Vie, 7 de Oct, 2005
Por: Mariano Narváez Cantú M:. M:.
Primer Diácono Titular
R:.L:.S:."Guardianes Del Misterio"
Or:. de Monterrey
Nuevo León
México
En los momentos en que presenté este trabajo leído a tres
voces, hubo dos HH:. que fueron heridos en sus susceptibilidades,
por lo que hago la aclaración que es tan sólo un cuento, que no
intento cambiar los rituales bajo ninguna circunstancia. Ya con esta
aclaración previa, espero que sea de vuestro agrado.
Una noche de Abril, después de terminada la Semana Santa, los
trabajos se reanudaron utilizando rituales recortados.
La invocación al G:.A:.D:.U:. ni siquiera se dio.
Las órdenes de apertura llegaron al segundo vigilante.
El Acta de la Tenida Anterior se leyó con accidentada dicción.
Los grotescos bostezos hicieron que el cuadro logial se completara
en un torrente de flujo de desdén. La palabra fue concedida.
Se trataron asuntos triviales.
Antes de que el silencio reinara los toques misteriosos del grado se
hicieron retumbar en la puerta de entrada.
El Guarda Templo quedó mudo al abrir el postigo.
Su espada se empezó a derretir hasta casi quemarle la mano.
Las puertas se abrieron en par entero.
Una luz inmensa se dejó ver; una luz cegadora.
Una silueta se dibujaba entre las del haz dominante.
Una música sepulcral se dejó escuchar por quién sabe que
lugar.
El misterioso hombre iba vestido de riguroso negro con ropajes
antiguos, una toga negra cubierta por un dominó negro que le
cubría la cara parcialmente.
Su mirada era fija, penetrante y escudriñó hasta el más
pequeño de los sitios.
Desde oriente el Venerable Maestro le pregunta: -¿Quién eres?,
¿De dónde venís?, ¿Qué es lo que buscáis?, ¿Sois
Masón?...- El misterioso hombre respondió a todas las preguntas
según el catecismo.
A todas menos a la primera.
El V:.M:. volvió a preguntar, el silencio fue acompañado de un
temor.
-Yo soy, el que necesitaba venir, el que todos ustedes mataron,
condenaron y sepultaron, pero yo no he de morir mientras habite en
el mundo el último de los masones, yo soy el espíritu
masónico- habló en espontánea forma el desconocido.
Los dignatarios se indignaron por esa muestra de expresa arrogancia.
El V:.M:., presa de su orgullo y con varios malletazos ordenó a
los expertos a que echaran fuera al extranjero.
A aquel misterioso ser que había osado entrar con los lineamientos
marcados por el ritual.
Un estruendo arrebató el instante de llevar a cabo tal acción.
Una luz multicolor emanó del Ara Sagrada y con ella un mallete
hecho de madera de acacia se dejo entrever dentro de aquel
resplandor.
El taller, preso de aquella sorpresa fue invadido por el miedo.
Un querubín se transfiguró de aquella luminoso destello.
En sus manos llevaba la espada flamígera, encendida con el fuego
de las pasiones y con el del remordimiento.
Los expertos caminaron en retroceso unos cuantos pasos hasta ser
detenidos por sus asientos.
Se sentaron.
Sus espadas también fueron derretidas.
Los pies de las personas ahí reunidas estaban cada vez más
pesados.
El querubín habló con voz difusa y alimentando al eco que
aquellas paredes no solían producir.
-Este que ustedes ven frente a frente, es el tercer vigilante, aquel
que siempre ha estado con ustedes y que nunca quisieron ver; aquel
al que nunca pusieron atención.- dijo el dignatario celestial con
voz multitonal.
El V:.M:. cuestionó tal medida preguntando al ángel de
fuego:-¿Por qué un vigilante?, ¿qué columna vigila?,
¿qué parte del poder de la Logia representa?, ¿qué parte
juega en nuestros rituales?... no se,...no se... ¿qué es lo que
está pasando?- con voz entrecortada, como inmersa en un miedo que
no quería aceptar.
-Yo soy el tercer vigilante, vigilo lo más importante de la
logia... El Ara Sagrada. ¿Qué vigilante o dignatario se ocupa
de ello?, en la escueta invocación al creador de creadores, ni
siquiera se lee con cuidado el Salmo de la Fraternidad, todo se
volvió costumbre, rutina, ya nada tiene sentido si no es por lo
que yo vigilo.
He estado invisible hasta que no soporté más...- agregó el
visitante con voz sobria y recia.
El silencio gobernó el lugar por algunos instantes.
Un estruendo sacudió aquel sitio, era un temblor, un terremoto.
Del suelo mosaico del lado occidental del Ara emergió un trono, un
trono hecho con madera de acacia y con inscripciones antiguas, misma
que no son relevantes mencionar.
El hombre se sentó y con un golpe de mallete dijo: -Hermano
segundo vigilante, podemos proceder-. Los vigilantes trasmitieron la
notación.
Para aquellos momentos el querubín se había esfumado, no sin
antes dejar la espada flamígera en su sitio.
-Perdón hermanos- dijo el nuevo vigilante, -olvidé restituir
sus espadas- agregó.
En esos momentos el cielo se vistió de furia, lo que antes era una
apacible noche se transformó en tormentosa.
Los truenos no dejaban escuchar una sola palabra.
En eso un rayo entró por una de las ventanas y envistió ambas
columnas, J y B.
El corte era perfecto como hecho por un bisturí.
Dentro de éstas una serie de doce espadas hechas del titanio, del
acero y del oro más puro cedieron su peso al suelo.
El maestro de ceremonias llevo a cada quien las espadas.
Cuando cada uno empuñó sus espadas, sus vestiduras cambiaron, ...
¡sí, así es, no es broma alguna!, cambiaron.
Todos quedaron vestidos con ropajes negros dispuestos de manera de
togas que les llegaban hasta abajo de la rodilla.
Los collarines eran de piel de cordero con orillaje metalizado en
oro, cada uno de ellos tenía, además de su joya su nombre
inscrito.
El V:.M:. no sabia que decir, pero de palabras dispares logró
preguntar -¿a qué se debe todo esto?, ¿por qué estamos
vestidos de esta forma?-.
-¿No lo saben acaso?, cuando el Ara Sagrada está bien guardada,
con las debidas reverencias y cuidados la logia se convierte en un
palacio, se convierten en verdaderos templo, portadores de la verdad
que el cosmos nos brinda- respondió el mágico ser.
En eso, el temblor y la tempestad despertaron la curiosidad de otras
logias que sin perder un instante se dejaron ir.
Cuando entraron, aquel templo no distaba mucho del que Salomón
construyó por voz de su profeta Natán al Creador de Creadores.
De ahí en adelante el tercer vigilante no opinó, no habló,
no gesticuló, ni dejo entrever ningún signo distinto de lo que
su puesto requería ser cubierto.
El V:.M:. recibió la infinita sabiduría del Hacer del Cosmos.
Los trabajos estaban por cerrarse cuando éste pregunta al tercer
vigilante -¿qué reina en vuestra columna, hermano tercer
vigilante?-, el dignatario responde con haciendo uso de ademanes y
lo hace de pie -En mi columna siempre ha reinado el silencio, puesto
que es la columna de la paz, al columna en donde brillan las
antorchas de la Ciencia, La Virtud y la Fraternidad, que hoy han
vuelto a tomar forma.- .
Al circular el saco de beneficencia de sus manos emanaban monedas y
monedas de oro.
El saco estaba muy pesado y entre tres hermanos lo tuvieron que
cargar.
El V:.M:. declaró cerrados los trabajos y todo desapareció.
¿Sería un sueño o alucinación colectiva?
¿Quién sabe? lo que sí es seguro es que las columnas
seguían penetradas y las monedas de oro ahí seguían.
Nadie supo qué fue lo que pasó, pero yo pienso que todo pasó
porque donde tiene el hombre su tesoro ahí tiene su corazón.
Por: Mariano Narváez Cantú M:. M:.
Primer Diácono Titular
R:.L:.S:."Guardianes Del Misterio"
Or:. de Monterrey
Nuevo León
México
En los momentos en que presenté este trabajo leído a tres
voces, hubo dos HH:. que fueron heridos en sus susceptibilidades,
por lo que hago la aclaración que es tan sólo un cuento, que no
intento cambiar los rituales bajo ninguna circunstancia. Ya con esta
aclaración previa, espero que sea de vuestro agrado.
Una noche de Abril, después de terminada la Semana Santa, los
trabajos se reanudaron utilizando rituales recortados.
La invocación al G:.A:.D:.U:. ni siquiera se dio.
Las órdenes de apertura llegaron al segundo vigilante.
El Acta de la Tenida Anterior se leyó con accidentada dicción.
Los grotescos bostezos hicieron que el cuadro logial se completara
en un torrente de flujo de desdén. La palabra fue concedida.
Se trataron asuntos triviales.
Antes de que el silencio reinara los toques misteriosos del grado se
hicieron retumbar en la puerta de entrada.
El Guarda Templo quedó mudo al abrir el postigo.
Su espada se empezó a derretir hasta casi quemarle la mano.
Las puertas se abrieron en par entero.
Una luz inmensa se dejó ver; una luz cegadora.
Una silueta se dibujaba entre las del haz dominante.
Una música sepulcral se dejó escuchar por quién sabe que
lugar.
El misterioso hombre iba vestido de riguroso negro con ropajes
antiguos, una toga negra cubierta por un dominó negro que le
cubría la cara parcialmente.
Su mirada era fija, penetrante y escudriñó hasta el más
pequeño de los sitios.
Desde oriente el Venerable Maestro le pregunta: -¿Quién eres?,
¿De dónde venís?, ¿Qué es lo que buscáis?, ¿Sois
Masón?...- El misterioso hombre respondió a todas las preguntas
según el catecismo.
A todas menos a la primera.
El V:.M:. volvió a preguntar, el silencio fue acompañado de un
temor.
-Yo soy, el que necesitaba venir, el que todos ustedes mataron,
condenaron y sepultaron, pero yo no he de morir mientras habite en
el mundo el último de los masones, yo soy el espíritu
masónico- habló en espontánea forma el desconocido.
Los dignatarios se indignaron por esa muestra de expresa arrogancia.
El V:.M:., presa de su orgullo y con varios malletazos ordenó a
los expertos a que echaran fuera al extranjero.
A aquel misterioso ser que había osado entrar con los lineamientos
marcados por el ritual.
Un estruendo arrebató el instante de llevar a cabo tal acción.
Una luz multicolor emanó del Ara Sagrada y con ella un mallete
hecho de madera de acacia se dejo entrever dentro de aquel
resplandor.
El taller, preso de aquella sorpresa fue invadido por el miedo.
Un querubín se transfiguró de aquella luminoso destello.
En sus manos llevaba la espada flamígera, encendida con el fuego
de las pasiones y con el del remordimiento.
Los expertos caminaron en retroceso unos cuantos pasos hasta ser
detenidos por sus asientos.
Se sentaron.
Sus espadas también fueron derretidas.
Los pies de las personas ahí reunidas estaban cada vez más
pesados.
El querubín habló con voz difusa y alimentando al eco que
aquellas paredes no solían producir.
-Este que ustedes ven frente a frente, es el tercer vigilante, aquel
que siempre ha estado con ustedes y que nunca quisieron ver; aquel
al que nunca pusieron atención.- dijo el dignatario celestial con
voz multitonal.
El V:.M:. cuestionó tal medida preguntando al ángel de
fuego:-¿Por qué un vigilante?, ¿qué columna vigila?,
¿qué parte del poder de la Logia representa?, ¿qué parte
juega en nuestros rituales?... no se,...no se... ¿qué es lo que
está pasando?- con voz entrecortada, como inmersa en un miedo que
no quería aceptar.
-Yo soy el tercer vigilante, vigilo lo más importante de la
logia... El Ara Sagrada. ¿Qué vigilante o dignatario se ocupa
de ello?, en la escueta invocación al creador de creadores, ni
siquiera se lee con cuidado el Salmo de la Fraternidad, todo se
volvió costumbre, rutina, ya nada tiene sentido si no es por lo
que yo vigilo.
He estado invisible hasta que no soporté más...- agregó el
visitante con voz sobria y recia.
El silencio gobernó el lugar por algunos instantes.
Un estruendo sacudió aquel sitio, era un temblor, un terremoto.
Del suelo mosaico del lado occidental del Ara emergió un trono, un
trono hecho con madera de acacia y con inscripciones antiguas, misma
que no son relevantes mencionar.
El hombre se sentó y con un golpe de mallete dijo: -Hermano
segundo vigilante, podemos proceder-. Los vigilantes trasmitieron la
notación.
Para aquellos momentos el querubín se había esfumado, no sin
antes dejar la espada flamígera en su sitio.
-Perdón hermanos- dijo el nuevo vigilante, -olvidé restituir
sus espadas- agregó.
En esos momentos el cielo se vistió de furia, lo que antes era una
apacible noche se transformó en tormentosa.
Los truenos no dejaban escuchar una sola palabra.
En eso un rayo entró por una de las ventanas y envistió ambas
columnas, J y B.
El corte era perfecto como hecho por un bisturí.
Dentro de éstas una serie de doce espadas hechas del titanio, del
acero y del oro más puro cedieron su peso al suelo.
El maestro de ceremonias llevo a cada quien las espadas.
Cuando cada uno empuñó sus espadas, sus vestiduras cambiaron, ...
¡sí, así es, no es broma alguna!, cambiaron.
Todos quedaron vestidos con ropajes negros dispuestos de manera de
togas que les llegaban hasta abajo de la rodilla.
Los collarines eran de piel de cordero con orillaje metalizado en
oro, cada uno de ellos tenía, además de su joya su nombre
inscrito.
El V:.M:. no sabia que decir, pero de palabras dispares logró
preguntar -¿a qué se debe todo esto?, ¿por qué estamos
vestidos de esta forma?-.
-¿No lo saben acaso?, cuando el Ara Sagrada está bien guardada,
con las debidas reverencias y cuidados la logia se convierte en un
palacio, se convierten en verdaderos templo, portadores de la verdad
que el cosmos nos brinda- respondió el mágico ser.
En eso, el temblor y la tempestad despertaron la curiosidad de otras
logias que sin perder un instante se dejaron ir.
Cuando entraron, aquel templo no distaba mucho del que Salomón
construyó por voz de su profeta Natán al Creador de Creadores.
De ahí en adelante el tercer vigilante no opinó, no habló,
no gesticuló, ni dejo entrever ningún signo distinto de lo que
su puesto requería ser cubierto.
El V:.M:. recibió la infinita sabiduría del Hacer del Cosmos.
Los trabajos estaban por cerrarse cuando éste pregunta al tercer
vigilante -¿qué reina en vuestra columna, hermano tercer
vigilante?-, el dignatario responde con haciendo uso de ademanes y
lo hace de pie -En mi columna siempre ha reinado el silencio, puesto
que es la columna de la paz, al columna en donde brillan las
antorchas de la Ciencia, La Virtud y la Fraternidad, que hoy han
vuelto a tomar forma.- .
Al circular el saco de beneficencia de sus manos emanaban monedas y
monedas de oro.
El saco estaba muy pesado y entre tres hermanos lo tuvieron que
cargar.
El V:.M:. declaró cerrados los trabajos y todo desapareció.
¿Sería un sueño o alucinación colectiva?
¿Quién sabe? lo que sí es seguro es que las columnas
seguían penetradas y las monedas de oro ahí seguían.
Nadie supo qué fue lo que pasó, pero yo pienso que todo pasó
porque donde tiene el hombre su tesoro ahí tiene su corazón.