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SEMBLANZA DE UN GRAN MAESTRO: ÁNGEL FORT AMADOR

Amables lectores, queridos hermanos:

El 15 de Mayo, es el "Día del Maestro". Es en un día como éste que me veo obligado -en aras del afecto y de la estricta justicia- a traer a mi mente el día en que conocí a un Gran Maestro, así, con mayúsculas.

Corría el verano de 1962. A la ciudad de La Paz, Baja California Sur, llegamos -por diversos medios- una gran cantidad de jóvenes aspirantes a ingresar en la -por entonces- ya famosa Escuela Normal Urbana del Territorio Sur de la Baja California. Llegamos procedentes del norte de la península, del vecino estado de Baja California.

Partimos desde Mexicali, Tijuana y Ensenada e hicimos nuestro arribo inesperadamente, tomando por sorpresa a las autoridades de la Normal, habituadas a atender a los egresados de las escuelas secundarias de sus alrededores, como regla, y apenas a unos cuantos foráneos, por excepción, mas ahora la cosa era diferente: por nuestro crecido número, pusimos en peligro el precario equilibrio entre la oferta de lugares y la demanda de los mismos, dejando en desventaja -o eso creían- a los jóvenes locales.

Colocados ante ese dilema, los directivos optaron por la triquiñuela de posponer el examen de admisión, una, dos, tres veces, prolongando la agonía de los que veníamos de lejos, pues nuestros recursos menguaban irremediablemente a medida que la fecha del examen se posponía.

La situación se tornó crítica cuando, imposibilitados para sostenernos por más tiempo, recurrimos a 'hacer una polla' (juntar todo el dinero remanente y hacer un fondo común), que por supuesto iba decreciendo y con él, aumentando el hambre de todos.

'La Meche', 'Madolys' y 'Coyito' -tres de nuestras compañeras- hacían milagros con lo poco que había para atender los tres alimentos -si tal término podía ser utilizado- cocinando en una hornilla de leña. Para nuestra fortuna, doña Columba Salgado -directora del internado para señoritas- permitió a las jóvenes dormir bajo su cuidado, en tanto que Mario Manrique -director del internado de varones- hizo lo propio con nosotros. Pero de comida, nada.

Yo era medianamente afortunado, pues de vez en cuando, iba invitado a casa del 'Memo' Salgado o del 'Chale' Savín, cabezas de familias locales de aspirantes con parientes en la ciudad, pero sólo de vez en cuando, para no pecar de abusivo, así que el hambre empezó a hacer estragos y el examen, continuaba sin ser programado.

En resumen, los árboles frutales de los alrededores -para zozobra de los vecinos- quedaron sin frutos. Los limoneros o naranjos del barrio, sin hojas, pues con ellas hacíamos infusiones que, socarronamente, llamábamos 'tés', a falta de café o leche.

Cuando languidecíamos ya casi sin esperanzas a punto de renunciar a todo, haciendo 'rendir' unas cuantas papas hurtadas de una bodega para consumo del día, 'engañadas' con dos o tres huevos revueltos repartibles entre todos, casi al final de nuestras fuerzas, vimos llegar al portón del comedor del internado un carro Ford, rojo con blanco, que insistentemente hacía sonar la bocina llamando nuestra atención.

Salimos tres de los macilentos 'norteños' a ver qué quería el señor del auto, quien, haciéndonos señas, nos condujo a la parte de atrás de su vehículo y, tras abrir la cajuela nos dijo: "Esto es de ustedes muchachos, las tortillas de harina y los frijoles refritos se los preparó mi esposa. El pecho de cahuama asado y la latería se los conseguí yo... provecho..."

Es pertinente aclarar que en aquél entonces, la cahuama -tortuga marina- no estaba en veda.

Bajamos todo, sorprendidos y profundamente agradecidos. Él se marchó por donde vino y la comilona que siguió nos devolvió las fuerzas perdidas y terminamos dormidos, por el 'peso' del alimento en nuestros estómagos vacíos.

La provisión que nos llevó, nos duró una semana. El examen de admisión se aplicó -al fin- y casi todos los del 'norte' fuimos admitidos.

Nunca olvidamos el gesto del caballero que nos salvó, literalmente hablando, de rendirnos ante el fantasma del hambre.

Con el tiempo, supimos su nombre, ANGEL FORT AMADOR, que fue nuestro maestro de Técnica de la Enseñanza, amado y respetado por todos nosotros, con una eterna gratitud que no desaparecerá ni con los años.

Él ya se fue, su magnífico corazón se rindió al fin. Su esposa lo sobrevive, en la foto que acompaño podrán ustedes verlo. Viendo el rostro del Maestro no podrán equivocarse, era -en efecto- un Ángel apellidado Fort, un Gran Maestro.

Su recuerdo es, sin duda, imperecedero, vivirá junto a nosotros, en el altar de nuestra gratitud, mientras vivamos.

ROGELIO AMARAL
MRGM

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