En realidad, la Biblia, la kabalah y la masonería son una cadena continua de tres eslabones inseparables, que conforman el ser y la razón de ser o el logos divino de la augusta institución ya tres veces centenaria, desde su reorganización londinense de junio de 1717. Quien no lo comprenda así es porque aún no ha entrado en el secreto o en el esoterismo de la hermandad, y se mantiene en la cascara de sus misterios. Esa superficialidad es causa de graves conflictos en el seno de la institución augusta, apenas atemperados por la tolerancia que reina en sus talleres, pero que nos muestra una sombra de ignorancia que es incompatible con el espíritu de conocimiento metafísico de la masonería.
Lo que en Grecia se denominaba como la Doctrina Esotérica en la escuela pitagórica, en la academia platónica y en el liceo del gran Aristóteles, en los ambientes esenios y kabalísticos se llamaba HOCMAH NISTERAT o la sabiduría secreta, y en algunos textos simplemente como NISTEROT o "las cosas no evidentes" de las Sagradas Escrituras. Las "cosas evidentes" a los ojos del entendimiento de cualquiera se denominaban como NIGUELOT. Y entre masones hay que tener cuidado de no juzgar con criterio de Niguelot aquello que por esencia es algo profundo que pertenece al reino de la Hocmah Nisterat o Nisterot.
La Hocmah de la Biblia es sinónimo de Sabiduría Divina y equivalente al concepto de Verbo de Dios o de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. El libro de Proverbios 8,22 al vers. 36 nos habla de la sabiduría creadora de Dios que existía desde antes que el mundo fuese. Y nos dice que esa sabiduría primordial fue el arquitecto diseñador del universo. Lo mismo nos dice san Juan en su evangelio. Que el Verbo era Dios y que sin el nada de lo que ha sido hecho sería existente. Y agrega que Ese Verbo o Palabra que se hizo hombre, y que existía desde antes que el mundo fuese. (Evangelio de Juan 1,3; y 1,14; y 17,5 y 17,24).
Y en el capítulo Nueve del mismo libro de los Proverbios dice que esa Hocmah o sabiduría divina edificó su Casa Y LABRO SUS SIETE COLUMNAS. (Prov. 9,1). Es evidente que dicho texto es la base escritural de aquella regla masónica ancestral que establece que para constituir una Logia y abrir los trabajos regularmente se debe contar con la presencia de siete maestros masones y no menos. Esta relación entre el hombre iniciado y la columna de un templo tiene su fundamento específico en dos textos del Nuevo Testamento. Se trata de Gálatas 2,9 en que san Pablo afirma que Jacobo, Cefas y Juan, los tres más altos dignatarios de la comunidad cristiana primitiva eran considerados COMO TRES COLUMNAS VIVIENTES DEL TEMPLO DE DIOS. Esas tres columnas dirigentes de la iglesia antigua se reflejan en los tres más altos oficiales de una logia masónica: El Venerable Maestro, el Primer Vigilante y el Segundo Vigilante.
Y luego san Juan en el Apocalipsis 3,12 nos enseña que aquellos discípulos que vencieran y alcanzaran la perfección espiritual serían transformados en COLUMNAS DEL TEMPLO DE DIOS POR EL MISMO CRISTO, EL VERBO DE DIOS EN PERSONA. Y NUNCA MAS SALDRIAN DE ALLI, es decir, su estatus y rol de columna sería eterno, e implica la condición de liberados de la rueda samsárica (jivanmukta), o lo que los kabalistas denominan los justos (Tzadik) emancipados de la Guilgul Ha-neshamot o los ciclos reencarnatorios de las almas.
Esa sabiduría-verbo de Dios labra sus columnas, es decir, ella prepara a los seres humanos que escoge para esa función mística de sostenedores ocultos del templo de la humanidad trascendida o exaltada. Como también de la humanidad virtuosa encarnada. El Zohar, que es un comentario esotérico de la Escritura, dice que el mundo es sostenido espiritualmente por 36 tzadikim o justos trascendidos. Así se demuestra, una vez más, que nuestros antepasados, los ilustres maestros fundadores miraron a la Biblia para crear los ritos, símbolos, usos y costumbres de la masonería, y para darle el espíritu que ella tiene, y que algunos quisieran ignorar.
Este Ensayo se denomina Ha-Shem porque en hebreo significa EL NOMBRE, y no cualquier nombre, pues se trata del Nombre de Dios revelado a Moisés y a los Patriarcas. Ha-Shem es la palabra que reemplaza a Yahveh, o a Elohim o a Adonay en los textos bíblicos. Ha-Shem tiene el valor gematrico de 345, que es equivalente e idéntico al valor gemátrico de EL Sadai, y el de Siloh, el enviado, y el de Moisés. Y que corresponde a las proporciones geométricas del triángulo rectángulo de los egipcios y de los pitagóricos. En esas cifras 345 la geometría sagrada y kabalah judeo-cristiana se unifican. Ha-Shem, EL Sadai, y Siloh son uno. En estas cifras la palabra perdida ha sido encontrada. (Siloh es el Mesías Enviado, el Escogido de Dios y El Sadai es el nombre divino escondido en el triangulo rectangulo).
Por lo tanto Ha-Shem es el nombre o palabra sagrada sustitutiva de un nombre divino, del mismo modo en que las palabras sagradas de los distintos grados masónicos son encubrimientos o sustitutas del nombre de Dios de los hebreos. O son sus versiones recortadas o resumidas. De allí que hay grados masónicos que usan Adonai como Palabra Sagrada, O bien, YOD, IAO, YAH, para no decir Yahveh. O hablan de la piedra que suda sangre y agua para evitar decir Iehosuáh. (En el grado 18 del Caballero Rosacruz, en cuyo texto ritual también se nos enseña que La Palabra que estaba perdida se hizo hombre y ha sido encontrada).
O dicen Señor del Universo, en vez de decirlo al modo kabalístico, como ADON AOLAM que significa SEÑOR DEL UNIVERSO, PERO COMO SU VALOR GEMATRICO HEBRAICO ES 207, equivale a AUR, la Luz, y también equivale al 207 de la palabra Ein Sof, Lo Infinito o lo Ilimitado. Ese 207 o 9 o 27 u 81, recorre todos los grados simbólicos y capitulares de la masoneria. Kabalísticamente el 207 es la cifra clave de La Luz, del Infinito y del Señor del Universo.
Y en la Biblia, como en la teología, se nos muestra un Dios que es Luz trascendente e inmanente al mismo tiempo. Un Dios que está tanto fuera del universo como adentro del hombre y del cosmos. Así lo describe el salmo 139, un Dios Omnipresente. Pero San Pablo lo dice con una claridad meridiana que vale la pena reproducir textualmente, en la Segunda Epístola a los Corintios, cap. 4,6: PORQUE DIOS, QUE MANDO QUE DE LAS TINIEBLAS RESPLANDECIESE LA LUZ, ES EL MISMO QUE RESPLANDECIÓ EN NUESTROS CORAZONES, PARA ILUMINACIÓN DEL CONOCIMIENTO DE LA GLORIA DE DIOS EN LA FAZ DE JESUCRISTO.
Precisamente Dios inmanente es quien resplandece en el interior del ser humano para impulsarlo en la búsqueda de la Verdad eterna y universal. Dios inmanente es quien inspira los actos virtuosos y la ley moral en lo íntimo de la conciencia, e inscribe la ley eterna en cada una de las almas. Ley interior que por causa del pecado y la ignorancia ha debido ser escrita en los libros sagrados de Oriente y de Occidente por los profetas y videntes iluminados de todas las culturas.
El Dios inmanente que les otorga la intuición a los hombres para escoger a las instituciones que han de guiarlo en el camino de la existencia, y que también les permite intuir la presencia de los grandes maestros y profetas enviados para iluminar los caminos de los hombres, aquí y en el más allá. Dios inmanente que en los grados superiores de la masonería es denominado como el Emmanuel o el Immanuel, "Con nosotros Dios" y en los grados inferiores se puede denominar como el Espíritu Santo, el cual está claramente representado en la Espada Flamígera que esgrime el Venerable Maestro en las consagraciones de los neófitos y de otros grados azules de las logias.
Dios inmanente que se manifestó como una misteriosa neblina luminosa en el interior del Templo de Salomón, en Jerusalén, cuando el rey terminó de hacer la plegaria de consagración del santuario. (Primer libro de Reyes 8,10-11; y Crónicas 5,13-14). Nube blanca que los kabalistas denominan Shekinah, o la Divina Presencia, la cual también se manifestó en la cumbre del Monte Tabor durante la Transfiguración de Jesús delante de los tres apóstoles que serían las tres columnas de la iglesia primitiva, Jacobo, Cefas y Juan. (Ver Mateo 17,5). Nube de luz que también se manifestó sobre el monte Sinaí. (Exodo 19,16; 24,15-18)) Y también en el camino del pueblo de Israel hacia la tierra prometida.(Exodo 40,34.38).
Esa extraña luminosidad fosforescente neblinosa también ha sido observada en ceremonias tibetanas en Sikkim, India, en Julio del año 1959 al despedir al alma de un connotado adepto del lamaísmo tibetano. Esa luz nubosa llenó toda la estancia de ese templo tibetano, demostrándose que la narración de los antiguos cronistas bíblicos es veraz y no fruto de la imaginación. (El hecho fue narrado por el gran lama tibetano, muy conocido en occidente, Sogyal Rimpoche, en su libro EL LIBRO TIBETANO DE LA VIDA Y DE LA MUERTE, página 340, capítulo 16 de la obra).
Y así debe ser, pues la comunión con la Divina Presencia o Shekinah, manifestada como nube fosforescente que llena un templo o un edificio no es algo privativo de judíos y cristianos. El korán nos dice también que la shekinah se hizo presente alguna vez en la vida y apostolado de Muhamed, e incluso en la vida de Sri Ramana Maharishi, durante sus meditaciones, y delante de decenas de personas reunidas en su presencia, entre los años 1930 a 1940. Se vio que desde la base de su cuerpo y hasta perderse en la altura del techo de la caverna donde meditaba, surgía una gran columna de luz vertical que lo rodeaba por completo. (Referido por el Dr. Arthur Osborne, en una Biografía de Bhagavan Ramana Maharshi).
El fenómeno es semejante a la columna de luz o fuego nocturno y humo diurno que guiaba al pueblo de Israel por el desierto de Sinaí, narrado en el Exodo cap. 13, 21-22. Fenómeno semejante es narrado por Muhyddin Ibn Arabi, observado en relación con los místicos sufíes andaluces del siglo XII en España. Así pues, existen pruebas suficientes de que la nube luminosa o la columna de luz de la Shekinah o de la divina presencia está presente en casi todas las religiones del mundo. Al punto de que en las leyendas británicas del Mago Myrddin o Merlin, se hace presente una neblina luminosa en determinados momentos de su vida al ejecutar algunos prodigios de magia que lo inmortalizaron en la memoria de los britanos
Esta clase de manifestaciones de luz fosforescentes neblinosa que rodea a un profeta, a un yogui o a un chaman determinado es destacado por el gran antropólogo rumano de las religiones comparadas, Mircea Eliade, en su obra "El Chamanismo y las técnicas arcaicas del Extasis". Y en ese mismo documento demuestra el carácter chamánico extático de las experiencias supraconscientes de los profetas o videntes de la Biblia.
Por lo tanto estas narraciones de los cronistas bíblicos NO ESTAN TRATANDO DE ENGAÑARNOS NI DE MOVERNOS A LA CREDULIDAD. Están narrando un hecho objetivo, único y sorprendente para ellos, en ese momento de la historia religiosa de Israel o del nacimiento del Cristianismo, que ellos o sus contemporáneos observaron directamente. Más tarde, ya en pleno siglo XIX y XX, se nos da la posibilidad de comparar experiencias místicas y doctrinas religiosas de todos los pueblos del mundo, y así tomamos conciencia de la universalidad de estas manifestaciones, que pensábamos erróneamente que eran exclusivas del judeo-cristianismo. Y no podría ser de otra manera, pues san Pablo, Isaías, San Pedro y San Lucas, nos dicen que Dios de Israel es el Dios de todas las naciones. ( Isaías 56,7 ; 2, 2-4 ; Hechos de los Apóstoles 10, 34-3; Romanos 3,29 ).
Teólogos como Rudolf Otto o Karl Rahner, nos dicen que todos los hombres de la tierra, o mejor dicho, la naturaleza humana como tal, tiene siempre en su interior la posibilidad de la experiencia religiosa trascendental, una apertura estructural a la Gracia o al Don de Si mismo del Dios inmanente, que es uno con el Dios Trascendente y no diferente de El, como también cualquier ser humano a través de la historia, y especialmente los fundadores de las grandes religiones, tuvieron la experiencia de Lo Numinoso, de lo Sagrado o de lo divino, vivencia que rompió los límites del conocimiento sensorial y racional común, elevándoles a la esfera de lo infinito suprarracional, o del Ser Absoluto, pero no de lo incomprensible o de lo ilógico.
Esta shekinah de la tradición judeo-cristiana se expresa masónicamente en la presencia de la luz eterna, o del fuego sagrado, que cuelga de la plomada cósmica que desciende de la Estrella de David que resplandece en la cúspide de la bóveda celeste de todos los templos masónicos del mundo. Luz eterna que se cierne sobre el Ara de los juramentos y de las consagraciones. Ara o altar de doble cubo, donde se pone el Volumen del Conocimiento Sagrado (la Biblia), la Escuadra y el Compás, y donde se alza, invisible a los ojos mortales, la escalera de Jacob, por la que bajan y ascienden los ángeles, y en cuya cúspide está la Persona misma de Gran Arquitecto del Universo, se Ese Volumen del Conocimiento Sagrado, o la Biblia, DEBE ESTAR ALLÍ, ABIERTO, EN TODAS LAS LOGIAS DEL MUNDO, PORQUE TODO EL SIMBOLISMO ARQUITECTÓNICO Y LOS VALORES RELIGIOSOS, ESOTÉRICOS Y MORALES DE LA MASONERÍA ESTÁN ESCRITOS EN ESE LIBRO. Lo cual no impide que esté el Korán, o el Bhagavad Guita, O el Tao Te King, O el Bardo Todol, acompañando a la Biblia, cuando se deban tomar juramentos a personas de otros credos religiosos. Los otros libros sagrados no hacen énfasis en el simbolismo arquitectónico que utiliza la masonería en todos sus grados, ni en los datos kabalísticos, numerológicos y místicos, palabras misteriosas y personajes que son parte esencial de los ritos masónicos.
Salomón, Hiram, Juan, Jesús, Moisés, Ageo, Zorobabel, la Reina de Saba, Esdras, Melquisedec, Noé, Adam, Aarón, Tubalcaín, son personajes nombrados permanentemente en los ritos masónicos, junto con la piedra bruta, el ara, la plomada, la cadena, la piedra angular, la Nueva Jerusalén, el Tabernáculo, el templo de Jerusalén o de Salomón, las columnas Jakin y Boaz, el Arca de Dios, el Árbol de la Vida, la Cruz, el Nombre de Yahveh, Elohim, Sadai, Yah, Yesua, Emmanuel, Adonai, el Ojo de Dios. El Sol y la Luna, el candelabro de siete luces, Etc. Todo eso y más, son símbolos, objetos o personas que están en la Biblia, desde el Principio al Final, y también en los ritos y en los templos masónicos. Es, por lo tanto, irracional e incongruente con la esencia espiritual, los ritos y los símbolos de la masonería, querer eliminar la Biblia del Ara de los templos y de los corazones de los masones.
Las razones dadas son la base de aquel landmark antiguo que establece con absoluta propiedad y claridad del uso obligatorio de la Biblia en los altares masónicos. Tal obligatoriedad es esencial y concordante con todos los contenidos rituales, simbólicos y alegóricos usados desde hace siglos en el seno de la Augusta Institución. La Biblia es el trazado arquitectónico fundamental y atemporal que debe guiar el pensamiento de los actuales y futuros maestros de la hermandad.