Con la posmodernidad, la construcción de nuevos mitos se ha convertido en un proyecto operativo para aquellos que defendemos los valores tradicionalmente entendidos como humanistas.
Nos enfrentamos a la caída de los grandes relatos, a la subordinación del saber -que en el relato emancipador del modernismo tenía como fin la liberación y el progreso de la humanidad- al valor técnico.
En una plancha sobre el fenómeno posmoderno, Virgilio Salinas analiza desde la perspectiva crítica del humanismo sus diversas caras:
Para muchos la posmodernidad se inicia luego de la Segunda Guerra Mundial, del capitalismo tardío, del comienzo de la época posindustrial, es decir, luego de keynesismo, donde los estados ejercían control sobre el mercado a fin de garantizar el bienestar. La diferencia más importante del capitalismo tardío es que el saber, y en especial el conocimiento científico no sólo es mercantilizado, sino que se convierte en la principal fuerza productiva en sustitución de la materia prima y la mano de obra. Esta nueva forma de producción capitalista afecta a la propia estructura del saber, que va a convertirse en un producto, en una mercancía más.[...] La formación del sujeto, tanto individual como colectivamente, ha pasado por un sometimiento a leyes y no al despliegue ni del sujeto, ni de sus potencialidades, debido a la necesidad de estandarización que la industria capitalista considera menester para la homogenización tanto de la producción como del consumo y, por tanto, del sujeto. Con ello, los constructores del posmodernismo establecen que el sujeto no es ni libre ni autónomo .[…] No ha sido un avance en dirección a la libertad, sino la disolución de la idea ilustrada de la emancipación y que fuera encarnada en los estados democráticos que, cada vez más, ven reducir su poder a favor de entidades supranacionales no democráticas (1).
El capitalismo posmoderno ha priorizado la optimización de la producción ante el desarrollo de la libertad humana, centrándose en producir consumo y consumidores.
Es obvio lo transformador del paradigma tecnológico, sus beneficios para la humanidad son evidentes y no seré yo quien proponga un nuevo movimiento ludista -aunque estamos ante un modelo de mercado en el que en lugar de generar soluciones se pretende generar necesidades-. La tecnología ha diseñado las herramientas en las que se enmarca el mito del ecosistema distribuido; mi llegada a la masonería y la publicación de este ensayo son resultados de la posmodernidad y su mercado -conocemos nuestra época y construiremos sociedades sobre sus pilares o sus ruinas-.
Pero es evidente que la generación de conocimiento está subordinada a los intereses del mercado y es por ello que empieza a ser necesaria la construcción de un nuevo relato.
El progreso científico -institucionalizado en las universidades o los centros de investigación- está dirigido a golpe de dedo por la fuente de financiación.
Esto consigue que se avance en la línea que interesa a las grandes empresas o al Ministerio de Defensa y que las líneas enfocadas a una proyección social no lleguen a ver la luz.
Existen excepciones, como las investigaciones de Pilar Mateo en la lucha contra el Chagas -un mal menor para la industria farmaceútica por el escaso valor monetario del mismo-.
Pero es el capital quien dirige el sistema.
Sin capital no hay subsistencia para el investigador -y hablo por experiencia, que conste- y al final uno nunca sabe si terminará trabajando en un proyecto de fabricación de misiles.
He aquí la importancia de los dos puntos planteados en el capítulo anterior:
- Políticas públicas que atiendan a las necesidades sociales -financiación por parte de los Estados de proyectos de Cooperación para el Desarrollo- .
- Instituciones privadas que puedan contar con una viabilidad económica para llevar a cabo sus proyectos constructivos.
Para ello necesitamos un mito que no implique moralismos culpables.
“El derecho a la diferencia es el derecho a la fragmentación social desde el individualismo liberal. No hay una recuperación humanista del individuo, tan sólo una visión de mercado y de intercambio. La postmodernidad viene a justificar, en consecuencia, un modo de vida, sin solidaridad ni projimidad. […] Hablar de justicia para todos, de lucha de liberación de los oprimidos, de constitución de una sociedad democrática y participativa, representan ilusiones totalitarias de la modernidad . Esta argumentación busca invalidar la crítica teórica y práctica que se le formula desde el pensamiento emancipador y contestatario al sistema hegemónico modernista. De esta situación resulta la fragmentación del todo, la disolución de cualquier canon, la ironización de las grandes convicciones, la permanente crisis de identidad, la renuncia a cualquier profundidad, denunciada como metafísica y esencialista, la destrucción de las razones para cualquier compromiso fundamental. [...] Si la sociedad moderna se halla estructurada alrededor de la ideología individualista, entonces para superarla importa decir, en las palabras de Gramsci, que hay que elaborar una ideología cultural, estructurarla alrededor de la tradición de solidaridad y la búsqueda de modalidades cada vez más incluyentes de justicia social y de formas de comunicación participativa, que políticamente se concreten en la democracia social participativa, de abajo hacia arriba, abierta a las diferencias y a la comunicación de las autenticas subjetividades, que irán a constituir las fuerzas de un nuevo orden social y de un nuevo sentido social.” (2)
¿Podrá el constructor posmoderno trazar el nuevo relato?
(1) Este texto es un extracto de una plancha pública de Virgilio Salinas, un hermano de la logia Cosmopolita 13” No 1. de la Gran Logia del Norte del Perú.
(2) Modernidad y postmodernidad. Entre el humanismo histórico y la razón escéptica. Álvaro E. Márquez-Fernández. Facultad de Humanidades y Educación, Universidad del Zulia.
Fuente: Sin Mandil de Diego González