Ricardo Elías (Pupo) Mateo Durand, nacido en El Callao antiguo, el lunes 15 de Enero de 1945 a las 06:25 de la mañana, en el inmueble de los altos que lleva el número de 672, en la habitación que da a la calle Libertad. Inicio sus estudios pre-escolares en la Casa-Escuelita de la Srta. Marcela en la Calle Putumayo, llegando a la de San Martín, de su mismo barrio. Posteriormente, da inicio a su etapa primaria, continuando la secundaria en los colegios Italiano Santa Margarita del Callao y San José de los Hermanos Maristas – (Egresado en1961). Curso estudios superiores extranjeros en la Escuela de Ciencias Políticas: 1967-1968 (Moscú-URSS); Pintura artística – Museo de Arte: 1985-1992 (Tartu-Estonia). Siguió Cursos de Restauración de Papel (Tartu-Estonia y Leningrado /San Petersburgo/-URSS).
HEMATOMA PALPEBRAl
Nuestra historia se remonta a mediados del decenio de los cincuenta del pasado siglo XX –sería el año 1956-, y tuvo por escenario la Plazuela de Paita-Libertad. Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. Todo fue súbito y fortuito. Los hechos puntuales de nuestra crónica son como se leerá en los párrafos sucesivos.
Jugando con coetáneos del barrio, entre trotes y correrías emprendí galope en dirección a la calle Paita donde, al desembocar en ella de manera intempestiva, coincidí con un bólido encarnado en rapaz amigo desplazándose en rumbo contrario. Le llevaba casi una cabeza de estatura, que fue precisamente el sitio donde le hice considerable chinchón. Inequitativamente, en relación diametralmente inversa y redoblada, fui yo quien llevó en el ojo izquierdo la peor parte. La hinchazón del párpado fue formidable, y riquísima cromáticamente hablando: al rosáceo inicial le siguió un azuloso cielo otoñal con fecunda gama de grises, para de a pocos mudarse en tonalidades de amarillo-verdoso-violáceo crepusculares. Esto en cuanto al exterior. En cuanto al interior, en la comarca subcutánea, habiendo logrado su máxima expresión, bulto de tanto bulto decreció sin prisas, con lentitud, hasta estabilizarse en una persistente y estable tumefacción bajo el siniestro párpado, donde instalóse con planes de residir a perpetuidad.
Comprobada su simpatía para conmigo y su decisión de no desampararme por mucho tiempo –hablo del impertinente nódulo-, mi madre llevóme donde un médico de la Calle Lima. En la Calle Lima de entonces los autos y tranvías discurrían en ambas direcciones, hacia La Punta o hacia la Plaza San Martín. El consultorio se ubicaba cercano a la cervecería, que trabajaba a todo vapor esparciendo aromas lupulares para júbilo y algazara de la población porteña.
Entramos al consultorio donde nos encontramos con su titular. Era éste facultativo arropado en nívea bata profesional, impecable e inmaculada camisa con cuello almidonado desde donde lucía corbata de nudo perfecto. Sobre su pecho colgaba acerado estetoscopio. Invitónos a sentarnos mientras preguntaba el motivo de la visita. La razón y causa estaban a la vista. Mi madre le señaló mi ojo, refirióle pormenores del accidente así como nuestras inquietudes y zozobras. El médico dirigió los suyos hacia el punto colisionado, miró con concentrado detenimiento y puso cara solemne. Me volteó la cabeza para mejor mirarme desde varios ángulos y perspectivas. Tomó una lupa detectivesca, cuyo foco era el párpado de mi ojo zurdo y dilató mis desgracias. Mientras observaba a través del vidrio, con los dedos de una mano tentaba, palpaba, exploraba, presionaba levemente y reconocía su expansión simultaneando tan prolijo examen con palabras ininteligibles extraídas de las ciencias médicas. Intensificábase la gravedad de su semblante. Aunque no entendiéramos, nosotros no nos perdíamos ademanes ni expresiones de tan ilustrado y egregio terapeuta.
Luego de unos momentos dejó la lupa sobre su escritorio, se volteó, nos miró fijamente, concentró sus pensamientos acerca de lo que diría de mi caso, cuyo dictamen tenía ya formado, y empezó a hablar con prosopopeya traumatóloga.
- Se trata de un hematoma, o sea de acumulación de sangre causada por el fuerte impacto recibido en la región palpebral... Sufrimiento de tegumentos ... Ha habido rotura de vasos capilares, con su respectiva equimosis, como usted muy bien podrá observar aquí -dijo señalando con el índice de la mano derecha-. Es de esperar que el golpe no haya ocasionado un problema perióstico,... Para estar seguros que no es así le haremos unas radiografías. El muchacho ha debido tener un dolor agudo sobreviniéndole luego el proceso inflamatorio según delata el absceso que ...
- ¿Se curará, doctor?
- ¿Cuántos días dice usted que ocurrió el percance?
- Hará casi una semana,... ¿Cree usted que el bulto desaparezca solo?
- No habiéndose disuelto hasta ahora, lo más probable será que quede algún rezago, algún vestigio, en tal caso para eliminarlo lo mejor sería proceder a efectuar una pequeña intervención quirúrgica, y para ello habrá que ingresarlo en la clínica que...
- ¿Operación quirúrgica?
- Desde luego, señora, es la manera más idónea para este tipo de casos. Antes de operarlo le practicaremos análisis, pruebas, radiografías y cuanto requiera para componer su cuadro etiológico y diagnosticar con precisión ... Le garantizamos que quedará perfecto y se reestablecerá rapidísimo.
- ¡Pero le quedará alguna cicatriz, alguna señal de costura, me imagino, y eso, doctor, no desaparecerá!
- Efectivamente, es como usted lo dice. Le quedará una especie de rasguño, pero lo operaremos de tal manera que éste sea mínimo. La cirugía, apreciada señora, ha alcanzado cotas muy elevadas y, si el paciente lo requiriera, la medicina plástica es una maravilla ... ¡No se preocupe!
- ¿Cuándo aconseja usted, doctor, que haya que internarlo en la clínica?
- A la mayor brevedad, señora. Usted sabe que estos accidentes no permiten dilaciones.
- Déjeme entonces consultarlo con mi esposo.
Para acortar el relato de esta verídica historia no dejaré constancia de la conversación de mis padres, y pasaré directamente a la siguiente jornada que, como acostumbrábamos, fue ir con mi madre de compras al mercado de abastos, primero a la Placita Chica, ésa limítrofe a la de Los Burros, y de allí encaminarnos al Mercado Central del Callao, que en el ambiente lugareño se le conoció siempre como la Plaza Grande.
Para llegar desde mi casa a la Placita Chica atravesábamos Bolivia, tomábamos Moctezuma y bajábamos por ésta hasta ganar la Avenida Dos de Mayo; cruzándola que hubiéramos arribábamos al sitio deseado. Esa mañana, antes de ingresar al mercadillo por la puerta de Moctezuma, nos paramos a conversar con una yerbatera con tapete dispuesto sobre la vereda de ese tramo peatonal, que era una manta de urdimbre serrana, bien provista de ataditos, montoncitos, manojitos, haces y gavillas de diferentes plantas y emolientes. Un hálito de esencias enigmáticas y recónditas difuminábase a su alrededor. Mi madre solía comprarle llantén, culén, manzanilla, coca y demás lenitivos estomacales y digestivos habidos y por haber.
Nuestra andina era fémina gruesa, maciza, lomuda, de baja estatura y tez cobriza; de cara redonda, con un sí es no de borradita por culpa de la viruela. Cobijábase bajo sombrero de fieltro amarronado situado sobre su cúspide cupular, por cuya retaguardia del ala, por el lado de la nuca, sobresalíale moño sólido, estructurado de pelo azabache cuervo, espesísimo. Chal con flecos le cubrían los hombros, y unas polleras multicolores, que parada le llegaban hasta las pantorrillas cubiertas éstas por medias de punto tupido, completaban su atuendo. Los zapatos eran negros, de lengüeta, pasadores y tacón de cinco centímetros.
A poco que hubimos iniciado la charla, desde la distancia de una braza de donde ella estaba sentada, medio cruzada de piernas, en la otra ribera de su alfombrilla y herbazales, con rápido golpe de ojo, oblicuamente, así como mirándome de pasada o refilón, señalando mi cara con movimiento de quijada le preguntó a mi mamá:
- ¡¿Quí li ha pasadu a tu hijitu?, Cassirachay!
Mi mamá hízole concisa referencia del accidente y de sus resultados. Algo interjeccionó en quechua la mujer para resaltar y dar a entender que había comprendido con claridad lo que en tan sucinta forma escuchara:
- Ti ricumiendu, cassiracha, qui li hagas un implastu de yirbabuinita y piscu, y qui si lu pungas antis di durmir, y si lu dijes tudita la nuchi, machacaditu nomás, mujaditu in pisquitu.
La hierbabuena estaba allí mismo. Tampoco en casa faltó nunca botella o botellas de pisco, con independencia que fueran más de adorno, más para ocupar un lugar en el espacio que para celebraciones ni festejos, por lo mismo que el espacio aborrece el vacío.
Llegada que hubo la noche hiciéronme el cataplasma mojado en pisco destilado en alambiques sanjosecinos de iqueño valle. Con ayuda de gasa colocáronmelo y amarráronmelo sobre el párpado hecatombado en espera del divino milagro. Al despertarme por la mañana y sacármelo éste se había realizado porque la hinchazón era para conjugarla en tiempo pretérito. A la siguiente noche sólo por pura fórmula repitióse el procedimiento. Saltándose convalecencias el precedente resultado sanatorio había sido radical y fulminante.
¡Me había salvado! Ni análisis de sangre, ni radiografías, ni pruebas, ni internamiento en clínica alguna, ni ninguna intervención quirúrgica ni plástica, ni... ni sacaderas de plata en pro de la ciencia.
¿Qué habrá ocurrido con aquel distante discípulo de Hipócrates y de Esculapio arrebozado en su bata profesional nívea, impecable e inmaculada? ... ¿Le seguirá colgando el bruñido estetoscopio del almidonado cuello encorbatado? ... ¿Me buscará todavía con lupa por los rincones de su consultorio o de su clínica? ... ¿Persistirá con sus palabras ininteligibles y jerga latinesca o las habrá reemplazado por curanderiles locuciones quechuocastellanizadas? ... ¿Me esperará con el bisturí en ristre o habrá abandonado su oficio para emular a la yerbatera de bálsamos y emolientes?
Ricardo E. Mateo Durand
Tartu (Estonia), jornada previa a la Noche y Día de San Juan de 2011
(Publicación # 02-2011 en el BLOG “Callao querido” el 30.12.11)
Callao - Perú