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MASONERIA Y POLITICA , SI PODEMOS.


NOSOTROS Y LA CRISIS.
EN ESTE TRABAJO, LEÍDO EN UNA TENIDA ORDINARIA EN GRADO DE APRENDIZ, SE REIVINDICA LA NECESIDAD DE SER POLÍTICOS, DE VIVIR EN POLIS, EN CIUDAD, DE INTERESARSE POR LA COSA PÚBLICA.
LA NECESIDAD QUE TODOS TENEMOS, COMO CIUDADANOS, DE FORMARNOS POLÍTICAMENTE Y DE TENER CRITERIOS POLÍTICOS. EN EL TIPO DE CRISIS COMO LA QUE ESTAMOS VIVIENDO SE ATESTIGUA UNA DESLEGITIMACIÓN PROFUNDA DE LA POLÍTICA, QUE ES LA ANTESALA DE LOS AUTORITARISMOS. Y EN ESTECONTEXTO ¿CÓMO PUEDE Y EN QUÉ INFLUIR LA MASONERÍA, LA CONDICIÓN DE MASÓN Y EL PROPIO MÉTODO MASÓNICO?
JUAN ALBERDI
Nos encontramos en una crisis especial. En España, especialmente dramática, puesto que el nivel de paro, superior al 25%, no se prevé que baje del 20% antes del año 2020.
Pero es una crisis global, en mayor o menor medida y no sólo de nuestro país o continente europeo. Es una crisis económica, pero también social y política. Es larga dado que no sólo estamos en el quinto año de la misma sino que se prevé que se prolongue varios años más.
Estamos quizá ante lo que se llama un cambio de paradigma (Kuhn hablando de los mismos en la ciencia). Esto desata una furia de temores milenaristas, apocalípticos, aunque sepamos con razonable confianza que como crisis lleva en su seno su propia superación y que, naturalmente, será superada.
Por citar algunos cambios, la revolución de la Red, de Internet, puede ser comparable a lo que supuso la invención de la imprenta en el siglo XV. Los jóvenes ya no ven la televisión, no leen periódicos impresos (ni online) y pasan muchas más horas en redes sociales accesibles por diversas vías.
El uso del coche, su número, el total de kilómetros conducidos, está declinando en las sociedades más avanzadas y se puede considerar una industria en declive. Una tecnología como la 3D, que se perfecciona diariamente (ya ajustan hasta décima de milímetro) puede considerarse disruptiva; es posible fotocopiar prácticamente cualquier pieza no ya industrial sino biológica por sucesivas capas de materiales. Esto implicará un declive paulatino de las grandes factorías (y de los grandes proveedores del mundo como China), una proliferación de múltiples centros productivos que producirán a demanda y customizando a gusto de cliente toda clase de productos que se individualizarán al máximo.
También nos encontramos con una sociedad global en la que la esperanza de vida sube constantemente, con constancia matemática, pero que acarrea un pavoroso envejecimiento global. Por poner un ejemplo, Japón cuenta hoy con 122 millones de habitantes, pero en el 2050 serán 80 millones, una pérdida de 40 millones. Viviremos más, pero la mayoría de la gente no ha ahorrado ni ahorrará para consolidar una vejez digna.
Y sobre esto, ¿qué puede decir o aportar La Orden? No quisiera hablar de la Masonería Universal, que me suena rimbombante, ¿estamos en condiciones de hablar sobre la crisis como asociación de personas que practican el método masónico?
¿Debemos permanecer callados ante las graves situaciones políticas y sociales como la que nos encontramos? ¿Tenemos que limitarnos a la retórica habitual de los Derechos Humanos y demás declaraciones programáticas, es decir, simplemente a un catálogo de buenas intenciones?
Para ello, en primer lugar, delimitemos la vieja prohibición, tradicional y constitucional, de hablar y debatir de política y religión en las reuniones conforme rito de Logia (fuera, naturalmente que sí).
El origen de la prohibición se encuentra, como tantas cosas, en la práctica y no en una consideración reflexiva o programática previa. La masonería no es desde luego un sistema cerrado de pensamiento y no puede presumir sino de su origen humilde, intuitivo, por acreción, tanteo y prueba.
Tras el cambio dinástico en Inglaterra a finales del XVII, protestantes y católicos, miembros aceptados pero no operativos pasan a ser mayoría en las logias y por una cuestión de pura supervivencia, deciden aparcar en logia las preferencias, muy pasionales, por la apologética protestante o católica.
Todo ello va conformando lo que se ha venido en llamar la ontologización del rito (la separación por elevación de sus indudables orígenes cristianos y concretamente calvinistas) y la ya temprana aceptación como hermanos de judíos (1725) y luego musulmanes e hindúes. Todo esto es historia, la del paso de la masonería operativa a la especulativa.
La razón del no-debate religioso es que en última instancia, un creyente refiere el fundamento de su posición religiosa a SU fe, y parte de una petición de principio que el método respetará en tanto cuanto esté dispuesto a respetar ese hermano las ajenas. La Tradición masónica engloba este concepto en la exigencia tradicional de la propia Revelación (que hoy por supuesto nosotros interpretamos también como libertad de tener la revelación de que no hay Revelación)
Incidentalmente, no es verdad que el Método no admita para cada hermano la libertad de tener heteronomía, por exigir a todos el haberse dado una ley propia (autonomía). Lo que exigirá a todos es poder encontrar un terreno común donde encontrarse más allá de esas posiciones individuales pero irreductibles o injustificables universalmente.
Nos movemos en una arena común donde cada posición es enjuiciable porque no hay nada sagrado. Si lo fuera, queda extramuros. La prohibición de la discusión política, viene, a mi juicio, después del veto al debate religioso y casi como un corolario de la prohibición primaria. Y por razones históricas, debido al hecho de que los alineamientos dinásticos- políticos (hannoverianos versus jacobitas) dependían del origen protestante o católico. Era, por así decirlo, una extensión del veto.
También, sin duda, porque las discusiones sobre estas cuestiones están preñadas de emocionalidad, de sentimiento (incluso sentimentalismo), de irracionalidad (en el sentido de no poder explicarse íntegramente por la razón), cuando el método aspira a trabajar con la autoconsciencia, la Luz, es decir, la razón y la lógica y a operar sobre lo común (“unir lo disperso”)
El sentido de la prohibición del debate político hoy, por supuesto, no es absoluto, aunque viene siendo observado. Ya algún autor (Amando Hurtado) ha indicado que históricamente la Masonería española se ha metido demasiado en política y que eso lo hemos pagado caro, siendo quizá una de las razones que explican la pobre, endeble y cainita presencia de nuestro método en España.
El método masónico es, sin lugar a dudas, un método primeramente iniciático. Ofendería el sentido común convertir las Logias en Clubs de Debate, en Ateneos Rituales, que inevitablemente derivan en unanimidades patéticas, siendo para mí el mayor aliciente el encontrar hombres integralmente diversos. Además, la estructura jerárquica de la Tenida no es, ni de lejos, un marco eficiente para el debate.
La práctica del Método sí presupone, naturalmente, un cierto marco político: el democrático, con libertad de consciencia y de expresión y otras de las llamadas formales. Históricamente todos concurrimos en que nuestros enemigos han sido los totalitarismos fascistas autoritarios y los comunistas marxistas leninistas (proclama de Trotsky a mediados de 1920) y hoy también las teocracias y algunos estados confesionales.
También asentimos en la defensa de la laicidad, como extensión a la sociedad civil del aire que respiramos en Logia. Pero entre esos extremos, se reconoce una amplia área a derecha e izquierda, donde presuponemos, si no se demuestra lo contrario, que hay legitimidad y sobre la cual no discutimos.
Por causa de esta prohibición ¿Debemos permanecer callados ante las graves situaciones políticas y sociales como la que nos encontramos?
Deseo indicar, en primer lugar, que debemos ser conscientes de lo que somos. No practicamos un método científico, ni poseemos por el mismo específicas herramientas analíticas de la realidad. Los mejores economistas, políticos, científicos, filósofos, se encuentran perdidos para diagnosticar y sanar esta crisis por su vastedad y su gran complejidad.
No pretendamos tener piedras filosofales y claves ignotas desapercibidas. Seamos modestos y no colaboremos en ser el reflejo especular de esos enemigos nuestros, tan grotescos, que ven la mano de la Masonería en todo. Menos pompa y circunstancia; presumamos en todo caso de nuestro humilde aporte.
Con esa recomendable modestia, quizá sí podamos aportar algo. Y si lo hacemos, que sea derivado de la práctica de nuestro método. Cabe decir, para comenzar, que el método masónico no es sólo un método de mejora personal. No es comparable al yoga, ni a la psicoterapia ni al hecho de seguir un tratamiento con antibióticos para una enfermedad. No atañe sólo al propio individuo. El método no puede practicarse en la intimidad, en la casa de cada cual, lo hacemos frente a los demás.
La Tradición lo reconoce con su exigencia de ser Masón en Logia y que ésta tenga el número constitucional de miembros. Los Rituales, con todo el valor muy relativo que tienen, exhortan a practicar fuera de logia y de tiempo sagrado o separado. Es la metáfora de la piedra pulida en un edificio mayor.
La Masonería en definitiva tiene una dimensión social (extraindividual) y una vocación universal y universalista para todos los seres humanos, incluyendo por supuesto los profanos. Repugnaría a nuestro más básico sentido común propugnar cosas distintas para hermanos y profanos.
Todas las crisis seculares, importantes, se parecen en algunos aspectos. Marx sostenía que la historia se repite, la primera vez como drama y la segunda como farsa. Mark Twain contraponía que la historia no es que se repita, pero que a veces rima. No creo necesario remontarse a crisis anteriores como la década de los treinta.
En casi todas estas crisis, decía, se produce una deslegitimación profunda de la política, como la que ahora vivimos. Ser apolítico vuelve a estar de moda, rememorando a los honrados ciudadanos del franquismo que hacían como el Dictador, que no se metían en política. Es lugar común en nuestra sociedad abogar por la tecnocracia (no es casualidad, nuevamente, que ya se hablara de ello con Franco), por modelos como el chino, donde una costra de sedicentes comunistas pero en realidad mandarines, sin los inconvenientes, negociaciones, frenos y contrapesos que exige una democracia, satisfacen ante todo sus propios intereses.
Quiero recordar aquí una frase que Tucídides pone en boca de Pericles en La guerra del Peloponeso y que Tony Judt recuerda en su Algo va mal (Ill fares the land): En nuestra sociedad se considera indigno y falto de valor al ciudadano que no participa en la vida política. Considero que como masones, como practicantes del Arte Real, debemos reivindicar la necesidad de ser políticos, de vivir en polis, en ciudad, de interesarse por la cosa pública. La necesidad que, como ciudadanos, todos tenemos de formarnos políticamente y de tener criterios políticos.
Sabemos que las sociedad modernas, absolutamente interconectadas (en eso consiste la globalización) son tremendamente complejas. Pero no hace falta ciencia de cohetes ni ser sabio para tener ideas políticas. Un masón que no se siente deudor hacia su logia y hacia sus hermanos me parece despreciable y de igual manera tantos y tantos ciudadanos que sostienen que ellos no deben nada a nadie y que por tanto nada harán por su sociedad.
Podemos recordar aquí que en época de prosperidad se ha producido un desapego generalizado de la sociedad hacia la política. Cuando las cosas iban bien, muchos se dedicaron a encerrarse —o alienarse— en su particular mundo, el de su hipoteca, su trabajo y su círculo bien cerrado, algo que la sociedad de hoy permite realizar de manera muy eficaz. Para ellos, la sociedad, la cosa pública, no existía, y les era totalmente ajena. Sólo ahora se acuerdan de su dimensión política.
La deslegitimación de la política se complementa con la crítica destructiva hacia la clase política. Debemos diferenciar bien entre las críticas hacia una concreta clase política de la que se hace contra el propio hecho de dedicarse a la política.
César Molinas, como ejemplo de crítica legítima, califica a nuestra clase actual como élite extractiva, es decir dedicada como colectivo a la captura de rentas que otros generan. Les acusa como autores (concuerdo con él) de la burbuja inmobiliaria, de la de las energías renovables, las infraestructuras ociosas y del saqueo y colapso de las Cajas de ahorro.
Todo ello en el marco de lo que se llama un capitalismo castizo, es decir el que se organiza y en el que se medra en torno a los favores que presta el Boletín Oficial del Estado, o por decirlo más claramente, en detrimento de consumidores, contribuyentes y otros competidores.
Como ejemplo de crítica destructiva, puedo citar la reciente decisión para no retribuir a los parlamentarios de alguna Cámara regional. Está claro que si no se retribuye es porque se considera que el trabajo del político no tiene ningún valor, es decir, no vale nada su actividad (habría que leer un poco más a Weber).
Así sólo se coadyuva a la extensión de las generalizaciones más absurdas: “sólo se meten en política los mediocres” “sólo están para robar” “no les interesa solucionar esto”, olvidando que rara vez los políticos son sustancialmente distintos a la sociedad que representan y que por supuesto lo que late en el fondo es que podemos vivir sin políticos, dejando la gestión de la cosa pública en manos técnicas que darían siempre con la solución adecuada. Esto es un heraldo del autoritarismo cuando no del fascismo.
Ciertamente, también, se puede indicar que los políticos acometen la venta de sus proyectos políticos como un mero ejercicio de marketing, exhibiendo beneficios futuros y ocultando cuando no negando los inevitables costes. En el ejercicio de sus cargos, están atentos a no molestar a nadie y a preservar en todo momento su caudal de votos, teniendo por único programa las encuestas de opinión. En este último caso ¿no será que el electorado es el responsable, que no estamos dispuestos, como sociedad, a asumir ningún coste ni sacrificio y que un político como Churchill prometiendo sólo sangre, sudor y lágrimas, caería inevitablemente derrotado?
La reivindicación de la política y de los políticos que se dedican a ello profesionalmente, conlleva también la idea de reforzar el valor que tiene el compromiso, la militancia política, como virtud pública. En otro orden de cosas, como masones, se nos recuerda el peligro que tienen las pasiones en nuestro proceso de construcción personal. Como en todas las crisis, las posiciones se radicalizan y se contaminan de un emocionalismo excesivo, de sentimientos muchas veces incontrolables.
Sin querer meterme en jardines, uno podría imaginar unos términos de discusión mucho más fecundos si al debatir sobre los fines separatistas de algunas regiones o naciones del Estado, tomáramos distancia y dejáramos de hablar de Cataluña para hacerlo sobre una cosa mucho más lejana como Quebec.
El método nos exhorta constantemente a una sana desconfianza y escepticismo sobre nosotros mismos. Somos eternos aprendices y somos no sólo luz. El discurso actual tiende en exceso a las soluciones fáciles y analizar la realidad en términos de blanco o negro, trampeando la complejidad de los hechos.
Un amigo mío me recuerda que el mejor amigo del hombre no es el perro, sino el chivo expiatorio, la cabeza de turco, la víctima propiciatoria, o lo que es lo mismo, el judío eterno. Es fácil culpar así desde el colectivo de inmigrantes al de banqueros cuando no los Bancos Centrales, los políticos o los receptores de ayudas sociales. También el método nos recuerda que no hay proceso de construcción fácil. Debemos denunciar el peligro de los populismos y del demagogo, que como Creón prometía una fácil victoria de Atenas sobre Esparta (murió en una desastrosa expedición que condenó a la derrota a Atenas). Hay ciertas opciones políticas que, claramente, no alcanzan el umbral de presentabilidad, defendibilidad/legitimidad/ decencia.
También en esta crisis constatamos, por medio de diversos indicadores objetivos, que se está produciendo un súbito y terrible aumento de la desigualdad. Podemos preguntarnos si el método masónico aboga por un cierto igualitarismo social o no.
Como siempre, ser igualitarista o no es una cuestión de gradación o dosis. No creo que sea una cuestión de conservadurismo/ progresismo dado que unos y otros la han defendido. En mi opinión, el método aspira a que todo hombre, hermano o profano, sea autoconsciente. No exige ni aspira a hacer de cada cual un sabio educado, de gustos refinados.
La cuestión, en esta crisis, es si nos contentamos con un modelo que da por definitivamente perdido a un sector de la población, que se consideraría irredimible, al que se daría un barniz educativo (desasnamiento) y que llevaría una existencia más o menos de subsistencia. Opino que no, que el método aun utópicamente aspira a que no haya hombres alienados.
Las referencias al mérito que regularmente aparecen en el método puede llevarnos a engaño; hoy sabemos que los méritos y los actos de virtud (que por supuesto deben ser incentivados y recompensados) también son en parte una lotería natural genética y social. En el debate de hoy, y por ello los que practicamos el método, no podemos asistir impasibles a la degradación de la educación pública y debemos defender una política de inclusión total que no de a nadie por perdido. No nos resulta indiferente que los modelos sociales sean o un actor de cine o un futbolista o bien un científico.
No lo encontramos del mismo valor porque no somos relativistas por más tolerantes que debamos ser. La educación de la ciudadanía es, tal y como manifiestan numerosos informes, el medio más eficaz para reducir la desigualdad social, más que los otras dos palancas tradicionalmente usadas (la política fiscal y la redistributiva de rentas vía gasto público) Así pues, los recortes y en suma, la degradación de una educación pública en condiciones, revisten una especial gravedad.
Concluyo. Zygmunt Bauman ha acuñado el término modernidad líquida como descriptivo de los tiempos que vivimos. Derruidos ya todos los ídolos, nuestras viejas seguridades que sustituyeron a los anteriores, nuestra seguridad en el trabajo, en nuestra asistencia sanitaria, en el Estado educador y pensionante, se están trocando por un magma incierto y provisional y que amenaza constantemente con dejarnos fuera. Él sostiene que esto obedece a un designio de los poderosos, para poder exprimirnos mejor. Me inclino sin embargo a creer que no es sino una de las características de las crisis seculares y que aparecerán de nuevo otras certidumbres y un futuro mejor.









MASONERIA Y POLITICA , SI PODEMOS.<br/>NOSOTROS Y LA CRISIS.<br/>EN ESTE TRABAJO, LEÍDO EN UNA TENIDA ORDINARIA EN GRADO DE APRENDIZ, SE REIVINDICA LA NECESIDAD DE SER POLÍTICOS, DE VIVIR EN POLIS, EN CIUDAD, DE INTERESARSE POR LA COSA PÚBLICA.<br/>LA NECESIDAD QUE TODOS TENEMOS, COMO CIUDADANOS, DE FORMARNOS POLÍTICAMENTE Y DE TENER CRITERIOS POLÍTICOS. EN EL TIPO DE CRISIS COMO LA QUE ESTAMOS VIVIENDO SE ATESTIGUA UNA DESLEGITIMACIÓN PROFUNDA DE LA POLÍTICA, QUE ES LA ANTESALA DE LOS AUTORITARISMOS. Y EN ESTECONTEXTO ¿CÓMO PUEDE Y EN QUÉ INFLUIR LA MASONERÍA, LA CONDICIÓN DE MASÓN Y EL PROPIO MÉTODO MASÓNICO?<br/>JUAN ALBERDI<br/>Nos encontramos en una crisis especial. En España, especialmente dramática, puesto que el nivel de paro, superior al 25%, no se prevé que baje del 20% antes del año 2020.<br/>Pero es una crisis global, en mayor o menor medida y no sólo de nuestro país o continente europeo. Es una crisis económica, pero también social y política. Es larga dado que no sólo estamos en el quinto año de la misma sino que se prevé que se prolongue varios años más.<br/>Estamos quizá ante lo que se llama un cambio de paradigma (Kuhn hablando de los mismos en la ciencia). Esto desata una furia de temores milenaristas, apocalípticos, aunque sepamos con razonable confianza que como crisis lleva en su seno su propia superación y que, naturalmente, será superada.<br/>Por citar algunos cambios, la revolución de la Red, de Internet, puede ser comparable a lo que supuso la invención de la imprenta en el siglo XV. Los jóvenes ya no ven la televisión, no leen periódicos impresos (ni online) y pasan muchas más horas en redes sociales accesibles por diversas vías.<br/>El uso del coche, su número, el total de kilómetros conducidos, está declinando en las sociedades más avanzadas y se puede considerar una industria en declive. Una tecnología como la 3D, que se perfecciona diariamente (ya ajustan hasta décima de milímetro) puede considerarse disruptiva; es posible fotocopiar prácticamente cualquier pieza no ya industrial sino biológica por sucesivas capas de materiales. Esto implicará un declive paulatino de las grandes factorías (y de los grandes proveedores del mundo como China), una proliferación de múltiples centros productivos que producirán a demanda y customizando a gusto de cliente toda clase de productos que se individualizarán al máximo.<br/>También nos encontramos con una sociedad global en la que la esperanza de vida sube constantemente, con constancia matemática, pero que acarrea un pavoroso envejecimiento global. Por poner un ejemplo, Japón cuenta hoy con 122 millones de habitantes, pero en el 2050 serán 80 millones, una pérdida de 40 millones. Viviremos más, pero la mayoría de la gente no ha ahorrado ni ahorrará para consolidar una vejez digna.<br/>Y sobre esto, ¿qué puede decir o aportar La Orden? No quisiera hablar de la Masonería Universal, que me suena rimbombante, ¿estamos en condiciones de hablar sobre la crisis como asociación de personas que practican el método masónico?<br/>¿Debemos permanecer callados ante las graves situaciones políticas y sociales como la que nos encontramos? ¿Tenemos que limitarnos a la retórica habitual de los Derechos Humanos y demás declaraciones programáticas, es decir, simplemente a un catálogo de buenas intenciones?<br/>Para ello, en primer lugar, delimitemos la vieja prohibición, tradicional y constitucional, de hablar y debatir de política y religión en las reuniones conforme rito de Logia (fuera, naturalmente que sí).<br/>El origen de la prohibición se encuentra, como tantas cosas, en la práctica y no en una consideración reflexiva o programática previa. La masonería no es desde luego un sistema cerrado de pensamiento y no puede presumir sino de su origen humilde, intuitivo, por acreción, tanteo y prueba.<br/>Tras el cambio dinástico en Inglaterra a finales del XVII, protestantes y católicos, miembros aceptados pero no operativos pasan a ser mayoría en las logias y por una cuestión de pura supervivencia, deciden aparcar en logia las preferencias, muy pasionales, por la apologética protestante o católica.<br/>Todo ello va conformando lo que se ha venido en llamar la ontologización del rito (la separación por elevación de sus indudables orígenes cristianos y concretamente calvinistas) y la ya temprana aceptación como hermanos de judíos (1725) y luego musulmanes e hindúes. Todo esto es historia, la del paso de la masonería operativa a la especulativa.<br/>La razón del no-debate religioso es que en última instancia, un creyente refiere el fundamento de su posición religiosa a SU fe, y parte de una petición de principio que el método respetará en tanto cuanto esté dispuesto a respetar ese hermano las ajenas. La Tradición masónica engloba este concepto en la exigencia tradicional de la propia Revelación (que hoy por supuesto nosotros interpretamos también como libertad de tener la revelación de que no hay Revelación)<br/>Incidentalmente, no es verdad que el Método no admita para cada hermano la libertad de tener heteronomía, por exigir a todos el haberse dado una ley propia (autonomía). Lo que exigirá a todos es poder encontrar un terreno común donde encontrarse más allá de esas posiciones individuales pero irreductibles o injustificables universalmente.<br/>Nos movemos en una arena común donde cada posición es enjuiciable porque no hay nada sagrado. Si lo fuera, queda extramuros. La prohibición de la discusión política, viene, a mi juicio, después del veto al debate religioso y casi como un corolario de la prohibición primaria. Y por razones históricas, debido al hecho de que los alineamientos dinásticos- políticos (hannoverianos versus jacobitas) dependían del origen protestante o católico. Era, por así decirlo, una extensión del veto.<br/>También, sin duda, porque las discusiones sobre estas cuestiones están preñadas de emocionalidad, de sentimiento (incluso sentimentalismo), de irracionalidad (en el sentido de no poder explicarse íntegramente por la razón), cuando el método aspira a trabajar con la autoconsciencia, la Luz, es decir, la razón y la lógica y a operar sobre lo común (“unir lo disperso”)<br/>El sentido de la prohibición del debate político hoy, por supuesto, no es absoluto, aunque viene siendo observado. Ya algún autor (Amando Hurtado) ha indicado que históricamente la Masonería española se ha metido demasiado en política y que eso lo hemos pagado caro, siendo quizá una de las razones que explican la pobre, endeble y cainita presencia de nuestro método en España.<br/>El método masónico es, sin lugar a dudas, un método primeramente iniciático. Ofendería el sentido común convertir las Logias en Clubs de Debate, en Ateneos Rituales, que inevitablemente derivan en unanimidades patéticas, siendo para mí el mayor aliciente el encontrar hombres integralmente diversos. Además, la estructura jerárquica de la Tenida no es, ni de lejos, un marco eficiente para el debate.<br/>La práctica del Método sí presupone, naturalmente, un cierto marco político: el democrático, con libertad de consciencia y de expresión y otras de las llamadas formales. Históricamente todos concurrimos en que nuestros enemigos han sido los totalitarismos fascistas autoritarios y los comunistas marxistas leninistas (proclama de Trotsky a mediados de 1920) y hoy también las teocracias y algunos estados confesionales.<br/>También asentimos en la defensa de la laicidad, como extensión a la sociedad civil del aire que respiramos en Logia. Pero entre esos extremos, se reconoce una amplia área a derecha e izquierda, donde presuponemos, si no se demuestra lo contrario, que hay legitimidad y sobre la cual no discutimos.<br/>Por causa de esta prohibición ¿Debemos permanecer callados ante las graves situaciones políticas y sociales como la que nos encontramos?<br/>Deseo indicar, en primer lugar, que debemos ser conscientes de lo que somos. No practicamos un método científico, ni poseemos por el mismo específicas herramientas analíticas de la realidad. Los mejores economistas, políticos, científicos, filósofos, se encuentran perdidos para diagnosticar y sanar esta crisis por su vastedad y su gran complejidad.<br/>No pretendamos tener piedras filosofales y claves ignotas desapercibidas. Seamos modestos y no colaboremos en ser el reflejo especular de esos enemigos nuestros, tan grotescos, que ven la mano de la Masonería en todo. Menos pompa y circunstancia; presumamos en todo caso de nuestro humilde aporte.<br/>Con esa recomendable modestia, quizá sí podamos aportar algo. Y si lo hacemos, que sea derivado de la práctica de nuestro método. Cabe decir, para comenzar, que el método masónico no es sólo un método de mejora personal. No es comparable al yoga, ni a la psicoterapia ni al hecho de seguir un tratamiento con antibióticos para una enfermedad. No atañe sólo al propio individuo. El método no puede practicarse en la intimidad, en la casa de cada cual, lo hacemos frente a los demás.<br/>La Tradición lo reconoce con su exigencia de ser Masón en Logia y que ésta tenga el número constitucional de miembros. Los Rituales, con todo el valor muy relativo que tienen, exhortan a practicar fuera de logia y de tiempo sagrado o separado. Es la metáfora de la piedra pulida en un edificio mayor.<br/>La Masonería en definitiva tiene una dimensión social (extraindividual) y una vocación universal y universalista para todos los seres humanos, incluyendo por supuesto los profanos. Repugnaría a nuestro más básico sentido común propugnar cosas distintas para hermanos y profanos.<br/>Todas las crisis seculares, importantes, se parecen en algunos aspectos. Marx sostenía que la historia se repite, la primera vez como drama y la segunda como farsa. Mark Twain contraponía que la historia no es que se repita, pero que a veces rima. No creo necesario remontarse a crisis anteriores como la década de los treinta.<br/>En casi todas estas crisis, decía, se produce una deslegitimación profunda de la política, como la que ahora vivimos. Ser apolítico vuelve a estar de moda, rememorando a los honrados ciudadanos del franquismo que hacían como el Dictador, que no se metían en política. Es lugar común en nuestra sociedad abogar por la tecnocracia (no es casualidad, nuevamente, que ya se hablara de ello con Franco), por modelos como el chino, donde una costra de sedicentes comunistas pero en realidad mandarines, sin los inconvenientes, negociaciones, frenos y contrapesos que exige una democracia, satisfacen ante todo sus propios intereses.<br/>Quiero recordar aquí una frase que Tucídides pone en boca de Pericles en La guerra del Peloponeso y que Tony Judt recuerda en su Algo va mal (Ill fares the land): En nuestra sociedad se considera indigno y falto de valor al ciudadano que no participa en la vida política. Considero que como masones, como practicantes del Arte Real, debemos reivindicar la necesidad de ser políticos, de vivir en polis, en ciudad, de interesarse por la cosa pública. La necesidad que, como ciudadanos, todos tenemos de formarnos políticamente y de tener criterios políticos.<br/>Sabemos que las sociedad modernas, absolutamente interconectadas (en eso consiste la globalización) son tremendamente complejas. Pero no hace falta ciencia de cohetes ni ser sabio para tener ideas políticas. Un masón que no se siente deudor hacia su logia y hacia sus hermanos me parece despreciable y de igual manera tantos y tantos ciudadanos que sostienen que ellos no deben nada a nadie y que por tanto nada harán por su sociedad.<br/>Podemos recordar aquí que en época de prosperidad se ha producido un desapego generalizado de la sociedad hacia la política. Cuando las cosas iban bien, muchos se dedicaron a encerrarse —o alienarse— en su particular mundo, el de su hipoteca, su trabajo y su círculo bien cerrado, algo que la sociedad de hoy permite realizar de manera muy eficaz. Para ellos, la sociedad, la cosa pública, no existía, y les era totalmente ajena. Sólo ahora se acuerdan de su dimensión política.<br/>La deslegitimación de la política se complementa con la crítica destructiva hacia la clase política. Debemos diferenciar bien entre las críticas hacia una concreta clase política de la que se hace contra el propio hecho de dedicarse a la política.<br/>César Molinas, como ejemplo de crítica legítima, califica a nuestra clase actual como élite extractiva, es decir dedicada como colectivo a la captura de rentas que otros generan. Les acusa como autores (concuerdo con él) de la burbuja inmobiliaria, de la de las energías renovables, las infraestructuras ociosas y del saqueo y colapso de las Cajas de ahorro.<br/>Todo ello en el marco de lo que se llama un capitalismo castizo, es decir el que se organiza y en el que se medra en torno a los favores que presta el Boletín Oficial del Estado, o por decirlo más claramente, en detrimento de consumidores, contribuyentes y otros competidores.<br/>Como ejemplo de crítica destructiva, puedo citar la reciente decisión para no retribuir a los parlamentarios de alguna Cámara regional. Está claro que si no se retribuye es porque se considera que el trabajo del político no tiene ningún valor, es decir, no vale nada su actividad (habría que leer un poco más a Weber).<br/>Así sólo se coadyuva a la extensión de las generalizaciones más absurdas: “sólo se meten en política los mediocres” “sólo están para robar” “no les interesa solucionar esto”, olvidando que rara vez los políticos son sustancialmente distintos a la sociedad que representan y que por supuesto lo que late en el fondo es que podemos vivir sin políticos, dejando la gestión de la cosa pública en manos técnicas que darían siempre con la solución adecuada. Esto es un heraldo del autoritarismo cuando no del fascismo.<br/>Ciertamente, también, se puede indicar que los políticos acometen la venta de sus proyectos políticos como un mero ejercicio de marketing, exhibiendo beneficios futuros y ocultando cuando no negando los inevitables costes. En el ejercicio de sus cargos, están atentos a no molestar a nadie y a preservar en todo momento su caudal de votos, teniendo por único programa las encuestas de opinión. En este último caso ¿no será que el electorado es el responsable, que no estamos dispuestos, como sociedad, a asumir ningún coste ni sacrificio y que un político como Churchill prometiendo sólo sangre, sudor y lágrimas, caería inevitablemente derrotado?<br/>La reivindicación de la política y de los políticos que se dedican a ello profesionalmente, conlleva también la idea de reforzar el valor que tiene el compromiso, la militancia política, como virtud pública. En otro orden de cosas, como masones, se nos recuerda el peligro que tienen las pasiones en nuestro proceso de construcción personal. Como en todas las crisis, las posiciones se radicalizan y se contaminan de un emocionalismo excesivo, de sentimientos muchas veces incontrolables.<br/>Sin querer meterme en jardines, uno podría imaginar unos términos de discusión mucho más fecundos si al debatir sobre los fines separatistas de algunas regiones o naciones del Estado, tomáramos distancia y dejáramos de hablar de Cataluña para hacerlo sobre una cosa mucho más lejana como Quebec.<br/>El método nos exhorta constantemente a una sana desconfianza y escepticismo sobre nosotros mismos. Somos eternos aprendices y somos no sólo luz. El discurso actual tiende en exceso a las soluciones fáciles y analizar la realidad en términos de blanco o negro, trampeando la complejidad de los hechos.<br/>Un amigo mío me recuerda que el mejor amigo del hombre no es el perro, sino el chivo expiatorio, la cabeza de turco, la víctima propiciatoria, o lo que es lo mismo, el judío eterno. Es fácil culpar así desde el colectivo de inmigrantes al de banqueros cuando no los Bancos Centrales, los políticos o los receptores de ayudas sociales. También el método nos recuerda que no hay proceso de construcción fácil. Debemos denunciar el peligro de los populismos y del demagogo, que como Creón prometía una fácil victoria de Atenas sobre Esparta (murió en una desastrosa expedición que condenó a la derrota a Atenas). Hay ciertas opciones políticas que, claramente, no alcanzan el umbral de presentabilidad, defendibilidad/legitimidad/ decencia.<br/>También en esta crisis constatamos, por medio de diversos indicadores objetivos, que se está produciendo un súbito y terrible aumento de la desigualdad. Podemos preguntarnos si el método masónico aboga por un cierto igualitarismo social o no.<br/>Como siempre, ser igualitarista o no es una cuestión de gradación o dosis. No creo que sea una cuestión de conservadurismo/ progresismo dado que unos y otros la han defendido. En mi opinión, el método aspira a que todo hombre, hermano o profano, sea autoconsciente. No exige ni aspira a hacer de cada cual un sabio educado, de gustos refinados.<br/>La cuestión, en esta crisis, es si nos contentamos con un modelo que da por definitivamente perdido a un sector de la población, que se consideraría irredimible, al que se daría un barniz educativo (desasnamiento) y que llevaría una existencia más o menos de subsistencia. Opino que no, que el método aun utópicamente aspira a que no haya hombres alienados.<br/>Las referencias al mérito que regularmente aparecen en el método puede llevarnos a engaño; hoy sabemos que los méritos y los actos de virtud (que por supuesto deben ser incentivados y recompensados) también son en parte una lotería natural genética y social. En el debate de hoy, y por ello los que practicamos el método, no podemos asistir impasibles a la degradación de la educación pública y debemos defender una política de inclusión total que no de a nadie por perdido. No nos resulta indiferente que los modelos sociales sean o un actor de cine o un futbolista o bien un científico. <br/>No lo encontramos del mismo valor porque no somos relativistas por más tolerantes que debamos ser. La educación de la ciudadanía es, tal y como manifiestan numerosos informes, el medio más eficaz para reducir la desigualdad social, más que los otras dos palancas tradicionalmente usadas (la política fiscal y la redistributiva de rentas vía gasto público) Así pues, los recortes y en suma, la degradación de una educación pública en condiciones, revisten una especial gravedad.<br/>Concluyo. Zygmunt Bauman ha acuñado el término modernidad líquida como descriptivo de los tiempos que vivimos. Derruidos ya todos los ídolos, nuestras viejas seguridades que sustituyeron a los anteriores, nuestra seguridad en el trabajo, en nuestra asistencia sanitaria, en el Estado educador y pensionante, se están trocando por un magma incierto y provisional y que amenaza constantemente con dejarnos fuera. Él sostiene que esto obedece a un designio de los poderosos, para poder exprimirnos mejor. Me inclino sin embargo a creer que no es sino una de las características de las crisis seculares y que aparecerán de nuevo otras certidumbres y un futuro mejor.








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