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LA HISTORIA DE LOS ELEGIDOS.



EL QUE TENGA OJOS QUE VEA
A.: L.: G.: A.: D.: U.:
De tiempo en tiempo y de lugar en lugar, nacen hombres, quienes no conformándose con la complacencia de una vida tranquila y esforzada, deciden partir en busca de nuevos horizontes, entablando descarnadas batallas y arrojándose a la caza de bestias de magnitudes mitológicas, meramente motivados por el íntimo deseo de conocer, conocerse y superarse a si mismos.
Yo soy uno de aquellos hombres y por eso decidí hacerme avatar. Deje mi hogar y marché en la búsqueda de un señor a quién ofrecer mi obediencia y que me diese vasallaje.
Esta es mi historia.
Después de servir a mi señor durante tres años, cumpliendo para él sencillas encomiendas y aseando sus caballerizas, fui llamado a su presencia. Al parecer tenía deseos de conocerme y transmitirme algún mensaje. Sería la primera vez que podría verlo y oír de él directamente sus palabras. Emocionado, con el corazón dando vuelcos en el pecho y vestido con mis mejores harapos, me dirigí al salón principal. Hinqué mi rodilla derecha en señal de sumisión y esperé a que me hablara.
Primer viaje
Profano, te unjo con la libertad de pensamiento y tiño tus ropajes de negro, ten y porta en la diestra este cincel y arma tú siniestra con el mazo. Regresa a la tierra de donde has venido y húndete en las extrañas de la madre. Vuelve a mí y dime lo que has visto.
De vuelta y sobre mí, hecho uno con el Uno, vi mi reflejo en los ojos de mi madre, hasta que el tiempo y el espacio perdieron sentido. Caí en un trance profundo. Al despertar, encontré en ese lugar una piedra, no había nada más, el silencio acuchillaba mis tímpanos y sólo el tenue sonido de la piedra que se resiste a quebrar me mantenía alejado de un sueño que me atraía y parecía mortal. Para no perder la cordura, evoqué en mi mente todos los objetos que podía recordar, hasta que logré reproducir en la intimidad de mi pensamiento todo un mundo claro y coherente. Allí también yo era parte inventada y gozaba de la facultad de cambiarme, transmutarme según yo lo desease. Mi vigilia aumentó.
Terminé por recobrar la conciencia, y con los ojos bien abiertos pude ver la piedra que encontré, más pequeña y trabajada, a su alrededor esparcidos quedaban cientos de esquirlas desbastadas.
Segundo Viaje
Aprendiz te maldigo con la cruz de la conciencia y he tornado azules tus vestidos, para tu labor he de proveerte con un compas y una regla .alza vuelo por sobre las nubes , desafía y vence al tifón que ahí habita; VUELVE A MI DIME LO QUE HAS VISTO!
Me elevé por encima de montañas y nubes, hallé un cúmulo pequeño y compacto. No había en aquella pequeña isla en el aire más que un árbol y niño pequeño.
La criatura lloraba desconsoladamente, pues no lograba alcanzar y hacerse con un fruto que, graciosamente, guindaba en lo alto de la copa del árbol. Para intentar coger el objeto de su deseo alzaba los brazos con mucho esfuerzo, sin darse cuenta que, por su corta estatura, jamás podría siquiera tocarlo. Frustrado en su intento, el niño volvía a sentarse y rompía en llanto.
Sus lamentos eran estruendosos y a cada sollozo parecía como si una gigantesca ventolera naciese de él. Fue ardua la labor de mantenerme en pié frente a tan terrible tormenta, pero finalmente crucé y pude acercármele. Intenté explicarle que su empeño sería infructuoso si no entendía que, del modo como lo intentaba, nunca lograría su objetivo, pero que sin embargo no debía flaquear en su empresa pues esta era posible de conquistar. Meditabundo y abstraído el niño caminó en torno al tronco del árbol observando sus detalles y dando, de tanto en tanto, esquivas miradas a la fruta de su obsesión.
Repentinamente, la criatura detuvo su paso y dando un formidable brinco extendió su cuerpo y sus brazos se alzaron hasta tocar el fruto, cerró sus manos y pudo hacerse con él. Sentado a los pies del árbol, disfrutaba dando ávidos bocados a su recuperado tesoro, se despidió de mí, alegremente, agitando su mano.
Tercer Viaje
Aprendiz, soplo en ti el halito de la voluntad y he vuelto albos tus ropajes, conserva la regla en la siniestra y toma la palanca que aquí te presento. Sumérgete en lo profundo de las aguas, encontraras ahí una nereida, sedúcela y hazla tuya: VUELVE A MI Y DIME LO QUE HAS VISTO!!!
Muy hondo nadé en las inmensidades del mar, tanto y hasta que el último rayo de luz había desaparecido. La oscuridad era absoluta y me era imposible ver a mí alrededor. Sólo percibía el débil y lejano sonido de un canto incoherente, casi fantasmal. Ese fue mi único faro, y lo seguí, como encantado por las dulces notas que colmaban mi voluntad y me alimentaban el brío en cada bracear. Terminé a las puertas de una caverna, débilmente iluminada por un único rayo de sol que tímidamente atrevía aventurarse en este mar de tinieblas. La entrada estaba bloqueada por una tupida pared de minúsculas rocas que flanqueaban el paso. Intenté derribar el obstáculo con mi empuje, pretendí soplarlo y también derrumbarlo con mis manos. Esperé largo rato para ver si la marea, con su fuerza, podía debilitarlo; nada ocurrió y la entrada a la fuente del canto misterioso seguía prohibida para mí.
Una tarde, calmado mi desasosiego, noté que caía una pequeña piedrecilla del muro y junto con ella rodaban otras dos. Con cuidado me acerqué y cogí uno de los diminutos guijarros e inmediatamente otros dos cayeron tras a él. Me di entonces a la tarea de recuperar, uno a uno, los pequeños fragmentos de roca que conformaban el muro; cada vez nadaba a la superficie y los dejaba apilados en un claro que se encontraba junto a la playa.
Pasaron días, meses y quizás años, no podría decirlo, hasta que finalmente la última de las piedras quedó removida exponiendo para mi el interior de la gruta submarina. Allí estaba ella sentada sobre una roca, hermosa como una diosa y parecía que una luz emanara de ella. Nada me dijo, sólo me observaba con sus ojos grises e inexpresivos.
La rescaté y la llevé al castillo de guijarros que se erguía en el claro junto a la playa. En el lapso de los años que estuve con ella nunca me dirigió palabra alguna y no se despidió mientras me alejaba, se limitó a observarme con sus ojos grises e inexpresivos, llevando en su vientre mi semilla.
Cuarto Viaje
Compañero descubro ante tus ojos el misterio de la inteligencia y te invisto con una capa en grana, no dejes la regla que te ha servido y recibe de mi mano esta escuadra. Viaja a las puertas del averno que guarda el cancerbero, debes domarlo y hacerlo tu sirviente: VUELVE A MI Y DIME LO QUE HAS VISTO!!!
El camino a mi destino encomendado no lo recorrí solo, muchos hombres y mujeres marchaban a mi lado, pero eran distintos a mí, caminaban como impulsados por una fuerza invisible que los arrastraba paso a paso, sus miradas eran vacías y a la vez era posible leer en ellas una agonía infinita.
El final del sendero estaba rematado por dos inmensas puertas, negras como el carbón. A sus pies una bestia custodiaba la entrada, sus ojos relucían como dos linternas y marcaban un feroz contraste con su pelaje de intenso azabache. En vano intenté varias estrategias para vencer a mi oponente, primero lanzarme en fiero ataque, pero el fenomenal can era superior y tan sólo imaginar sus desafiantes fauces clavándose en mi carne me hacía desistir. Asimismo tanteé la posibilidad de avizorarla y acercarme con sigilo, pero la bestia, siempre en guardia, se abalanzaba con determinación sobre mí con el deseo de hacerme su presa. En el despunte de una mañana fría y húmeda, pude observar al animal en el lugar dónde había yo pernoctado, uno de sus hocicos hurgaba el suelo y comía de las migajas de lo que había sido mi cena la noche anterior. Ideé el siguiente plan: cada noche dejaría intencionadamente parte de mi frugal comida para que el can pudiese encontrarla, yo, a lo distante, me dejaría ver mientras éste la devorara. No fueron muchos los ensayos necesarios para lograr el éxito, al cabo, el colosal perro comía de mi mano y aceptaba de buena gana mis caricias.
Una noche, mientras él dormía, me alejé en silencio para que no me siguiese.
QUINTO VIAJE
Albañil, rompo tus cadenas y te relevo de tus obediencias, prescinde de tus vestidos, regrésame todo lo que te he dado porque es mío, has retornado al vientre de tu madre, vencido al tifón, amado a la nereida y domado al cancerbero, te destierro, aléjate de mi vista no vuelvas a mi.
Desconsolado y sin rumbo vagué. Las semanas se hicieron meses y los meses años. Perdido y sin ánimo alguno me dejé llevar por la embriaguez del vino que adormece el cuerpo y la embriaguez de la mediocridad que aturde el espíritu. Sin embargo nunca dejé de caminar, algo quedaba en mí que me impulsaba a moverme y a aprontar el paso cada vez que un lugar empezara a tornarse habitual.
Había perdido a mi señor, mi guía, la luz que me indicaba el correcto camino. Ya sin fuerzas me dejé caer y rendido por la sed, mi cuerpo yació a la orilla del caminó cubriéndose del polvo que los caminantes levantaban al pasar. De improviso, pude distinguir muy cerca, en mi oído, un serpentear y un siseo inteligible, sentí unos colmillos clavarse en mí… el veneno penetró dulcemente y pude sentirlo fluir por mis venas inundando todo mi cuerpo, cada célula… resultaba imposible moverse, tampoco lo intenté.
Desperté desorientado en un paraje extraño y deshabitado. Debilitado por la mordida, apenas pude ponerme en pié y caminar dando lerdos y lentos pasos. Finalmente el tiempo me había alcanzado y se hacía presente cargando todo su peso sobre mis cansados hombros.
Penosamente llegué hasta un puente cercano, el que colgaba uniendo los frisos de un imponente abismo. Las cuerdas que lo conformaban parecían sólidas, pero no me atreví a cruzar pues podía ver con pánico como la larga estructura se mecía sin esfuerzo cada vez que el viento, soplando, la sacudía. Recordé otros tiempos en que sin detenerme, hubiese enfrentado el desafío; pero ahora, desnudo por completo y desprovisto de mis herramientas, sentía como la impotencia carcomía mi voluntad. Maldije a mi señor por alienarme y arrebatar de mis manos las armas que dan diestramente había sabido empuñar.
Sumido en mi frustración, sorpresivamente y como venido del cielo, se presentó entrando por mi espalda un joven varón. Si bien su contextura física no era nada impresionante, su mirada denotaba un espíritu despierto. Se ofreció a cargarme y así cruzamos puente. Caminamos juntos muchas leguas, fue mi bastón cuando flaqueaba y me alimentó cogiendo para mí los frutos más maduros que pendían desafiantemente en las copas más altas de los árboles. Al llegar a una encrucijada se detuvo y posó su mirada en la mía, su camino seguiría por otro sendero. Sólo puede reconocer a mi tifón, cuando al alejarme vi como las lágrimas recorrían sus mejillas mientras alzaba la mano para decirme adiós.
Proseguí mi senda, alejándome de la protectora sombra de los verdes bosques, el paisaje se torno poco a poco agreste y pedregoso. Al dar vuelta en una quebrada me sobresalté y di un paso atrás, salve la vida gracias a una enorme piedra que por fortuna se interpuso en mi camino y tras la cual pude protegerme. Un enorme basilisco se erguía imponente en el medio del camino y parecía desafiar a quien se atreviese a cruzar. No me cuestioné luchar, tan sólo posar sobre mis ojos la luz de su mirada, bastaría para que en un segundo se extinguiese en mi toda chispa de vida.
El tronar de unos cascos a galope me hizo espabilar de mis cabizbajas meditaciones. Cuando puede distinguir la figura que se acercaba, reconocí la estampa de un gallardo caballero. Aguerrido y fuerte, mostraba un porte hermoso ceñido en su reluciente armadura. Se abalanzó sobre la bestia, lucho fieramente y la venció acertando su formidable espada en la quijada del animal.
Me incorporé y pasé lentamente por un lado del cuerpo sin vida del basilisco; el caballero disfrutaba su momento de gloria posando un pie sobre la cabeza de su serpentoso trofeo. Me miró sólo una vez y a través del yelmo pude ver sus ojos grises e inexpresivos. No dijo adiós a su padre.
Descendí por caminos y quebradas, acantilados y barrancones hasta llegar a un claro. El hedor era insoportable, muchos huesos en carne viva y restos humanos colmaban el lugar, era probable que otra bestia horrenda dominase esas tierras.
No sin temor proseguí la marcha a través de tan lúgubre escenario, que con no poca certeza, podría llevarme al fin de un funesto destino. A lo lejos tuve la visión horrible de una sombra gigantesca tendida sobre un cuerpo, pude oír el rasgar de la carne y los huesos triturar. Como una flecha incorpórea, la lóbrega figura se arrojó sobre mí y me derribó. Tumbado boca arriba me di por muerto, hasta que percibí como un húmedo hocico rozaba mi cara intentando caricias. Afortunado fui de la notable memoria del celoso guardián, quién recordaba nuestra antigua amistad.
Tras ofrecerle unas afectuosas palmadas al cancerbero, dirigí mi marcha hacia las imponentes puertas que guardan el averno. Traspasé el umbral y las pesadas láminas tronaron tras de mi al cerrarse.
Lo que vi me sorprendió, decenas de hombres poblaban aquel lugar; inmediatamente caí en cuenta que no hablaban los unos a los otros, o tal vez sencillamente no manifestaban tal interés. Llamó especialmente mi atención un cordero que trepaba por un páramo desértico, mientras un desfigurado mamarracho seguía sus pasos transformando piedras en panes e insistía en ofrecérselos. También pude advertir a un hombre fornido sentado junto un árbol, mientras observaba a otro que era su viva imagen.
Fascinado por tan peculiar espectáculo no pude notar que una presencia me acechaba. Súbitamente perdí la visión y un fuerte golpe propinado sobre mi pecho me obligo a retroceder, inmediatamente, sobre mi tetilla izquierda se hincaba un arma que logró herirme, pero no matarme.
Me vi obligado a retroceder, un paso tras otro en completa penumbra. Privado de la vista sentí hundirme abordando los escalones descendentes de una escalera circular que me llevaba cada vez mas profundo, inútilmente extendí los brazos en búsqueda de una mano amiga, pero no hallé Virgilio que me socorriese.
El intenso dolor aumentaba mientras el phourba se hundía y me allanaba el pecho, acercándose lentamente al corazón, hasta que finalmente lo alcanzó. Una explosión de luz cegadora me colmó y liberó mi conciencia; podía abarcar la naturaleza entera, el universo a mi merced y yo era su hacedor. Tenía la capacidad de, tan sólo con tocar el corazón de los hombres, llenarlos de bondad; pero al mismo tiempo ese poder quemaba mis manos en un fuego frío que me sedujo y despertó en mí los sentimientos y deseos más oscuros.
Bastó una estocada más del gélido filo para desvanecer mi quimera y volver a ser diminuto.
Seguí obligado retroceder, agotado en un mal paso tropecé. En mi desesperación exclamé al vacío: “¡qué quieres de mí!, ¡qué mas quieres!. Me tienes a tu merced, no porto metales, no visto mis ropajes. Se me ha desprendido de mis herramientas y también soy inútil ¡qué esperas de mí!”. Fue necesario tan sólo un destello de lucidez para comprender la clave que liberaría mi espíritu de esa prisión y reconocería el tesoro que mi captor reclamaba. Circundado por una intensa gravidez, me encontré cubierto con un pesado ropaje. Exasperado comencé a desgarrar el imaginario atuendo y cada jirón arrancado fue tan doloroso como descuajar la propia carne. Con cada despojo marchaba también un trozo del ser, mi memoria, mi sapiencia, mi experiencia, mis victorias y mis fracasos, mis amores y mis odios, mi identidad.
Vacío, me detuve justo a tiempo, viendo con la intuición las profundidades de la sima a mis espaldas. Desgarré la carne contra el arma amenazante cuando, resuelto, di vuelta sobre mis pies y enfrenté el nigredo. Mi halito brotó vertiendo un dulce perfume y el pánico desapareció, sólo restaba en este ser un único deseo: la intensa voluntad de arrojarme a ese abismo infinito. Nada quedaba ya de mí, no era yo, simplemente no era. De pronto, una voz familiar resonó fuerte y poderosa, reclamándome:
ALBAÑIL, YA LO SABES Y QUEDAS ADVERTIDO:
DONDE VAS NO HAY LEY……LA LEY LA HAS CREADO TU
DONDE VAS NO HAY BONDAD……LA BONDAD EMANA DE TI
DONDE VAS NO HAY DESTINO…….EL DESTINO ES TU VOLUNTAD
DONDE VAS NO HAY VERDAD…. LA VERDAD ESTA EN TI
DONDE VAS NO HAY DIOS…….. DIOS ERES TÚ.
Di un paso al frente y pedí La Luz. Sin hablar, las palabras brotaron de mis labios:
OH VOS, ¡PODEROSA LUZ Y ARDIENTE LLAMA DE LA CONFORTACION!, que descubría la gloria de “el “ hacia el centro de la tierra, en quien los grandes secretos de la verdad encuentran su residencia. Es lo que se llama e vuestro reino: “fuerza mediante la alegría”, lo cual no puede ser medido, sed vos una ventana de confortación para mi, moveos en consecuencia y apareced. Abrid los misterios de vuestra creación, sed amistoso hacia mi, por que soy, tu mismo, soy el verdadero adorador del supremo e innombrable rey.
Hecho está, se ha abierto el Decimoctavo Sello y el velo comienza a descorrerse, a tan sólo un Paso me espera: Lo Inefable.
S.: F.: U.:





HERMOSA PLANCHA  PARA USTED…SI PARA USTED. ES LA HISTORIA DE LOS ELEGIDOS.<br/>EL QUE TENGA OJOS QUE VEA<br/>A.: L.: G.: A.: D.: U.:<br/>De tiempo en tiempo y de lugar en lugar, nacen hombres, quienes no conformándose con la complacencia de una vida tranquila y esforzada, deciden partir en busca de nuevos horizontes, entablando descarnadas batallas y arrojándose a la caza de bestias de magnitudes mitológicas, meramente motivados por el íntimo deseo de conocer, conocerse y superarse a si mismos.<br/>Yo soy uno de aquellos hombres y por eso decidí hacerme avatar. Deje mi hogar y marché en la búsqueda de un señor a quién ofrecer mi obediencia y que me diese vasallaje.<br/>Esta es mi historia.<br/>Después de servir a mi señor durante tres años, cumpliendo para él sencillas encomiendas y aseando sus caballerizas, fui llamado a su presencia. Al parecer tenía deseos de conocerme y transmitirme algún mensaje. Sería la primera vez que podría verlo y oír de él directamente sus palabras. Emocionado, con el corazón dando vuelcos en el pecho y vestido con mis mejores harapos, me dirigí al salón principal. Hinqué mi rodilla derecha en señal de sumisión y esperé a que me hablara.<br/>Primer viaje<br/>Profano, te unjo con la libertad de pensamiento y tiño tus ropajes de negro, ten y porta en la diestra este cincel y arma tú siniestra con el mazo. Regresa a la tierra de donde has venido y húndete en las extrañas de la madre. Vuelve a mí y dime lo que has visto.<br/>De vuelta y sobre mí, hecho uno con el Uno, vi mi reflejo en los ojos de mi madre, hasta que el tiempo y el espacio perdieron sentido. Caí en un trance profundo. Al despertar, encontré en ese lugar una piedra, no había nada más, el silencio acuchillaba mis tímpanos y sólo el tenue sonido de la piedra que se resiste a quebrar me mantenía alejado de un sueño que me atraía y parecía mortal. Para no perder la cordura, evoqué en mi mente todos los objetos que podía recordar, hasta que logré reproducir en la intimidad de mi pensamiento todo un mundo claro y coherente. Allí también yo era parte inventada y gozaba de la facultad de cambiarme, transmutarme según yo lo desease. Mi vigilia aumentó.<br/>Terminé por recobrar la conciencia, y con los ojos bien abiertos pude ver la piedra que encontré, más pequeña y trabajada, a su alrededor esparcidos quedaban cientos de esquirlas desbastadas.<br/>Segundo Viaje<br/>Aprendiz te maldigo con la cruz de la conciencia y he tornado azules tus vestidos, para tu labor he de proveerte con un compas y una regla .alza vuelo por sobre las nubes , desafía y vence al tifón que ahí habita; VUELVE A MI DIME LO QUE HAS VISTO!<br/>Me elevé por encima de montañas y nubes, hallé un cúmulo pequeño y compacto. No había en aquella pequeña isla en el aire más que un árbol y niño pequeño.<br/>La criatura lloraba desconsoladamente, pues no lograba alcanzar y hacerse con un fruto que, graciosamente, guindaba en lo alto de la copa del árbol. Para intentar coger el objeto de su deseo alzaba los brazos con mucho esfuerzo, sin darse cuenta que, por su corta estatura, jamás podría siquiera tocarlo. Frustrado en su intento, el niño volvía a sentarse y rompía en llanto.<br/>Sus lamentos eran estruendosos y a cada sollozo parecía como si una gigantesca ventolera naciese de él. Fue ardua la labor de mantenerme en pié frente a tan terrible tormenta, pero finalmente crucé y pude acercármele. Intenté explicarle que su empeño sería infructuoso si no entendía que, del modo como lo intentaba, nunca lograría su objetivo, pero que sin embargo no debía flaquear en su empresa pues esta era posible de conquistar. Meditabundo y abstraído el niño caminó en torno al tronco del árbol observando sus detalles y dando, de tanto en tanto, esquivas miradas a la fruta de su obsesión.<br/>Repentinamente, la criatura detuvo su paso y dando un formidable brinco extendió su cuerpo y sus brazos se alzaron hasta tocar el fruto, cerró sus manos y pudo hacerse con él. Sentado a los pies del árbol, disfrutaba dando ávidos bocados a su recuperado tesoro, se despidió de mí, alegremente, agitando su mano.<br/>Tercer Viaje<br/>Aprendiz, soplo en ti el halito de la voluntad y he vuelto albos tus ropajes, conserva la regla en la siniestra y toma la palanca que aquí te presento. Sumérgete en lo profundo de las aguas, encontraras ahí una nereida, sedúcela y hazla tuya: VUELVE A MI Y DIME LO QUE HAS VISTO!!!<br/>Muy hondo nadé en las inmensidades del mar, tanto y hasta que el último rayo de luz había desaparecido. La oscuridad era absoluta y me era imposible ver a mí alrededor. Sólo percibía el débil y lejano sonido de un canto incoherente, casi fantasmal. Ese fue mi único faro, y lo seguí, como encantado por las dulces notas que colmaban mi voluntad y me alimentaban el brío en cada bracear. Terminé a las puertas de una caverna, débilmente iluminada por un único rayo de sol que tímidamente atrevía aventurarse en este mar de tinieblas. La entrada estaba bloqueada por una tupida pared de minúsculas rocas que flanqueaban el paso. Intenté derribar el obstáculo con mi empuje, pretendí soplarlo y también derrumbarlo con mis manos. Esperé largo rato para ver si la marea, con su fuerza, podía debilitarlo; nada ocurrió y la entrada a la fuente del canto misterioso seguía prohibida para mí.<br/>Una tarde, calmado mi desasosiego, noté que caía una pequeña piedrecilla del muro y junto con ella rodaban otras dos. Con cuidado me acerqué y cogí uno de los diminutos guijarros e inmediatamente otros dos cayeron tras a él. Me di entonces a la tarea de recuperar, uno a uno, los pequeños fragmentos de roca que conformaban el muro; cada vez nadaba a la superficie y los dejaba apilados en un claro que se encontraba junto a la playa.<br/>Pasaron días, meses y quizás años, no podría decirlo, hasta que finalmente la última de las piedras quedó removida exponiendo para mi el interior de la gruta submarina. Allí estaba ella sentada sobre una roca, hermosa como una diosa y parecía que una luz emanara de ella. Nada me dijo, sólo me observaba con sus ojos grises e inexpresivos.<br/>La rescaté y la llevé al castillo de guijarros que se erguía en el claro junto a la playa. En el lapso de los años que estuve con ella nunca me dirigió palabra alguna y no se despidió mientras me alejaba, se limitó a observarme con sus ojos grises e inexpresivos, llevando en su vientre mi semilla.<br/>Cuarto Viaje<br/>Compañero descubro ante tus ojos el misterio de la inteligencia y te invisto con una capa en grana, no dejes la regla que te ha servido y recibe de mi mano esta escuadra. Viaja a las puertas del averno que  guarda el cancerbero, debes domarlo y hacerlo tu sirviente: VUELVE A MI Y DIME LO QUE HAS VISTO!!!<br/>El camino a mi destino encomendado no lo recorrí solo, muchos hombres y mujeres marchaban a mi lado, pero eran distintos a mí, caminaban como impulsados por una fuerza invisible que los arrastraba paso a paso, sus miradas eran vacías y a la vez era posible leer en ellas una agonía infinita.<br/>El final del sendero estaba rematado por dos inmensas puertas, negras como el carbón. A sus pies una bestia custodiaba la entrada, sus ojos relucían como dos linternas y marcaban un feroz contraste con su pelaje de intenso azabache. En vano intenté varias estrategias para vencer a mi oponente, primero lanzarme en fiero ataque, pero el fenomenal can era superior y tan sólo imaginar sus desafiantes fauces clavándose en mi carne me hacía desistir. Asimismo tanteé la posibilidad de avizorarla y acercarme con sigilo, pero la bestia, siempre en guardia, se abalanzaba con determinación sobre mí con el deseo de hacerme su presa. En el despunte de una mañana fría y húmeda, pude observar al animal en el lugar dónde había yo pernoctado, uno de sus hocicos hurgaba el suelo y comía de las migajas de lo que había sido mi cena la noche anterior. Ideé el siguiente plan: cada noche dejaría intencionadamente parte de mi frugal comida para que el can pudiese encontrarla, yo, a lo distante, me dejaría ver mientras éste la devorara. No fueron muchos los ensayos necesarios para lograr el éxito, al cabo, el colosal perro comía de mi mano y aceptaba de buena gana mis caricias.<br/>Una noche, mientras él dormía, me alejé en silencio para que no me siguiese.<br/>QUINTO VIAJE<br/>Albañil, rompo tus cadenas y te relevo de tus obediencias, prescinde de tus vestidos, regrésame todo lo que te he dado porque es mío, has retornado al vientre de tu madre, vencido al tifón, amado a la nereida y domado al cancerbero, te destierro, aléjate de mi vista no vuelvas a mi. <br/>Desconsolado y sin rumbo vagué. Las semanas se hicieron meses y los meses años. Perdido y sin ánimo alguno me dejé llevar por la embriaguez del vino que adormece el cuerpo y la embriaguez de la mediocridad que aturde el espíritu. Sin embargo nunca dejé de caminar, algo quedaba en mí que me impulsaba a moverme y a aprontar el paso cada vez que un lugar empezara a tornarse habitual.<br/>Había perdido a mi señor, mi guía, la luz que me indicaba el correcto camino. Ya sin fuerzas me dejé caer y rendido por la sed, mi cuerpo yació a la orilla del caminó cubriéndose del polvo que los caminantes levantaban al pasar. De improviso, pude distinguir muy cerca, en mi oído, un serpentear y un siseo inteligible, sentí unos colmillos clavarse en mí… el veneno penetró dulcemente y pude sentirlo fluir por mis venas inundando todo mi cuerpo, cada célula… resultaba imposible moverse, tampoco lo intenté.<br/>Desperté desorientado en un paraje extraño y deshabitado. Debilitado por la mordida, apenas pude ponerme en pié y caminar dando lerdos y lentos pasos. Finalmente el tiempo me había alcanzado y se hacía presente cargando todo su peso sobre mis cansados hombros.<br/>Penosamente llegué hasta un puente cercano, el que colgaba uniendo los frisos de un imponente abismo. Las cuerdas que lo conformaban parecían sólidas, pero no me atreví a cruzar pues podía ver con pánico como la larga estructura se mecía sin esfuerzo cada vez que el viento, soplando, la sacudía. Recordé otros tiempos en que sin detenerme, hubiese enfrentado el desafío; pero ahora, desnudo por completo y desprovisto de mis herramientas, sentía como la impotencia carcomía mi voluntad. Maldije a mi señor por alienarme y arrebatar de mis manos las armas que dan diestramente había sabido empuñar.<br/>Sumido en mi frustración, sorpresivamente y como venido del cielo, se presentó entrando por mi espalda un joven varón. Si bien su contextura física no era nada impresionante, su mirada denotaba un espíritu despierto. Se ofreció a cargarme y así cruzamos puente. Caminamos juntos muchas leguas, fue mi bastón cuando flaqueaba y me alimentó cogiendo para mí los frutos más maduros que pendían desafiantemente en las copas más altas de los árboles. Al llegar a una encrucijada se detuvo y posó su mirada en la mía, su camino seguiría por otro sendero. Sólo puede reconocer a mi tifón, cuando al alejarme vi como las lágrimas recorrían sus mejillas mientras alzaba la mano para decirme adiós.<br/>Proseguí mi senda, alejándome de la protectora sombra de los verdes bosques, el paisaje se torno poco a poco agreste y pedregoso. Al dar vuelta en una quebrada me sobresalté y di un paso atrás, salve la vida gracias a una enorme piedra que por fortuna se interpuso en mi camino y tras la cual pude protegerme. Un enorme basilisco se erguía imponente en el medio del camino y parecía desafiar a quien se atreviese a cruzar. No me cuestioné luchar, tan sólo posar sobre mis ojos la luz de su mirada, bastaría para que en un segundo se extinguiese en mi toda chispa de vida.<br/>El tronar de unos cascos a galope me hizo espabilar de mis cabizbajas meditaciones. Cuando puede distinguir la figura que se acercaba, reconocí la estampa de un gallardo caballero. Aguerrido y fuerte, mostraba un porte hermoso ceñido en su reluciente armadura. Se abalanzó sobre la bestia, lucho fieramente y la venció acertando su formidable espada en la quijada del animal.<br/>Me incorporé y pasé lentamente por un lado del cuerpo sin vida del basilisco; el caballero disfrutaba su momento de gloria posando un pie sobre la cabeza de su serpentoso trofeo. Me miró sólo una vez y a través del yelmo pude ver sus ojos grises e inexpresivos. No dijo adiós a su padre.<br/>Descendí por caminos y quebradas, acantilados y barrancones hasta llegar a un claro. El hedor era insoportable, muchos huesos en carne viva y restos humanos colmaban el lugar, era probable que otra bestia horrenda dominase esas tierras.<br/>No sin temor proseguí la marcha a través de tan lúgubre escenario, que con no poca certeza, podría llevarme al fin de un funesto destino. A lo lejos tuve la visión horrible de una sombra gigantesca tendida sobre un cuerpo, pude oír el rasgar de la carne y los huesos triturar. Como una flecha incorpórea, la lóbrega figura se arrojó sobre mí y me derribó. Tumbado boca arriba me di por muerto, hasta que percibí como un húmedo hocico rozaba mi cara intentando caricias. Afortunado fui de la notable memoria del celoso guardián, quién recordaba nuestra antigua amistad.<br/>Tras ofrecerle unas afectuosas palmadas al cancerbero, dirigí mi marcha hacia las imponentes puertas que guardan el averno. Traspasé el umbral y las pesadas láminas tronaron tras de mi al cerrarse.<br/>Lo que vi me sorprendió, decenas de hombres poblaban aquel lugar; inmediatamente caí en cuenta que no hablaban los unos a los otros, o tal vez sencillamente no manifestaban tal interés. Llamó especialmente mi atención un cordero que trepaba por un páramo desértico, mientras un desfigurado mamarracho seguía sus pasos transformando piedras en panes e insistía en ofrecérselos. También pude advertir a un hombre fornido sentado junto un árbol, mientras observaba a otro que era su viva imagen.<br/>Fascinado por tan peculiar espectáculo no pude notar que una presencia me acechaba. Súbitamente perdí la visión y un fuerte golpe propinado sobre mi pecho me obligo a retroceder, inmediatamente, sobre mi tetilla izquierda se hincaba un arma que logró herirme, pero no matarme.<br/>Me vi obligado a retroceder, un paso tras otro en completa penumbra. Privado de la vista sentí hundirme abordando los escalones descendentes de una escalera circular que me llevaba cada vez mas profundo, inútilmente extendí los brazos en búsqueda de una mano amiga, pero no hallé Virgilio que me socorriese.<br/>El intenso dolor aumentaba mientras el phourba se hundía y me allanaba el pecho, acercándose lentamente al corazón, hasta que finalmente lo alcanzó. Una explosión de luz cegadora me colmó y liberó mi conciencia; podía abarcar la naturaleza entera, el universo a mi merced y yo era su hacedor. Tenía la capacidad de, tan sólo con tocar el corazón de los hombres, llenarlos de bondad; pero al mismo tiempo ese poder quemaba mis manos en un fuego frío que me sedujo y despertó en mí los sentimientos y deseos más oscuros.<br/>Bastó una estocada más del gélido filo para desvanecer mi quimera y volver a ser diminuto.<br/>Seguí obligado retroceder, agotado en un mal paso tropecé. En mi desesperación exclamé al vacío: “¡qué quieres de mí!, ¡qué mas quieres!. Me tienes a tu merced, no porto metales, no visto mis ropajes. Se me ha desprendido de mis herramientas y también soy inútil ¡qué esperas de mí!”. Fue necesario tan sólo un destello de lucidez para comprender la clave que liberaría mi espíritu de esa prisión y reconocería el tesoro que mi captor reclamaba. Circundado por una intensa gravidez, me encontré cubierto con un pesado ropaje. Exasperado comencé a desgarrar el imaginario atuendo y cada jirón arrancado fue tan doloroso como descuajar la propia carne. Con cada despojo marchaba también un trozo del ser, mi memoria, mi sapiencia, mi experiencia, mis victorias y mis fracasos, mis amores y mis odios, mi identidad.<br/>Vacío, me detuve justo a tiempo, viendo con la intuición las profundidades de la sima a mis espaldas. Desgarré la carne contra el arma amenazante cuando, resuelto, di vuelta sobre mis pies y enfrenté el nigredo. Mi halito brotó vertiendo un dulce perfume y el pánico desapareció, sólo restaba en este ser un único deseo: la intensa voluntad de arrojarme a ese abismo infinito. Nada quedaba ya de mí, no era yo, simplemente no era. De pronto, una voz familiar resonó fuerte y poderosa, reclamándome:<br/>ALBAÑIL, YA LO SABES Y QUEDAS ADVERTIDO:<br/>DONDE VAS NO HAY LEY……LA LEY LA HAS CREADO TU<br/>DONDE VAS NO HAY BONDAD……LA BONDAD EMANA DE TI<br/>DONDE VAS NO HAY DESTINO…….EL DESTINO ES TU VOLUNTAD<br/>DONDE VAS NO HAY VERDAD…. LA VERDAD ESTA EN TI<br/>DONDE VAS NO HAY DIOS……..  DIOS ERES TÚ.<br/>Di un paso al frente y pedí La Luz. Sin hablar, las palabras brotaron de mis labios:<br/>OH VOS, ¡PODEROSA LUZ Y ARDIENTE LLAMA DE LA CONFORTACION!, que descubría la gloria de   “el “ hacia el centro de la tierra, en quien los grandes secretos de la verdad encuentran su residencia. Es lo que se llama e vuestro reino: “fuerza mediante la alegría”, lo cual no puede ser medido, sed vos una ventana de confortación para mi, moveos en consecuencia y apareced. Abrid los misterios de vuestra creación, sed amistoso hacia mi, por que soy, tu mismo, soy el verdadero adorador del supremo e innombrable rey.<br/>Hecho está, se ha abierto el Decimoctavo Sello y el velo comienza a descorrerse, a tan sólo un Paso me espera: Lo Inefable. <br/>S.: F.: U.:











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