FRANCISCO ARIZA
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Uno de los temas de investigación sin duda apasionantes entre los muchos que ofrece la obra de René Guénon es, precisamente, el que nos toca desarrollar en estas páginas: la influencia de dicha obra en la Masonería, sabiendo de antemano que no podemos abordar, por razones obvias, todo lo que Guénon dijo al respecto, que fue mucho y muy importante. Esto nos obliga a ser necesariamente sintéticos en nuestra exposición, y a señalar tan sólo una serie de puntos que nos parece pudieran ofrecer una visión global de lo que el mensaje guenoniano representa para la Masonería, una de las pocas vías iniciáticas que todavía pervive en Occidente.
Y cuando hablamos de esa influencia lo hacemos sabiendo que la obra legada por Guénon, en su conjunto, constituye no la exposición de una forma tradicional cualquiera, sino que se trata de la adaptación a nuestra época de la doctrina metafísica y la cosmogonía perenne, cuya depositaria no es otra que la Tradición primordial, también llamada Tradición unánime y universal, pues su origen es no-humano, o mejor aún supra-humano, por ser la expresión misma de la Verdad y la Sabiduría eternas.1 Para Guénon, todas las formas tradicionales (incluidas las que tienen dentro de sí un componente religioso o exotérico) derivan de esa Tradición primigenia, y de ella extraen su legitimidad en tanto que tales formas. Esto incluye, naturalmente, a la tradición masónica, según confirman las distintas leyendas en donde se relatan sus orígenes míticos, así como sus códigos simbólicos y sus ritos iniciáticos, los cuales constituyen sus señas de identidad y su razón misma de ser. Quizás fue la pervivencia de esos códigos la razón principal del interés mostrado siempre por Guénon hacia la Masonería, interés que, además, estaba plenamente justificado por el hecho de que ésta, lejos de encontrarse en pleno vigor, se hallaba sumergida en una profunda decadencia que la conducía de manera inexorable al borde de su desaparición como tal organización iniciática, y por tanto de ser completamente absorbida por el mundo profano.
En efecto, a principios de siglo, cuando Guénon comienza a escribir sus primeros artículos en la revista "La Gnose" (precisamente en la época en que recibe la iniciación islámica, la taoísta y la masónica), la Masonería estaba sufriendo la misma suerte que antaño corrieron otras organizaciones iniciáticas y tradicionales de Occidente, como fue el caso de la Orden del Temple y la Orden Rosa-Cruz, a las que más adelante nos referiremos. La incomprensión de que eran objeto los símbolos y los ritos por la mayoría de sus miembros era la causa principal de esa decadencia, que para Guénon ya comienza cuando a principios del siglo XVIII la Masonería pierde gran parte de su antiguo carácter operativo (heredado de los constructores y cofradías artesanales de la Edad Media) al hacerse predominante en ella lo "especulativo", que lejos de constituir, como señala el propio Guénon, "un progreso, implica, no una desviación propiamente dicha, sino una degeneración en el sentido de un aminoramiento, que consiste en la negligencia y el olvido de todo lo que es realización, porque es esto lo verdaderamente 'operativo'".2
Ese olvido sería entonces el verdadero origen de lo "especulativo" dentro de la Masonería (o de la preponderancia de éste en detrimento de lo operativo, pues ambos no tienen por qué excluirse, como no se excluyeron en la antigua Masonería, en donde lo especulativo se correspondía con la iniciación virtual y lo operativo con la realización efectiva), lo cual no quiere decir que ésta haya tomado definitivamente una forma "especulativa", pues esto significaría afirmar que sus símbolos son sólo "teoría", y no contuvieran, como de hecho contienen, los elementos necesarios para la realización espiritual. Como antes hemos dicho, lo "especulativo" es sólo un punto de vista, por otro lado insuficiente, por su carácter mental y reflejo, para efectuar el paso de la "potencia al acto", de lo virtual a lo efectivo, o como se dice en lenguaje masónico, para ir de las "tinieblas a la luz". Esto ha de quedar bien claro si se quiere comprender lo que para Guénon significaba realmente la Masonería, pues más allá del estado de degeneración en que, por las circunstancias que fuesen, se encuentra una organización iniciática, esto "no cambia nada de su naturaleza esencial, y asimismo la continuidad de la transmisión es suficiente para que, si circunstancias más favorables se presentaran, una restauración sea siempre posible, debiendo ser necesariamente concebida esta restauración como un retorno al estado 'operativo' ".3 Por ello él insistió, casi cada vez que abordaba el tema masónico, en señalar las diferencias existentes entre lo "operativo" y lo "especulativo", pues es ésta una cuestión de capital importancia que debe ser entendida claramente si se desea comprender la verdadera naturaleza de la iniciación masónica, o mejor aún, de la iniciación considerada en ella misma, al margen de la forma tradicional a través de la cual se exprese. Para Guénon lo "operativo" no es sinónimo de trabajo manual, ni tampoco de "práctica", sino más bien de trabajo interior, en el sentido alquímico del término, es decir de lo que el ser pueda hacer consigo mismo en vistas al cumplimiento de su propia realización espiritual, que es lo que realmente importa, no siendo el trabajo manual sino un soporte como otro cualquiera para efectuar dicha realización. No es entonces por casualidad que tanto la Masonería, como la tradición Hermética, también se denomine el "Arte Real", idéntico a la "Gran Obra" de la transmutación alquímica. Las "herramientas" de ese trabajo interior no son otras que los ritos y los códigos simbólicos, su práctica, estudio y meditación, pues ellos vehiculan las ideas de orden cosmogónico y metafísico cuyo conocimiento efectivo determinará el grado del desarrollo del ser y la vinculación con su Principio uno y eterno.
Sin embargo, si los símbolos y los ritos, o la energía espiritual que vehiculan y de la que son el soporte, no son "vivificados" por el Espíritu, esto es, si no actualizan y promueven la búsqueda del Conocimiento, que es en definitiva de lo que se trata, la iniciación masónica será tan sólo "virtual", y entonces sí que podrá llamarse "especulativa", pero no en ella misma, sino con respecto a quien así la considere. Es bastante probable que para la mayoría de masones de hoy en día su Orden no sea sino eso: "especulativa", o teórica, sin relación alguna, o en cualquier caso reducida al mínimo, con cualquier tipo de realización interior, que incluye el desarrollo de las posibilidades de orden universal y trascendente inherentes a la naturaleza humana. Pero la obra guenoniana va dirigida sobre todo a aquellos masones que realmente se entregan a la búsqueda del Conocimiento, esperando encontrar en los símbolos y ritos masónicos las enseñanzas y los métodos necesarios para hacer efectiva su iniciación. Es decir, a los que se sienten a sí mismos herederos de su legado tradicional, y se muestran receptivos a su mensaje, considerando que está vivo y que es actuante (y no una reliquia del pasado trasnochada y anacrónica), y además sabiendo con certeza, y esto es esencial, que dicho legado forma parte de la "cadena áurea" o Philosophia Perennis directamente emanada de la Tradición primordial.
Por consiguiente, es partiendo de una toma de conciencia de la verdadera universalidad de los símbolos y los ritos masónicos, que se puede acometer cualquier labor encaminada a recuperar, en la medida de lo posible, los elementos doctrinales que se han perdido, o han sido alterados, con el paso de lo operativo a lo especulativo. Y es en este punto preciso donde la obra de Guénon adquiere su verdadera función con respecto a la Orden masónica, ofreciéndole a esos masones vinculados con el Espíritu de su tradición las "líneas maestras" a partir de las cuales realizar esa labor restauradora. Si la obra que nos ha legado ha sido considerada como "providencial" para la Orden masónica es por una razón fundamental: porque restituye el sentido original de sus símbolos y sus ritos, que constituyen la doctrina y el método masónico respectivamente, integrándolos dentro de la Cosmogonía Perenne, afín a todas las formas tradicionales. De ahí también que cualquier tentativa que se haga para recuperar la "operatividad" de la simbólica masónica haya de pasar necesariamente por un conocimiento previo de aquella obra, en la que se encontrará todo lo imprescindible para que dicha tentativa dé sus frutos y se haga realidad, lo cual incluye, naturalmente, el conocimiento de otras tradiciones distintas a la Masonería, pero idénticas a ella en lo esencial. Esto es perfectamente normal e incluso necesario, pues admitiendo la universalidad y sacralidad de los códigos simbólicos de todas las tradiciones, aún vivas o ya desaparecidas, el conocimiento de dichos códigos es desde luego de una ayuda inestimable para comprender la propia simbólica masónica. La misma obra de Guénon es un ejemplo, e incluso un modelo, de lo que decimos, pues en ella constantemente se hace referencia a las relaciones, reciprocidad y correspondencia entre las diversas doctrinas tradicionales, en su identidad a través de sus símbolos, ritos y mitos, haciéndonos ver que todas esas doctrinas derivan, gracias precisamente a esa identidad, de una sola y única Doctrina o Tradición. Esa obra no es la de una individualidad (en todo caso ésta fue tan solo el soporte), sino la de una función tradicional, que Guénon "encarnó" por razones que nunca sabremos (ni tampoco importan demasiado), pues como se dice en las Escrituras "el Espíritu sopla donde quiere", cómo y a quién quiere. Y también que "los caminos del Señor son inescrutables". En lo que concierne a la doctrina puramente metafísica y a los símbolos fundamentales de la cosmogonía, Guénon fue un fiel intérprete de la Tradición, el más importante de nuestro siglo, y sus limitaciones en este caso eran las que le imponían el propio lenguaje humano, que como tantas veces él mismo dijo, se muestra incapaz, por su forma analítica y discursiva, de expresar en toda su amplitud las verdades universales, que son de orden supra-humano, y que por tanto sólo pueden ser aprehendidas mediante la "intuición intelectual", a cuyo despertar contribuye principalmente el símbolo y lo que él revela. Guénon no se cansó de repetir que el mensaje tradicional no es sistemático, es decir que no se presta a ningún tipo de clasificación racional y mental, pues el objeto mismo de ese mensaje es el mundo de las ideas y de los arquetipos, es decir de las posibilidades de concepción verdaderamente ilimitadas, que naturalmente están por encima de cualquier sistema o forma, que siempre tiende a la limitación más o menos estrecha.
Por tal motivo, Guénon consideraba muy importante la creación de logias centradas en la investigación de los símbolos y los rituales, para lo cual es imprescindible que los integrantes de esas logias posean conocimientos doctrinales lo suficientemente amplios y profundos para que dicha labor de los frutos apetecidos, y permita que lo que estaba "disperso" sea de nuevo "re-unido", lo que sería conforme a uno de los principios básicos de la Masonería, que consiste en "difundir la luz y reunir lo disperso". Podemos decir que la obra de Guénon, en la medida en que ella es la expresión de los principios e ideas universales, puede verse como esa "luz" clarificadora que la Masonería necesita como guía para remontar la curva descendente en que se encuentra en la actualidad. Y aquí queremos recordar aquella expresión hermética que afirma que "cuando todo parece perdido es cuando todo será salvado". Y aunque esta expresión se refiera a un determinado momento del proceso mismo de la iniciación, también se puede extrapolar al conjunto entero de una tradición, en este caso de una organización que precisamente es iniciática, que aunque en lo esencial ella siga siendo tan virginal como en sus orígenes (lo que hace posible que, a pesar de todo, continúe transmitiendo la influencia espiritual a quien esté capacitado para recibirla), sin embargo, en tanto que institución, está inevitablemente sumida al devenir del tiempo y su decadencia cíclica. En cierto modo, lo propio del hombre, peregrino en un país extranjero, es "errar" por la "rueda del mundo", mientras que la Tradición (lo que ella revela) se mantiene inalterable en el centro de esa misma rueda, a la que da vida y sentido.
Así pues, el papel que pudieran desempeñar esas logias sería fundamental para devolver a los símbolos y ritos masónicos su "operatividad", sabiendo de antemano que esto será así para un número muy reducido de masones, suficientes, por otro lado, para que la Masonería recobre nuevamente su "fuerza y vigor", por emplear una expresión masónica habitual. Este es uno de los casos en que la calidad (o cualidad) importa infinitamente más que la cantidad. Mas, para que dicha operatividad sea efectiva, esos estudios, lejos de limitarse al plano puramente teórico (esto es, "especulativo"), han de ser considerados por quienes los realizan como un soporte y formando parte integrante de su propio trabajo interno, condición ésta que es indispensable para que los resultados que se pretenden alcanzar estén apoyados en una base lo suficientemente sólida y fuerte, nacida del íntimo convencimiento de que la "intención" que los mueve está en conformidad con la herencia recibida de la Tradición.
Es evidente que dicha "intención", o voluntad, ha de tomarse aquí en su sentido etimológico preciso, esto es, como un "tender hacia" (de in tendere), o "tendencia" hacia la que se dirige u "orienta" todo el ser, lo cual equivale a seguir un orden en la dirección ascendente que señala el "Eje del Mundo", comunicando a ese ser con su Principio, que en la Masonería recibe el nombre de Gran Arquitecto del Universo. De hecho la palabra iniciación, del latín in ire, no quiere decir sino 'entrada' o 'comienzo', y está ligada a la idea de emprender un camino: el camino del Conocimiento. En El Rey del Mundo, Guénon aclara la representación simbólica de esa intención u orientación ritual: "ésta, en efecto, es propiamente la dirección hacia un centro espiritual, que, cualquiera que sea, es siempre una imagen del verdadero Centro del Mundo". Podrían aplicarse aquí estas palabras del Evangelio, que, además, forman parte de ciertos rituales masónicos: "Buscad y encontraréis; pedid y recibiréis; llamad y se os abrirá". Ha de existir entonces un verdadero "compromiso" adquirido con el Espíritu de la Orden masónica para que lo "virtual" pase a ser efectivo y se convierta en una realidad permanente; que lo potencial, en fin, se actualice, y permita que el hombre se encuentre y se conozca a sí mismo en el cumplimiento de su verdadero destino. Dicho compromiso lo constituye el "lazo" iniciático, mediante el cual el ser, ligándose con la Tradición, asume, o va asumiendo gradualmente (de aquí la idea de grados), que ella y él son una sola cosa, es decir que el mensaje por la Tradición vehiculado se identifica con el que lo recibe, y viceversa. Sólo entonces la Masonería, su mensaje o transmisión,4 podrá ir revelando su contenido y promover la efectiva realización interior, justificando así el sentido de su propia existencia como organización iniciática.
Esta idea aparece con frecuencia en Guénon, sobre todo en sus dos libros que tratan específicamente sobre la iniciación: Aperçus sur l'Initiation e Initiation et Réalisation Spirituelle. Estos volúmenes tienen un valor inapreciable para conocer la verdadera naturaleza de la iniciación, pues en ellos se exponen los principios fundamentales que estructuran su proceso, y para los masones en particular constituyen sin duda una guía doctrinal que les permite recuperar una enseñanza que formaba parte integrante de la antigua Masonería operativa. Las ideas que allí se desarrollan son, por tanto, un complemento perfecto a los estudios de los símbolos y un medio efectivo para comprender en profundidad el sentido de los ritos y sus prácticas, vehículos y soportes, volvemos a repetir, de la influencia espiritual.5
Para Guénon, el lazo iniciático no es otra cosa que la recepción de esa influencia, que siendo de orden estrictamente espiritual y metafísico es siempre idéntica a sí misma, inmutable y eterna, cualesquiera sean los vehículos simbólicos y las formas tradicionales a través de los cuales se manifieste. Dicho lazo se refiere, empleando un término hindú, al sûtrâtmâ, o "hilo de Âtmâ", el hálito del Espíritu que liga entre sí a los múltiples estados del ser, y a todos ellos con su Principio, que es su identidad más profunda y real. En este sentido, debemos recordar que algunos de los antiguos manuales masónicos comenzaban con la siguiente serie de preguntas y respuestas: "¿Qué lazo nos une?".- "Un secreto".- "¿Cuál es este secreto?".- "La Masonería". Esto quiere decir, entre otras cosas, que la Masonería es ella misma un "secreto", o un "misterio", conservado en su núcleo más íntimo por encima de la forma específica que necesariamente adquiere una organización tradicional, y que dicho secreto es inviolable por su propia naturaleza espiritual, no teniendo nada que ver con el "secretismo" propiciado por las sectas ocultistas, pseudo-iniciáticas y similares. Secreto o misterio que únicamente puede ser conocido por quienes se entregan a él, pues como se dice en el Zohar, "la Sabiduría sólo se revela a quien la ama".
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Abundando en lo dicho, Guénon señala6 la similitud que existe entre las palabras "secreto" (secretum) y "sagrado" (sacratum), añadiendo que "se trata, tanto en uno como en otro caso, de aquello que está puesto aparte (secernere), reservado, separado del dominio profano". Y prosigue: "igualmente el lugar consagrado es llamado templum, cuya raíz tem (que se reencuentra en el griego temnô, cortar, separar, de donde temenos, recinto sagrado) expresa también la misma idea; y la 'contemplación' se vincula aún a esta idea por su carácter estrictamente 'interior' ". Estas palabras nos llevan a considerar el papel fundamental que en la tradición masónica desempeña la Logia, el Templo o "recinto sagrado" que según la fórmula ritual ha de estar "a cubierto", esto es "separado" y "puesto aparte" de la realidad relativa, y por tanto ilusoria, del mundo profano, significando esta palabra, profano, lo que literalmente está "fuera del templo" (profanum). Pero además, la Logia, el Templo masónico, representa una verdadera síntesis del orden universal (de la Cosmogonía), y por consiguiente un modelo simbólico sumamente importante cuya estructura el masón ha de conocer perfectamente, formando así parte integrante de la propia enseñanza iniciática.
La Logia es consubstancial a la Orden masónica, pues no se debe olvidar que los orígenes de la misma se remontan a la construcción del Templo de Jerusalén, o de Salomón, al que la propia Logia reproduce en su esquema esencial. Además, es en la Logia, dentro del "recinto sagrado", donde se cumplen todos los trabajos rituales, y este es el motivo de que la Logia también sea considerada como un "Taller", recuerdo sin duda alguna de los tiempos operativos, pero que continúa siendo un término todavía válido para quienes la iniciación y su proceso es el exacto equivalente del "Arte Real" o "Gran Obra". En efecto, Guénon afirmó en varias ocasiones que lo más importante en Masonería es la ejecución del ritual, que es el verdadero trabajo masónico, en primer lugar porque el rito no es sino el propio símbolo en acción, y por tanto no está separado de la idea que conforma al símbolo: es esa misma idea manifestándose, y es por eso que es el vehículo de transmisión de la influencia espiritual o supra-individual. Y en segundo lugar, y como consecuencia de ello, porque esa acción está realizada siempre conforme al orden, es decir conforme a las propias leyes del cosmos, pues esta palabra, cosmos, en griego significa precisamente "orden", que es por cierto la traducción exacta del sánscrito rita, idéntica evidentemente a la palabra rito.7 Cosmos, orden y rito (es decir el símbolo en acción) son entonces tres términos equivalentes, de ahí la necesidad de que el gesto ritual sea ejecutado lo más perfectamente posible, porque de esta manera se entra en correspondencia directa con la Armonía universal.8
La Masonería misma se identifica y es una con esa Armonía, y para sus miembros ella es "la Orden", entendida claro está, como sinónimo del propio Orden cósmico, como si, efectivamente, no fuera sino una emanación directa de él. Naturalmente esto no es privativo sólo de la Masonería, pues lo mismo podría decirse de todas las organizaciones iniciáticas y tradicionales. Pero en la Masonería, por el hecho de derivar de una tradición de constructores, que entendían el cosmos como una arquitectura, y la arquitectura como una imitación del modelo cósmico, esa relación con el orden universal se hace más evidente y está en su propia razón de ser. Además, la denominación de Gran Arquitecto dado al principio espiritual bajo la inspiración del cual se realizan todos los trabajos y ritos masónicos, es motivo más que suficiente para que no quepa la menor duda al respecto. Y es ese Principio, que Guénon identifica con el Viswakarma hindú, o el "Espíritu de la Construcción Universal",9 el que es trasmitido, o al menos su germen o semilla virtual, en el rito de la iniciación masónica, y el que está "presente" siempre en la ejecución del rito cuando éste, como se ha dicho antes, es una "acción hecha conforme al orden". Ese espíritu se concibe como una "luz", y el desarrollo del germen espiritual implantado por la influencia iniciática, se verá como una "iluminación" progresiva de la conciencia humana,10 iluminación que es análoga "a la vibración original del Fíat Lux que determina el comienzo del proceso cosmogónico por medio del cual el 'caos' de las posibilidades será ordenado para devenir el 'cosmos' ". La "iluminación" iniciática, que es un "segundo nacimiento", opera entonces el mismo efecto en el ser que la acción de la Palabra o Verbo divino al proyectar el Fíat Lux en el caos o matriz primigenia, de donde nace igualmente el mundo. Dicho caos, Guénon en cierto modo lo asimila a las "tinieblas exteriores" del estado profano, de donde procede el recipiendario antes de su entrada en el Templo, entrada que será para él, en efecto, un pasaje "de las tinieblas a la luz". Existe, por tanto, todo un conjunto de correspondencias y analogías entre el proceso cosmogónico y el proceso iniciático, "y así la iniciación es verdaderamente, según un carácter por otro lado muy general de los ritos tradicionales, una imagen de 'lo que ha sido hecho en el comienzo' ".11
Según ese "carácter general", además del rito propiamente iniciático, la "imagen de lo que ha sido hecho en el comienzo" la Masonería la repite en el ritual de apertura de la Logia, apertura que es sin duda alguna un acto cosmogónico, y por consiguiente una fuente de enseñanza simbólica inestimable para entender el sentido de la propia iniciación.12 En efecto, hasta el momento de su apertura la Logia permanece en "tinieblas", o en un "caos" potencial que será progresivamente "iluminado" y "ordenado" por la acción del rito, acción que determinará la creación de un espacio y un tiempo sagrados, pues la energía del símbolo habrá sido plenamente actualizada, pasando a ser la Logia entonces "un lugar muy iluminado y muy regular", expresión masónica que se ha seguido conservando, y de la que Guénon dice que representa "un recuerdo de la antigua ciencia sacerdotal que regía la construcción de los templos".13 Dicha ciencia es la Geometría, a la que los operativos identificaban con la Masonería misma, pues el arte de la construcción, esto es la arquitectura, constituye el desarrollo de las ideas contenidas en las formas geométricas, entendidas éstas en su aspecto puramente cualitativo, que es el que siempre ha tenido en la Masonería y en todas las tradiciones. No es entonces por casualidad que en ésta el Gran Arquitecto reciba también el nombre de "Gran Geómetra del Universo".
En efecto, la geometría es la ciencia masónica por excelencia,14 estrechamente relacionada con la ciencia de los números, pues la geometría es realmente el cuerpo del número, pero el número considerado no como cifra, que sólo sirve para el cómputo cuantitativo, sino como ideas de orden metafísico que al manifestarse organizan la Inteligencia o estructura invisible del cosmos, generando su dinámica interna o Alma universal, y con ella el Rito cósmico y la posibilidad de la vida bajo todas las formas en que ésta se expresa. Hablar de número es hablar, como pensaban los pitagóricos, de una energía o fuerza en acción, de un poder divino que al plasmarse en la substancia receptiva del mundo y del hombre la actualiza y la hace inteligible, esto es, la ordena al conjugar y armonizar sus partes dispersas. Y ya que hablamos de los pitagóricos (cuya herencia afirma Guénon pasó a la Masonería medieval a través de los Collegia Fabrorum romanos), debemos decir que para ellos el Dios geómetra era el propio Apolo hiperbóreo, Dios de la Luz primigenia del que Platón dice que "geometriza siempre", pues con sus rayos luminosos "mide" la totalidad de la manifestación universal, extrayendo el cosmos del caos.
En este sentido, Guénon nos dice en el tercer capítulo de El reino de la cantidad y los signos de los tiempos, titulado "Medida y manifestación", que esos rayos equivalen a las middoth de la Cábala (que significan precisamente "medidas" en hebreo), asimiladas a los atributos y nombres divinos, "afirmándose que Dios creó los mundos gracias a ellas, lo que por otra parte se relaciona precisamente con el simbolismo del punto central y de las direcciones del espacio. También podríamos recordar a este respecto la frase bíblica en la que se afirma que Dios ha 'dispuesto de todas las cosas en número, peso y medida' ".15 Según esto la manifestación corpórea, o el mundo físico, debe tomarse como un símbolo de toda la manifestación universal, pues de otra manera ésta (la manifestación universal) dejaría de ser representable, es decir que no se podría simbolizar de ninguna manera, lo cual evidentemente es imposible, pues la ley de analogía y de correspondencia (ley que constituye la clave del símbolo) actúa en todos los niveles y planos de la manifestación, relacionándolos unos con otros, generando así el discurso de la existencia. El propio pensamiento humano es analógico, y es precisamente esa cualidad la que le permite acceder y comprender, a su nivel correspondiente, las realidades superiores.
Es entonces por eso que el espacio físico se toma como un símbolo del propio orden cósmico, y ese espacio es realizado y medido en toda su extensión por las seis direcciones, equivalentes simbólicamente a las middoth o atributos divinos y a los "rayos luminosos" del Apolo hiperbóreo, todos ellos partiendo de un centro, que en el caso de la representación geométrica es un punto, y en el mundo espiritual es el "Corazón o Centro del Mundo", es decir Dios mismo o la Unidad primordial. La Logia, que es, volvemos a repetir, una imagen del cosmos, no se "actualiza" hasta el momento en que se "encienden las luces", las cuales, efectivamente, la hacen pasar de las "tinieblas a la luz". Todo esto es importantísimo en el simbolismo masónico, al que, como estamos intentando explicar aquí, Guénon ha restituido su auténtica dimensión iniciática y esotérica. El mismo nos dice en un capítulo de Los símbolos fundamentales de la ciencia sagrada, concretamente en "El simbolismo solsticial de Jano", que la estructura de la Logia está formada a partir de la cruz de tres dimensiones, dimensiones cuya "longitud es 'de Oriente a Occidente'; su anchura, 'de Mediodía a Septentrión'; su altura, 'de la Tierra al Cielo' (el Cenit); y su profundidad, 'de la superficie al centro de la Tierra' (el Nadir). Por otra parte, continúa Guénon, se dice que 'en la Logia de San Juan (así es como se denomina a la Logia masónica) se elevan templos a la virtud y se cavan mazmorras para el vicio';16 estas dos ideas de 'elevar' y 'excavar' se refieren a las dos dimensiones verticales, altura y profundidad, que se cuentan según las mitades de un mismo eje que va del 'cenit al nadir', tomadas en sentido mutuamente inverso; esas dos direcciones opuestas corresponden, respectivamente, a sattwa y a tamas (mientras que la expansión de las dos dimensiones horizontales corresponde a rajas), es decir a las dos tendencias del ser, hacia los Cielos (el templo) y hacia los Infiernos (la mazmorra)". Como se dice en los manuales de instrucción masónica (cuya lectura y meditación Guénon recomendaba practicar asiduamente como apoyo al trabajo interior), esas dimensiones prueban que la Masonería es universal, y por tanto también la Logia, que al ser "iluminada" por la luz que está en su interior (luz despertada y vehiculada por el rito), ha sido "abierta" a las influencias espirituales, quedando constituida según el modelo del cosmos. Esas direcciones, en efecto, determinan tres espacios simbólicos análogos a los tres planos cósmicos: el Inframundo, la Tierra y el Cielo, los que a su vez se relacionan con los tres grados iniciáticos de aprendiz, compañero y maestro, respectivamente. Por tanto, si como se afirma en los rituales, la Logia es "justa y perfecta", es, entre otras razones, porque ella refleja el equilibrio y la armonía universal, y porque la seis direcciones de la cruz tridimensional más su centro suman siete, al que todas las tradiciones consideran como el número cosmogónico por antonomasia; con él se acaba la creación y se resume en sí misma como nos indica el Génesis, y es al mismo tiempo el número de los planetas tradicionales, y el de las siete sefiroth de "construcción cósmica" del Arbol de la Vida cabalístico.
La cuestión del sentido cualitativo de las direcciones del espacio Guénon la aborda muchas veces a lo largo de su obra, pero muy especialmente en El simbolismo de la cruz, que es un libro de una importancia capital para quien le interese conocer la ciencia de la geometría desde el punto de vista tradicional y sagrado, y desde luego para los masones realmente interesados en el conocimiento de su Orden debe representar unos de los textos fundamentales de investigación simbólica, supliendo así, en gran medida, la carencia doctrinal en que vive sumida la Masonería desde hace ya varios siglos.17 Aquella frase que estaba en el frontispicio de entrada a la escuela platónica: "Que nadie entre aquí si no es geómetra", podría estar perfectamente en la entrada al templo masónico, pues como dice Guénon las enseñanzas que en esa escuela se impartían no podían "ser comprendidas verdadera y efectivamente más que por una 'imitación' de la actividad divina", lo que en lenguaje masónico equivale al cumplimiento de los planes "trazados" por el Gran Arquitecto o Gran Geómetra del Universo.
Sobre estos planes, y su cumplimiento efectivo en el ser, veamos qué nos dice Guénon en el cap. XXXI de Aperçus..., titulado "De la enseñanza iniciática": "En el fondo si todo proceso iniciático presenta en sus diferentes fases una correspondencia, ya sea con la vida humana individual, ya con el conjunto de la manifestación vital misma, particular o general, 'microcósmica' o 'macrocósmica', ésta se efectúa según un plan análogo al que el iniciado debe cumplir en sí mismo, para realizarse en la completa expansión de todas las potencias de su ser. Se trata siempre y en todo lugar de los planes correspondientes a una misma concepción sintética, de tal manera que ellos son principialmente idénticos, y, aunque son diferentes e indefinidamente variados en su realización, proceden de un 'arquetipo' único, plan universal trazado por la Voluntad suprema que es designada simbólicamente como el 'Gran Arquitecto del Universo'.
"Así pues, todo ser tiende, conscientemente o no, a realizar en sí mismo, por los medios apropiados a su naturaleza particular, aquello que las formas iniciáticas occidentales, apoyándose sobre el simbolismo 'constructivo', denominan el 'plan del Gran Arquitecto del Universo', y a concurrir por ello, según la función que le pertenece en el conjunto cósmico, a la realización total de ese mismo plan, el cual no es en suma sino la universalización de su propia realización personal. Es en este punto de su desarrollo, cuando un ser toma realmente conciencia de esta finalidad, que comienza para él la iniciación efectiva, que debe conducirle por grados, y según su vía personal, a esta realización integral, que se cumple, no en el desarrollo aislado de ciertas facultades especiales, sino en el desarrollo completo, armónico y jerárquico, de todas las posibilidades implicadas en la esencia de este ser".
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Estas sucintas indicaciones acerca del rito y de la Logia masónica queremos pensar que han servido por lo menos para formarnos una idea de por qué Guénon consideraba a la Masonería como una organización iniciática que continúa conservando los elementos simbólicos necesarios para transmitir una influencia espiritual, cuyo desarrollo en el interior del ser conduce al conocimiento de la cosmogonía y de él mismo como integrado dentro de ella, y a partir de ahí alcanzar el estado no-condicionado de la Unidad metafísica, que por ser tal está "más allá" (por decirlo de alguna manera) del dominio cósmico e individual.
Pero hasta ahora apenas hemos hablado de su estructura iniciática según las enseñanzas que a este respecto nos transmite la obra guenoniana. Para Guénon, lo repitió multitud de veces, la Masonería propiamente dicha es la de los tres primeros grados: aprendiz, compañero y maestro, que son los que están directamente relacionados con la iniciación de oficio. La efectiva realización de estos grados (de las enseñanzas que contienen) conducen al cumplimiento de los "pequeños misterios", que son los misterios de la cosmogonía y del hombre, y cuyo conocimiento es plenamente actualizado en el grado de maestro "puesto que la realización completa de éste implica la restauración del estado primordial", al que conducen precisamente los "pequeños misterios".18
En lo que respecta a los llamados "altos grados", Guénon distingue "de una parte, aquellos grados que tienen un lazo directo con la Masonería, y, de otra, aquellos grados que pueden ser considerados como representando vestigios o recuerdos, venidos a injertarse en la Masonería, o a 'cristalizarse' de alguna manera en torno a ella, de antiguas organizaciones iniciáticas distintas de la Masonería". Esas organizaciones iniciáticas a las que se refiere Guénon son especialmente la Orden del Temple y la Orden hermético-cristiana de la Rosa-Cruz, parte de cuya herencia simbólica ha "cristalizado" efectivamente en varios altos grados masónicos, sobre todo en los pertenecientes a la Masonería Escocesa. Con respecto a esos altos grados, Guénon señala que "habría mucho que decir sobre este papel 'conservador' de la Masonería, y sobre la posibilidad que este papel le da de suplir en una cierta medida la ausencia de iniciaciones de otro orden en el mundo occidental actual". Esto es muy importante, por diversas razones, entre ellas porque desautoriza completamente y niega cualquier valor real a esas organizaciones pseudo-iniciáticas que hoy en día se dicen templarias o rosacrucianas. Pero sobre todo porque esa función conservadora y receptiva la convierte en una especie de "arca" que ha concentrado en su seno la herencia tradicional de Occidente, lo cual ha sido posible, entre otras cosas, porque la Masonería no tiene una forma religiosa que pudiera derivar por degradación en un dogmatismo excluyente, sino que al ser una organización iniciática está por ello mismo abierta a cuantas doctrinas tradicionales de carácter igualmente iniciático han entrado o pudieran entrar en contacto con ella. En los tiempos que estamos viviendo, donde numerosos signos anuncian el final de un ciclo, ese papel conservador de la Orden masónica no deja de tener sin duda alguna su importancia y su trascendencia.19
Así pues, es en la Masonería actual, y en algunos de sus altos grados concretamente, donde se ha depositado lo que se pudo conservar de la Orden del Temple y de la Rosa-Cruz. Que éstas hayan desaparecido como formas iniciáticas, no quiere decir que su espíritu no haya permanecido de alguna manera latente y en estado germinal, y si es así, es en la Masonería donde se le podría hallar. En fin, es éste un tema desde luego muy interesante, pero que lógicamente no podemos desarrollar en estos momentos. Nos remitimos, eso sí, a varios estudios que Guénon escribió enteramente, o en parte, sobre el tema, a saber: "Los altos grados masónicos", "Palabra perdida y nombres substituidos" y "Heredom", todos ellos incluidos en el volumen II de Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage; en Initiation et Réalisation Spirituelle, ver el capítulo titulado "Realización descendente y ascendente"; en Aperçus sur L'Initiation, el que lleva por nombre "Sobre dos divisas iniciáticas"; en Símbolos Fundamentales..., "La salida de la caverna cósmica"; así como algunos capítulos de El esoterismo de Dante.
Entre los altos grados que como dice Guénon tienen un lazo directo con la Masonería de oficio él estuvo particularmente interesado en el de Royal Arch (o Arco Real), perteneciente al Rito inglés de Emulación.20 De este grado nos dice que "es como el nec plus ultra de la iniciación masónica... el único que debe ser tomado como estrictamente masónico propiamente hablando, y donde el origen operativo no ofrece ninguna duda: es, de cualquier forma, el complemento normal del grado de Maestro, con una perspectiva abierta sobre los 'grandes misterios'", es decir sobre lo supra-cósmico y lo metafísico. De aquí que, como menciona Guénon en La Gran Tríada (otra de sus obras en que se hacen numerosas referencias al simbolismo masónico, y también hermético-alquímico, en correspondencia con la cosmogonía extremo-oriental), en la Masonería anglosajona se haga una distinción entre lo que se denomina la "Square Masonry" (la Masonería de la Escuadra) y la "Arch Masonry" (la Masonería del Arco). La escuadra y el arco se relacionan evidentemente con las figuras geométricas del cuadrado y del círculo, y ambas son los símbolos respectivos de la Tierra y del Cielo, representados precisamente en la Masonería por la escuadra y el compás, sus dos emblemas tal vez más característicos.
La escuadra y el compás se refieren a los misterios de la cosmogonía, que son los misterios de la Tierra y del Cielo, y también del hombre como síntesis nacida de la unión entre ambos. Pero en el simbolismo masónico, la escuadra, que sirve para trazar figuras rectilíneas, y por tanto vinculadas a lo terrestre, está puesta en relación con los tres primeros grados (los que conforman la "Square Masonry"), mientras que el compás, que sirve a su vez para trazar las figuras circulares, y por consiguiente vinculadas a lo celeste, está más bien en relación con la Masonería del Arco, y en los grados de otros Ritos masónicos de alguna manera semejantes a ella. La escuadra está directamente ligada con la construcción y la obra de la cosmogonía, en la que también intervienen la perpendicular (o plomada) y el nivel. Esta es la razón de que el distintivo del Venerable de una Logia (llamado en los antiguos rituales el "Maestro de la Logia", porque él es el representante de dicho grado tanto en una Logia que trabaja en grado de aprendiz como de compañero) sea una escuadra, que es la unión precisamente de la perpendicular y el nivel, esto es de la vertical y la horizontal, cuya interacción generan permanentemente la vida universal. Sin embargo el compás está más bien vinculado con el "acabamiento" y "perfección" de dicha obra, perfección que desde luego ya está implícita en el grado de maestro, pero que adquiere su desarrollo completo en el grado complementario de Royal Arch. En este sentido, y como dice Guénon, "si el grado de Maestro fuera más explícito, y también si todos aquellos que son admitidos estuvieran verdaderamente cualificados, es en su interior mismo que estos desarrollos deberían encontrar su lugar, sin que sean necesarios otros grados nominalmente distintos de aquel". Que esos otros grados sean necesarios hoy en día para cumplimentar toda la enseñanza iniciática contenida en el grado de maestro, en nada disminuye el significado simbólico de lo que este grado en el fondo representa, que es, como antes hemos dicho, la restauración del estado primordial, o del "hombre verdadero" como se dice en el Taoísmo, el cual no es sino el reflejo del "hombre transcendente", esto es, del propio Gran Arquitecto del Universo. Tengamos en cuenta que la restauración de ese estado es al mismo tiempo la recuperación de la "Palabra perdida", que es el fin que persigue todo el trabajo masónico, y que esa recuperación no es otra cosa que restablecer la comunicación con el "Centro Supremo" o la Tradición primordial, "porque esta Tradición no es sino una con el conocimiento mismo que está implicado en la posesión de este estado".21 Tal vez todo esto lo veamos con mayor claridad si lo trasladamos al simbolismo constructivo, que es el modelo del que la iniciación masónica extrae lo esencial de su enseñanza. Y para hacerlo nada mejor que acudir a aquellos artículos de Los Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada que han sido reunidos bajo el título general de "Simbolismo constructivo", y de esos artículos concretamente los que llevan por título "El simbolismo de la cúpula" y "La piedra angular", puesto que en ellos se señalan ciertos aspectos simbólicos del ritual de Royal Arch.
En efecto, es llegado al grado de maestro, que en el simbolismo constructivo se corresponde con la piedra fundamental situada en el centro mismo del plano cuadrangular del templo (cuadrángulo que simboliza a la Tierra), que se produce el pasaje de la "escuadra al compás", o del "cuadrado al círculo", esto es, de la Tierra al Cielo, el cual está representado por la cúpula semiesférica,22 situada lógicamente en la parte superior del edificio, en cuya sumidad se encuentra la "clave de bóveda", sobre la que se dispone la piedra angular. Esta, debido a su forma, no halla su ubicación en el templo hasta que finaliza la construcción misma, a la que la piedra angular literalmente "corona" al situarse en su ápice o punto más alto, es decir, en su Cenit. La piedra angular es, como dice Guénon, el símbolo de la Unidad metafísica, de la que toda la construcción depende y de la que no es sino un reflejo, como lo es la propia manifestación universal del Principio in-manifestado. De esa clave de bóveda parte un eje o pilar invisible hacia el centro mismo del templo, donde se encuentra la piedra fundamental (que corresponde al altar en la simbólica cristiana), la cual aparece, en efecto, como el reflejo de la piedra cimera, proyectándose a su vez en las cuatro piedras situadas en cada uno de los ángulos de la base, las que "sostienen" y sobre las que se apoya toda la construcción. Esta se levanta toda entera alrededor de ese eje, que es verdaderamente el símbolo del Eje del Mundo, y es él el que posibilita que una vez llegado al centro o altar se produzca ese pasaje o "exaltación" (así se llama exactamente la ceremonia de admisión al grado de Royal Arch) que conduce hasta la clave de bóveda, que como su propio nombre indica es una "clave" o "llave" que abre la "puerta estrecha" por donde se produce la salida definitiva de la construcción cósmica, hacia los estados supra-individuales y metafísicos, y con ellos a la Identidad Suprema y a la Liberación, objetivo, si así pudiera decirse, de todo el proceso iniciático.