Las logias masónicas lucharon en Castilla y León por apoyar la entrada de las ideas democráticas y de igualdad en una región atrasada, conservadora y poco amable
ANTONIO CORBILLÓN VALLADOLID.
Se llamaban Unión Fraternal, Reforma, Moralidad, Porvenir o Progreso, entre otros muchos nombres. Toda una declaración de intenciones resumida en el frontispicio de sus denominaciones. Pusieron parte de las piedras del 'edificio republicano', el gobierno y el avance de las ideas. Eran los masones. Aún hoy, sepultados por una mitología excesiva, dada a situar su labor en las catacumbas de unas sociedades, las del siglo XIX y primera mitad del XX, dominadas por los poderes tradicionales (en especial la Iglesia católica, su encarnizado enemigo). Continuando con su línea de trabajos que ayuden a entender de dónde viene la sociedad de Castilla y León, Región Editorial ha publicado 'Logias y masones de Castilla y León. Siglos XIX y XX', un libro del que es autor el catedrático de Historia Social en la Universidad de Pau (Francia), Luis P. Martín.
Martín, salmantino de origen y que ya elaboró su tesis doctoral sobre la materia, completa un trabajo en el que ha sido clave todo el archivo de que dispone el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, así como otras fuentes documentales como los fondos del Gran Oriente Español o la prensa de los más de dos siglos en los que se desarrollan sus prácticas. Hay en este proyecto un intento de «equilibrar la historia y contar los esfuerzos de los que hicieron algo más que practicar el tópico de la sociedad agraria, conservadora y apegada al terruño», resume Martín.
A pesar de las dificultades documentales, ofrece una radiografía bastante completa en la que no faltan datos estadísticos, cifras y nombres de gran parte de las logias e incluso los orígenes de sus miembros. Así, se descubre que en los tiempos de esplendor de las prácticas masónicas (último cuarto del siglo XIX) llegan a contabilizarse unos 1.075 miembros en toda la región, así como docenas de agrupaciones.
Prejuicios
Pero dada la convencional demonización, incluso semántica de las palabras 'logia' o 'masón', ¿para qué servían sus actividades? En ellas, Martín atisba lo que podría entenderse como una «escuela del ciudadano», en la misma línea que trabajaron las sociedades de librepensadores o los sindicatos. «Los masones siempre fueron liberales, progresistas y republicanos» -continua el profesor Martín- , que insiste en quitarles sambenitos y juicios de valor: «he tratado de quitar el carácter partidista y no juzgo si eran buenos o malos». Incluso desmonta el tópico del carácter oculto de la labor de todas estas agrupaciones, que nacían y morían como setas en temporada.
En 'Logias y masones de Castilla y León' se descubre que era habitual un pasado masón en la vida de grandes prohombres de su tiempo. Dejando de lado prototipos como Sagasta, gran comendador y gran maestre, que presidió varias veces el gobierno en el último tercio de siglo desde el Partido Liberal, influyentes vallisoletanos como José Muro (efímero ministro de Estado y miembro de Templo de la Libertad) o Macías Picavea, baluarte del regeneracionismo educativo y social, tuvieron en su 'armario' un pasado barnizado de masonería.
Las ideas masónicas llegaron a España y a Castilla desde la frontera a lomos de las invasiones napoleónicas. Sus doctrinas y dogmas en favor de la libertad de pensamiento y conciencia o de valores como la tolerancia y la justicia proponía una «ruptura cultural, social y política» que la iba a convertir en blanco de ataques ante el permanente péndulo entre revoluciones y restauraciones políticas.
En todo caso, la falta de rastros documentales fue una tónica general durante la primera mitad del siglo XIX, a excepción de casos como la logia Pinciana de Valladolid que, en 1833, se reunía «frente a la puerta posterior de la Universidad de Valladolid, existe aún la casa en que los libreros de Santander tenían su comercio y, oculto entre los pisos de la misma, el templo más antiguo de aquella población».
Luis P. Martín ofrece datos relevantes como el protagonismo del segoviano Pedro Lázaro en la creación del Gran Oriente Nacional (algo así como la 'confederación' de logias del país). Sus actividades se multiplicaron en el país y en la comunidad tras su legalización en la Constitución de 1869.
De su progresiva implantación en la región en los tiempos de bonanza, el profesor Martín llega a registrar 21 logias (13 urbanas) en 1871, lo que prueba «una masonería más rural, lo que es una novedad, incluso a nivel nacional». En el cenit de este fenómeno social, por la región pulularon hasta 30 grupos masónicos, 10 de ellos en Valladolid.
De hecho, como principal núcleo, la ciudad fue «el motor regional de una implantación con redes en Burgos, Salamanca y Zamora», explica Martín en su libro. En Valladolid tuvo su sede la logia Reforma, el mayor núcleo masón con más de 90 miembros en sus momentos de esplendor y la primera que autorizó la entrada de mujeres.
Cabezas de turco
Formadas en su mayor parte por funcionarios, profesionales liberales y militares, su labor siempre cambiante y llena de altibajos, tuvo un final abrupto en la guerra civil, convertidos en «chivos expiatorios de los sublevados, a los que acusaban de todos los males de la sociedad española».
Tras escudriñar todo el material disponible, este catedrático concluye que la evolución de la masonería en la comunidad no deja de ser «una historia frustrada». Lógico en una tierra que «nunca fue un campo abonado». Tenía los cuatro antídotos básicos contra el 'veneno' masón: conservadora, de economía débil, decisiva influencia del clero y escasa movilidad social. Ese desfase constante con la sociedad que la rodea, convirtió a los masones en una «especie de avanzadilla». Ahora, tras treinta años de democracia, esa invisibilidad tampoco es que haya mejorado demasiado. «Todavía hoy día no es en absoluto visible en la sociedad profana», concluye Luis P. Martín.
ANTONIO CORBILLÓN VALLADOLID.
Se llamaban Unión Fraternal, Reforma, Moralidad, Porvenir o Progreso, entre otros muchos nombres. Toda una declaración de intenciones resumida en el frontispicio de sus denominaciones. Pusieron parte de las piedras del 'edificio republicano', el gobierno y el avance de las ideas. Eran los masones. Aún hoy, sepultados por una mitología excesiva, dada a situar su labor en las catacumbas de unas sociedades, las del siglo XIX y primera mitad del XX, dominadas por los poderes tradicionales (en especial la Iglesia católica, su encarnizado enemigo). Continuando con su línea de trabajos que ayuden a entender de dónde viene la sociedad de Castilla y León, Región Editorial ha publicado 'Logias y masones de Castilla y León. Siglos XIX y XX', un libro del que es autor el catedrático de Historia Social en la Universidad de Pau (Francia), Luis P. Martín.
Martín, salmantino de origen y que ya elaboró su tesis doctoral sobre la materia, completa un trabajo en el que ha sido clave todo el archivo de que dispone el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, así como otras fuentes documentales como los fondos del Gran Oriente Español o la prensa de los más de dos siglos en los que se desarrollan sus prácticas. Hay en este proyecto un intento de «equilibrar la historia y contar los esfuerzos de los que hicieron algo más que practicar el tópico de la sociedad agraria, conservadora y apegada al terruño», resume Martín.
A pesar de las dificultades documentales, ofrece una radiografía bastante completa en la que no faltan datos estadísticos, cifras y nombres de gran parte de las logias e incluso los orígenes de sus miembros. Así, se descubre que en los tiempos de esplendor de las prácticas masónicas (último cuarto del siglo XIX) llegan a contabilizarse unos 1.075 miembros en toda la región, así como docenas de agrupaciones.
Prejuicios
Pero dada la convencional demonización, incluso semántica de las palabras 'logia' o 'masón', ¿para qué servían sus actividades? En ellas, Martín atisba lo que podría entenderse como una «escuela del ciudadano», en la misma línea que trabajaron las sociedades de librepensadores o los sindicatos. «Los masones siempre fueron liberales, progresistas y republicanos» -continua el profesor Martín- , que insiste en quitarles sambenitos y juicios de valor: «he tratado de quitar el carácter partidista y no juzgo si eran buenos o malos». Incluso desmonta el tópico del carácter oculto de la labor de todas estas agrupaciones, que nacían y morían como setas en temporada.
En 'Logias y masones de Castilla y León' se descubre que era habitual un pasado masón en la vida de grandes prohombres de su tiempo. Dejando de lado prototipos como Sagasta, gran comendador y gran maestre, que presidió varias veces el gobierno en el último tercio de siglo desde el Partido Liberal, influyentes vallisoletanos como José Muro (efímero ministro de Estado y miembro de Templo de la Libertad) o Macías Picavea, baluarte del regeneracionismo educativo y social, tuvieron en su 'armario' un pasado barnizado de masonería.
Las ideas masónicas llegaron a España y a Castilla desde la frontera a lomos de las invasiones napoleónicas. Sus doctrinas y dogmas en favor de la libertad de pensamiento y conciencia o de valores como la tolerancia y la justicia proponía una «ruptura cultural, social y política» que la iba a convertir en blanco de ataques ante el permanente péndulo entre revoluciones y restauraciones políticas.
En todo caso, la falta de rastros documentales fue una tónica general durante la primera mitad del siglo XIX, a excepción de casos como la logia Pinciana de Valladolid que, en 1833, se reunía «frente a la puerta posterior de la Universidad de Valladolid, existe aún la casa en que los libreros de Santander tenían su comercio y, oculto entre los pisos de la misma, el templo más antiguo de aquella población».
Luis P. Martín ofrece datos relevantes como el protagonismo del segoviano Pedro Lázaro en la creación del Gran Oriente Nacional (algo así como la 'confederación' de logias del país). Sus actividades se multiplicaron en el país y en la comunidad tras su legalización en la Constitución de 1869.
De su progresiva implantación en la región en los tiempos de bonanza, el profesor Martín llega a registrar 21 logias (13 urbanas) en 1871, lo que prueba «una masonería más rural, lo que es una novedad, incluso a nivel nacional». En el cenit de este fenómeno social, por la región pulularon hasta 30 grupos masónicos, 10 de ellos en Valladolid.
De hecho, como principal núcleo, la ciudad fue «el motor regional de una implantación con redes en Burgos, Salamanca y Zamora», explica Martín en su libro. En Valladolid tuvo su sede la logia Reforma, el mayor núcleo masón con más de 90 miembros en sus momentos de esplendor y la primera que autorizó la entrada de mujeres.
Cabezas de turco
Formadas en su mayor parte por funcionarios, profesionales liberales y militares, su labor siempre cambiante y llena de altibajos, tuvo un final abrupto en la guerra civil, convertidos en «chivos expiatorios de los sublevados, a los que acusaban de todos los males de la sociedad española».
Tras escudriñar todo el material disponible, este catedrático concluye que la evolución de la masonería en la comunidad no deja de ser «una historia frustrada». Lógico en una tierra que «nunca fue un campo abonado». Tenía los cuatro antídotos básicos contra el 'veneno' masón: conservadora, de economía débil, decisiva influencia del clero y escasa movilidad social. Ese desfase constante con la sociedad que la rodea, convirtió a los masones en una «especie de avanzadilla». Ahora, tras treinta años de democracia, esa invisibilidad tampoco es que haya mejorado demasiado. «Todavía hoy día no es en absoluto visible en la sociedad profana», concluye Luis P. Martín.