La organización reverdece su antiguo poder en el país galo. Sus miembros copan instituciones educativas y financieras y cuentan con creciente presencia en la política. Uno de sus planes es permitir la eutanasia. Destacados políticos católicos cargan contra su influjo.
Con la llegada de Nicolas Sarkozy al Elíseo, los masones sufrieron un pequeño contratiempo al ver que el nuevo presidente se deshacía en elogios hacia el papel positivo de las religiones. Fue un mero bache: cada vez tienen colocados a más hermanos en puntos estratégicos de poder, desde el Ministerio de Educación hasta las cajas de ahorros. Y no se privan de orientar las cosas en beneficio propio.
Por lo menos esta vez ni se callan ni se esconden ni contestan con evasivas. En declaraciones al semanario progresista Le Nouvel Observateur, el actual gran maestre del Gran Oriente de Francia –la principal obediencia masónica del país– reconoce abiertamente que él y los suyos siguen muy de cerca asuntos como el de la eutanasia. En el mismo artículo, el senador Bernard Saugey confirma los contactos con el Gran Oriente.
No es para menos. Saugey preside la Fraternal Parlamentaria, que agrupa a 160 legisladores masones. Sus miembros proceden de todo el arco parlamentario, desde la UMP de Nicolas Sarkozy hasta el Partido Comunista. Hace pocos días el primer ministro, François Fillon, tuvo que utilizar toda su influencia –tribuna en Le Monde incluida– para que la eutanasia no fuera legalizada en Francia. Estuvo a punto de no conseguir su propósito: el Senado rechazó la proposición de ley por sólo 18 votos. A los hermanos les salió esta vez el tiro por la culata.
Pero sólo esta vez, porque su influencia aumenta. François Pérol tiene todas las credenciales para ser –y de hecho lo es– una figura en el establishment, tras ocupar el cargo de secretario general adjunto del Elíseo. Desde esa atalaya fue el artífice de la operación de fusión entre las cajas de ahorros y la banque populaire, una entidad de tipo mutualista. Mutualismo en Francia viene a significar feudo masónico. Tras la fusión, Sarkozy le nombró presidente del nuevo banco. Según cuenta Sophie Coignard en el dossier que dedicó al poder masónico hace dos semanas en Le Point, nada más llegar, Pérol emprendió una profunda renovación de directivos. Coignard –la mayor especialista actual sobre influencia masónica en Francia– relata la violenta campaña de acoso que los hermanos del banco han desencadenado.
Otro que acabó pillándose los dedos fue Xavier Darcos, ministro de Educación entre 2007 y 2009. No se le ocurrió otra cosa que reducir las subvenciones a los poderosos sindicatos de la enseñanza, poblados de masones. Podía haberse dando cuenta antes: en cada pieza de la cubertería que se utiliza para los almuerzos oficiales en el ministerio figura una hoja de acacia, símbolo masónico. Darcos no pudo impedir la reducción de puestos docentes en la enseñanza concertada, que ha dejado a los colegios católicos en una situación casi precaria. Hoy por hoy, su carrera política está muy comprometida.
Indemnizado
No corren la misma suerte aquellos que, sin ser oficialmente masones, cultivan su amistad. Es el caso de Bernard Tapie, figura mediática de la década de los ochenta cuyo emporio empresarial se desmoronó a mediados de los noventa. Tapie fue condenado y pasó varios años en la cárcel. Sin embargo, sus hábiles abogados buscaron las pulgas al organismo público encargado de liquidar los activos de quien fue el principal acreedor de Tapie, el Crédit Lyonnais, y al no poder volver sobre la cosa juzgada consiguieron que lo reexaminara una comisión de arbitraje.
Antes, sin embargo, hubo que introducir una enmienda parlamentaria para que la Administración pudiera recurrir al arbitraje, y quienes lograron esa enmienda fueron políticos masones. La comisión de arbitraje falló a favor de Tapie y el erario público se ha visto obligado a indemnizarle con la friolera de 390 millones de euros.