* Gustavo Vidal Manzanares
El daño infligido por la religión es de dos clases. Por una parte emana de la necesidad de profesar una creencia concreta y, por otra, deriva de los dogmas particulares que se enarbolen. Respecto al tipo de creencia, suele considerarse encomiable seguir una fe...
...es decir mantener una convicción que no pueda ser erosionada por una evidencia en contra. De este modo, si la evidencia induce dudas, debe ser eliminada.
El criterio no es nuevo. En la antigua URSS no se podían escuchar argumentos favorables al capitalismo y, actualmente, en EEUU no resultan muy populares las argumentaciones a favor del comunismo. En las iglesias católicas se enseña el Islam como un una religión equivocada y los musulmanes, por su parte, consideran “infieles” a quienes no suscriban el Corán.
Pero, lamentablemente, posturas como las anteriores mantienen intacta la fe y prietas las filas para una guerra sanguinaria o un choque de civilizaciones.
Y lo cierto es que la convicción de que es importante abrazar una fe, aunque un examen objetivo lo contradiga, es común a casi todas las religiones e impregna los sistemas educativos salvo en los países realmente laicos.
La dramática consecuencia es que las mentes de los jóvenes no se desarrollan en libertad sino en prejuicios y supersticiones. Esto fomenta una hostilidad fanática hacia quienes defienden otros fanatismos y, todavía con más inquina, hacia quienes combaten cualquier fanatismo, como es el caso de los masones.
El odio de los fanáticos hacia la masonería deriva del hábito masón de basar las convicciones en pruebas y darles solo la certeza que la prueba indica. El fanático, por el contrario, necesita creerse sus esquemas, muchas veces delirantes, para aliviar fobias o racionalizar miedos y, en este sentido, la masonería es el espejo que les devuelve su fealdad.
Por mi parte, estoy convencido de que esa visión masónica remediaría la casi totalidad de los males del mundo.
Aunque los estragos del fanatismo, muy especialmente del religioso, son independientes del credo particular, existen en todos los credos dogmas específicos que provocan un daño concreto.
La postura católica del control de natalidad, su oposición a la interrupción voluntaria del embarazo y a los anticonceptivos ha provocado, y provoca, un horror incalculable en la vida de millones de seres humanos. Aunque también podríamos hablar de las creencias hindúes de que la vaca es sagrada mientras millones de personas fallecen de inanición.
En ese sentido, como masón, nada deseo más que un mundo en donde la educación se oriente hacia la libertad de las mentes, despojadas de la férula del dogma. Ciertamente, el dogmatismo es un escudo contra los dardos del pensamiento imparcial y libre.
Pero ese pensamiento imparcial y libre es la única garantía para construir una sociedad donde merezca la pena vivir.
El daño infligido por la religión es de dos clases. Por una parte emana de la necesidad de profesar una creencia concreta y, por otra, deriva de los dogmas particulares que se enarbolen. Respecto al tipo de creencia, suele considerarse encomiable seguir una fe...
...es decir mantener una convicción que no pueda ser erosionada por una evidencia en contra. De este modo, si la evidencia induce dudas, debe ser eliminada.
El criterio no es nuevo. En la antigua URSS no se podían escuchar argumentos favorables al capitalismo y, actualmente, en EEUU no resultan muy populares las argumentaciones a favor del comunismo. En las iglesias católicas se enseña el Islam como un una religión equivocada y los musulmanes, por su parte, consideran “infieles” a quienes no suscriban el Corán.
Pero, lamentablemente, posturas como las anteriores mantienen intacta la fe y prietas las filas para una guerra sanguinaria o un choque de civilizaciones.
Y lo cierto es que la convicción de que es importante abrazar una fe, aunque un examen objetivo lo contradiga, es común a casi todas las religiones e impregna los sistemas educativos salvo en los países realmente laicos.
La dramática consecuencia es que las mentes de los jóvenes no se desarrollan en libertad sino en prejuicios y supersticiones. Esto fomenta una hostilidad fanática hacia quienes defienden otros fanatismos y, todavía con más inquina, hacia quienes combaten cualquier fanatismo, como es el caso de los masones.
El odio de los fanáticos hacia la masonería deriva del hábito masón de basar las convicciones en pruebas y darles solo la certeza que la prueba indica. El fanático, por el contrario, necesita creerse sus esquemas, muchas veces delirantes, para aliviar fobias o racionalizar miedos y, en este sentido, la masonería es el espejo que les devuelve su fealdad.
Por mi parte, estoy convencido de que esa visión masónica remediaría la casi totalidad de los males del mundo.
Aunque los estragos del fanatismo, muy especialmente del religioso, son independientes del credo particular, existen en todos los credos dogmas específicos que provocan un daño concreto.
La postura católica del control de natalidad, su oposición a la interrupción voluntaria del embarazo y a los anticonceptivos ha provocado, y provoca, un horror incalculable en la vida de millones de seres humanos. Aunque también podríamos hablar de las creencias hindúes de que la vaca es sagrada mientras millones de personas fallecen de inanición.
En ese sentido, como masón, nada deseo más que un mundo en donde la educación se oriente hacia la libertad de las mentes, despojadas de la férula del dogma. Ciertamente, el dogmatismo es un escudo contra los dardos del pensamiento imparcial y libre.
Pero ese pensamiento imparcial y libre es la única garantía para construir una sociedad donde merezca la pena vivir.
Gustavo Vidal Manzanares - Jurista del cuerpo Superior de Técnicos de la Administración. Últimamente ha publicado los siguientes libros: Masones que cambiaron la historia (EDAF) y Pablo Iglesias. La vida y la obra del fundador del PSOE y UGT (Ed. Nowtilus). Es maestro masón y colabora en diferentes medios
Blog: http://gustavovidalmanzanares.blogspot.com