esa pléyade de escribanos y escritores nacional-católicos que habla con insospechada suficiencia sobre la masonería y sus designios en España, son los masones españoles mucho más listos, convencen más y cuentan con una red social más densa y activa que todas las que ellos han tenido siempre en acción para expresarse y manifestarse contra esto y aquello cuando quieren.
Me pregunto qué pasaría si un masón español se declarase tal en una campaña electoral o en una arenga en favor de algún derecho humano. Sería más que suficiente para que el derecho en cuestión fuese combatido con saña con toda la artillería activada.