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El Fútbol Como Escuela de Ciudadanía


Por Iván Herrera Michel

No ha existido una institución privada, ni mucho menos un deporte, en toda la historia de la humanidad, que haya alcanzado el grado de organización e implantación de la que hace gala el fútbol moderno. Para comprobarlo, solo tenemos que observar que la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) posee más naciones vinculadas que la Organización de las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio.

Ni siquiera el Decálogo de Moisés se aplica en más países que las reglas de la FIFA, ni tampoco las doctrinas de los cristianos, musulmanes y judíos, sumados, se practican en más naciones y por más personas que las reglas del fútbol moderno.

Se discute mucho sobre los antecedentes del fútbol en antiguas civilizaciones de distintos continentes, que van desde la azteca hasta la china, pasando por los celtas y los egipcios.

Sin embargo, se da por sentado que el fútbol actual nace en la segunda mitad del siglo XIX en Londres, en un local Masónico localizado en la calle Queen Elizabeth N° 11. De la Masonería pareciera que recoge el espíritu universalista de igualdad y fraternidad sin distingos de nacionalidad, raza, ideología, religión ni genero. De la dirección en donde se reunieron inicialmente se tomaría el número de 11 jugadores, que aún hoy lo distingue de su pariente más cercano, el Rugby, que cuenta con 15.

Al parecer, entre los aficionados al Rugby de aquella época se fue generando una crítica a la innecesaria violencia de que hacían gala los jugadores en cada partido. La censura más fuerte provenía del alumnado de la Universidad de Cambridge que pedían que se abolieran las zancadillas y las patadas a las piernas del contrario.

En desarrollo de este malestar, el ocho de diciembre de 1863, se reunieron los Representantes de un grupo de once clubes interesados en organizar formalmente una Liga de Fútbol, en la "Freemasons Tavern" para crear la primera Asociación de esta disciplina. La reunión contó con la participación de la Universidad de Cambridge y selló la separación definitiva del fútbol y el Rugby cuando los defensores de este último deporte, que eran minoría, abandonaron el recinto disgustados. De ahí en adelante la nueva forma de fútbol no violento se propagaría por el planeta.

Desde entonces, el carácter de punto de encuentro social del fútbol se observa en las graderías. Sin disminuir un ápice los contenidos identitarios ni el sentido de pertenencia del aficionado, se ve conversar a los aficionados relajadamente con su vecino de silla, y celebrar cualquiera que sea el resultado el intercambio de camisetas de los jugadores al final de la contienda. Esta práctica es el homenaje más reiterado, masivo y público que se hace al valor de la tolerancia en la sociedad.

Por lo tanto, los desmanes de los pendencieros seguidores del irlandés Edward Hooligan solo parecen representar a modernos sectores marginales, que canalizan enfermedades sociales que nada tienen que ver con el deporte.

Los medios de prensa, aun dentro del sesgo de su parcialización, vehiculizan un permanente llamado a la paz y a la concordia. Tres veces al día, siete días a la semana, cuatro semanas al mes, doce meses al año. El lenguaje de los comentaristas de fútbol, en medio de sus querencias y malquerencias, se dirige por igual a todas las clases sociales, dentro de una fusión de elementos culturales diversos, que en otros contextos son difíciles de conciliar.

El aficionado no descrimina: aplaude por igual al negro Pelé, que al rubio Cruiff, o al mestizo Maradona; respeta por igual al jugador católico que se persigna al entrar a la cancha que al evangélico que ora a Cristo después de anotar un gol o al que baila; no le importa si la jugada vistosa la realiza un comunista ruso, un capitalista americano, un socialdemócrata escandinavo, o un tercermundista de Camerún; tampoco le importa si el jugador viene de las clases más desfavorecidas de la sociedad o si nació en una familia rica. Estas diferencias no son importantes al momento de aplaudir. Y desde el campeonato mundial femenino de China de 1991, tampoco el género es importante.

Y para completar el paisaje futbolístico, en 1980 se integra el primer equipo homosexual de la historia, celebrándose desde 1992 una serie de campeonatos mundiales de fútbol gay organizados por la "Asociación Internacional de Fútbol de Gays y Lesbiana (IGLFA)". No son muy conocidos como los otros, pero ya van por dieciocho.

El aficionado es un demócrata contestatario. Expresa abiertamente y sin reservas su opinión con una gran capacidad de crítica. No importa si no está de acuerdo con el Director Técnico o el Presidente del Club de su preferencia, por que entiende que el espectáculo es un bien público y sus dirigentes son servidores de una función que se le ha encargado y de la cual no son dueños. Los títulos de propiedad les son indiferentes, por que entiende que hay cosas que no se privatizan.

Es por eso, que los estadios de fútbol, pese a las Barras Bravas que todos lamentan, son hoy por hoy una estupenda escuela de ciudadanía y un fenómeno contrahegémonico. Y para resaltar la cultura democrática, en ellos se llega hasta lo carnavalesco en el afán de participar en la experiencia colectiva.

En el fútbol también se observa la mayor amplitud de horizontes de las nuevas generaciones. Es común oír a un niño de 11 años afirmar que "en Colombia es hincha del Junior de Barranquilla, en América del Boca Junior de Argentina y en el mundo del Real Madrid de España", mientras que su primo de la misma edad sostiene que, en ese mismo orden, los equipos de su preferencia son el "Nacional de Medellín, el Colocolo de Chile y el Manchester United de Inglaterra", y ambos admiran por igual al Pibe Valderrama, y a Ronaldiño, Zamorano, Maradona, Rooney, Pelé. Y ni hablar de Zidane, Cristiano Ronaldo, David Beckam y Messi.

El fútbol incluso funciona como un reflejo del mundo moderno, y como negocio también es un espejo de la sociedad. Incorpora la industria corporativa (Cocacola, Kodak, 3M, Toyota, Varta), que hace su agosto cuando vehiculiza su marketing a través de este deporte hacia al consumidor de clase media, aprovechándose del trabajo de unos jugadores (¿trabajadores?) que son en su mayor parte originarios de las clases menos favorecidas de la sociedad. También le sirve este deporte a quienes quieren aparecer en los medios con fama prestada.

Viendo lo anterior, y ya en mi país, no es sorprendente que el fútbol haya entrado a Colombia por el Río Magdalena, y que su primera escala haya sido en Barranquilla. La sociedad Barranquillera de principios del siglo XX estaba ya globalizada a partir del contacto permanente, cultural y económico con colonias europeas, norteamericanas, chinas, árabes, etc., ya que la ciudad creció con un activo espíritu de puerto marítimo abierto al mundo.

Por otra parte, y dado que las estructuras culturales y los patrones sociológicos dependen de los contenidos locales, existe una experiencia brasileña del fútbol, distinta de la inglesa, la japonesa y la argentina, para citar tan solo unos pocos ejemplos.

Por ello, en cada sitio el fútbol cuenta con unos rasgos, una semiología y un imaginario muy propios, y en consecuencia, en amplio espectro, su puesta en escena posee y ofrece una oportunidad para la inclusión.

No importa que el espectáculo se genere en Argentina, España, México, Italia, Estados Unidos, Francia, Corea, Alemania o Sudáfrica.

(La versión original de este artículo fue publicada el 09 de junio de 2007, y se reedita a petición de una Querida Hermana Grado 33º del REAA)

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